Cuentos de Fangslieb (2)

Fangslieb, un mundo de crueles guerreros donde impera la ley del más fuerte. Una profecía que dice que aquél que consiga los tres diamantes negros, conquistará el mundo.

CUENTOS DE FANGSLIEB (II)

Fangslieb, un mundo de crueles guerreros, donde impera la ley del más fuerte. Una profecía que dice que aquel que reúna los tres diamantes negros conseguirá un poder sin igual que le permitirá conquistar el mundo. Ésta es la historia de un grupo de aventureros en pos de esos diamantes.

Ilmar, Durum y Calibi, los dos cazarrecompensas contratados por el rey de Tausen y el hijo de éste, avanzaron inquietos por la entrada de la caverna, dejando atrás el pestilente Pantano Aullante, con la excitación a cada paso que daban de estar rozando uno de los ansiados diamantes. Contemplaron el acceso al pie de la montaña. A primera vista parecía una simple gruta, pero había algo más. Un frío sobrenatural y opresivo invadía el ambiente, llevando consigo un extraño olor inidentificable, como a hierbas y ungüentos, junto a amortiguados sonidos de veladas conversaciones y cuchicheos siniestros.

Los guerreros desenvainaron sus aceros mientras los vellos de su nuca se erizaban. El pergamino que les había entregado Rallius, el mayordomo del reino de Tausen, hablaba del cubil de una espantosa bruja, que acechaba a los incautos que osaban acercarse a sus dominios y los devoraba sin piedad, cubil en el que en ese mismo momento estaban penetrando. Se decía que la guarida de una bruja era un lugar malévolo, no exactamente construido sino que se iba acumulando a lo largo de los años conforme se unían las distintas áreas, como un calcetín hecho enteramente de remiendos.

Ilmar distinguió el temblor mal disimulado de Calibi. Era joven y tan sólo hacía unos días que había abandonado una apacible vida palaciega para seguir la senda del aventurero. El guerrero revolvió el rubio pelo del muchacho.

-No tengas miedo, ojazos. Ni Durum ni yo vamos a dejar que te suceda nada.

Calibi se ruborizó, mientras sus mejillas se volvían del color de la grana. Su expresión medio enfadada medio halagada pero completamente adorable provocó que Ilmar tuviera que contenerse las ganas de tumbar al rubio príncipe en el suelo, desnudarle y poseerle salvajemente. Por desgracia, no había tiempo para ello. El sonido de una cruel risita a su alrededor le devolvió a la realidad.

La oscuridad les invadió mientras atravesaban las serpenteantes estancias hasta llegar a una especie de salón grande, iluminado por el fuego. Calibi alzó la vista. La chimenea se retorcía como un sacacorchos y el techo de paja y cañizo era tan viejo que pequeños pero robustos árboles crecían en él. Avanzaron con dificultad pues todos los suelos hacían pendiente y crujían como un velero en una tormenta. Desde luego, aquello no parecía el hogar de una mera vieja medio chocha que leía las hojas de té y hablaba con su gato, sino la morada de una auténtica bruja.

La estancia tenía las paredes recubiertas de estanterías sobre las que descansaban cientos de probetas y redomas de finalidad ignota. Una serpiente se escurrió siseando por una de las estanterías. Bajo sus pies, cientos de huesos roídos tapizaban el suelo como una macabra alfombra. Muchos de ellos parecían humanos.

-Ejem, ejem… Si losss desssconsssideradosss caballerosss hubieran tenido la gentileza de avisssar de sssu llegada, hubiera podido preparar un té con galletitasss para recibirlesss

La siseante y aguda voz a sus espaldas les sobresaltó. Los guerreros se dieron la vuelta al unísono para ver a una pequeña mujer envuelta en harapos que les contemplaba malévolamente. Su pelo era largo y desgreñado, de un intenso color violeta. Su piel era verdosa y largos colmillos asomaban de sus labios en una sonrisa socarrona. Entre sus pequeños pechos, el diamante negro colgaba de un collar.

-¡Maldita bruja asesina, pagarás por tus horrendos crímenes! –gritó Calibi.

-Oh, vamosss, mi joven guerrero, no ssseasss tan melodramático, que una ssseñorita como yo podría ofenderssse. ¿Asssesssina? Puede ssser. Losss diosssesss me hicieron nacer con colmillosss. Pero ssseguro que losss apuessstosss compañerosss a tu lado que apessstan a cazarrecompensssasss te pueden inssstruir mejor que yo en lasss artesss del asssesssinato a cambio de dinero. ¿Me equivoco, queridosss?

Ilmar apartó molesto la vista cuando Calibi se giró hacia él. El guerrero miró a la bruja con furia, intentando intimidarla.

-Ahórranos tus monsergas, bruja. Venimos a por el diamante negro. Puedes dárnoslo por las buenas o por las malas.

-Ooohhh… pero sssi ssse trata de vulgaresss ladronesss. ¿Y ante esssta flagrante violación de la propiedad privada no tiene nada que decir el joven guerrero? Aunque quizásss sssería másss exssacto decir "el joven ladrón".

Calibi se sonrojó y apartó la mirada avergonzado. Ilmar se giró hacia él sin dejar de apuntar con la espada a la bruja.

-No la escuches, Calibi, sólo busca confundirnos con sus mentiras.

-Bueno, realmente no son mentiras, ¿no? Hemos venido a quitarle su diamante, ¿verdad?

-¡No! Bueno… Sí… Errr… Lo importante es conseguir el diamante para tu padre.

-Ooohhh… "conssseguir". Me encantan losss eufemisssmosss… Pero me temo que "robar" sssería una palabra másss adecuada para la ocasssión, ¿no creeisss, queridosss?

-¡Silencio, bruja!

-Pero qué ladronesss tan grossserosss –cloqueó la bruja con una risita ominosa. Llevó su mano a sus remendados ropajes y una redoma que contenía un misterioso líquido verde apareció en su garra. –Sssiento dar por terminada tan encantadora velada, pero mi essstómago ruge de hambre y tengo que cenar. Podéisss quedarosss a la cena, apessstosssosss cazarrecompensssasss… Como plato principal, por sssupuesssto.

La bruja rió chillonamente mientras arrojaba al suelo la poción, rompiéndose en mil pedazos. A continuación, un acre humo verdoso inundó la estancia. La desagradable risa de la mujer taladró sus oídos dolorosamente mientras las cabezas comenzaban a darles vueltas. Ilmar fue consciente de cómo Durum y Calibi trastabillaban y caían al suelo uno tras otro.

El moreno guerrero contuvo la respiración mientras avanzaba hacia la bruja espada en ristre.

-Vaya, hasss logrado resssissstir mi pócima sssomnífera. Pero no importa.

Ilmar tuvo la sensación de que si la sonrisa de la bruja se ensanchaba más, se saldría de su rostro. Pero no tuvo tiempo para pensar en ello cuando un brutal puñetazo le arrojó volando al otro extremo de la habitación. Un rugido gutural hizo temblar la estancia.

-Encárgate de él, mi pequeñín. No tardesss. La comida sssabe mejor sssi essstá calentita. Veamosss… ¿dónde pussse la mossstaza? –la bruja agarró al inconsciente Calibi y comenzó a arrastrarlo hacia el burbujeante caldero sobre la chimenea.

Pero Ilmar estaba lejos de poder ayudarle. En ese momento contemplaba con horror cómo un enorme troll de las cavernas había emergido de uno de los túneles cercanos a su espalda y se alzaba bramando. El monstruo rugió de nuevo y se abalanzó sobre él. Su aspecto era terrorífico. Debía alcanzar los dos metros y medio y, por el tamaño de sus músculos, parecía capaz de partir un buey en dos con las manos desnudas. Ilmar logró incorporarse y esquivar un temible golpe a duras penas. Sin su espada estaba indefenso ante semejante monstruo. ¿O no?

Tras evadir los golpes del terrible ser, el guerrero vio su oportunidad. Lanzó un golpe al estómago de su oponente que vació de aire sus pulmones. Ilmar aprovechó la ocasión y se colocó a su espalda. Con una mano aferró el cuello de su oponente y con la otra aseguró su presa.

El troll bramó confundido e intentó zafarse del humano a su espalda, pero no pudo. Ilmar apretó y apretó con su llave de acero el grueso cuello del troll, estrangulándolo. Con ambas manos cerró su férrea zarpa, dispuesto a asfixiarle y acabar con su vida.

-¡Muere, monstruo!

Un agudo chillido invadió la estancia mientras la bruja se lanzaba como un animal enfurecido sobre el guerrero.

-¡¡¡No te atrevasss a tocar a mi chiquitín!!!

Ilmar distinguió el brillo del acero en la mano de la bruja y a duras penas pudo esquivar el letal tajo antes de que una línea roja se dibujara en su hombro y comenzara a sangrar. De un fuerte golpe logró apartar a la mujer mientras arrojaba al desvanecido troll al suelo.

La bruja se incorporó como un felino e intentó atrapar el cuchillo, que había caído de su mano. Una precisa patada del humano envió el arma al otro extremo de la habitación. La bruja siseó de pura rabia, taladrando con su mirada furibunda a su oponente. Intentó huir hacia el cuchillo pero una zancadilla de Ilmar la hizo caer. Sin rendirse, pretendió alejarse a gatas, pero el hombre le cortó el paso.

-No escaparás, bruja del demonio.

-¡Atrásss, sssucia bessstia, no te atrevasss a tocarme, bruto!

Ilmar avanzó con determinación, con intención de agarrar el fino cuello de la bruja y apretarlo hasta que su lengua colgara grotescamente de su boca para luego romperlo como una rama seca. Con un último esfuerzo, la bruja se lanzó hacia él, con las manos engarfiadas, presta a sacarle los ojos. Un contundente puñetazo del guerrero la arrojó de nuevo contra el suelo. Cuando se incorporó, un hilillo de sangre negra resbalaba desde sus labios y su mirada parecía perdida.

-Por favor… No le hagasss daño… Mátame a mí sssi quieresss… Pero no le hagasss daño a mi pequeño

Sólo al cabo de unos instantes comprendió Ilmar que la bruja se estaba refiriendo al derrotado troll mientras le miraba con ojos desesperados. Respirando pesadamente, el guerrero pareció indeciso, hasta que una voz temblorosa sonó a sus espaldas.

-No la mates.

Ilmar no dejó de mirar a la bruja. Detrás suya, Calibi comenzaba a incorporarse, tosiendo por efecto del gas.

-¿Por qué debería perdonar sus vidas, Calibi? Iban a devorarnos.

-No pueden dejar de ser lo que son. Nosotros íbamos a matarla para robar el diamante a pesar de que no nos había hecho nada. ¿Merecemos también morir, Ilmar?

El guerrero dudó un momento. Después, bufó furioso y avanzó hacia la bruja. Cerró su mano sobre el colgante del cuello de la mujer. De un fuerte tirón, rompió el cordel y se quedó con el diamante en la mano. A continuación se volvió hacia Durum, que se levantaba ya, recuperado de la ingestión del gas narcótico.

-Nos largamos.

-Pero ¿y la bruja?

-¡Nos largamos he dicho!

Los cazarrecompensas abandonaron la estancia mientras la bruja se lanzaba a abrazar al caído troll.

-¡Mi pequeñín! ¿Essstásss bien? Ven con mami… ¿Te han hecho daño esssosss horriblesss monssstruosss?

Mientras salían del cubil, Ilmar se giró hacia el rubio príncipe.

-No vales para guerrero, Calibi.

El muchacho frunció el ceño, confundido.

Ilmar le golpeó amistosamente el hombro. Sonreía.

-Lo que te acabo de decir ha sido un cumplido, ojazos.

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Kalimbel abandonó la mugrienta posada de Coldeg, agradecido por dejar atrás el viciado ambiente de la taberna. Su contacto, que caminaba delante de él, le había asegurado que sabía dónde podía hallarse uno de los codiciados diamantes negros y que, por un módico precio, podía indicarle su localización.

El rubio bárbaro supo que algo andaba mal en cuanto pisó el oscuro callejón. Su guía se paró en seco con el brillo del acero en su mano derecha. Su primer impulso fue desenvainar el arma, pero sintió otra presencia detrás. A simple vista debían ser sólo dos, pero parecían fuertes y expertos, acostumbrados a luchar y matar. Le cortarían en rodajas antes de poder alcanzar su acero. A regañadientes, la arrojó al suelo mientras se maldecía por su estupidez. Aquello era una trampa y él se había tragado el anzuelo hasta el fondo.

-Pobre tonto. ¿Creías que te íbamos a dar un diamante negro cuando el rey de Stralgia nos ofrece miles de coronas de oro por uno de ellos? ¿Eres otro de esos cazarrecompensas robaperas que buscan los tres diamantes?

Kalimbel asintió en silencio. Los estralgianos eran conocidos por ser unos asesinos sin piedad. Debía ser muy cuidadoso con lo que decía si quería salir vivo de ésta.

-¿Has conseguido ya alguno de los diamantes?

El bárbaro supo que si decía que no, era hombre muerto. Mejor fingir que todavía podía serles de utilidad. Volvió a asentir intentando no revelar ninguna emoción. Un brillo codicioso se dibujó en la mirada del asesino. Sin dejar de apuntarle con su daga, el hombre le arrebató la bolsa. Kalimbel habló burlonamente mientras el estralgiano revolvía inútilmente su morral.

-Sí que debes pensar que soy un pobre tonto si crees que lo llevo encima.

-No juegues con nosotros, estúpido. ¿Dónde está?

Kalimbel sonrió sin humor mientras el hombre acercaba el puñal a su garganta.

-¿Me crees tan estúpido como para decírtelo sin más?

-Eso ya lo veremos.

Un golpe en su cabeza le sumió en la más profunda oscuridad.

-Deberíamos matarlo sin más. Parece peligroso.

-No seas estúpido. Todavía no tenemos ninguno de los diamantes, tan sólo un fragmento de uno de los mapas. Le necesitamos vivo.

Kalimbel comenzó a despertarse. Su visión se llenó de dolorosos puntos luminosos y estuvo a punto de gemir, pero logró controlarse. Ya había metido la pata hasta el fondo dejándose atrapar por los asesinos, no debía empeorar su situación. Ni siquiera se atrevió a abrir los ojos. Continuó respirando lenta y pesadamente para que sus captores pensaran que seguía inconsciente.

-Aunque no tenga ningún diamante, puede saber dónde se encuentra alguno de los tres. Tú déjamelo a mí. Cuando le empiece a cortar dedos y le meta mi daga por el culo, ya veremos si canta o no.

-Como quieras. ¿Todavía sigue dormido? Parece que le pegué un poco más fuerte de lo que pretendía. Bueno, pasemos de nuevo al asunto del mapa. Míralo. Como te estaba diciendo antes, parece que el pergamino está incompleto. Creo que el lugar donde está el diamante es un laberinto dentro de una caverna o algo así, pero sin los otros fragmentos no podría asegurarlo.

Kalimbel permaneció inmóvil intentando orientarse. Estaba tumbado. Sus manos estaban encadenadas con algún tipo de grillete que, a su vez, rodeaba algo, puede que la pata de una mesa. Sin abrir los ojos, Kalimbel extrajo con cuidado un alambre torcido que siempre llevaba en su muñequera para usarlo como ganzúa. Tranquilo, se dijo, no lo tires todo por la borda por apresurarte. El rubio norteño introdujo con cuidado el alambre en la cerradura de los grilletes. Los dos estralgianos continuaban hablando.

-Bueno, ya estoy harto de esperar que el bello durmiente abra los ojos. Voy a despertarle a hostias si es preciso.

El hombre dio dos pasos hacia él mientras desenvainaba su daga. Cuando miró al prisionero, se dio cuenta de que sus ojos ya estaban abiertos y le contemplaban fijamente.

-¡Mierda, está despiert…!

Kalimbel, libre de los grilletes, se movió a la velocidad del rayo. Incorporándose, cerró su mano izquierda sobre los testículos del hombre y los apretó lo más fuerte que pudo. Con su mano derecha, sujetó la muñeca de la mano armada del hombre y, de un fuerte movimiento, la retorció hasta que liberó la daga.

El hombre había empezado a gritar cuando Kalimbel empuño la daga y la hundió entre las costillas de su oponente, cortando su grito para siempre. Al segundo siguiente, la extrajo del cuerpo y apuñaló al segundo hombre, que ya había comenzado a desenvainar su espada. El bárbaro le sostuvo la mirada mientras retorcía el puñal en sus entrañas y la vida escapaba de sus ojos. No tardó más de unos segundos en derrumbarse pesadamente al suelo.

Kalimbel, en silencio, contempló la estancia mientras se frotaba sus doloridas muñecas. Parecía una roñosa habitación de un desvencijado hostal. No parecía que hubiera más estralgianos en el exterior. Después, sorteando los cadáveres en el suelo, llegó hasta los pergaminos de los que habían estado hablando los asesinos y los guardó en su cinturón.

Bueno, no hay mal que por bien no venga, se dijo a sí mismo.

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El sudor perlaba la frente de Ilmar mientras poseía arrebatadamente a Calibi en el camastro de una posada de la atestada Norca, una de las ciudades-estado más ricas y populosas de Fangslieb. Unos momentos antes, el cazarrecompensas se había ofrecido a enseñar unas clases de esgrima al joven príncipe para que pudiera defenderse de los peligros que les aguardaban en el viaje. Hacía mucho calor, así que ambos se habían desvestido hasta casi quedar semidesnudos. Ilmar se había colocado a su espalda para mostrarle los movimientos del brazo con la espada y no había transcurrido mucho tiempo hasta que la creciente erección del guerrero se había clavado entre las nalgas de Calibi.

Ambos se habían limitado a mirarse mientras el cazarrecompensas le tendía suavemente bocabajo sobre la cama y le despojaba de sus últimas ropas. A continuación, mientras le besaba en la nuca, le había introducido lentamente su pene por sus sudadas nalgas hasta deslizarlo gradualmente por su encharcado agujerito. La danza había ido acelerándose paulatinamente hasta que en la habitación sólo se oían los húmedos golpeteos de las caderas del moreno guerrero contra las nalgas del rubio príncipe y ahogados jadeos de placer.

-Hola, parejita.

Durum acababa de abrir la puerta y entraba despreocupado en la estancia.

-Ho…Hola, Durum… ufff... –Calibi apenas era capaz de articular palabra por el inmenso placer que sentía mientras el mango de Ilmar se retorcía por sus entrañas.

El gigantesco hombre se inclinó para besar al muchacho antes de liberar su gruesa verga, ya de un tamaño considerable a pesar de no estar erecta, y colocarla a escasos centímetros del rostro del joven. Calibi no dudó ni por un instante: se la llevó a la boca para empezar a regalarla unos húmedos lametones, dificultados por los empujones que Ilmar le propinaba por detrás cada vez que le enculaba. Durum continuó hablando.

-Acabo de encontrarme con Fingar el escurridizo, ¿te acuerdas de él, Ilmar? Me debía un par de favores, así que me ha contado que ha visto a un par de celebridades por aquí rondando.

-¿Quiénes? Me tienes… Mmmhhh…intrigado

-Te daré una pista… Uno tiene el pelo largo y negro y los ojos rasgados y el otro las orejas puntiagudas… Mmm… Qué bien lo haces, ojazos. Eres maravilloso.

-¡Inial y Aniyel!

-Glabsss… Glub… ¿Quiénes? Ufff

-Los dos mejores ladrones de todo Fangslieb, ojazos. Y preguntando al posadero, me ha dicho que dos encapuchados han alquilado después de nosotros una habitación en nuestra planta.

-¡Fiuuu! Esto se pone interesante. Parece obvio que su objetivo es nuestro diamante negro. –La vista de Ilmar se desvió hasta un pequeño saquito sobre la cama. –Pero se… lo… impediremos… ufff… Uooohhh

Ilmar embistió las nalgas de Calibi con dos fuertes envites para, a continuación, detenerse mientras gemía, abrazaba a su amante y le llenaba sus intestinos de su cálido semen. Calibi gimió, jadeante de placer. Tras salir de su amante, Ilmar se levantó, desnudo, y comenzó a deambular por la habitación con aspecto pensativo. Mientras, Durum, con su verga ya plenamente erecta, como un pequeño tronco, levantó al joven príncipe en volandas como si no pesara nada y, sentándose sobre la cama, colocó al jadeante muchacho sobre su grueso mango. Conteniendo el aliento, Durum fue dejándole caer suavemente sobre su venoso falo, ensartándole y conquistando totalmente su culo. Al poco, el ano de Calibi había engullido casi totalmente el enorme mango del gigantesco pelirrojo. Como tantas otras veces, el rubio príncipe se sintió empalado, sus entrañas totalmente rellenas por el titánico falo del pelirrojo cazarrecompensas. Tuvo que morderse el labio para no gritar de placer.

-Creo que atacarán esta misma noche. ¿Cómo lo harán? Veamos… Mmm… -Ilmar daba vueltas a la habitación, ajeno a los agónicos jadeos y gemidos de sus dos compañeros. –Puede que por la ventana… No. Sería más fácil drogar nuestra cena y entrar en la habitación y arrebatarnos el diamante negro sin oposición por nuestra parte. Sí, creo que sí.

Sujetándole por las caderas, Durum levantaba y volvía a bajar al desfallecido Calibi, ensartándole en su falo cada vez. El gigante besó la oreja del muchacho quien torció el cuello para, a duras penas, buscar la lengua de Durum y entrelazarla con la suya. La mano del titánico guerrero buscó el pene del príncipe, comprobando que ya estaba duro y listo. Ilmar proseguía su monólogo.

-Esta noche pediremos que suban la cena a nuestra habitación, no la comeremos, esperaremos que hagan su aparición los dos ladronzuelos y los atraparemos con las manos en la masa. ¿Qué os parece el plan?

Durum se tensó mientras sujetaba al tembloroso Calibi y llegaban casi simultáneamente al orgasmo. El guerrero llenó de su caliente puré el interior del muchacho mientras éste eyaculaba al ser masturbado por el gigantón.

-Uahhh… ¡Genial!

-Ooohhh… me corro… me corro

Ilmar sonrió divertido.

-Vaya, celebro que os haya gustado tanto mi plan.

Afuera, en el exterior de la posada, las lunas brillaban en el firmamento. Las calles estaban silenciosas y vacías. Todo Norca parecía dormir. Dos sombras negras como las alas de un cuervo se deslizaron por el pasillo. La posada se hallaba completamente sumida en penumbras y silencio, sólo roto ocasionalmente por algún ronquido ocasional o el lejano ladrido de un perro. Las dos sombras avanzaron sin hacer el más mínimo ruido hasta llegar a su destino. Una vez ante la puerta, ambas se retiraron los embozos y se besaron rápidamente, como si se dieran suerte, antes de volver a subírselos.

Una de las sombras permaneció expectante, mientras la otra deslizaba por debajo de la puerta un paño. A continuación, con un gancho alargado procedió a empujar la llave de la cerradura desde el exterior muy lentamente, hasta que, una vez fuera de la cerradura, la llave cayó por efecto de la gravedad, aterrizando sobre el pedazo de tela acolchado sin hacer más que un leve ruido. El hombre encapuchado tiró meticulosamente del extremo del paño hasta que la llave asomó en el exterior. Con la llave en su poder y muy cuidadosamente, la encajó en la cerradura e, intentando hacer el menor ruido posible, abrió la puerta.

Las dos sombras echaron un rápido vistazo a la habitación antes de entrar. Todo parecía bajo control. Los tres hombres roncaban a pierna suelta. El somnífero que les habían suministrado en el asado de la cena había dado resultado. Una de las sombras hizo una señal a la otra para que procediera a registrar los petates y demás enseres junto a una de las camas mientras él hacía lo mismo con los otros.

De pronto, una de las sombras se quedó inmóvil. Había algo que no cuadraba. Podía distinguir en la penumbra el asado en un rincón, cuyo agradable olor invadía toda la estancia. Parecía intacto, como si los ocupantes de la habitación no hubieran probado bocado. Pero entonces, ¿cómo es que…? Los ojos rasgados del ladrón se abrieron como platos y levantó su puño para alertar a su compañero. Fue demasiado tarde. Los ocupantes de las camas saltaron desde ellas hasta los ladrones mientras uno de los hombres, un muchacho rubio encendía una vela, iluminando la estancia.

Uno de los cazarrecompensas, un gigante pelirrojo se arrojó sobre el semielfo, atrapándole y arrojándose sobre él en el suelo. A pesar de su agilidad, el ladrón quedó aprisionado e inmóvil, a merced del guerrero. Inial estaba a punto de huir pero miró con desesperación hacia su compañero atrapado. No quería escapar dejándole a merced de los cazarrecompensas. La duda le paralizó durante unos segundos, suficientes para que el cazarrecompensas moreno le atrapara por la cintura y le derribara al suelo. El guerrero le retorció el brazo, reduciéndole. Sintiéndose atrapado, Inial sacó de su cinturón el diamante negro y lo llevó hasta su boca para tragarlo, con la intención de que sus enemigos no pudieran pescarlo. El movimiento fue advertido por el guerrero que, creyendo que se trataba de alguna cápsula con veneno, le detuvo para impedir que se suicidara, sujetando su muñeca y sacando con dificultad el objeto de su boca, antes de que sus ojos casi se salieran de sus órbitas cuando descubrió de qué se trataba el objeto.

-¡Suéltame, maldito! ¡Es mío!

-Ah, no, de eso nada. Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

Inial retorció el brazo del ladrón para que éste se mantuviera quieto mientras alzaba el diamante en dirección a Calibi y Durum, que procedían a atar a Aniyel.

-Nos ha sonreído la fortuna, chicos. ¡El segundo diamante es nuestro!

Ilmar, Durum y Calibi contemplaban extasiados los dos diamantes negros sobre la cama. Eran preciosos, reflejando en su superficie de ébano la luz de la vela y despidiendo unos fulgores brillantes por toda la estancia. A sus pies, sobre el suelo de madera, se retorcían los dos ladrones firmemente amarrados. Ambos estaban desnudos ya que los cazarrecompensas les habían registrado por si portaban algún arma. Durum dio una sonora cachetada sobre la nalga del semielfo.

-¡Ouch!

-La verdad es que os merecéis una lección, ladronzuelos, pero vamos a ser magnánimos. Después de todo, gracias a vosotros, ya tenemos dos de los tres diamantes. Por cierto, ¿os habían dicho alguna vez que tenéis dos culitos maravillosos?

Intentando disimular el rubor de sus mejillas, Inial, el ladrón moreno de ojos oblicuos intentó aparentar firmeza, pero fue difícil mientras las manos del enorme guerrero le separaban rudamente las nalgas, dejando al descubierto su arrugado orificio anal, que se abrió sin dilación cuando dos gruesos dedos del pelirrojo gigante juguetearon con el indefenso ano.

-¿Y qué vais a hacer…? ¡Auu! ¿Entregarnos… ungg… a las autoridades de Norca? Lo dudo. Les hablaríamos de los diamantes y os… Ouch… os los quitarían a vosotros también. Pronto nos lograremos escapar y los diamantes serán nuestros.

Ilmar sonrió ante la baladronada.

-No lo creo. No sabéis dónde buscar el tercer diamante. Cuando hayáis podido liberaros ya estaremos muy lejos. Tan sólo hay que lograr reteneros un par de días aquí en Norca y se me ocurre una forma perfecta de hacerlo.

La expresión en el rostro de Ilmar provocó un escalofrío en los dos ladrones.

Plumban, el mesonero, subió extrañado a la habitación que los cazarrecompensas acababan de dejar libre. Éstos, al partir, le habían dicho que no se olvidara de subir que iba a gustarle la propina que le habían dejado, mientras intentaban que no se les escapara la risa. El grueso posadero abrió la puerta y, tras lograr cerrar la boca abierta por la sorpresa, a punto estuvo de soltar una carcajada de placer.

Sobre la cama estaban dos hombres jóvenes desnudos, atados firmemente boca abajo. Las cuerdas anudaban sus manos atadas a los tobillos, lo que provocaba que sus rostros quedaran a la altura de las sábanas pero sus nalgas quedaran levantadas, mostrando sus culitos en pompa. Plumban permaneció un buen rato contemplando los hermosos traseros de ambos, con sus rosados anos a la vista, mientras los dos hombres farfullaban y gemían, con las bocas amordazadas, incapaces de hablar. Se retorcían pero eran incapaces de liberarse.

-Así se las ponían al rey Filipous II. –Plumban, sin poder resistirse, se desnudó, revelando un cuerpo grueso y velludo con un buen miembro ya erecto. Con deleite, se acercó a los indefensos ladronzuelos, quienes gimieron asustados ante los que iba a sucederles.

¿A cuál de los dos sodomizaría primero? Se preguntó para sí el posadero. ¿El hermoso joven de largos cabellos morenos y ojos rasgados? ¿O el bello semielfo de orejas puntiagudas y sedoso cabello castaño? La verdad es que no tenía mucha importancia. Ambos eran muy apuestos y su pene no iba a quedarse sin catar unos anos tan sublimes.

-Creo que empezaré por ti, querido.

Dando una firme cachetada en las nalgas del moreno de ojos rasgados, que provocó que gimiera lastimeramente a través de la mordaza, Plumban posó su glande en el ano del hombre. Inial intentó resistirse pero estaba firmemente atado, así que sólo pudo gimotear desconsoladamente mientras la gruesa verga del posadero se abría paso por su dolorido esfínter invadiendo sus entrañas. La lengua del hombre comenzó a lamerle la mejilla, introduciéndose por su oreja. El ladrón de ojos rasgados meneó su trasero febrilmente, intentando resistirse pero logrando únicamente que la verga se hundiera más y más en las profundidades de su culo.

-Ufff… Eres maravilloso, tan apretadito

-Ungggg… mmfff… mfff

Aniyel, el semielfo, gimió y se retorció, incapaz de ayudar a su amigo. Plumban se giró sonriente hacia él.

-Y tú no te preocupes, querido, que ahora vas a tener tu ración de polla

Con la mano izquierda, el posadero acarició las nalgas del semielfo sin dejar de penetrar a su compañero, usando la mano derecha para sujetar la cadera del sodomizado Inial. Jadeando, metió dos dedos por el ano de Aniyel, quien emitió pequeños chillidos a través de la mordaza, cerrando los ojos con fuerza mientras los gruesos dedos del mesonero penetraban zafiamente en sus delicadas entrañas, explorando su interior.

-Ooohhh… Sois magníficos

El posadero sacó su gruesa verga del ano de Inial y comenzó a repartir sus atenciones entre los traseros de ambos ladrones. Plumban los penetró por turnos, saltando de un culo al otro, escuchando extasiado el gemido de cada ladrón penetrado que se alternaba con el de su compañero cuando le tocaba el turno de recibir. El posadero no parecía atreverse a decidir cuál de aquellos agujeros recibiría su cálido puré. El pequeño esfínter del semielfo triunfó finalmente y Aniyel no pudo evitar gemir cuando el velludo hombre se derramó en sus entrañas. Atado como estaba no pudo sino abrir y cerrar las manos impotentemente.

-Ufff… Ésta es la propina más generosa que he recibido en mi vida.

El jadeante Inial contempló cómo el posadero sacó poco a poco su firme estoque del culito de su amigo, lanzando todavía chorros de semen sobre su espalda y abrió los ojos de par en par cuando observó que el falo no había perdido un solo ápice de su rigor. Tragó saliva. La pregunta de cuánto resistiría el posadero antes de cansarse y liberarles pasó a ser si resistirían Aniyel y él el vigor y la energía del lujurioso posadero. El ladrón temió que cuando el hombre les desatara para permitir que comieran, iban a estar demasiado hechos polvo y con el trasero demasiado escocido como para intentar siquiera huir.

Inial comenzó a gemir cuando la gruesa verga de Plumban se empotró de nuevo en su maltrecho culito. Lo peor es que la situación le resultaba tremendamente humillante y notar cómo ese obeso gañán le poseía comenzó a excitarle a su pesar. Con cada estocada de la verga del posadero entrando y saliendo de sus entrañas, Inial notó cómo su pene crecía más y más.

El posadero rió de puro placer mientras palpaba el erecto falo del ladrón.

-Vaya, está bien duro, ¿eh? Veo que te gusta cómo te follo el culo, cochinote

Inial no lo pudo aguantar más. Gimiendo descontroladamente y gracias a los zafios toqueteos de Plumban en su verga, el ladrón se vino sobre la cama, derramando su esencia en varios chorros, sin que el posadero dejara de poseerle por el ano. Por los dioses, ¿es que ese hombre era insaciable? La mordaza comenzó a moverse de sus labios e Inial sólo atinó a mascullar "mafdito feaf, Ifmar" entre jadeo y jadeo.

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Calibi contemplaba ensimismado el pergamino que indicaba la localización del tercer diamante. Tras varios días de dura marcha al norte, habían acampado en el bosque, alrededor de una hoguera.

-Parece que el último diamante negro está escondido en una gruta en las montañas de alrededor nuestro. No obstante, el mapa está incompleto. Es como si faltara algún fragmento y sólo superponiendo todos se lograra revelar el lugar exacto. Sin el pergamino que falta, encontrar el diamante va a ser como buscar una aguja en un pajar.

Durum e Ilmar se miraron apesadumbrados. Estaban rozando el final de su misión, tan cerca pero a la vez tan lejos. El diamante podía estar a escasos kilómetros, pero no tenían posibilidad de saber dónde. Durum pensó en voz alta.

-Es desesperante. Tener los otros dos diamantes y rozar el tercero

Ilmar intentó cavilar a toda prisa. ¿Qué podían hacer? Seguro que había alguna forma.

Una fría voz familiar le sacó de sus cavilaciones.

-¿Buscáis esto?

Un hombre joven ataviado con una oscura armadura de cuero tachonado sostenía burlonamente un pergamino en una de sus manos. Era rubio, con una mirada gélida como un frío mar. Unos tatuajes como unos espirales en su mejilla denotaban un origen norteño.

-Kalimbel.

-Me agrada que todavía me recuerdes, Ilmar.

El cazarrecompensas se había llevado la mano a la empuñadura de su espada. Kalimbel sonrió.

-Paz. Por el momento. Veo que vosotros tenéis algo que me interesa y yo tengo algo que os interesa a vosotros. Propongo una tregua temporal. Aunar esfuerzos hasta conseguir el tercer diamante y luego… En fin, ya sabéis… Por cierto, debo felicitaros. Conseguir los otros dos no ha debido ser tarea nada fácil. ¿Y bien? ¿Qué decís?

Durum gruñó, enfadado consigo mismo por haber revelado que ya poseían los otros dos. Ilmar le hizo un gesto para que lo olvidara. El gigante pelirrojo se acercó para susurrarle a su amigo.

-¿Te fías de él?

-Dicen que es preferible fiarse de un perro rabioso antes que de un festun, pero no nos está engañando. Una vez que consigamos el diamante, intentará matarnos y quedarse con los tres.

-¿Y qué hacemos?

-Aceptar. No nos queda otra opción.

Ilmar se dirigió hacia el norteño.

-Está bien. Aceptamos. Tregua hasta conseguir el diamante.

Kalimbel sonrió maliciosamente antes de avanzar hacia la hoguera.

Continuará