Cuentos de Amor y Venganza (1)

¿Qué hay mejor que la batalla? El amor. ¿Qué hay mejor que la violencia? Las suaves caricias? ¿Qué hay mejor que la furia? La pasión. Pero el placer de la venganza supera todo esto...

CUENTOS DE AMOR Y VENGANZA (I)

N. del A.: Este relato es una continuación de las aventuras del caballero Oicán (aunque él no aparezca en éste) y del reino de Marán, donde también se sitúan los cuentos "El Príncipe y el Caballero", "El Duelo", "Espadas, Traiciones y Vampiros (I y II)", "Espejo, Espejito", "Encuentros Húmedos", "La Caída de Marán (I y II)", "Viejos Conocidos" y "Reina de Hielo". Aprovecho para dar las gracias a todo/as los que me han escrito y para disculparme por la tardanza en contestar y en mandar más relatos. Espero enviar alguno más pronto. Un abrazo, y, tanto si os ha gustado como si no, escribidme si queréis.

I

Amanece. El sudor resbala por la frente de un joven soldado. Tiene dieciséis años y es la primera vez que participa en una batalla. Jamás ha sentido tanto miedo. Sus nudillos están blanquecinos debido a la fuerza con la que agarra la lanza. Se siente enfermo. Su estómago lucha por no vomitar el parco desayuno. Parece que lleva una eternidad esperando.

A su alrededor, sus compañeros permanecen en un nervioso silencio, expectante. La neblina ha ido despejándose a lo largo de la madrugada, pero la llanura que deben defender frente a las tropas de Marán permanece brumosa. No obstante, se percibe movimiento y sonidos amortiguados. Los caballeros deben estar formándose. El muchacho da gracias a los dioses por no poder verlos. Seguramente les superen en número.

Su casco es un horno, pero evita la tentación de quitárselo para poder respirar mejor. Sólo queda esperar...

Kyrre no tuvo tiempo ni siquiera de quitarse su armadura de cuero. Apenas traspasó la puerta de la fortaleza, el sargento de su pelotón le cerró el paso.

-Se requiere tu presencia en el despacho del comandante Arthos. Ahora.

-Yo también me alegro de verte. Podré quitarme al menos esto y lavarme un poco, ¿no? –señaló su armadura de cuero. Tras dos días de patrulla, su vestimenta estaba cubierta de barro y lluvia y el emblema del león rampante del reino de Tholia apenas era visible.

-No me busques las cosquillas, escoria. He dicho ahora mismo.

-Claro, señor. Lo que usted diga, señor.

-Cuidado con ese tono, soldado, o ya sabes lo que te espera.

"Que te jodan, hijo de perra sarnosa". Masculló Kyrre para sí. Se mordió los labios. Algún día, su gran bocaza iba a traerle problemas. Algún compañero suyo había sido ahorcado por menos. Kyrre formaba parte de la milicia de Tholia, los soldados-perro. Los peones en un tablero de ajedrez gigantesco e ininteligible. Morralla. La chusma. Carne de cañón. El escalafón más bajo de la infantería. El último pedo, como diría Kletmes, un compañero suyo que había caído atravesado por una flecha de los traicioneros elfos hacía dos semanas escasas. Sin poder opinar, sin poder discutir. Tan sólo obedecer. La horca esperaba gustosa a los que osaban incumplir la más leve orden.

Tragando saliva, Kyrre corrió lo más rápidamente que pudo. Su figura desgarbada y larguirucha apenas destacó debido al apabullante ajetreo en el patio interior del castillo. La paz pendía de un hilo. Los preparativos para la guerra contra el lindante reino de Marán consumían la mayor parte del tiempo de los habitantes del bastión. El reino de Tholia había presentido la debilidad de su vecino y, como un oportunista depredador, se preparaba para morder con fuerza y no soltar a su presa.

Por fin llegó ante la puerta de su superior. Sin llamar, entró en ella. Se cuadró y golpeó su pecho con el puño.

-Se presenta el soldado Kyrre, mi señor.

-Descanso, soldado.

Arthos, el jefe de la fortaleza era un encanecido oficial con su canoso pelo cortado al cepillo que jamás se desprendía de su amenazadora cota de malla. Según él, la guerra estaba a la vuelta de la esquina, y había que estar siempre preparado. Casi se diría que estaba entusiasmado de que, por fin, estallase.

Arthos miró con disgusto al guerrero antes de hablar. Kyrre era un muchacho alto y flacucho de unos veinticinco años, de desgreñado pelo rojizo, con un rostro pecoso y, amen de anguloso y duro, desfigurado por una desagradable cicatriz. En ese momento, su armadura de cuero estaba sucia y apestaba a sudor.

-¿Creéis que éstas son formas de presentarse ante un oficial superior, soldado?

Kyrre contó hasta cinco antes de responder, intentando evitar que una blasfemia escapase de sus labios.

-Lo siento, señor. No me ha dado tiempo a cambiarme. Pido permiso para asearme y comunicaros el informe de mi patrulla de exploración, señor.

-Olvidadlo. ¿Conocéis a nuestro ilustre invitado?

Sólo entonces fue Kyrre consciente de que había otra persona en la habitación. Se trataba de un hombre en la treintena, ataviado con ricos ropajes, de elevada estatura, de aspecto jovial y largo pelo castaño, plateado en las sienes, que caía sobre sus hombros. Kyrre asintió. El nombre de Quendan era largamente conocido en el reino de Tholia. Se trataba de un noble de elevada posición (en noveno o décimo lugar para la sucesión al trono, si mal no recordaba) que pertenecía a la clase que la soldadesca llamaba los " tocacojones ", es decir, nobles sin ningún tipo de entrenamiento ni pericia militar pero que comandaban ejércitos por el simple hecho de ser hijos de un pez gordo. Muchas de las grandes derrotas de Tholia habían sido debidas a tales sujetos.

-Errr... Quendan, ¿no es así?

-BARÓN Quendan, soldado. –Le rectificó el comandante Arthos.

Kyrre hizo una leve reverencia. "Estúpido y relamido barón Quendan" puntualizó Kyrre para sí.

-Bien. Olvidad el informe. Vuestra misión será escoltar a Lord Quendan a la capital. –Se dirigió hacia el noble. –Andamos escasos de efectivos para asignarle una escolta más apropiada a su categoría. No obstante, confío plenamente en Kyrre para cumplir tal cometido.

-Por supuesto, Sir Arthos. No quisiera causar problemas. Será más que suficiente. Comunicaré a mi padre en cuanto llegue a la Corte la excelente labor que lleváis a cabo.

Kyrre no podía creer lo que oía. Desde que se alistó en la milicia hacía ya diez años para escapar de la pobreza más absoluta, no había recibido un destino más humillante. ¿Ser asignado guardaespaldas de un noble? ¿Niñera de un tocacojones ? Lo que le faltaba por oír.

-Mi señor, yo...

-Silencio, soldado. Partiréis al amanecer. Y ahora, por el amor de los dioses, id a adecentaros un poco. Los porquerizos hieden menos que vos.

Kyrre contempló como Quendan sonreía, divertido. El soldado enrojeció, avergonzado, antes de inclinar la cabeza y abandonar la estancia. Se pasó todo el trayecto hasta el patio mascullando entre dientes. "Maldito hijo de cien mil bastardos, todos tan bastardos como él, viejo senil tirano... ¿Y quién coño se ha creído que es ese engreído metomentodo tocacojones? Estúpido petimetre emperifollado, tonto de los huevos... aunque eso sí," –reconoció Kyrre para sí –"es condenadamente atractivo".

II

El sol era frío, de lluvia. "Hay que joderse" , pensó Kyrre mientras se ajustaba el arco a la espalda y su espada en su cinto, "encima lloverá" .

Kyrre observó cómo Quendan ensillaba su caballo y montaba ágilmente de un salto, sin usar los estribos. "Vaya, el tocacojones sabe montar. Por lo menos no tendré que sujetársela mientras mea" –pensó Kyrre, pero se encontró imaginándose durante unos instantes a si mismo sosteniendo el pene del noble con sus manos. ¿Sería grande? El soldado sacudió la cabeza a izquierda y derecha, como un perro mojado. – "¿Pero qué coño me pasa hoy?".

Los dos hombres partieron en silencio. El trayecto era muy largo.

Kyrre se sorprendió a sí mismo no pudiendo apartar la vista de su acompañante. En un momento dado, Quendan se giró y sus miradas sen encontraron. Kyrre la apartó rápidamente, como si hubiese sido sorprendido espiándole, o... o... ¿Qué? ¿Qué leches le estaba pasando? Joder, pero si nunca le habían gustado los tíos. Sólo faltaría que...

La voz de Quendan, a su lado, le sobresaltó.

-¿En qué piensas, Kyrre?

Cuando su corazón dejó de latir como un potro desbocado, cayó en la cuenta de que Quendan se acordaba de su nombre. ¿Por qué eso le produjo tanta alegría? Iba a contestarle alguna de sus habituales borderías "Si quisiera que tú, tocacojones, supieras lo que pienso, estaría hablando, y no pensando" pero no dijo nada de eso.

-En la guerra, señor.

-De ello quería hablarte. Sin duda has oído que se avecinan conflictos. Me gustaría saber tu opinión.

-Bueno yo... –Kyrre se sintió extrañamente halagado. Su opinión y la de sus compañeros nunca había contado para nada, y era la primera vez que alguien se interesaba por lo que pensaba. De pronto balbuceó. Se sintió un torpe provinciano con un vocabulario no muy superior a doscientas palabras (bastante más extenso en insultos y blasfemias, eso sí) que haría el ridículo delante de alguien tan cultivado como Lord Quendan. Evitó un primer impulso de escupir al suelo antes de hablar.

-Adelante, di lo que quieras. No me voy a enfadar. –El noble le guiñó un ojo, algo que perturbó mucho a Kyrre.

La guerra... Sin poder evitarlo, su mente retrocedió mucho tiempo atrás, a tiempos más oscuros. Debía contestar. Quendan esperaba su respuesta.

...Esperar. El joven soldado ni siquiera sabe por qué están luchando esta vez. Cree que es porque Marán ha invadido la frontera de Tholia y deben defenderla. A lo mejor es la revés. ¿Acaso importa?

La vejiga del muchacho está a punto de reventar y está muy cansado de sujetar la lanza. Es como si pesase una tonelada. Paulatinamente la niebla se ha ido despejando.

Un clamor ahogado se escucha entre sus compañeros. De la garganta del chico escapa también un gemido de horror. El enemigo, la invicta caballería de Marán, ha terminado de formar. El joven pelirrojo no ha visto jamás un ejército mayor. Parece una línea negra interminable en el horizonte. Un silencio ominoso envuelve a la milicia de Tholia, como si presagiase el funesto desenlace.

-Bueno... Un compañero mío me dijo algo sobre la guerra que la resume bastante bien. Creo que era algo así: "La guerra es una masacre de gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran".

Quendan abrió los ojos como platos y a continuación rió a mandíbula batiente.

-Es la mejor definición que he oído en mi vida. Quizás debiera hacer consejero personal a tu amigo.

-Demasiado tarde, mi señor. Mi camarada murió hace unos meses de fiebres tifoideas en la campaña contra los elfos. Sirviendo a Tholia... mi señor.

"Joder, Kyrre, cierra tu puta bocaza o vas a acabar limpiando establos el resto de tu miserable vida". El soldado agitó las riendas para acelerar el paso de su jamelgo. Quendan apresuró el paso hasta igualarle de nuevo. Posó su mano en su hombro. El pelirrojo no pudo evitar temblar. Ya podía oír la tremenda bronca que se avecinaba.

-Lo siento, Kyrre. De verdad.

El soldado miró con asombro al noble. Parecía sincero. Quizás Quendan no fuese el típico tocacojones ebrio de poder y gloria. A su pesar, comenzaba a gustarle. Como persona y como... Kyrre bufó y pensó en otra cosa.

III

El trayecto fue muy tranquilo. Los días se sucedieron mientras Quendan charlaba animadamente con Kyrre. El noble había recorrido mucho mundo, y le habló de lugares maravillosos y lejanos, y de gentes extrañas y fascinantes.

Pero mientras el aristócrata hablaba, Kyrre le escuchaba embelesado. Pensaba en su elocuencia y en su gracia fuera de lo corriente. Era endiabladamente encantador, no era arrogante, como los otros nobles que había conocido, y tal vez demasiado simpático. Cada vez que le rozaba casualmente, su piel parecía erizarse y temblar. Empezaba a convertirse en una obsesión, y el hecho de permanecer a su lado cada minuto del día y de la noche no arreglaba las cosas.

Una parte de su cerebro pareció hablarle con voz burlona: "Kyrre está enamorándose como un tonto, Kyrre está enamorándose como un tonto...". La noche anterior había tenido tal sueño erótico que se había despertado con una tremenda erección. ¿Y quién aparecía en el sueño...?

El bermejo casi estuvo tentado de reír. ¿Enamorarse de otro hombre? Qué tontería. Además, aunque fuese cierto, ni siquiera sabía si Quendan era... ¿cómo se decía...? homosexual. Y aunque lo fuese. ¿Qué podría ver en él? Kyrre era consciente de sus limitaciones. Era un torpe bellaco sin ninguna educación, con sus callosas y duras manos acostumbradas únicamente a empuñar una espada, era malcarado, con su rostro repleto de pecas y cruzado por su fea cicatriz. ¡Ja! Qué tontería. Seguro que, si quisiera, Quendan podría acostarse con la princesa más atractiva o el más hermoso mancebo de todo el reino. Sí. Desde luego, era una tontería pensar que los dos... En ese momento, no supo si tenía ganas de reír o de llorar. Debía dejar de pensar en ello. Sólo conseguiría distraerse y poner en peligro la vida de ambos. Gruñendo, aceleró el paso.

-Debemos apresurarnos. En breve oscurecerá.

El noble le siguió, confundido por la repentina hosquedad de su amigo.

IV

En la lejanía, los incontables arqueros de Marán cargan sus arcos largos casi con parsimonia. ¿Para qué molestarse en cruzar aceros si las flechas pueden hacer el trabajo sucio? El muchacho pelirrojo casi puede ver los arcos tensándose a una orden y aflojándose a la siguiente.

El tiempo parece detenerse. Una nube negra surge de las filas de Marán y parece oscurecer el nublado cielo sobre sus cabezas. Las flechas parecen suspendidas eternamente en el cielo antes de iniciar indolentemente la parábola hacia tierra. El soldado levanta el escudo, mientras su pecho se agita incontroladamente. Le cuesta respirar. Sabe que va a morir.

Durante un momento no se escucha ningún ruido. Es como si se hubiese quedado sordo. Sólo grillos, la débil corriente de un río y pesadas respiraciones. Después, ese espantoso zumbido y luego... El fin del mundo. Gritos desgarradores resuenan a su alrededor. El soldado escucha choques metálicos cuando las flechas se clavan en escudos o armaduras y un terrible sonido cuando atraviesan la carne. Muchos soldados caen al suelo. Una flecha choca contra el escudo del chico y lo atraviesa parcialmente, apareciendo a escasos centímetros de su rostro. Abre los ojos de par en par. Un poco más a la izquierda y estaría muerto. Los gritos invaden sus oídos. No tiene tiempo para pensar. Los arqueros deben estar preparando la segunda salva.

El soldado grita para aliviar su tensión. Le duele el rostro. ¿Le han herido? La sangre corre por su mejilla. La flecha ha debido lacerarle, después de todo. El muchacho aferra el escudo con fuerza. Su lanza se ha caído al suelo. No hay lugar a donde huir. Ningún sitio para esconderse. La segunda andanada de flechas se acerca. Casi puede oírla. Y después habrá otra. Y otra. Y otra.

Kyrre se despertó bruscamente. ¿Había gritado? Su rostro estaba perlado de gruesas gotas de sudor y jadeaba como si acabase de correr un kilómetro. La oscuridad se extendía ante él y, durante unos angustiosos momentos, no supo dónde estaba. Le pareció que se hallaba sobre un lecho de blandos cadáveres, que le miraban sin ver, con expresiones congeladas para toda la eternidad. Y sobre él, escrutándole, tres figuras que le observaban con mirada cruel.

-¿Estás bien?

Reconoció la voz, pero no supo situarla. Una mano se posó en su hombro, y Kyrre jadeó de terror. Una pequeña vocecilla llegó hasta su confundido cerebro. "Tranquilo, es Quendan, no es un enemigo. Aquello sucedió hace ya muchos años". Sólo entonces, el soldado se dio cuenta de que, instintivamente, acababa de desenfundar su cuchillo.

-Sólo ha sido una pesadilla. ¿Estás bien? –volvió a repetir la familiar voz del noble.

Kyrre miró a Quendan confundido y, rápidamente, guardó la daga, sin que el noble llegase a advertirlo. "Por los dioses, ¿qué iba a hacer? ¿Y si no...?".

-No. No lo estoy. Nunca lo estaré.

"Vamos, gran tonto, no llores. Sé fuerte. No llores. ¿Qué va a pensar de ti?" Kyrre no apartó la mano de Quendan. Intentó sonreírle, pero no pudo evitar comenzar a temblar sin poder controlarse. Cerró los ojos mientras las lágrimas caían por su mejilla.

-Vamos, tranquilo. No te preocupes. Sólo ha sido un mal sueño. No pasa nada.

Kyrre pegó un respingo cuando sintió cómo el noble le abrazaba. Su primer impulso fue empujarle y librarse de su abrazo, pero su voz suave y amable le tranquilizó. Dejó de escuchar el sentido de las palabras, y sin pensar, apoyó su cabeza en el hombro de Quendan y respondió a su abrazo. Su nariz quedó a escasos centímetros del cuello del hombre. Olía tan bien... El soldado pelirrojo enrojeció por la vergüenza. La vocecilla en su interior volvió a sonar, pero tan débil que casi ni la oía. "Pero ¿qué haces, desgraciado? ¡Quieto! ¡Párate de una vez o Quendan te va a hacer decapitar en cuanto lleguemos a la capital!" Pero Kyrre estaba demasiado excitado para escucharla u obedecerla.

-Quendan, yo... Yo... Me gustaría...

Sin apenas reflexionar, se encontró con que Quendan le estaba besando. Kyrre no opuso ninguna resistencia, sino que abrió la boca ampliamente y, a la vez, desabrochó el cinturón del noble. Ninguna queja. El soldado prosiguió. Sabía que si se paraba a pensar qué estaba haciendo, se detendría definitivamente.

Tímidamente, introdujo una mano bajo los ropajes y palpó los duros pectorales del noble. Su forma física era imponente. Acarició la piel al principio con vergüenza, luego más firmemente. Su tez parecía arder, a pesar de la frescura de la noche. La cabeza del pelirrojo pareció dar vueltas, sumida en un mareo como nunca había sentido. "Tal vez he muerto y estoy en el paraíso".

Kyrre y Quendan continuaron besándose, sin importarles nada más. La luna les observaba desde las alturas, como un mudo testigo. El noble despojó al soldado de su jubón de cuero y besó su pecho. Nunca nadie se lo había hecho con anterioridad. Quendan se lo besaba en toda su extensión, salpicándole de besos pequeñitos, sin importarle las dos pálidas cicatrices que lo cruzaban.

Kyrre se puso de rodillas y, liberando el grueso pene del noble de los ropajes, se inclinó para llevarlo a su boca. Estaba bastante oscuro, pero se apreciaba con facilidad su gran tamaño. Kyrre lamió toda la longitud de su miembro de un modo casi salvaje, cubriéndolo con la ardorosa presión húmeda de su lengua, mientras con sus manos se aferraba a las nalgas de Quendan. Su cabeza continuaba moviéndose adelante y atrás, absorbiendo toda la verga, los labios apretados en torno a ella, y luego soltándola para rodear la punta con la lengua. Era la primera vez que hacía aquello, pero por los gemidos del noble, no parecía que lo hiciese nada mal. Apenas escuchó la voz de Quendan.

-Espera, Kyrre. No voy a poder contenerme...

El soldado no se detuvo, sino que prosiguió casi con más fuerza, con lametones cada vez más violentos. Quendan gimió mientras vertía potentes chorros de su esencia en el interior de la boca de Kyrre. Ese salado sabor era nuevo para él, pero no lo encontró desagradable.

El noble apartó con delicadeza la cabeza de Kyrre y le observó con una sonrisa. La visibilidad era muy escasa. Casi como aquella vez hacía ya tantos años... Las tres figuras, observándole con una mirada que le hizo sacudirse de puro terror de la cabeza a los pies.

-¿Qué te ocurre, Kyrre? Estás temblando.

-No es nada, mi señor. Es sólo que... Lo siento, mi señor. No es nada.

Kyrre hizo verdaderos esfuerzos para que su voz no se quebrase en sollozos. Por los dioses... ¿Nunca se libraría de aquello?

Quendan se recostó a su lado, acariciando su brazo. El soldado se sintió extrañamente tranquilo y a salvo, y, lentamente, se fue quedando dormido.

V

Los dos habían permanecido en un tenso silencio durante cerca de media hora, mientras proseguían el camino hacia Tal, la capital de Tholia. "Quizás para él haya sido tan nuevo como para mí". –Pensó Kyrre – "Debería decir algo, pero ¿el qué? Kyrre, no eres más tonto porque no te entrenas. Dile que ha sido muy bonito, que te ha encantado y que le quieres como nunca has querido a nadie. Ya, ¿y si se ríe de ti? ¿Y si para él no ha significado nada? ¿Y si ha sido tan solo un polvo y nada más? Recuerda: él es casi un príncipe y tú no eres más que un soldado-perro, y no muy agraciado, además. Pero entonces, ¿qué sucedió anoche? Por los dioses, la cabeza me va a estallar. Y además, si no le dices nada, pronto llegarás a Tholia y ya no le verás nunca más. Por todos los diablos, qué complejo es todo esto".

-Me gustaría que cuando llegases a la capital, entrases a mi servicio como guardaespaldas.

Kyrre casi botó en su silla del sobresalto.

-¿Eh?

-No me respondas ahora, si no quieres. Ya sé que pensarás que te ofrezco ese puesto por lo que pasó anoche, pero creo de verdad que eres muy competente. Así que prefiero que no me respondas ahora y que te lo pienses.

Kyrre tembló. "Pero si no hay nada qué pensar. Sí quiero responderte ahora. Sí. Sí, quiero. Es lo que más me gustaría en el mundo".

-Quiero serte totalmente sincero. Ser mi guardaespaldas en estos momentos entraña cierto peligro. Por eso necesito gente eficiente.

-¿Por qué lo dices?

-¿Te acuerdas que hace varios días te pregunté por la guerra? Bien, sabrás que un amplio sector de la nobleza de Tholia es partidaria de invadir Mará, aprovechando su reciente enfrentamiento a los salvajes del norte, los froslines. Marán es una región muy rica, y las regiones más cercanas a nuestra frontera lo son más todavía. Dicen que nunca tendremos una ocasión similar.

Kyrre permaneció en silencio, escuchando con atención.

-No obstante, el resto de nobles, entre los que me encuentro, creemos que es un error. Necesitamos a los caballeros de Marán como aliados, ahora más que nunca.

El pecoso rostro del soldado se ensombreció.

-¿Estás hablando en serio? Los reinos de Marán y Tholia han sido amargos enemigos desde que se tiene constancia. Yo mismo participé en batallas contra esos hijos de pu... Errr... Disculpa mi lenguaje, mi señor.

-Las viejas heridas deben cerrarse.

Kyrre se acarició sin darse cuenta la cicatriz en su mejilla.

Las flechas vuelven a oscurecer el cielo. Por un momento parece que atardece. Si el día estuviese más despejado, nada les salvaría. Serían un blanco perfecto. Se escuchan los ladridos de Kilgor, su capitán. Les llama cobardes y ordena que no retrocedan.

Las flechas vuelven a caer, como una negra lluvia de muerte.

Los gritos se mezclan con los gemidos de los moribundos. De nuevo golpeteos metálicos. El muchacho pelirrojo no sabe quién es el soldado que está a su lado, pero escucha con horror cómo un venablo penetra su cuerpo. Es un sonido espantoso, húmedo, viscoso. Cae al suelo. Por un momento, piensa en parapetarse bajo su cuerpo, pero tiene demasiado miedo para moverse. Escucha un extraño sonido y mira a derecha e izquierda para averiguar su procedencia. Se da cuenta de que son sus propios sollozos. Llora como un niño pequeño.

A su derecha, Binial, otro miliciano de apenas quince años, se revuelve espasmódicamente en el suelo, gritando como un poseso. Una flecha se ha clavado en su cabeza, perforando el casco, pero no le ha matado. El soldado bermejo quiere ayudarle, pero no se atreve a dejar de parapetarse con el escudo. Grita y llora, con la cara toda cubierta de mocos, sangre y lágrimas. El zumbido de la tercera oleada se escucha claramente.

¿Cuántos permanecen en pie? A simple vista, sólo queda con vida una cuarta parte de la compañía inicial. En el suelo yacen más muertos de los que el chico sabe contar. Todos sus compañeros, todos sus amigos, están muertos, a sus pies, como juguetes rotos. Su escudo parece el alfiletero de un sastre, atravesado por varios proyectiles. Mira su entrepierna. En algún momento que no recuerda, se ha orinado encima. Intenta reír, pero sus carcajadas se quiebran en sollozos. Los silbidos de la cuarta andanada inundan sus oídos. Grita como un loco, aunque nadie le escuche.

-¡Parad! ¡¡¡Parad ya, hijos de puta!!!

La voz de Quendan sacó a Kyrre de sus reflexiones.

-Va siendo hora de dejar de lado pasados rencores. Como tú mismo dijiste, la guerra no es la solución. No te equivoques, mis motivaciones no son altruistas. Sin un reino "colchón" que nos separe de los froslines, la pálida Horda del norte no se detendrá en Marán, sino que continuará descendiendo hacia el sur. Y será el turno de Tholia en ser arrasada. Necesitamos a Marán.

Kyrre permaneció en silencio. Su mirada era glacial, pero Quendan no lo advirtió.

-En breve se celebrará un cónclave en Tholia. Se debatirá una moción que he propuesto. Ayudaremos a Marán frente a los froslines. Con la unión del ejército de Tholia y la caballería de Marán, los bárbaros no supondrán un peligro. Además, podría conseguirse una nueva era de paz y cooperación entre nuestros reinos. ¿Qué te parece?

-¿Por qué me cuentas todo esto, mi señor? ¿De qué peligro hablabas?

-La votación de la moción va a ir muy ajustada. Han llegado hasta mis oídos rumores de que algunos nobles de Tholia estarían dispuestos a cualquier cosa para evitar que la moción prospere. Incluido acabar con los nobles que van a votar a favor de ella.

Kyrre recapacitó en silencio. Maldijo a los dioses. ¿Por qué tenía todo que torcerse? Amaba a ese hombre que tenía frente a él, de eso estaba seguro. ¿Tanto como odiaba a Marán? No lo podía asegurar. Ayudarle significaría ayudar a Marán. No hacerlo podría implicar su muerte.

-Quiero que permanezcas a mi lado, hasta el día de la votación. Después, ya no habrá nada que temer y los dos podremos...

-Silencio. –La voz de Kirre sonó muy levemente, pero Quendan calló de inmediato ante su tono imperioso.

El rostro del soldado bermejo se había vuelto mortalmente serio. –Dos personas a nuestra izquierda, en la espesura. Tal vez más.

-¿Bandidos?

-Posiblemente. He visto el reflejo del metal. Están armados. Escúchame, Quendan. Lo más tranquilo que puedas, ensilla el caballo y monta.

El noble obedeció en silencio. Kyrre evitó mirar siquiera hacia la izquierda. Si sus adversarios disponían de arcos estaban perdidos. Su nerviosismo remitió cuando posó su mano sobre la empuñadura de su espada.

-Bien, ahora, espolea tu caballo como si te llevasen los diablos.

-Pero, ¿y tú?

-Yo les cerraré el paso todo el tiempo que pueda. Te prometo que me reuniré contigo en Tal.

-Ni hablar, yo...

-Obedéceme, tocacojones, o puede que no sobrevivas para contarlo.

-Pero...

-¡Huye ya, coño!

Kyrre golpeó con la mano la grupa del caballo del noble, encabritándolo y forzándole a huir al galope. Quendan apenas pudo volver la vista hacia atrás, intentando no caer de la silla. El soldado pelirrojo desenvainó la espada a tiempo de contemplar cómo dos figuras surgían de la arboleda, en persecución del noble. Kyrre se maldijo cuando vio que iban montados a caballo. Debía detenerles costase lo que costase, o Quendan estaría perdido. "Bién, Kyrre, héroe de pacotilla, puede que éste sea el final."

Los dos hombres parecían dispuestos a ignorar al soldado y perseguir al noble, pero Kyrre golpeó a uno de ellos que se acercó demasiado a él. El hombre cayó del caballo pesadamente y, antes de que pudiera levantarse, el bermejo le clavó la espada en el estómago hasta que emergió por el otro lado. Uno menos. Sonrió sin poder evitarlo. Luchar y matar, sangrar y morir. El credo del guerrero. La leve pátina de civilización se resquebrajó en un instante. El soldado, el asesino, tomó el control en su cabeza.

Kyrre gritó y movió amenazadoramente la espada, intentando atraer la atención del bandido restante. Su adversario pareció dudar por unos instantes. Sonrió siniestramente antes de hablar.

-Primero tú, después me ocuparé de tu amiguito.

El pelirrojo pensó que su oponente le embestiría con su caballo, pero en lugar de eso desmontó. Vestía una cota de malla, una armadura demasiado cara para un forajido. Kyrre no tuvo tiempo de pensar, ya que el bandido le lanzó una certera estocada hacia su corazón, pero en el último momento fintó y buscó su garganta. Logró detenerla a duras penas. Habló mientras recuperaba el resuello, sin dejar de observar a su contrincante, intentando descubrir una debilidad en su oponente.

-Peleas bien para ser un bandido.

-Tú tampoco lo haces nada mal.

-Si buscáis dinero, me parece que habéis elegido mal.

-Hemos elegido perfectamente. El tocacojones y tú podéis daros por muertos.

Sin pensar, Kyrre le asestó un golpe rápido hacia el rostro. Su adversario no se dejó llevar por el repentino pánico y logró pararlo con una defensa alta perfecta. Su modo de luchar era demasiado marcial.

-No sois bandidos. –No era una pregunta.

-Siempre has sido un chico listo, Kyrre.

-¿Cómo coño...?

La siniestra sonrisa de su contrincante se acentuó. El pelirrojo quedó tan aturdido que apenas pudo detener el golpe. "¡Será cabrón, el desgraciado! ¡Casi me ensarta como a un pollo! Maldita sea, Kyrre, eres un estúpido. Si no reaccionas estás perdido. Ya resolverás los acertijos después, si sobrevives."

-¡Basta, deteneos los dos!

La voz llegó desde los árboles a su derecha. ¿Un nuevo adversario? Kyrre logró superar el primer impulso de mirar en esa dirección y continuó luchando contra su contrincante. Sabía perfectamente que perder la concentración en un combate, aunque sólo fuese un segundo, una milésima de segundo, podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

-¡Es una orden, soldado!

Kyrre abrió los ojos como platos cuando reconoció la voz de Arthos, su comandante. Por primera vez en su vida, no se le ocurrió ninguna blasfemia que decir.

Continuará...