Cuentos de Fangslieb (1)

Fangslieb, un mundo de crueles guerreros donde impera la ley del más fuerte. Una profecía que dice que aquél que consiga los tres diamantes negros, conquistará el mundo.

CUENTOS DE FANGSLIEB (I)

Se cuenta que Fangslieb es un mundo cruel y despiadado. Un mundo de vastos bosques milenarios y escarpadas montañas, de cálidas llanuras y áridos desiertos. Duro y brutal, es un mundo donde impera la ley del más fuerte, un mundo hollado por duros guerreros que imponen su voluntad a aquellos más débiles.

El mundo de Fangslieb está repleto de desperdigados reinos diminutos, sin que ninguno tenga la suficiente fuerza para someter al resto, pero asimismo sin la suficiente inteligencia como para dejar de intentarlo. Es por ello que esos pequeños reinos guerrean sin cesar desde el albor de los tiempos, atacándose unos a otros, venciendo a sus vecinos, conquistando y siendo conquistados a continuación, sin solución de continuidad. Es por ello que Fangslieb es el paraíso de los mercenarios, de aquellos que hacen de la guerra su profesión, de aquellos que aman el lenguaje de las armas, el entrechocar de las espadas en el campo de batalla, la sangre derramada que cubre la tierra, como tantas veces ha sucedido y tantas veces sucederá hasta el final de los tiempos. Un mundo de guerra sin fin.

No obstante, recientemente, un erudito de una de las ciudades-estado de Tausen, logró descifrar uno de los antiguos pergaminos de la legendaria Biblioteca de Marfil. El pergamino describía una profecía sobre tres diamantes negros que proporcionarían a su portador un poder sin igual. Aunque no llegó a descifrar todas las palabras, pronto el rumor se extendió por los reinos adyacentes. En público, todos los reyes se burlaban con estruendosas carcajadas de esos ridículos "cuentos para niños". En privado, esos mismos reyes se apresuraban a contratar mercenarios y cazarrecompensas para conseguir esos elusivos diamantes y conquistar el mundo.

Ilmar resopló mientras contemplaba el horizonte, en la linde del frondoso bosque. La segunda luna comenzaba a hacer aparición, anunciando la llegada de la noche. Su compañero y él llevaban un buen ritmo, podían permitirse aflojar la marcha. Ilmar suspiró, mientras se retiraba el sudor de su largo pelo negro. Era alto, de tez bronceada, una incipiente barba y una marca de nacimiento que parecía el beso de unos labios en su mejilla, un favorable presagio que hacía que hombres y mujeres por igual se sintieran atraídos y cayeran rendidos a los pies del cazarrecompensas.

Le acompañaba Durum, una montaña ambulante, un verdadero coloso de bronceada piel, de más de dos metros y de grandes proporciones en todo. Brazos descomunales y fornidas piernas, un cuello de toro y una larga melena rojiza que enmarcaba un pecoso rostro de gruesa mandíbula. Apenas vestía poco más que un taparrabos de cuero y llevaba el torso desnudo pues apenas había coraza metálica que pudiera cubrir su amplísimo tórax.

Ilmar pensó en los acontecimientos de los días pasados. Rallius, el mismísimo Mayordomo Real del Reino de Tausen se había reunido discretamente en uno de los aposentos privados del palacio de su majestad Thornblad con los dos cazarrecompensas. La entrevista fue breve. Rallius habló de los tres diamantes negros, de la necesidad de conseguirlos y depositó sobre la mesa una gran cantidad de oro y joyas, más de la que ambos guerreros habían visto en toda su vida para, a continuación, prometer el triple si llevaban a buen término la misión o una muerte lenta y dolorosa si fracasaban. El oro nubló el entendimiento de Ilmar y Durum y se apresuraron a aceptar tan peligrosa misión sin pensárselo dos veces. El mayordomo les tendió unos mapas viejos que presuntamente señalaban la localización de las fabulosas joyas: la cueva de una bruja, el pico de una montaña y una caverna subterránea. La reunión terminó acto seguido, como si nunca hubiera tenido lugar.

Ilmar frunció el ceño, preocupado. Sabía que conseguir las joyas, siendo una tarea titánica, era sólo uno de sus problemas. Evitar a los otros grupos de cazarrecompensas que también las buscaban iba a ser igual de difícil. Había dónde elegir: el belicoso reino bárbaro de Festun, en el norte más allá del Mar de las Garras, los condados de Tántalo, al sur, los reinos de Coldeg, de Brigstag, la tierra de los enanos

Un solo problema por vez, se dijo a si mismo. Ahora se dirigían hacia el Pantano Aullante para acabar con la bruja que guardaba el diamante y así conseguir el primero de ellos.

La voz de Durum sacó a Ilmar de sus cavilaciones.

-Oye, Ilmar, ya estoy harto de andar caminando todo el día –rezongó –hace días que no bebemos ni una gota de grog y que no meto mi juguetona herramienta en ninguna cavidad.

Ilmar sonrió por el florido lenguaje de su amigo. –Calma, Durum, que hace tan sólo tres días que te acostaste con dos bailarinas en la corte del rey. ¿Es que siempre estás cachondo?

-Siempre, amigo mío, ya lo deberías saber.

Ilmar casi gritó cuando uno de los gruesos brazos le rodeó el pecho por sorpresa, aprisionándole contra el sudado torso de su amigo. El moreno cazarecompensas gimió cuando dos dedos del gigante se deslizaron entre sus pantalones de cuero y se posaron en su arrugado esfínter. Con un movimiento fluido y ayudado por el intenso sudor, los dedos del pelirrojo titán entraron en su interior con facilidad y se movieron como dos inquietas culebras.

-Unggg… No tenemos tiempo para eso… Si nos retrasamos, el rey nos empalará… ufff

-Jajaja –el pelirrojo se rió estruendosamente –por lo pronto voy a ser yo el que te empale ahora, amigo mío.

Ilmar se preparó para recibir la tremenda verga de su camarada, tan gruesa y cubierta de grandes venas pero, como tantas otras veces, no estaba preparado.

-Unggg… -Ilmar se mordió el labio para no gritar mientras el colosal mango de carne se abría paso lentamente por sus entrañas. Pronto se sintió literalmente empalado. Era como si una oscura deidad le ensartara con unas poderosas manos gruesas y rugosas. La lúbrica intrusión continuó durante bastante tiempo, enloqueciéndole, notando cómo su gigantesco amigo estaba en su interior en tórrida comunión, invadiéndole todas sus entrañas. La mano de Durum atenazó su miembro y la movió rápidamente arriba y abajo.

-Ahhh… ahhh… –Ilmar no pudo sino jadear continuamente, sin poder concentrarse en nada salvo en el placer que le abrasaba y consumía. Pronto su cuerpo se convulsionó.

Durum le mordisqueaba la oreja mientras le susurraba: -Así, así, muy bien, vamos, córrete, camarada, córrete, eso es.

Ilmar, presa de fuertes espasmos, se derramó en la mano de Durum mientras su cuerpo desmadejado tenía que ser sujeto por el musculoso gigante, que no dejaba de encularlo hasta que descargó su puré en su interior, regando sus intestinos y escapando parte por su esfínter, resbalando por su muslo.

El guerrero moreno miró a su amante con expresión atolondrada. Hacía ya casi dos años que se había prendado de los castaños ojos del gigantesco pelirrojo, el mejor amigo y amante que jamás había tenido. La formidable verga, todavía erecta, fue saliendo poco a poco de su encendido trasero, arrancándole algún quejido más de placer que de verdadero dolor. Ilmar buscó su mirada de nuevo. Como tantas otras veces, pensó que nunca en su vida había sentido unos ojos que le contemplaran con tanta dulzura como los de aquel hombre. Él, un rudo cazarrecompensas que sólo había conocido una vida de violencia y dureza, estaba desarmado por su dulzura, por esa mirada que le sonreía mientras le llenaba las entrañas de su grumoso semen.

Ambos hombres se dejaron caer exhaustos sobre el mullido musgo del bosque, resoplando por la intensa sesión de sexo. El sol había comenzado a ocultarse.

Ilmar no supo cuánto tiempo había transcurrido cuando escuchó un ligero sonido cercano, como una rama quebrada. Con un ligero toque, despertó a su adormilado compañero, que con un leve asentimiento le indicó que estaba listo. "Entretenle como puedas, voy a intentar sorprenderle por la espalda" susurró Ilmar a su compañero. En el momento de incorporarse, el moreno guerrero se arrepintió de la idea. Su ano le escocía por la feroz cabalgada a la que le había sometido Durum. Intentando ignorar el placentero dolor, se internó en la espesura, tan silencioso como pudo, hacia el origen de los sonidos.

Pronto lo pudo divisar. Entre unos arbustos, un muchacho joven y rubio contemplaba al desnudo Durum, que se había tumbado y se tocaba su verga semi erecta. "Menudo cochino es Durum" pensó Ilmar para sí, pero tuvo que reconocer que el truco funcionaba a la perfección. El intruso, ajeno a todo, se había bajado sus pantalones y, ensimismado por el erótico espectáculo, comenzaba a masturbarse lentamente.

El intruso chilló por la sorpresa cuando Ilmar le apresó por detrás y, cargando con él como si fuera un saco, lo llevó hasta el claro donde reposaba el otro cazarrecompensas y lo dejó caer sin delicadeza entre ambos, aterrizando sobre su desnudo trasero.

-Vaya, vaya, ¿pero qué tenemos aquí? –Los dos cazarrecompensas rieron, aumentando el terror del muchacho, por mucho que éste hiciera esfuerzos por ocultarlo y por subirse sus pantalones. El rubicundo chico no podía dejar de temblar. Su rostro era pecoso, su nariz respingona y sus ojos almendrados muy grandes y asustados. A Ilmar le recordaba a alguien. Sus ropas eran de calidad y sus pantalones de fina tela, aunque por las rodillas, denotaban un origen acaudalado.

-¿Quién eres y por qué nos seguías, ojazos? Si no nos contestas, mi juguetona herramienta estará encantada de hacerte hablar.

El joven no pudo dejar de contemplar el enorme mango de Durum, grueso y cubierto de venas que se agitaba a escasos centímetros de su rostro. Intentó hablar pero no pudo dejar de tartamudear.

-Yo só… yo sólo quería

Ilmar se golpeó la frente con la palma abierta. -¡Ya sé quién es! Con razón me sonaba su cara. ¡Es Calibi, el príncipe de Tausen, el hijo de Thornblad!

Durum rió, sin impresionarse. -¡Vaya, deberíamos estar halagados! ¡Nada menos que un noble ante nosotros! Pero eso no responde a mi pregunta.

Calibi continuó temblando. –Os he seguido desde Tausen.

-¿Y por qué, mi joven príncipe?

-Lo cierto es que la vida en palacio es… es… aburrida. Y me ha impresionado ver dos guerreros como vosotros. Quería… quería seguiros y ser un aventurero, como vosotros. Quiero decir… Compartir… compartir vues… vuestras aventuras… ¿Podríais dejarme ser vuestro escudero?

Durum rió de buena gana, pero Ilmar no pudo sino resoplar por la contrariedad.

-¡Maldita sea! No podemos llevárnoslo sin más. Aunque sea un crío, es el príncipe, debemos volver a Tausen y

-Ni hablar. Tú mismo dijiste antes que no teníamos tiempo que malgastar.

-¡No, por favor! No me llevéis de vuelta a palacio, mi padre me molería a golpes. Haré cualquier cosa que queráis, por favor. Además, no soy un crío, tengo ya dieciocho años. ¡Seré vuestro escudero! Cocinaré para vosotros… Lo que sea.

Durum sonrió con lujuria.

-Ya le has oído. Lo que sea. Además, mi herramienta juguetona nunca ha catado el culo de un príncipe. ¿Será tan dulce como parece?

El gigante pelirrojo colocó una enorme mano en el hombro del muchacho y, con delicadeza, le hizo arrodillarse ante él.

-¿Me vais… Me vais a nombrar escudero?

-Sí, algo parecido. –Rió Durum.

Sin más preámbulos, Durum acercó su gruesa verga al rostro del muchacho, que, sacando la lengua, procedió a ensalivarla con avidez. Ilmar se fijó en que la erección del joven volvió a hacer acto de presencia. Sin duda, estaba disfrutando de lo lindo.

Una vez Durum lució una húmeda y tremenda erección, procedió a dar la vuelta al chico, dejándole bocabajo con los codos apoyados en el suelo y su culito respingón bien alto. Calibi gimió, asustado y excitado por lo que sucedería después. Las rudas manos de Durum sobaron y masajearon a conciencia las tersas nalgas del joven, hasta separarlas y dejar al descubierto el arrugado orificio anal del joven, que no pudo evitar enrojecer por la deshonrosa situación: unas finas nalgas de la realeza a disposición y disfrute de un tosco villano. Pero el placer no entiende de clases sociales, por lo que los gemidos de placer de Calibi brotaron descaradamente de su garganta sin poder contenerse.

Un grueso dedo del gigante bronceado se metió entre los labios del rubio muchacho quien lo chupó de nuevo, muy excitado. El dedo procedió a continuación a hundirse en sus entrañas, como un estoque hendiendo la carne, lo que arrancó nuevos gemidos del desnudo príncipe, sintiendo el invasivo dedo explorando su interior, entrando en su cálido ano, preparándole para lo que vendría a continuación.

No pasó un segundo hasta que el dedo fue remplazado por una más que gruesa verga que, trabajosamente, fue incrustándose en el estrecho ano del rubio muchacho, que no pudo reprimir quejidos de dolor al ser literalmente empalado por el titánico falo. Movió sus brazos y caderas, pero Durum le mantuvo firmemente sujeto mientras le penetraba lentamente, permitiendo al joven adaptar los músculos de su esfínter al grueso de la formidable verga. Pronto, el desventurado ano del muchacho quedó ensartado por la enorme arma de carne. Ilmar sintió aprensión por el doloroso padecimiento que Calibi debía estar sufriendo y, arrodillándose, le besó en los labios para calmarle.

-Tranquilo, ojazos. Puede que ahora duela un poco, pero ya verás cómo te gusta.

-Iiiieggg… -Las lágrimas caían por las sonrosadas mejillas del príncipe. –Me está destrozando mi… unggg… pobre culito

-Chssst. –Ilmar le besó de nuevo y enredó su lengua con la suya para acallar los quejidos del sufrido joven.

Los lentos movimientos del gigante, entrando y saliendo del muchacho y sus continuos pellizcos en los pezones de Calibi pronto dieron sus frutos y los gimoteos del joven dieron paso a unos dulces gemidos cada vez que el grueso mango se empotraba en su interior. Ilmar reparó que incluso el muchacho meneaba instintivamente las caderas para facilitar la penetración.

-Así, ahora mejor ¿verdad? Te gusta que te follen por el culito, ¿eh, ojazos?

-Mmmsssí… Sí… Ufff

Ilmar no pudo aguantar más. Su erección comenzaba a hacerle daño. Levantándose un poco, puso su falo junto al rostro de Calibi que, excitado más allá de lo indecible, metió su verga en su boca y comenzó a chuparla con fruición. A la vista de Ilmar quedó el tremendo pelirrojo que, sudoroso, no dejaba de encular al muchacho. La fresca brisa del bosque le envolvió, haciéndole dar un respingo de placer, mientras la lengua de Calibi recorría arriba y abajo su erecta verga.

Los ataques se sucedieron, como si se tratara de dos caballeros rampantes que asediaran una fortaleza, la cual, ante la insistencia y poder de los envites, se veía obligada a capitular y rendirse, quedando a la merced y capricho de los vigorosos sitiadores. Los arietes penetraban turnándose, ahora por boca, ahora por ano. Y cada uno de ellos arrancaba un gemido de placer del rubio príncipe que, sin poder evitarlo, llegó al orgasmo con unos agudos grititos, para risa de los dos cazarrecompensas y azoramiento del propio Calibi. Tras lo que parecieron horas, como a una invisible señal, Ilmar y Durum descargaron a la vez, inundando sus entrañas de su esencia. La gruesa verga del bronceado gigante siguió descargando chorros de semen incluso después de salir viscosamente del ano del joven, bañando con su puré las nalgas, la espalda e incluso el cabello del rubio príncipe. A su vez, Ilmar llenó su boca y garganta de un río de su esencia, desbordando por labios y nariz. Varios chorros de la espesa sustancia golpearon el atractivo rostro del hijo del rey, manchando su cara y cabellos.

Calibi cayó al suelo desmadejado, sin que sus temblorosas extremidades pudieran sostenerle, como una muñeca rota, totalmente empapado en sus flujos. Mientras, jadeantes, los dos cazarrecompensas se besaban con pasión, entrelazando sus lenguas.

Un tiempo más tarde, Durum e Ilmar estaban tumbados desnudos sobre la hierba, con las manos bajo sus nucas, contemplando las estrellas mientras Calibi hundía su cabeza alternativamente entre las piernas de los dos hombres, afanándose en lamer con fruición sus miembros semi erectos, poniéndolos de nuevo a punto para otra sesión de sexo.

-¿Sabes, Durum? Creo que has tenido una idea magnífica dejando que Calibi nos acompañe.

-¿Lo dudabas? –Sonrió el enorme guerrero antes de mirar hacia el lamedor príncipe. –Lo haces muy bien, ojazos. ¿Seguro que nunca antes te habías dedicado a estos menesteres?

-Mmm… glabsss… Glup… mmmfff… -Calibi intentó responder, pero las gruesas vergas de los hombres en su boca le impidieron hablar.

Los dos cazarrecompensas rieron.

----------0---------

Aquella misma noche, muchos kilómetros al oeste, una figura encapuchada recorría con paso rápido las desiertas calles de la ciudad de Bereng, sorteando callejuelas y oscuros pasadizos hasta llegar al portal que buscaba.

Mirando furtivamente a derecha e izquierda, el hombre se internó en el lóbrego edificio. Como ya sabía, la puerta estaría abierta. En el interior de los aposentos, otra figura le aguardaba en la penumbra.

-¿Has tenido algún problema? –Su voz, aunque preocupada, tenía un ligero matiz cantarín que, junto a sus puntiagudas orejas, revelaban al interlocutor como un semielfo, un mestizo fruto de la prohibida relación entre humanos y los reclusivos elfos del bosque de Tabenlor.

El otro hombre sonrió bajo la capucha y sacó de uno de sus múltiples bolsillos un diamante negro. El semielfo contuvo el aliento. La joya era extraña, como si la luz no pudiera penetrar en su interior, aunque la luz de la vela de la habitación hizo brillar su facetada superficie con un suave fulgor hipnótico como ninguno de los dos había visto nunca.

-Lo has conseguido, Inial.

-¿Acaso lo dudabas, Aniyel?

El semielfo se acercó sinuosamente al hombre y juntaron los labios en un prolongado y húmedo beso.

-Ni por un momento. ¿Fue difícil?

-Como quitarle el caramelo a un niño. Deslicé un potente narcótico en su bebida y entré en su habitación por la ventana, mientras dormía como un angelito. No me gustaría estar en el mismo reino que ese guerrero cuando se despierte por la mañana y vea que el diamante ha desaparecido.

El tal Inial se quitaba su ajustado traje negro mientras narraba las circunstancias de su robo. A su lado, el semielfo se desprendía de su negra capa. Debajo estaba completamente desnudo, un magnífico cuerpo felino con una gran erección. Los oblicuos ojos del humano brillaron con lujuria indisimulada. Ambos se abrazaron y los labios del semielfo se acercaron a la oreja de su amante antes de susurrarle: "Fóllame, quiero que me folles", sintiéndose deliciosamente sucio al hacerlo.

Inial liberó su ya erecta verga y el semielfo se dispuso a sentarse sobre aquella rosada estaca. Ambos gimieron cuando el pálido culo del castaño semielfo engulló como si nada la verga. Inial se aferró a las hermosas nalgas y ayudó a que cabalgaran sobre su falo durante un buen rato.

Un hilillo de saliva escapaba de la comisura de los labios del semielfo cuando el humano le levantó en volandas y le colocó a cuatro patas. Su verga buscó acomodo entre sus nalgas hasta encontrar su agujero. Un gruñido de placer escapó de la garganta del semielfo cuando su ano se abrió como una flor para acoger el falo del otro ladrón.

Así permanecieron durante un buen rato, sin que en la estancia se oyera más que jadeos, gruñidos y el golpear de la húmeda carne contra la carne, hasta que Inial se vino en las entrañas del semielfo. Éste se masturbo hasta llegar igualmente al orgasmo, gimiendo lastimeramente mientras sentía el falo de su amante todavía retorciéndose dentro de su culo.

Aniyel se encontraba recostado sobre el sudoroso pecho de su Inial, mientras la respiración de ambos se normalizaba. El humano sostuvo un largo mechón castaño del semielfo y se lo llevó hasta su rostro para olerlo.

-Tuviste una idea excelente, Aniyel. ¿Para qué arriesgar el pellejo enfrentándose a brujas y demás monstruos para obtener los diamantes, cuando es más fácil robárselos a los estúpidos aventureros después de que lo hagan ellos?

Aniyel sonrió divertido.

-Ahora sólo tenemos que esperar que algún esforzado cazarrecompensas se enfrente a la bruja, consiga el diamante y después entraremos en acción. Un juego de niños.

----------0---------

Muchos kilómetros al norte, un hombre joven contemplaba la aurora boreal desde la entrada al skalli , la ruidosa morada del rey. Hacía bastante frío, pero apenas lo notaba a pesar de estar vestido con una ligera camisola negra. Se decía, y parecía ser cierto, que los bárbaros del reino de Festun, en el norte, eran insensibles a las bajas temperaturas. Era necesario para sobrevivir en una región tan dura. El invierno se acercaba y se decía que podía congelar a un hombre y romperlo en mil pedazos.

El pálido hombre se palpó inconscientemente los tatuajes rituales en sus mejillas, mientras el cortante viento aullaba a su alrededor, removiendo su largo pelo rubio. A pesar de la rudeza de su pueblo, sus rasgos eran delicados, pero una fiera determinación podía leerse en su azul mirada. El hombre permaneció en silencio, escuchando las susurrantes palabras que traía el viento. Hasta donde su vista alcanzaba se extendían oscuras masas de árboles negros, mecidas por los fríos vientos.

Un fornido guerrero salió de los aposentos del rey y se dirigió al joven.

-Tu padre reclama tu presencia, Kalimbel.

El rubio bárbaro frunció el ceño mientras penetraba en la bulliciosa estancia. Había acudido tan pronto supo que el rey quería verle, aún desconociendo la razón. Desobedecer los deseos del Rey de Festun podía costarle a uno la cabeza, por muy príncipe que uno fuese. El salón de banquetes, el gran salón que servía como sala de festines, de consejo y de residencia del rey se abrió ante él. Las vigas de madera estaban ennegrecidas por el humo por sus enormes fuegos rugientes donde se asaban chorreantes trozos de carne. Enormes guerreros de barbas doradas y ojos salvajes rugían sentados o reclinados en toscos bancos o directamente, tirados cuan largos eran por el suelo. Todos bebían abundantemente de cuernos espumeantes y odres de cuero.

Curiosamente, en contraste con esos salvajes y su orgía de gritos y canciones, de las paredes colgaba un rico y exquisito botín producto de siglos de pillaje del cruel pueblo de Festun. Delicados tapices y telas de seda lucían junto a joyería de la mejor artesanía. Lejos se aventuraban las naves de máscara de dragón de los guerreros del frío norte, como demostraba el variado color de la piel de los aterrorizados esclavos tanto hombres como mujeres que portaban las bebidas, las servían a los norteños y eran apresados y poseídos salvajemente cuando cometían el error de pasar cerca de algún lujurioso bárbaro.

Kalimbel avanzó con decisión, evitando tropezar con algún ocasional borracho hasta llegar a la cabecera de la mesa. En ella se hallaba el propio rey, Haral, de cabellera gris e impresionante musculatura para su edad. Reía y gritaba estimulado por el vino y la cerveza hasta que su mirada se posó en Kalimbel.

-Ahhh… Por fin ha vuelto el hijo pródigo. ¡Traed un cuerno de cerveza para mi hijo!

-¿Me has mandado llamar, padre?

Una sombra cruzó la mirada del rey Haral. Odiaba que le fastidiaran la diversión. Kalimbel tragó saliva pero procuró mantenerse firme. No quería parecer un cobarde delante de su padre.

-¿Has oído hablar de los tres diamantes negros?

-¿Quién no, padre? –Las negras joyas eran la comidilla de los últimos meses. En su último viaje al sur, un comerciante de Tausen le había contado los pormenores de la profecía.

-Bien, quiero que los consigas para mí.

Los ojos de los presentes se abrieron como platos. Kalimbel casi pudo notar la mirada de odio de su hermano mayor, Fiergal Puño de Acero, taladrando su nuca. También pudo escuchar múltiples cuchicheos: "¿por qué él?", "es un debilucho", "no será capaz", "fracasará".

-¿Por qué yo, padre?

-Tu difunta madre decía que tienes más sesera que el resto de tus hermanos juntos. Y para esta misión no basta la fuerza bruta.

Kalimbel sintió una punzada de orgullo. Su padre no le había mostrado nunca la más mínima muestra de afecto y ahora confesaba delante de todos que le creía el más capacitado para la misión.

-Ve, hijo, y no me defraudes. Eres un guerrero de Festun, los Eelegidos de los Dioses. Aplasta al resto de cazarrecompensas que se interpongan en tu camino.

Su padre retiró a un lado su taparrabos de pieles, revelando una enhiesta verga.

-Y ahora, prepárate para recibir mi bendición.

Kalimbel se acercó presuroso. Recibir la bendición del Rey de Festun era un privilegio que no estaba al alcance sino de los más destacados guerreros. El muchacho se acercó hasta estar a escasos centímetros del vigoroso falo. Con parsimonia, el rey restregó su erecta verga por el rostro de Kalimbel, quien cerró los ojos y labios. Pronto el rostro del hombre quedó húmedo y brillante, embadurnado del líquido preseminal de su padre. Éste jugó con su resplandeciente glande y golpeó suavemente con él en las mejillas y nariz de Kalimbel, hasta que pareció cansarse de esos juegos y lo posó sobre los labios del joven, quien abrió la boca para que la verga se internara en la húmeda y cálida cavidad.

-Así, así… Mmm… Degústala, hijo mío, chúpala bien

-Mmm… uofff… glubs

Kalimbel lamió el miembro a conciencia con rítmico movimiento, que creció todavía más, a pesar de la edad de su poseedor. Por fin, tras bastante tiempo, el rey Haral extrajo su falo de la garganta de su hijo, cuyo rostro estaba completamente embadurnado de saliva y efluvios.

-Ufff… Así, Kalimbel, así… Oooouuooohhh… Me corroooo… Toma toda mi leche, hijo mío… Mmmfff

Con un poderoso gruñido, Haral comenzó a eyacular, soltando inacabables chorros de esperma que se estrellaron contra el rostro de Kalimbel durante un buen rato que pareció interminable. El rey jadeaba mientras restregaba su chorreante mango por el inundado rostro de su hijo.

-Partirás esta misma noche y cruzarás el Mar de las Garras en una nave dragón. Que los dioses traigan sangre sobre tu espada y gloria a Festun. No vuelvas sin los tres diamantes.

Kalimbel se relamió los labios mientras salía al frío exterior, con su rostro todavía surcado por el tibio semen. Sentía un poco de desasosiego por la enormidad de su misión, pero sonrió cuando se dio cuenta de que era probable que su camino volviera a cruzarse con el de su viejo enemigo, el cazarrecompensas Ilmar. Y tendría ocasión de vengarse.

Continuará