Cuento de una noche de verano

Mónica decide salir y encuentra una pasión que echaba de menos en brazos de una desconocida

Mónica no tenía nada claro de que sería de su vida a partir de entonces. Lo cierto es que los cambios nunca le habían gustado demasiado… pero hay cosas que una misma no puede evitar, que vienen así y hay que aceptarlas y asumirlas.

No era fácil aquello, pero no era la primera vez que tenía que empezar de cero. Esta vez estaba más tocada emocionalmente que las otras veces… pero la vida sigue y ella tenía que seguir también.

Se le notaba en la cara que algo no iba bien. Si existe una buena definición de Mónica es que es clara y transparente, aunque quiera evitarlo. De todos modos, la tristeza es uno de los sentimientos más fáciles de detectar.

Y lo peor de todo es que no podía evitarlo. Era consciente de que estaba en un pozo, quería salir, y no sabía como. No tenía ganas de hacer nada, solo quería estar sola y compadecerse de si misma. Porque tampoco tenía a nadie que le tomara la mano para sacarla de allí… y eso la hundía todavía más.

Una noche cualquiera de verano decidió salir de casa, arreglarse un poco, pintar el ojo y abrir la puerta al mundo, tratando de darle y darse una oportunidad. Se sentía asustada y confundida. Mientras caminaba hacia la zona de vinos se replanteaba una y otra vez que era lo que estaba haciendo.

Hacía tanto tiempo que se había aislado que ni siquiera sabía a quien llamar para quedar. Y sola, como siempre, no sería tan divertido. En varias ocasiones le dieron ganas de darse la vuelta y volver a ese que un día había sido su hogar y que ahora se le echaba encima.

Pero no lo hizo.

Llegó al primer bar y se sentó en una esquina, pidió un vino y se puso de charla con la camarera, una vieja amiga con la que siempre hubo algo más. Pero no tenía ganas de recular, a pesar de la sincera invitación de la otra. No quería recordar… no quería pensar… solo una noche de evasión.

Y como si la última estrella fugaz hiciese realidad su deseo, apareció un grupo de amigos de la infancia… hacía tanto tiempo que no se veían que casi la tiran de la silla al ir a saludarla.

La noche empezaba a cambiar y Mónica estaba empezando a sentirse un poco mejor. Y por primera vez en mucho tiempo no tenía ganas de llorar. Es más, en el grupo de amigos había una chica a la que no conocía y se había sentido muy atraída por ella nada más verla.

Pero, como siempre hay un pero, no se sentía preparada ni capacitada para intentar, tan siquiera, acercarse. No se sentía nada atractiva, ni guapa, ni nada de nada. En aquel momento se preguntó porque había decidido raparse la cabeza al cero. Ya hacía una semana, pero a penas había crecido nada… en fin, cosas que pasan.

"Me gusta tu peinado." – dijo la desconocida pasando su mano por la cabeza de Mónica.

Se quedaron mirando, la primera sonriendo, la otra con cara de asombro y bastante colorada. Una de sus viejas amigas se acercó y las presentó. Marta. La joven desconocida se llamaba Marta. Entonces un impulso nervioso recorrió todo su cuerpo en modo de alarma.

Y quiso meter la cabeza en la copa de vino y ahogarse en ella. Un montón flashbacks inundaron sus ojos y se puso rígida como una tabla. Es sorprendente como una sola palabra puede remover tanto en el interior de una.

Marta acercó su cuerpo al de Mónica que, paralizada, recibió un beso en la mejilla, una profunda mirada, otro beso cerca de los labios, otra mirada profunda y una preciosa y pícara sonrisa.

Su corazón latía casi desbocado aunque su cuerpo seguía sin, a penas, responder. No tenía nada que ver con su Marta, pero seguía pensando en ella, echándola de menos. Se preguntaba por qué se había portado así, por qué le había hecho tanto daño, por qué se había enamorado tanto, por qué tenía que ser tan sentimental. No le habían roto el corazón, se lo habían destrozado a pisotones.

Había sido Mónica la que había dicho, en un momento de desesperación irracional, que no se sentía bien con ella. No quería romper con ella, quería llamar su atención. Una llamada desesperada de auxilio.

Pero la respuesta de Marta la dejó sorprendida y destrozada. Aceptaba su decisión, lo entendía, pero quería ser siendo su amiga… desde la distancia. Eso destrozó a Mónica, la mujer que lo único que necesitaba era un poco de atención, acabó rompiendo su relación de dos años.

Fue una gota más en un vaso que ya estaba más que colmado hacía tiempo. Y, el pozo que se creía sin fondo, se empezó a llenar de agua salada. Y la decadencia se instaló en ella. Y todo se volvió borroso. Fueron los peores meses de su vida. Todavía estaba muy reciente.

Aunque la Marta que tenía delante no sabía nada de lo que rondaba su cabeza en aquel momento. La otra Marta la miraba de manera coqueta. La otra Marta era alta, morena, con unas curvas tan sexys como el escaso vestido que las cubría.

La otra Marta fue la que consiguió convencerla de que se fuera con ellos siguiendo la juerga. La que la persuadió para que se divirtiera un poco. La que la tomó de la mano y la arrastró hacia la puerta de aquella ruidosa discoteca. La que le quitó la chaqueta para sacarla a bailar.

Para Mónica todavía era demasiado temprano para ponerse a bailar como una loca. Todavía estaba acostumbrándose a la noche fuera de sus cuatro paredes y ya tenía a una mujer sujetándola por el cuello y contoneando su pelvis contra la de ella.

Durante los últimos meses había tenido demasiados momentos en los que no entendía nada, y ahora estaba teniendo uno de esos momentos. Tenía la sensación de que se perdía algunos capítulos de su vida.

Cuando consiguió soltarse se acercó a la barra y pidió un chupito, se lo tomó de un trago y pidió otro. Estaba nerviosa y eso no era normal. Ella no se ponía nerviosa con las mujeres a la hora de ligar. Ella se dejaba llevar y no pensaba en nada más.

Pero Mónica estaba nerviosa, y excitada, y confusa. Y su cabeza no dejaba de pensar y no conseguía dejar de sentirse mal, de pensar en Marta, de temer que le volvieran a hacer daño.

Todos bailaban, saltaban, se abrazaban, gritaban, se divertían. ¿Por qué ella no podía hacerlo? ¿Por qué tenía que luchar contra si misma? Era sencillo, solo tenía que caminar hacia allí y dejarse llevar pero… ¿por qué no podía?

Marta se acercó a la barra y se puso delante de ella. Su escote le nubló la razón y su voz al lado de su oreja fue el hipnótico perfecto para que Mónica tomara su mano y se dejara arrastrar.

Marta la acercó pegando sus cuerpos. Mónica dejó de pensar y se centró en la mujer que tenía delante. Era lo único que deseaba en aquel momento. Sentirse deseada por una preciosidad.

Al fijarse un poco más se dio cuenta de que Marta era bastante más joven que ella. Que tenía los ojos casi negros, de que su boca era un buen lugar para perderse, que esos pechos quedarían preciosos entre sus manos y de que hacía tanto tiempo que no tonteaba que se le había olvidado. Se había perdido las señales.

Mónica se acercó a su boca y Marta se lanzó a sus labios. Fue un beso pasional, breve, intenso. Se dijeron más de lo que se querían decir cuando, en toda la noche, a penas habían hablado.

No hacía falta hablar. Ambas sabían lo que querían, aunque algunas sean un poco más lentas que otras, y sabían que no era necesario decir lo obvio. Cada vez sus besos eran más largos y sus manos cada vez se aproximaban más a lugares conflictivos. El deseo a veces trae consigo la prisa.

Y cuando esa prisa llega es muy difícil frenarla. Sus ojos cada vez brillaban más imaginando lo que podría ser. Marta empujó a Mónica contra la pared del fondo y la besó tan profundamente que pensó que la ahogaría. Se aferró a su cabeza y Mónica no pudo evitar aferrarse a ese duro trasero que tantas ganas tenía de morder

"Chicas, va a ser mejor que os vayáis a follar antes de que acabemos haciendo todos una orgia aquí en medio. Venga, os desahogáis y venís relajaditas, ¿vale?"

Se miraron con fuego en los ojos, no se dijeron nada, Mónica la tomó de la mano y se la llevó. En aquel momento maldijo no haber traído el coche, pero así le daría un poco el aire y evitaría que la prisa lo emborronara todo.

Los primeros minutos a penas hablaron, casi ni se tocaban. Caminaban en silencio la una al lado de la otra. Mónica se sentía incómoda y le preguntó de donde era. Y la que siempre aconsejaba que no preguntar evita respuestas embarazosas, se echó a reír. Después de tanto tiempo sin estar con una mujer, se lía con una que se llama como su ex y que es de la misma ciudad… casi vecinas. ¿Cuántas probabilidades hay de que eso ocurra?

El resto de la conversación se convirtió en un monólogo de Marta contando detalles de su vida. Con veinte años había vivido mucho, era cierto, pero a Mónica no le interesaban esos detalles, Mónica lo que quería era desenvolver su regalo y disfrutarlo. Y se lo dijo mirándola a los ojos y deteniendo su caminata. Era como darle la oportunidad de echarse atrás si así lo quería. No podría sentirse culpable por otra mujer una vez más.

Marta también la miró y le dijo que había cosas que no era necesario comentar. Mónica la besó y Marta se asustó, estaban en plena calle. Y Mónica recordó el armario de su Marta y se sintió mal. Siguió caminando. No le importaba si la otra chica venía o no, ya no sabía que hacer, le había dado un pequeño bajón.

"Oye, que no puedo seguir tu ritmo con estos tacones."

Abrió la puerta del portal y la situación dio un giro de 180º. Marta la empujó hacia la puerta del ascensor y se colgó de su cuello para hacer más profundo el beso. Mónica pulsó el botón, las puertas se abrieron. Nunca había vivido un viaje tan bueno en aquel pequeño cubículo.

Salieron de allí y casi se caen al suelo. Las manos de Mónica no sabían sujetar las llaves y al tercer intento consiguió que la pieza metálica se metiera por la maldita cerradura. Toda la prisa que habían tenido hacía unos minutos, la que pensaba que se había acabado con la estúpida conversación, seguía latente y patente.

Cruzaron el umbral y Mónica la guió a su cuarto, la tiró sobre la cama y mordió esos labios que la estaban volviendo tan salvaje. Cerró los ojos y pensó en una Marta que no estaba allí. Quiso sentir sus manos una vez más, quiso sentir como la deseaba, como si aquella desconocida fuera aquello que siempre quiso tener.

Marta la detuvo y le pidió un poco de calma.

"¿No querías desenvolver tu regalo?"

Se puso de pie y se quitó los tacones. Mónica se puso de pie y vio que era mas bajita que ella Marta se giró, se apartó el pelo y le pidió que le desabrochara la cremallera del vestido. Mónica no estaba preparada para su regalo

Una gran pantera negra cubría la espalda de la muchacha que se giraba de nuevo para despojar a Mónica de la camiseta que hacía rato que le sobraba. Mientras se acababa de desnudar apresurada no pudo evitar lanzar su boca al cuello de la otra. Su olor lo inundó todo y el único deseo de aquella habitación era el cuerpo de una mujer.

Cayeron sobre la cama en plena lucha por saber quien sería la primera en dominar. Ganó la más joven mientras la otra la observaba embelesada. Se dejaba hacer por la veinteañera que ahora mordía su cuello en un viaje descendente mientras aprisionaba sus muñecas con sus manos.

Respiró hondo y cerró los ojos. A penas recordaba la última vez que se había sentido así. A penas recordaba lo que se sentía cuando te acaricia otra piel femenina. Esa sensación de unos pezones deslizándose impunemente por su anatomía.

Su cabeza se nubló y no pudo pensar más. Estaba demasiado ocupada en sentir aquella lengua que lamía su pecho para después sentir unos dientes mordiendo ligeramente sus erectos pezones. Su respiración se agitaba, su pulso se aceleraba, la temperatura aumentaba y ninguna de las dos quería pararlo.

Marta comenzó a desabrochar el pantalón de Mónica y ésta abrió los ojos para mirar a esa pantera de ojos negros que tenía delante. Era como una diosa blanca desnuda con un lado malvado y salvaje. Metió su mano bajo su ropa y paseó su dedo por los labios de la otra. Mónica gimió con fuerza y echó la cabeza hacia atrás.

"Uff…"

Marta apartó su mano y continuó desnudando a Mónica. Y Mónica no pudo contenerse más. Se quitó ella misma lo que le quedaba encima, abrazó a Marta y se giró para quedar encima de la muchacha que sonreía de manera pícara. La prisa había vuelto.

Se enzarzaron en una lucha de lenguas, de abrazos, de caricias… un momento de desenfreno de dos amantes desconocidas unidas con un solo fin. Sin otra cosa más que las uniera que lo que les estaba a punto de ocurrir.

Mónica llevó su mano a la vagina de Marta. Quería ver su cara, quería sentir otra vez a una mujer profundamente. Marta intentaba aguantarle la mirada, pero la experiencia de Mónica no se lo ponía nada fácil, comenzó a gemir e intentó apagar sus gritos con la boca de la otra. Pero la otra boca estaba ocupada con unos sonrosados pezones que clamaban atención. Unos pechos firmes, de un tamaño perfecto.

Marta quería más, estaba disfrutando y quería seguir haciéndolo. Puso su mano sobre la cabeza de Mónica y la invitó a seguir bajando. Mónica la miró y sonrió. Sacó lentamente sus dedos de aquel cálido interior y sujetó la pierna de Marta, que suspiró expectante por lo que iba a venir.

Su lengua paseó por aquel humedal y el joven cuerpo se comenzó a deshacer en pequeños gritos que no era capaz de contener. Acariciaba su clítoris, sentía el sabor en su boca. Notó las manos de Marta sobre su cabeza, pidiéndole que no parara.

Mónica buscó sus pechos con su mano derecha y se topó con ellos, y con las manos de Marta, que se le había adelantado. Su mano izquierda se dirigió al lugar donde estaba su boca para darle más a la mujer excitada que tenía entre las sábanas. Notó enseguida que se iba a correr en cualquier momento, aunque sabía que todavía quedaba noche por delante.

No se equivocaba. Marta se corrió emitiendo un sonoro grito de placer que Mónica se vio obligada a callar con su boca todavía húmeda

Marta abrió los ojos y miró a Mónica. Tenía fuego en los ojos. Esa mirada que hacía tanto tiempo que no tenía. Sonreía de manera pícara y comenzó a acariciar sus sensibles pechos.

"Date la vuelta." – dijo acercándose a su oído.

Mónica empezó a besarle la nuca, bajó por sus hombros y paseó su lengua recorriendo su columna. Luego levantó la cabeza y paseó la punta de su dedo sobre la piel pintada de aquella otra Marta que cerraba los puños aferrándose a la sábana.

Acercó sus labios de nuevo a aquel dibujo y le dedicó una sucesión incansable de besos, lametones y mordiscos. Si aquello era un sueño, ninguna de las dos quería despertar. Mónica coló su mano entre las piernas de Marta, que se abrieron facilitando la tarea, volviendo a acariciar el centro del placer sexual. Marta mordió las sábanas para ahogar los gritos que querían salir de su garganta. Mónica la tomó de la cintura y tiró de ella para ponerla de rodillas, quería verla así, era como una fantasía hecha realidad.

Marta se dejaba llevar por la experiencia de Mónica, pero ella también deseaba a la mujer que le daba tanto goce, quería que también disfrutara. Pero poco podía hacer contra el placer que le hacía experimentar aquel juguetón dedo que acariciaba su ano. Mónica observaba la escena desde atrás, viendo un espectáculo que sabía que sería difícil de olvidar.

A veces piensa que si hubiese tenido una cámara de fotos alguien se lo creería, pero hay cosas que solo una debe saber. Lo bueno de las fantasías es que son nuestras, y lo bueno de cumplirlas es que nos hacen sentir bien.

Marta se revolvió y acabó cayendo sobre Mónica que no dejaba de sonreír. Se había dado cuenta de que la joven no era ninguna egoísta y que quería corresponder al juego con más juego.

Marta se coló entre las piernas de Mónica, besó su clítoris y luego, paseando su lengua por su abdomen, camino a sus pechos, comenzó a penetrarla sin piedad consiguiendo que los únicos gritos que inundaran el cuarto no fueran solo suyos. El impulso primitivo que nos hace olvidar todo lo demás.

Mónica comenzó a tensar su cuerpo cuando sintió los dientes de Marta sobre sus pezones. Marta llevó una de las manos de Mónica a su clítoris para disfrutar las dos del fantástico momento. Sus bocas se encontraron de nuevo y sus lenguas se reconocieron al instante.

Se agitaban implacables la una contra la otra como si en el mundo no hubiese nada más que aquel momento de pasión irrefrenablemente efímero. Mónica cerró los ojos con fuerza y se dejó llevar por el placer que la hizo quedarse casi inmóvil sobre la cama.

Ambas se sentían sudadas, húmedas. Todo lo que las rodeaba olía a sexo. Se miraron y se rieron. Marta se mordió el labio y le pidió a Mónica que la invitara a una ducha. Mónica la invitó sin pensarlo. Lo que la mujer no sabía era que la ducha era para dos. Ingenua madura.

Mientras iba a buscar una toalla, escuchó el ruido del agua cayendo sobre la bañera. Por un momento se imaginó la escena de tener ese cuerpo de escándalo bañado por aquella tibia agua y se volvió a excitar solo de pensarlo.

Marta disfrutaba del chorro de agua cayendo sobre su cabeza mientras Mónica la observaba con deseo. Marta la miró y tendió su mano invitándola a pasar. Mónica no se lo pensó y se fue a buscar la boca de la morena de espalda tatuada.

Dos mujeres en una ducha, con sus cuerpos humedecidos de sudor y agua. Dos mujeres deseándose y disfrutándose sin pensar en nada más. Dos cuerpos reconociéndose por enésima vez en aquel lapso de tiempo. Dos mujeres que no se olvidarían de que tuvieron, al menos, una noche de pasión con una desconocida.

Pero la noche interminable llegó a su fin y, recién salidas de la ducha, con cara de felicidad, subieron al coche de Mónica para dejar a su temporal invitada de cama con los demás que la esperaban.

Como despedida solo hubo una profunda mirada, una sonrisa y un beso que sonrojaría a cualquiera.

Mónica volvió a casa, esta vez sola, y se encontró el olor a jabón y la cama revuelta. Sonrió, su cuerpo estaba relajado y tenía sensación de bienestar. Se tiró sobre el revoltijo de sábanas y se quedó dormida dejando ver en su cara una leve sonrisa de satisfacción.