Cuentos de Amor y Venganza (2)

Segunda parte del relato.

CUENTOS DE AMOR Y VENGANZA (II)

VI

Quendan contempló el pueblo desde la ventana de su mansión, con el corazón encogido. Un bardo había descrito Tholia como el país donde siempre está haciéndose tarde, donde las colinas son niebla y los ríos neblina, donde se demoran la oscuridad y el crepúsculo, y la medianoche no se mueve. La noche lo había invadido todo paulatinamente hasta sumir a Tal, la capital de Tholia, en una negrura sobrecogedora. Pero más tenebroso que todo aquello eran los negros pensamientos que atenazaban su imaginación.

Habían transcurrido ya tres largos días desde que Quendan llegara a Tal, escapando de la emboscada, y dejando atrás a Kyrre, cubriendo su retirada. ¿Dónde podía estar? En cuanto el noble llegó, ordenó que varias patrullas partieran en su búsqueda, hacia el lugar en el que fueron atacados. Pero nada habían hallado. Huellas de lucha, e incluso sangre, ya seca, pero nada más.

Las luces en las casas de los aldeanos se fueron extinguiendo una tras otra. Los aullidos de los lobos se escuchaban sin dificultad en la lejanía, mientras el susurro del río Lantas envolvía sus oídos. Al día siguiente se celebraría el cónclave de notables y se votaría su moción. Debía meditar su discurso de exposición de la propuesta, pero no podía centrarse en prepararlo.

Los froslines se preparaban para atacar a Marán, y arrasarlo a sangre y fuego. La mayoría de sus compatriotas veían con agrado que los caballeros de aquel Reino, sus ancestrales enemigos, fuesen barridos del mapa por la Horda del Norte, pero él era más pragmático. Sabía que el enemigo de hoy puede convertirse en el aliado de mañana, y los bárbaros eran un peligro demasiado grande para no actuar.

Pero en cuanto empezaba a dar vueltas a las ideas en su cabeza, la imagen de Kyrre, siendo herido le asaltaba una y otra vez. Sus guardias le repetían que habían removido cielo y tierra para encontrarle, pero sin duda él podía hacer algo más, ¿pero el qué? ¿Dónde buscarle? ¿Y si había...? Apartó de su mente tan funestos pensamientos.

Escuchó la voz de uno de los guardias tras de él.

-Mi señor, Kyrre ha llegado y solicita veros.

Quendan intentó, casi sin éxito, que su corazón no escapase por su boca. Ante sus ojos, se hallaba un Kyrre de aspecto fatigado, con unas oscuras ojeras y mirada cansada. Su voz sonó un poco baja, como si estuviese avergonzado.

-Te prometí que volvería...

Quendan no escuchó más. Sin importarle la presencia de los guardias, se abalanzó sobre el hombre y, abrazándole, le besó sin poder contener su entusiasmo.

-Quendan...

-¿Si?

-Me estás ahogando...

Quendan ayudó a Kyrre a tenderse bocabajo sobre la cama. El aristócrata ajustó el almohadón de plumas bajo la entrepierna del hombre y acarició con deleite las nalgas del bermejo. Instantes antes, Kyrre le había explicado brevemente cómo logró escapar de los bandidos, mientras ambos se desnudaban, y, por fin, el tiempo de las palabras había dado paso al momento del amor.

-No quiero que te duela.

-Bueno, si me duele, para eso tengo la boca, para decírtelo, ¿no?

-Avísame si...

-¡Empieza de una vez, coño, o acabaré arrepintiéndome!

Kyrre estaba en tensión, eso era evidente, pero no podía evitar jadear. Quendan no pudo descubrir si era de temor o excitación. Lentamente, el noble acercó su rostro hasta las nalgas de su amante. El ano del pelirrojo sabía a culo, igual que todos los demás anos, porque un culo siempre es un culo, y no está hecho de caramelo o pastel de frutas. Eso sí, tras un oportuno baño, y excitado como se hallaba, le supo a gloria. Quendan lo chupó bien e intentó dilatarlo con la lengua e introduciendo un dedo, deseando no hacerle daño.

Quendan se extrañó un poco. No parecía virgen, a pesar de que Kyrre le había dicho que hasta conocerle, no le gustaban los hombres. Cuando el dedo estuvo dentro, lo movió lentamente. El pelirrojo gimió, visiblemente excitado. La entrada parecía bastante dilatada.

El noble le penetró con suavidad. Primero sólo el glande. Kyrre le pidió con señas que parase. Por su expresión parecía que le dolía un poco. Su glande quedó encajado perfectamente en su ano, que se contrajo y pareció estrangularlo. Siguió penetrándole poco a poco. Tras mucha suavidad y ayuda, se la metió entera. Quendan la dejó ahí dentro, sintiéndola dentro de las cálidas entrañas, en tórrida comunión.

Recostándose sobre la pecosa espalda del bermejo, Quendan le besó en el cuello, mientras susurraba en sus oídos. "Eres tan bello..." De pronto, Kyrre se envaró e hizo ademán de levantarse, ofendido. El movimiento provocó que el pene saliese de su interior.

-¡No te burles! No me importa ser tu último juguete, pero eso no te da derecho a burlarte.

Quendan le miró, al principio confundido, luego con visible enfado.

-¿Crees que sólo eres una distracción para mí? ¿Un mero entretenimiento? ¿Crees que no te amo?

Kyrre permaneció en silencio, sin saber qué contestar. Se sobresaltó cuando Quendan le cogió por un brazo y le situó delante de un enorme espejo que había en sus aposentos. El noble era fuerte, más de lo que el pelirrojo había supuesto, y se vio forzado a contemplar su reflejo durante varios minutos, sintiendo como sus pecosas mejillas tomaban un fuerte color carmesí. Kyrre estaba completamente desnudo, y sentía la mirada de Quendan escrutándole. El bermejo sintió un terrible pudor al mostrarse así.

-¿Qué coño haces, Quendan? ¡Suéltame!

-Calla, Kyrre. Tranquilízate y dime: ¿qué ves?

-Dos hombres.

-Bravo, muy bien. Veo que eres muy observador. Pero ¿qué ves aquí? –Dijo el noble tomando la cara de Kyrre entre sus manos.

-No sé... unos ojos, una nariz, una boca...

-No. Son unos ojos profundos, dos mares verdes que parecen ahogarme de pasión cuando me reflejo en ellos, en los que veo dudas, pero sobre todo amor y deseo cuando me contemplan. Veo unos labios que tiemblan cada vez que los beso, y veo una lengua que parecía un volcán cuando recorrió mi piel aquella noche.

Kyrre permaneció en silencio. Le escuchaba hablar y sus palabras le hacían temblar de deseo contenido.

-¿Qué ves aquí, Kyrre? –Dijo Quendan colocando sus manos en los hombros del pelirrojo.

-Unos hombros pecosos... mis brazos...

-No. Yo veo un cuerpo fuerte y nervudo, que ansío tener junto a mí. Veo unos brazos que me anudan cuando me abrazan, y que me desesperan cuando ese nudo se deshace.

Las manos de Quendan fueron bajando, y la piel de Kyrre se erizó a su paso.

-¿Qué ves aquí?

El pelirrojo jadeaba.

-Mis piernas... mi... mi sexo...

-Yo veo mi objeto de deseo. –El pene de Kyrre pareció latir con vida propia, y creció visiblemente. –Veo una fuente de la que mana vida. Una fuente en la que anhelo sumergirme, sentir dentro de mí.

La razón de Kyrre estaba nublada por un fino velo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no jadear de placer y se volvía loco al notar la tremenda erección de Quendan, presionando contra sus desnudas nalgas. El roce del grueso mango contra la comisura de su culo hizo que un gruñido de placer escapase de su garganta. Pero entonces contempló su horripilante cicatriz en la mejilla, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Intentó cubrir su desnudez y dejó de observar su reflejo. Con fuerza, y sujetándole por las muñecas, el noble le mantuvo firme, obligándole a seguirse contemplando, mientras le besaba la nuca.

Su voz fue tierna y suave, como el roce del terciopelo.

-¿Es que no lo entiendes, amado mío? Nada de ti, nada que sea tuyo, puede encerrar fealdad. No hay nada que pueda hacerme no desearte.

Kyrre contempló cómo, lentamente, una sonrisa afloró en los labios del joven pelirrojo que le contemplaba desde el otro lado del espejo.

-¿Ves como eres hermoso?

Y por primera vez en toda su vida, Kyrre se sintió bello.

No obstante, cuando Quendan le contempló, de frente, una sombra de infinita tristeza cruzó la mirada del pelirrojo. Kyrre le acarició el rostro, apartando un mechón castaño de la frente del hombre.

-Hazme el amor, Quendan. No importa lo que suceda mañana... Has de saber que te quiero.

-¿Mañana? ¿En el cónclave? –Quendan sonrió. –No me pasará nada, porque tú me protegerás, ¿verdad?

Kyrre apartó la vista. Fue sólo un segundo.

-Claro que sí.

Ambos se besaron antes de recostarse sobre el lecho.

VII

Quendan abrió los ojos. Había demasiada luz en la habitación. Se despertó alarmado. Ya era tarde. El cónclave empezaría en pocas horas, y el viaje hasta el castillo era largo. Distinguió a Kyrre apoyado contra la pared, ya vestido y contemplándole con aire pensativo.

-¿Kyrre? ¿Por qué no me has despertado? Llegaremos tarde si no...

-No vas a ir a ese cónclave, Quendan.

El noble frunció el ceño, desconcertado.

-¿De qué estás hablando?

-Me has oído perfectamente.

-Déjate de juegos, Kyrre, debemos... –El aristócrata hizo ademán de incorporarse.

-No te muevas.

Quendan se detuvo en seco. En la mano de Kyrre brillaba el acero de una espada.

-¿Pero qué...? –El noble calló de repente. Cuando habló, su voz fue grave. –Te han comprado.

-Sí.

-¿Cómo... has... podido? –El noble tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para articular cada palabra.

-Fue difícil, es cierto. Sobre todo después... después de lo de anoche. Pero... –Kyrre se encogió de hombros.

-Creí que me querías.

Silencio. Kyrre apartó la vista, pero no bajó la espada.

-Sucio traidor...

-No lo entiendes, Quendan. No es traición... o sí lo es. Me da igual.

Quendan miró a izquierda y derecha, con la desesperación en los ojos. El pelirrojo movió levemente la espada.

-Mejor que no intentes nada. Además, ya sabes que no puedes pedir ayuda. Quizás anoche no debiste ordenar a los guardias que nos dejasen solos.

La respiración de Quendan pareció serenarse.

-¿Vas a matarme? Hazlo ya de una maldita vez. Te demostraré cómo muere un noble de Tholia.

Kyrre pareció divertido.

-¿Sabes, Quendan? Eres un... ¿cómo se dice? Un... anacronismo, creo. Una reliquia de tiempos pasados condenada a extinguirse. Todavía crees que la guerra es un juego, un gentil y amable torneo entre nobles hidalgos. Algo... caballeroso. Puede que en el pasado fuese así. No lo sé... Pero ya no. Tú no has...

-¡Ayúdame entonces a impedir que Marán sea arrasado por los froslines! Si me ayudas podemos evitar la guerra.

-Ya no hay vuelta atrás. Puede que me arrepienta toda la vida de lo que estoy a punto de hacer, pero no espero que lo entiendas.

-¿Cuánto te han ofrecido, Kyrre? Te pagaré el triple. Todavía no es tarde. Por favor, vuelve conmigo...

-Hace años, juré ante los dioses que me vengaría de Marán, costase lo que costase. No importa cuánto tiempo transcurriese, no importa lo que tuviese que hacer, por abominable que fuera, Marán pagaría... y pagaría muy caro lo que me hizo.

-Fue por esa batalla que luchaste contra los caballeros, ¿verdad? –La voz de Quendan era un rugido furioso. –¿Por eso me traicionas? ¿Por tu orgullo? ¿Por tu vanidad herida por esa estúpida cicatriz?

-Me insultas, Quendan. ¿Crees que soy tan superficial? –Kyrre se acarició la marca en su rostro. –Las peores cicatrices no son las físicas.

-¿Por qué entonces, Kyrre? ¡¿Por qué?! ¡Mierda! ¿Por tus compañeros caídos? ¡Fue una puta guerra, y en la guerra suceden tragedias y muere gente!

Kyrre pareció a punto de hablar, pero permaneció en silencio. A continuación sonrió sin humor. Su mirada era dura, amarga. Avanzó lentamente, espada en ristre.

-Deberías tener cuidado. Empiezas a hablar tan mal como yo.

El joven pelirrojo ha perdido la cuenta de las oleadas. ¿Cuántas flechas se han disparado? ¿Mil? ¿Cien mil? ¿Un millón? La lluvia de proyectiles ha cesado. Eso sólo puede significar una cosa. Una trompeta confirma sus temores.

La invencible caballería de Marán se lanza a la carga, lista para terminar el trabajo que han empezado los arqueros.

Una carga de caballería es algo que el chico jamás ha visto, y desearía no volver a ver en lo que le reste de vida. El suelo tiembla bajo sus pies, como si el Apocalipsis se desatase.

El miliciano recoge la lanza del suelo, pero vuelve a caer. Sus manos están sudadas y tiemblan incontrolablemente. Su respiración está demasiado agitada. El griterío es ensordecedor. Por los dioses... La carga no dura más de cincuenta segundos, pero para el chico es toda una vida. Su garganta se seca, su grito se enronquece, empuña la lanza con fuerza mientras su visión se enturbia por las lágrimas.

Vuelve a gritar, ignorante de que el infierno, el verdadero infierno, llegará finalizada la carga y la batalla.

VIII

La gigantesca sala del Consejo de Tholia estaba demasiado oscura, a pesar de las danzarinas antorchas. Como si se tratase de un mal presagio. Las exclamaciones de los nobles presentes parecían chocar con los negros muros de piedra. La átona voz del Alto Senescal, el portavoz del Consejo, anunció el resultado de la votación.

-Se rechaza, pues, el contenido de la moción.

Sir Yasio de Marán se levantó de su silla, casi derribándola. Su rostro era el vivo reflejo de la desesperación.

-¡No podéis dejarnos en la estacada! ¡Nos abandonáis a la muerte! Los bárbaros...

El rostro del Alto Senescal permaneció imperturbable, y su voz era fría y desprovista de la más mínima emoción cuando habló.

-El Consejo de Tholia ruega al embajador del reino de Marán se comporte, o nos veremos en la obligación de tomar las medidas necesarias.

Otro de los caballeros al lado de Sir Yasio posó su mano en sus ropajes con la intención de apaciguar a su compañero, pero el rubio caballero continuó hablando. Su voz casi era un grito.

-¡Estúpidos! ¡No veis más allá de vuestras narices! ¡Los bárbaros os destruirán también a vosotros!

-Lamentándolo profundamente, no dejáis a nuestra persona otra opción. Guardias, expulsad al caballero y a su comitiva de la Sala.

Sir Yasio se dejó caer sobre la silla, abatido. Hundió el rostro entre las manos y rompió a llorar.

-Si no nos... ayudáis... Marán estará... –su voz se hizo apenas audible –...perdida.

Mientras, en una de las barandillas del segundo piso, una figura contemplaba la escena. Cuando observó cómo el abatido caballero de Marán era escoltado fuera de la sala, una sonrisa se dibujó en su rostro. Otra figura se acercó desde su izquierda.

-Parece que todo ha salido según lo convenido, soldado.

-Ahorraos esa mierda de "soldado", Arthos. Ya no sois mi superior. Olvidáis que ahora soy un desertor.

-Y es una verdadera lástima. Habéis cumplido vuestra parte del trato a la perfección. Sin el voto de Lord Quendan, el Consejo de Tholia ha denegado la ayuda a Marán. Los froslines no tendrán problemas para hacerles pedazos y nosotros estaremos allí, preparados para ocupar y anexionarnos las ricas minas de oro del sur. Tholia se verá reforzada económica y políticamente.

-Si vos lo decís...

-Guardad vuestro sarcasmo, Kyrre. Ya sé que el patriotismo no es una de vuestras escasas virtudes. Por cierto, hablando de Lord Quendan, ¿le habéis...?

-No. Ya os dije que no era necesario liquidarle. En breve será encontrado atado y amordazado, aunque ileso, en los sótanos de su mansión.

-Sois un tonto sentimental. Vuestra debilidad os costará cara.

-Quizá.

-Lord Quendan no os perdonará. Os perseguirá por todo el orbe hasta dar con vos, cueste lo que cueste. Espero que la recompensa que mis jefes os han entregado haya merecido la pena.

-No puedo quejarme. Pero no he hecho esto por dinero.

-¿Ah, no? ¿Y por qué ha sido entonces?

-Es una historia muy larga.

En silencio, las dos figuras se alejaron de la balaustrada y se internaron por el oscuro pasillo.

El muchacho pelirrojo se despierta. Todavía sigue en aquel infernal campo de batalla, pero la matanza ya ha terminado. Abre los ojos. El cielo está empezando a oscurecer. Los buitres merodean en las alturas, atraídos por el hedor de la carroña. Tres caballeros de Marán se ciernen sobre él. Sus voces llegan distorsionadas hasta sus maltrechos oídos.

-Todavía vive.

-Caray, ¿qué edad tendrá éste? Cada vez envían al frente milicianos más jóvenes. Dentro de poco nos enfrentaremos a niños de pecho.

-Sólo tiene una herida en la mejilla. Le quedará una cicatriz, pero por lo demás está bien.

-¡Ya lo creo que está bien! ¿Qué os parece si disfrutamos ya de nuestra parte del botín?

-¿Te refieres a...? Joder, sir Clendos, es sólo un niño.

-¡No me jodas! Ha tenido edad para empuñar un arma contra nosotros, ¿no? ¡Pues entonces!

-Pero... ¡esto está mal y lo sabes!

-¡No, no lo sé! ¡Mira a tu alrededor! Hasta donde alcanza la vista, sólo hay muertos y más muertos. Casi diría que éste es el único superviviente. ¿Matarles está bien y esto está mal? ¡Vamos, contéstame! ¿No dices nada? ¡No me hables entonces de jodida moralidad! ¿Y tú, tú qué dices?

-La verdad es que tienes razón. Llevamos seis meses seguidos de campaña. Creo que nos merecemos un poco de desahogo. De hecho, estoy tan caliente que creo que me follaría una cabra si no hubiese más remedio.

-No sé si debemos...

-¡No seas aguafiestas! Seguro que él va a disfrutar tanto como nosotros. ¿A ti qué te parece, pequeño? –Dijo el hombre mirando al confundido muchacho.

-Por favor... No... No me hagáis daño...

-Tranquilo, chico. A lo mejor te gusta y todo.

-¿El... el qué?

Los hombres rieron mientras comenzaban a desabrocharse los cinturones.