Cuento Ordinario II: Cazador de Criaturas

El muchacho ha perdido la memoria, y navega a la deriva en un río y en su vida. ¿Qué le sucederá ahora?

Un tronco de madera a la deriva por un río. Encima de este un joven muchacho de dieciocho años, piel del color de la nieve, metro setenta de estatura, ojos azules como el cielo, rostro de rasgos angulosos y cuerpo apolíneo. Cabellos dorados y rizados. Estaba inconsciente, vestido solo con una capa roja con capucha y unas calzas de cuero.

El río pasaba por un frondoso bosque, del cual se decía había gran cantidad de fieras feroces. “Leones, tigres y panteras”, decían los lugareños. El tronco había estado en el río varios días, desde que los mellizos tuvieran sexo con el muchacho, lo asearan y lo abandonaran a su suerte. Y por una torpeza terminara a la deriva. Despertó a tiempo, en un tramo donde el río era mucho más caudaloso, poco antes de un tramo con rápidos, rocas y una catarata que desembocaba en un gran lago.

La peor parte para el joven era que no sabía quién era. Seguramente fuera que el haber recibido una cantidad tan descomunal de las hormonas de los semigigantes le hubiera afectado a la mente, pero no recordaba nada de su propia identidad. Quiso incorporarse, pero casi hace volcar el tronco con este movimiento. Lo que sí logró es llamar la atención de alguien en la orilla, y eso supuso una bendición y una maldición. Una flecha atravesó la madera, asustando al ya por sí aterrado y desconcertado muchacho. La flecha estaba atada a una cuerda, y al otro lado un hombre rudo de metro ochenta, vestido con un sombrerito de pico ridículo, una camisa de cordones abierta y unas mallas muy ajustadas, todo en verde. Sin calzado. Era particularmente ridículo su atuendo teniendo en cuenta que era un hombre de unos cuarenta años, rudo, musculoso, canoso y muy peludo.

-Vaya suerte tienes, muchachito…

Le exclamó, con voz grave y rasposa mientras le tendía la mano. Este no sabía muy bien que hacer, apenas se acordaba de su nombre. Notó que llevaba un hacha colgada a la derecha y una ballesta a la espalda,había un carcaj con virotes apoyado contra un árbol. Le agarró la mano y el hombre tiró con firmeza del chico, notando uno la aspereza de la piel y el otro la suavidad de esta. El hombre maduro se fijó en el vestuario del jovencito, o en la ausencia de la mayor parte de este. Una capa roja con capucha y nada debajo solo podía significar que era una putilla de los bosques, era lo más razonable para el macho peludo, a quien la polla se le iba poniendo morcillona con el ver ese culo blanco, firme y terso.

-¿Qué hace un muchacho como tú en un paraje como este? - Le preguntó, con cierta lascivia en sus palabras

-No lo sé, señor, solo recuerdo despertar en este tronco y no querer caer al agua…

Se tropezó, queriendo dar un paso adelante, y eso le hizo que su cuerpo desnudo quedara pegado al cuerpo vestido del hombretón. Lo abrazó como gesto reflejo, y las caras de ambos quedaron a pocos centímetros, casi como si quisieran besarse.

-Bueno, hijo, tu no te preocupes por nada, diste con el mejor cazador de todo Bosquenegro, nadie puede con mi hacha, mi ballesta o mi maza. - Sonrió con malicia perversa al hablar de su “maza”. - ¿Tú cómo te llamas?

El joven quedó un rato en silencio, tratando de recordar su nombre. Pero no le salía. Se fijó en el reflejo en el agua. Él con la capa roja con la capuchas sobre su cabeza, desnudo debajo, agarrado por las manazas de ese hombre musculoso. Y le llegó el como podría llamarse, y lo dijo sin más.

-Creo me llamo Caperuzón Rojo

-Es un nombre muy… descriptivo

Sentenció, mientras bajaba la mano derecha a la nalga, como quien no quiere la cosa. El muchachito no hizo nada en contra de este movimiento, pero un sonido en la distancia hizo que el cazador parara de inmediato. Unos feroces aullidos.

-Mi nombre es Shenkoko, aunque los que mejor me conocen me llaman Naboduro. Aunque ahora… - Se llevó el índice a los labios, en un gesto claro de guardar silencio. - Tengo que completar una captura, ¿me ayudas?

-¿Qué puedo hacer?

Preguntó, inocente y despreocupado. El cazador sonrió, con una preciosa dentadura blanca a la que le faltaba una muela, seguramente por alguna pelea de taberna. Sacó una soga de un fardo que había estado escondido hasta ese momento y le indicó al muchacho que lo siguiera. Este, por pura estupidez, obedeció. Tras cerca de quince minutos caminando le dijo que se parara, en medio de un claro. Aquí fue donde Shenkoko le diría la misión que esperaba cumpliera, aunque realmente su papel no iba a ser muy activo. Y mientras le contaba lo agarró, notando que apenas oponía resistencia, y se puso a atarle manos, brazos, pies y piernas.

-Tengo que atrapar vivos a unos licántropos. Y estos bichos son muy esquivos, por lo que lo mejor es atraerles con cebo. Tu ayuda será hacer de cebo.

Lo dejó inmovilizado, mirando al frondoso techo de hojas del bosque, que no permitía se viera el cielo, y con las nalgas abiertas y hacia arriba, lo que dejaba su ano muy expuesto. El joven fue a protestas, pero el cazador le introdujo una especie de patata en la boca, que le impidió hablar o gritar. Luego sacó un botecito bien sabe de donde y le untó una sustancia viscosa y cálida por el ano. No pudo evitar la tentación de probar meterle un par de dedos y llevarse una sorpresa monumental al notar ese ojete se abría para permitirle el paso a la mano… y al brazo hasta la altura del codo.

-Creo vas a ser un muy buen cebo. Nos vemos más tarde.

El cazador desapareció de la vista del muchacho, aunque en realidad se había escondido muy bien en lo alto de un árbol cercano, escondiendo su posición en todos los sentidos. El jovencito se sintió solo y abandonado, sin poder hablar o gritar, solo pudiendo emitir sonidos ininteligibles y una especie de llanto. Y los aullidos seguían en la distancia.

Pasaron muchas horas antes que hubiera algo digno de mención. En ese tiempo el cazador comió una porción de pan, queso y cecina, bebió un odre de vino y hasta se hizo una paja sin llegar a correrse pensando en follarse al muchachito cuando terminara la captura. Y, cuando ya había anochecido y se pensaba todo había sido en vano, los aullidos regresaron, esta vez muy cercanos.

Entre la frondosa vegetación se podían ver tres pares de ojos, unos rojos, otros dorados y otros violetas. Un nuevo aullido, este parecía más ansioso. Un hombre lobo de metro sesenta, delgado y desgarbado, de pelaje rojo y blanco, fue el primero en llegar al claro. Parecía más un zorro que un lobo. Miró en todas direcciones, aunque estaba muy ansioso, y Kokoshen había tomado muy buenas decisiones con su escondite, con lo que avisó a sus compañeros sin ser consciente del peligro. Su voz era chillona y algo gutural.

-¡¡Frank!! ¡¡Paul!! No hay peligro… ¡¡usemos a la puta!!

-Vale, Rudolph, pero no te excites tanto… recuerda lo que nos pasó por tu culpa en las canteras

Dijo una voz más potente y grave desde el matorral, donde salió un lobo bípedo de cuatro metros de altura, de pelaje negro y una gran polla roja, con la base peluda y ensanchada en una especie de bola. Babeaba muchísimo precum, se le veía con ganas de usar al muchacho, aunque su reata fuera casi del tamaño de una pierna de este.

-Deja al muchacho en paz, Frank, al final no nos pasó nada con esos memobitas de la cantera.

Protestó la tercera voz. No tan grave como la segunda, ni chillona como la primera, pero sí rasposa, y algo gutural. Era un lobo bípedo de cerca de dos metros y medio de estatura, llevaba un taparrabos, con lo que era el único de los tres que no iba luciendo su erección ante el mundo. El cazador contemplando la escena se excitó, sabía lo que vendría después. Ya lo había visto varias veces. Y a estos tres en concreto los había visto cuando logró convencer a una campesina memobita que fuera a buscarle una reliquia familiar que él mismo se ocupó de robar de la casa de esta y engañó con que estaba en una cantera.

Recordaba los gemidos de la muchacha, las embestidas de los licántropos, los ruidos de los orgasmos y las grandes cantidades de semen blanco, caliente y viscoso sobre el rostro y chorreando por el coño y los muslos de la joven. Pero alguien más de la aldea se había enterado y espantaron a las criaturas con fuego, palos y hoces, y se llevaron a la muchacha de vuelta a su casa. Perdió una gran oportunidad, pero esta vez tenía la suerte de su lado.

Rudolph, el licántropo de pequeña estatura con pelaje azorrado se movió a gran velocidad, dió una vuelta alrededor del expuesto muchacho y le olisqueó el ano. Aunque la substancia que le había puesto Kokoshen hacía horas se había secado, aún mantenía todo el olor. Era flujo vaginal de mujer lobo, y aunque para un hombre lobo todo agujero era válido, el sentir esa fragancia hacía que su cordura mermara en favor de su sentimiento más básico y salvaje. La pasó la lengua por el culo, era larga, viscosa y rasposa. Su lengua dió un par de vueltas en la entrada del ano y luego se metió a fondo, sacando lo que de no haber tenido la boca tapada hubiera sido una suerte de gemido de sorpresa y placer. Lo violó salvajemente con su gran lengua, pero tardó poco en aburrirse, y cambió esta por su verga, roja, palpitante y de treinta centímetros. Le entró hasta la base, que era un punto que se ensanchaba de tal forma que facilitaba la inserción, pero hacía no pudiera sacarse hasta que estuviera flácido.

Kokoshen, el cazador, dejó esto sucediera. La peluda criatura rojiza agarraba con sus zarpas las piernas del atado y desnudo muchacho, tendido en el suelo sobre su embarrada capa roja con capucha, e incapaz de hablar o quejarse. La peluda criatura rojiza sacudía con fiereza su cadera, e impactaban sus gordos cojones contra las nalgas del muchacho a un ritmo de martillo percutor. Y, finalmente, con un aullido, la peluda criatura rojiza se corrió, llenando el vientre del muchacho con su crema caliente. Tardó unos segundos más en salirse, y luego comenzó la razón para que el cazador no actuara antes.

Un licántropo realmente no va al ritmo de la luna, sino al ritmo de sus hormonas. Se transforma en forma furra cuando su carga sexual es elevada, pero tras satisfacer esta regresa a su forma humana. Y eso hizo Rudolph, cuya forma humana era la de un muchacho adolescente pelirrojo, quizás de diecisiete años. Paliducho, delgado y pecoso. Se tiró a dormir a un lado del camino, mientras Frank, la bestia de cuatro metros de altura, apoyó el capullo, de casi la mitad del tamaño de la cabeza del muchacho, contra el dilatado ano de este. Normalmente el prefería violar caballos, vacas o semejantes. Incluso ocasionalmente violaba a sus propios compañeros de manada, aunque el riesgo de esto era que tras recobrar su forma humana estos lo violaran de vuelta. Pero con este muchacho algo le decía que podría, que no lo iba a partir o desgarrar.

Empujó, y se sorprendió de cómo su ano se le abrió como una flor y el interior se ajustó como un guante a su vergajo cánido de proporciones descomunales. A medida que introducía su caliente, duro y oscuro tronco, tan grueso como una pierna del chaval penetrado, notó la pelvis abrirse, las pierna separarse en una pose casi antinatural y sus interiores ensancharse para acoger el embate de su animalista virilidad.

Lo levantó en vilo, sujeto solo por el hecho de tenerlo ensartado a su tranca. Con el cuerpo encogudo por las ataduras, la cabeza oculta en la capucha y la capa oscilando al viento. Con una cosa zarpa tomó el cuerpo del muchacho y lo subió y bajó por su palo, como si usara un fleshjack. Estuvo así por cerca de dos horas, hasta que vació sus mecos en el maltrecho cuerpo del joven, inflándolo como si fuera un globo de agua.

Paul durante este tiempo no había perdido de vista en ningún momento el peludo culo de Frank, y su cola lupina moviéndose por la excitación. Pero permaneció todo el tiempo de la violación al muchacho impasible, alzando la vista regularmente a donde se escondía Kokoshen. Esperaba llegara su turno, y este llegó tras el orgasmo del licántropo gigantón. Fue correrse y empezar a menguar, perder todo el pelaje, achicarse la cara y tener pérdidas de volumen generales.

Se transformó en un hombre canoso, de unos cincuenta años, musculoso y de metro noventa de estatura

El muchacho volvió a ser depositado en el suelo, con su ano vomitando semen. Paul descubrió su virilidad apartando el taparrabos. No era tan grande como la de Frank, pero si casi igual de gruesa. Y su objetivo no era el muchacho, sino cumplir con una venganza. Esta vez al mirar hacia el escondite de Kokoshen habló.

-¡Baja ya, viejo pervertido!! ¡¡ Huelo tus pajas desde antes de llegar!!

Unas ramas calleron, descubriéndose al cazador sin sus mallas y con el vergajo erecto. Bajó de un salto, callendo a pocos metros del muchacho. Ató Frank y a Rudolph de tal forma que parecían enrollados sobre si mismos. La elasticidad de Rudolph era tal, incluso inconsciente, que pudo meterle su verga en su propia boca. Y, estando inconsciente, coml acto reflejo, inició una automamada.

-Bueno, esto ya está, ¿ves que no costó tanto?

-"Solo" dar el culo sin poder oponerme cada dos o tres días… ¿y que gano yo de este negocio?

Cruzó los brazos sobre su pecho, parecía molesto. Kokoshen le dió la espalda y le ofreció el culo.

-Ven y fóllame duro…

-¿A tí? ¿Un semielfo? - Dejó escapar una carcajada de desprecio. Dirigió su mirada al inconsciente e inmovilizado Frank. - Quiero destrozar su culo.

-Venga, va… pero no mientas, sé ya lo has "destrozado" antes… tienes suerte que los licantropos de verdad tengan factor curativo.

-Y este cabrón la desgracia que yo sea otro tipo de cambiaformas…

Su forma de decirlo fue maliciosa. Su gesto se torció, su cuerpo se deformó. Se convirtió por segundos en una suerte de gelatina carnosa rojiza, pero gradualmente adoptó las dimensiones y forma de un troll de montaña. Solo un gigante era más grande, y en ningún caso tan peludo o musculoso.

-No, ya vas buscando otra forma, pero una cosa es que se regenere y otra que tenga varios días antes que lo haga… antes recupera la forma lupina, y lo sabes. - Protestó Kokoshen, quien no quería que su presa terminara hecha jirones de carne, al menos no antes de la entrega a su cliente.

Paul, de mala gana, y sin decir una sola palabra, menguó las dimensiones. Seguía siendo descomunal, pero ahora eran solo tres metros de altura. Y su falo era como un brazo. Como un brazo de culturista, pero un brazo a fin de cuentas. Tomó a Frank en volandas, rompió las ataduras y, agarrándolo en vilo de los brazos con una mano, con la otra llevó su culo hacia su reata. El cazador fue a protestar otra vez, pero el cambiaformas bufó y exigió le dejara sodomizarlo como él quisiera, que ya volvería a ponerle cuerdas cuando hubiera terminado. Le fue introduciendo el pedazo poco a poco, disfrutando la sensación de cómo su cuerpo le oponía cierta resistencia y esta iba cediendo ante su avante. Y cuando al fin lo tuvo clavado del todo empezó la verdadera diversión para Paul. Esto ya se lo había hecho en veces anteriores, y siempre que recobrara el conocimiento lo hacía con gran malestar en el vientre, pero a Paul le importaba una mierda. Y menos ahora. No podía ser considerado con una criatura que su forma de vida era ir violando el primer orificio encontrara en el camino.

Lo agarró con ambas zarpas por los costados y comenzó a mover su cuerpo adelante y atrás a una velocidad endiablada. A la que el rabo entraba a fondo se abultaba en los abdominales del sodomizado como si le dieran un puñetazo desde dentro, y a la que salía era como si hubiera una zona de succión. Y la velocidad era tal que parecía tenía latidos en el vientre. Pero el ritmo era tan fuerte que, tras apenas diez minutos, entre bufidos y estertores, Paul lo llenó de sus esporas, pues los suyos en vez de eyacular semen directamente impregnaban el cuerpo de con quien tuvieran sexo de esporas.

-¿Contento?

Preguntó Kokoshen a Paul. Este, que estaba tomando una forma humana de apuesto galán, replicó, con gesto de desprecio.

-Más contento estaré si esta vez me pagas algo de lo que te den.

Se acercó al muchacho atado, desnudo, que estaba recostado sobre su maltrecha capa roja y rodeado de todo el semen que su cuerpo había expulsado, le dió una suave patadita, para comprobar si seguía vivo, y le preguntó al cazador.

-¿Pensaste ya que harás con el joven elfo?

-¿El joven qué?