Cuento de Ponies Cap. 19 - Desobediencia y castigo

Desobediencia y castigo

ADVERTENCIA

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El relato que se ofrece a continuación es un relato para ADULTOS. Incluye descripciones explícitas de actividades relacionadas con el sexo que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Si no tienes la edad legal en tu país de residencia para tener acceso a este tipo de lecturas o si consideras que puedes sentirte ofendido con alguna descripción de este tipo, por favor no sigas leyendo.

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Original story copyright (c)2000 Pony Girl, UK - translated with kind permission - original at http://www.ranch.demon.co.uk/

Traducido por GGG, noviembre 2000

Un cuento de Ponies - Capítulo 19 - Desobediencia y castigo


Separó bruscamente con el pie sus piernas hasta que quedaron justamente en el  exterior de las patas metálicas del banco. Enganchó sus tobillos a estas con tiras de velcro.

'¡Dóblate encima!' le dijo con aspereza.

Se acomodó sobre el bloque y la empujó con dureza contra el extremo, luego usó más velcro para enganchar sus muñecas a las patas delanteras del banco. La presión adicional en su vientre hizo que el tapón anal se levantara ligeramente y el consolador se desplazara incómodamente. Considerando su situación de disponibilidad y la reciente predilección de Peter por penetrarla por el trasero, consideró que recibir una buena follada era un magnífico precio a pagar por su desobediencia. En vez de ello, empezó una de sus lecciones.

'No cometiste un error al hablar. Me desobedeciste voluntariamente a pesar de mi insistencia en la importancia de tu silencio. Pensaba que nos comprendíamos mutuamente.'

Ella le siguió la corriente en silencio y pestañeó en su dirección unas cuantas veces.

'También te hablé respecto al contacto visual, ¡y con esta van seis!'

Continuó,

'Espero que creas que lo que has recibido hasta aquí ha sido doloroso, pero esto dolerá mucho más. Si realmente quieres ser un pony lo recibirás sin una palabra y me demostrarás tu conformidad. No habrá pelotita roja esta vez. Dime que pare y bastará. Fin del castigo. Fin del juego para siempre. "Finito. Capice?".'

Ella tragó saliva y empezó a llorar. No se había percatado de lo importante que era esto, y por tanto ella, para él. Deseaba intensamente abrazarle y suplicar que la perdonara pero tuvo que conformarse con sacudirse las lágrimas mientras miraba al suelo, a sus pies.

Él salió de la habitación.

'Oh mierda' pensó para sí misma. 'Bien hecho chica, acabas de cargarte a otro.'

Ahogó un sollozo y su humor mejoró cuando él volvió un par de minutos después. Se había quitado la camiseta y llevaba una vara de azotar del tipo de las que uno lee que había en las escuelas de Dickens. Miró de arriba abajo su cuerpo musculoso. Para un tío al final de la treintena con un trabajo sedentario se mantenía con una figura realmente buena, pensó, inspeccionando su estómago plano y el inicio de la senda vellosa que le gustaba seguir con la lengua.

Su atención volvió a la vara.

El castigo corporal había sido prohibido desde hacía tiempo en la escuela cuando ella iba y no tenía experiencia de la vara, pero sentía que no podía ser mucho peor que la fusta, de modo que se puso alerta para recibir el castigo.

Fue el virulento sonido del ruido cuando la vara silbaba a través del aire lo que le hizo revisar su valoración y comprender cuán diferente era esto. El dolor parecía empezar simultáneamente en ambas nalgas como un porrazo sordo, como si te pegaran un puñetazo. Inmediatamente se desgarraron dentro de ella como docenas de cuchillos al rojo vivo hasta que alcanzaron la boca de su estómago y le provocaron oleadas de náuseas que la inundaron.

Respiró con dificultad y apretó los puños mientras las oleadas ardientes avanzaban adelante y atrás.

'¡Oh Dios!' gritó en silencio. Nunca había sentido algo como eso anteriormente y las lágrimas corrieron por su rostro.

'Uno' se limitó a declarar él, luego se preparó para administrar el siguiente golpe.

Apuntó la vara inmediatamente encima del blanco anterior y Lucinda sintió que el injerto anal se desplazaba, añadiendo este efecto a su sensación de náusea.

El segundo golpe explotó en su mente como una flor roja oscura y sintió espasmos en sus intestinos mientras el injerto transmitía la fuerza a sus órganos.

El tercero fue a parar a la base del consolador y cruzó la parte superior de sus muslos. Esta vez su cérvix recibió la fuerza transferida y sintió náuseas y el sabor de la bilis en su boca. La escupió mientras sus muslos se abrasaban.

Peter se inclinó y le susurró al oído,

'¿Paro?' preguntó. Ella movió lentamente la cabeza y sintió que su mente empezaba a escaparse al refugio de su espacio interior.

Le empujó con los pies las rodillas hacia el banco de manera que su sexo avanzara y restregó la vara sobre la zona de la correa que separaba la parte superior de su labios vaginales y cubría su clítoris.

Sintió chorros de sudor bajando por brazos y cara en anticipación de lo que iba a sucederle a su parte más delicada. Esperaba que la correa amortiguara el impacto de alguna manera.

El golpe lanzó un dardo de dolor a través de su abdomen que se transformó en una confusa bola dolorosa que creció rápidamente hasta sus pechos y pezones, antes de difundirse por todo su cuerpo, con un ardor cálido que hacía imposible distinguir si era dolor o placer. Era como lo de las pinzas multiplicado por diez.

Al quinto golpe su cuerpo se disolvió en cientos de minúsculos espasmos que estallaban y se perseguían como una descarga eléctrica sin fuente identificable. Era similar a las primeras sensaciones que tuvo con sus orgasmos provocados por estimulación de los pezones solamente.

Era agudamente consciente ahora de la pareja de intrusos que la penetraba y, agarrando el banco con sus manos y sus muslos, instintivamente empezó a doblarse sobre la gomaespuma mientras gemía y sollozaba incontrolada y simultáneamente.

Lágrimas, sudor, gel, mucosidad y secreciones vaginales salían de ella cuando el último golpe la llevó hasta el borde de un clímax "suave" que la hizo temblar y estremecerse, con su mente consciente curiosamente desprendida, como si observara sus propias reacciones.

La realidad del maltrato físico la volvió a llevar a una mezcla de ardientes cuchillos y dolores que entumecían los huesos. Exhausta, se dejó caer jadeando con las mejillas sobre un charco de saliva y mucosidad.

Peter le acarició la mejilla.

'Puedes hablar. ¿Estás bien?'

Asintió lentamente, incapaz de hablar.

Le soltó las correas y le dio masaje en los hombros y brazos que colgaban desmadejados. Le volvió cuidadosamente la cara hacia él e, ignorando su estado, la besó en la boca y buscó su lengua. El sondeo familiar y cariñoso la volvió en sí y se dio media vuelta y le abrazó mientras le devolvía su beso con pasión.

'Te quiero' le susurró suavemente y le acarició el pelo.

Ella hizo una leve pausa,

'Lo sé,' sonrió.

Sin más palabras entre ellos la ayudó a enderezarse parcialmente y a inclinarse vacilante sobre el banco antes de llevarla al centro donde la rodeó con sus brazos y la besó de nuevo mientras la mantenía apretada. Pudo sentir el calor de su pecho contra sus pezones todavía excitados y la presión de su pene en su vientre. Pasó sus dedos enguantados por su pelo y le besó en el cuello.

'Me corrí' dijo.

'¿Eh?' gruñó él.

'No estoy totalmente segura, pero creo que tuve un orgasmo.'

'Lo sé,' sonrió él, 'Esa era la idea.'

Echó la cabeza atrás y sujetó su cara.

'¿Lo sabías?'

Asintió.

'Tenías que experimentarlo para entender que el dolor y el placer son simplemente la interpretación de nuestra mente de casi la misma cosa. Precisamente lo que ocurre es que generalmente tomamos la sobreestimulación de una forma errónea.'

Le miró.

'¿Qué?' preguntó él.

'¿Pero me quieres?'

La abrazó de nuevo, riendo.

'Sí, te quiero.'

'Entonces está bien, aunque sienta como si mi culo estuviera siendo cocido como una langosta, yo también te quiero,' sonrió y añadió, 'Amo'.

Pateó el suelo y, señalando la brida, abrió la boca y le miró boquiabierta.

'Dentro de un momento,' replicó, 'vamos a limpiarte... un poco (Nota del traductor: juego de palabras, "a bit" además de "un poco" significa "un bocado", la parte del freno que muerden los caballos).'

Ella no cayó en la trampa.

Él recogió un barreño con agua caliente y una toalla de baño grande y suave y gentilmente le bañó sus nalgas y los muslos abiertos. Retuvo más lágrimas y sonrió valientemente. Él siguió bañando todas las partes de carne visible mientras ella separaba los brazos, dándole palmaditas, aplicándole algo de crema en sus heridas. La inundó un profundo olor a jabón y áloe. Como toque final le aplicó ligeramente aceite de bebé sobre la piel y lo secó hasta que relució.