Cuento de Ponies Cap. 18 - Arneses y añadidos

Arneses y añadidos

ADVERTENCIA

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El relato que se ofrece a continuación es un relato para ADULTOS. Incluye descripciones explícitas de actividades relacionadas con el sexo que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Si no tienes la edad legal en tu país de residencia para tener acceso a este tipo de lecturas o si consideras que puedes sentirte ofendido con alguna descripción de este tipo, por favor no sigas leyendo.

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Original story copyright (c)2000 Pony Girl, UK - translated with kind permission - original at http://www.ranch.demon.co.uk/

Traducido por GGG, noviembre 2000

Un cuento de Ponies - Capítulo 18 - Arneses y añadidos


Al fin habían llegado a los arneses.

Peter había pasado los brazos de Lucinda a través de las correas y le enseñó las hebillas que normalmente había que desabrochar para permitir colocar los arneses incluso cuando el pony tuviera los brazos atados.

Era un cruce entre un corsé y un arnés de paracaídas hecho de tiras de cuero grueso negro que todavía olían deliciosamente al curtido. Le recordó las tiendas de bolsos de las vacaciones mediterráneas.

El amplio cinturón tenía una fila de ojales regularmente espaciados alrededor de sus bordes superior e inferior. En algunos de ellos se encontraban encajados algunos anillos. En la parte trasera había tres hebillas que Peter soltó mientras ajustaba el resto de las correas. Las dos correas de los hombros se cruzaban entre sus pechos y pasaban por encima de los hombros donde se unían a una especie de placa trasera también con ojales con algunos anillos. Una correa más delgada y flexible pasaba como las costuras de un sostén, desde la placa trasera por debajo de cada seno.

Dos correas más colgaban de la parte posterior del cinturón y se balanceaban entre sus piernas. Como a una tercera parte de su longitud se unían en un único remache que llevaba un anillo.

Peter dio unos golpecitos para que separara las piernas y le enseñó cómo se podían pasar estas correas traseras entre las piernas para resaltar o apretar las nalgas y el sexo.

Todo ello parecía un tanto anticlímax mientras colgaba hecho un lío como una red deformada.

La desilusión de Lucinda se tornó curiosidad cuando Peter tiró del banco de trabajo y, con un sonido sonoro y metálico, lo izó tras ella. Le hizo darse la vuelta para ponerse de cara a él.

'Dóblate encima, separa las piernas y pon las manos aquí,' dijo golpeando con la fusta las mordazas de madera.

Ella echó una mirada a la pieza de taller desordenado y frunció el ceño.

Él captó su mirada,

'Oh, no es lo bastante bueno para Su Señoría, ¿eh?' comentó. 'Bueno, no he tenido tiempo para conseguir un potro en condiciones así que tendremos que apañarnos.'

'¿Potro? ¿De qué estaba hablando?' pensó Lucinda mientras se aproximaba al banco.

Colocó firmemente los pies separados como un metro y, estirando los brazos primero hacia arriba, se dobló un par de veces atrás y adelante y luego se dejó caer y enganchó la mordaza de madera más cercana dejando la cabeza colgar entre sus brazos mientras echaba un vistazo alrededor.

'Como la postura del "León"', pensó.

Sus piernas metidas en las botas parecían aún mejor desde este punto y se balanceó y observó las correas de entrepierna del arnés oscilando entre ellas. Peter dio una vuelta a su alrededor dando algún golpecito ocasional con la fusta hasta que la posición estuvo a su gusto. La opresión de las botas la ayudaba realmente ahora y podía sentir sus músculos estirados tirando de las nalgas para separarlas ampliamente para él. Le sugirió que girara los dedos de los pies un poco hacia dentro y sintió que su ano se contraía más en consecuencia. Finalmente se colocó a su lado, subió las correas traseras por su espalda, luego desplazó las caderas hasta que pudo ver la cámara directamente tras ella con su único ojo de cristal como un cañón apuntando directamente a su trasero.

Aprovechó la oportunidad para rozarle, juguetona, con la cadera y él se rió entre dientes, luego le cogió los pechos y les dio un apretón.

'Nos sentimos un poco retozones, ¿verdad?' preguntó.

Ella sacudió la cabeza e hizo un patético intento de relinchar.

Observó sus piernas invertidas caminar hacia la mesa y, enfrentándose a la cámara, adelantó su ano hacia ella y dio unos cuantos empujones para practicar. Las imágenes del día anterior desfilaron por su mente y se imaginó el anillo de músculo sonrosado boqueando, como un pez, y ansioso por ser rellenado. Peter terminó de cacharrear en la mesa y, con las manos embutidas en guantes de látex, colocó la cesta de los consoladores en el suelo entre sus piernas y se arrodilló a un lado. Levantó el gel y lo dejó caer en la raja entre sus nalgas hasta que se escurrió sobre sus labios vaginales y cayó al suelo. Lucinda ronroneó mientras le aplicaba masaje y toqueteaba suavemente su ano y lo sintió relajado y abierto en flor por su propia voluntad.

Luego él levantó el consolador afilado y su frialdad sustituyó la calidez de su dedo. La sodomizó suavemente con él, sacándolo por completo de vez en cuando, hasta que ella empezó a estremecerse en cada empujón hacia dentro, sintiendo que cada vez la penetraba y dilataba más. El ritmo y las sensaciones refrescaron sus recuerdos de la última vez que fue penetrada de esta manera y, plegando los brazos sobre el banco como si fueran una almohada, descansó sus mejillas y empezó a dejarse llevar hacia su espacio mental. Gradualmente volvieron las punzadas familiares a cada acometida y empezó a incrementarse su incomodidad hasta que algo se disparó en su interior y se detuvo con parte de ello presionando el área de alrededor.

Lucinda abrió los ojos y vio el consolador afilado descansando resbaladizo en un charco de gel y que el gran tapón anal negro había desaparecido. Apretó los músculos del ano y lo sintió encajado perfectamente en su sitio.

Lo sentía muy bien. Como si le diera la bienvenida a un viejo amigo.

Él le pasó las dos correas entre las piernas y por las ingles hasta el conjunto de hebillas separadas ampliamente en la parte frontal del cinturón, de forma que mantenían el "collar" del tapón levantado firmemente contra su raya y dejaba su sexo y su vientre expuestos. Lo sentía todavía mejor y Lucinda se encontró relajándose para acomodarlo aún más.

Empezó a incorporarse pero Peter la retuvo abajo.

'Hay más,' dijo, rasgándose los guantes y poniéndose otro par.

Los guantes desechados parecían como condones usados bajo sus pechos.

'Por lo menos no son rosas,' pensó.

Él se puso en cuclillas y echó un chorrito de gel en sus dedos, luego lo untó generosamente sobre su vulva utilizando solo sus dedos para dilatarla. La libido de Lucinda empezó a encenderse y no podía conseguir notar el correspondiente bulto en los pantalones de él, de modo que empujó hacia atrás contra su mano, desesperada porque empezase con su clítoris.

Él le pegó un azote juguetón en el trasero con la mano pegajosa.

'¡Descarada!' se rió, y cesó en sus atenciones.

Se agitó en el aire intentando infructuosamente conseguir que el tapón la estimulase o, aún mejor, inspirar a Peter para que pusiese su bulto a trabajar. En vez de ello y para su deleite, él tomó un gran consolador flexible y colocó su reluciente glande del tamaño de una ciruela entre sus labios goteantes.

'¡Siéntate sobre esto, preciosa!' dijo mientras empujaba suavemente.

Ansiosamente empujó hacia atrás y, con un largo y satisfactorio deslizamiento y con visiones de El llenando su mente, se lo engulló hasta que sintió que golpeaba en su cérvix y pegó un pequeño grito. Fastidiosamente, a diferencia de un pene real o el imparable El, este no quería moverse. En lugar de ello, Peter colocó otra correa entre el anillo de la unión de las correas de su entrepierna y el centro del cinturón en la parte delantera y lo tensó para que el consolador se fijara en su sitio.

'Listo. Levántate y vuelve a tu sitio,' ordenó y ella se levantó cautelosamente mientras los dos objetos se desplazaban en su interior. La tomó de la mano y la ayudó a darse la vuelta tambaleándose y volver a colocarse en su sitio.

Trabajando con rapidez con los arneses, Peter ajustó hebillas y correas hasta que ella sintió a los dos intrusos bienvenidos anidados cómodamente en su sitio y completamente llena y contenta. También había empezado a tensar el cinturón. Esto tuvo el efecto de empujar sus intestinos y su útero hacia abajo y su caja torácica y sus senos hacia arriba realzando las sensaciones en ambos. Se sintió como un reloj de arena hipersensible y erógeno. Mirando abajo a su cintura estrechamente encinchada se sintió muy contenta de haberse saltado el desayuno.

En lugar del extraño guante doble, Peter le hizo doblar los brazos a la espalda y, utilizando dos cintas de velcro, los ató estrechamente juntos a través de los anillos de la placa posterior. Sus pechos se beneficiaron en consecuencia. De nuevo, más candados pequeños y empezó a sonar como Harry Houdini.

A continuación siguieron la brida y el bocado. Aparte de la cola, éste era el artículo que más la había impresionado durante su investigación. También había visto alguno de los precios y odiaba pensar cuanto se habría gastado Peter en esta semana, lo que la hizo aún más seriamente decidida a ayudarle a disfrutarlo.

Con afecto, le observó ocupado junto a la ventana, desabrochando las hebillas y agitando las correas. Se encaminó hacia ella con una expresión tan intensa que no pudo controlarse.

'¿El mejor bocado?' dijo.

Luego añadió, con una risa tonta, 'Lo siento cariño. ¡No pude resistirlo!'

La miró con cara de pocos amigos y ella se puso tensa esperando la fusta. Era útil el dolor suave para animar ligeramente los procedimientos. Después de todo era un papel de pony.

La miró en silencio.

'Mira. Lo siento realmente. Ya sabes como soy.'

Finalmente habló,

'Esto te costará tres faltas.

Ella hizo un mohín,

'Solo estaba de broma, ¿no podemos liberarnos de vez en cuando?'

Levantó cuatro dedos, obviamente no.

'Vale, vale, tu ganas... Amo,' y le presentó el trasero.

Cinco dedos.

Ignoró las nalgas que le ofrecía y agarró un pezón fuertemente mientras caminaba y luego la arrastró al banco mientras apretaba aún más fuerte.

Dolía horriblemente y ella se mantuvo en pie y le observó mientras colocaba el bloque de gomaespuma del día anterior en la parte superior del banco. Le quitó el candado de los brazos y los desabrochó, señaló el suelo en el extremo del banco y dijo bruscamente,

'Ponte aquí. ¡Ahora!'