Cuento de Ponies Cap. 13 - Pinzas, dolor y placer

Dolor y placer

ADVERTENCIA

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El relato que se ofrece a continuación es un relato para ADULTOS. Incluye descripciones explícitas de actividades relacionadas con el sexo que pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Si no tienes la edad legal en tu país de residencia para tener acceso a este tipo de lecturas o si consideras que puedes sentirte ofendido con alguna descripción de este tipo, por favor no sigas leyendo.

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Original story copyright (c)2000 Pony Girl, UK - translated with kind

permission - original at http://www.ranch.demon.co.uk/

Traducido por GGG,  noviembre 2000

Un cuento de Ponies - Capítulo 13 - Pinzas, dolor y placer


Peter se colocó tras Lucinda y, agarrándola por las caderas, la alineó cuidadosamente con la cámara frontal. Luego situó la cámara trasera, el trípode y las luces en su costado, de forma que mostraban una vista de perfil de todo su cuerpo en la pantalla. La desorientación visual unida al brillo de las luces lo hacían aún más extraño que antes y se tambaleó ligeramente sobre los zapatos.

Un golpe áspero de la fusta revitalizó su atención a la postura.

Tras un par de zoom sobre su cara y sus pechos y luego de nuevo su espalda, Peter se quedó satisfecho.

'¿Tienes aún la pelota?' preguntó.

Lucinda asintió y abrió la mano para que la viera.

'Muy bien, sujétala fuerte. Voy a probar y a encontrar tus límites.'

La boca se le secó.

'Para ayudarte a estar en silencio, ¡tengo esto!', fue a la mesa y cogió una pelota de plástico de niño con agujeros. Enhebrado a través de dos agujeros opuestos había un tramo de cordón.

'Abre la boca.'

Lucinda lo hizo y él le colocó la pelota.

La notó enorme y le entraron unas terribles náuseas.

'Relájate,' le riñó él, 'La sensación pasará y lo agradecerás.'

Lucinda tenía serias dudas al respecto pero, cuando Peter anudó el cordón con firmeza detrás de su cabeza y mordió la horrible cosa, se sintió más cómoda.

'¿Mejor?'

Lucinda asintió.

Lo siguiente que sacó Peter parecía como un tubo de cuero cada vez más estrecho con cordones a lo largo de la costura y un asa gruesa en lazo en el extremo más estrecho. Era similar al guante que les había visto usar en el club la semana anterior.

'Pon los brazos atrás y cruza las muñecas.'

Le levantó un poco los brazos y le deslizó el tubo por las manos hasta que la parte ancha alcanzó los antebrazos y el lazo colgó por debajo de sus manos. Le giró los brazos de forma que los codos se encarasen. Luego, con un tirón, tensó los cordones inferiores y, eliminando la flojedad a medida que avanzaba, Peter utilizó el guante para comprimir sus brazos hasta que estuvieron forzados hacia atrás y hacia arriba. Cuando la compresión alcanzó la parte superior sus hombros

estaban echados más atrás de lo que se hubiera creído posible. Para su orgullo, cuando vio su vista de perfil, Lucinda comprendió lo que había intentado decirle con respecto a sus senos. Ahora sobresalían orgullosamente de su pecho y el arco, con refuerzo adicional, de su espalda daba a su cabeza un aire de dignidad. Incluso cuando se relajaba la atadura le ayudaba a mantener casi la misma postura.

A pesar de la incomodidad inicial pensó,

'Esto va bien,' y separó los pies para estabilizarse y mejorar el efecto.

'¿Te gusta?' preguntó Peter.

Lucinda asintió tres veces.

'En ese caso es el momento de esto.' Sonrió, blandiendo una barra larga.

Era de un poco menos de un metro de longitud y tenía unas abrazaderas amplias de Velcro en cada extremo. Parecían un par de esposas para un orangután. Cuando Peter se arrodilló a sus pies y la colocó en el suelo, su uso resultó obvio.

'Ábrelos, babe' imitó a la policía de Nueva York.

Le dio una palmada en el interior de las rodillas y ella le obedeció voluntariamente, pensó 'no hay ningún misterio en su orden' mientras sonreía tras la mordaza y separaba aún más los pies.

Con un fuerte sonido de rasgar, Peter soltó una de las correas y la pasó cuidadosamente alrededor de su tobillo izquierdo. Se movió a la derecha y Lucinda notó que, mientras enganchaba el grillete derecho, la barra se acomodaba telescópicamente para conseguir ajustar la longitud y él giraba la rueda de bloqueo. Mientras se levantaba se entretuvo y, para disfrute de Lucinda, pasó ligeramente las puntas de sus dedos sobre la ahora vulnerable maraña entre sus piernas y la presionó suavemente. Lucinda se iluminó y se sintió abierta para él, desesperada por conseguir más atención allí abajo. Inoportunamente retiró la mano y olió las puntas de los dedos mientras se dirigía de nuevo a la mesa.

Lucinda echó una mirada a su imagen en la pantalla. La combinación paradójica de la altivez de su perfil y la lasciva disponibilidad de sus senos y vagina parecían resumir lo que ella sintió observando el juego de los ponies el fin de semana anterior. Cualquier duda que hubiera tenido estaba siendo disipada de forma maravillosa.

Él volvió llevando una bolsa de terciopelo que sonaba misteriosamente.

Lucinda se encontró tratando de separar más los muslos como anticipación al nuevo juguete. En vez de ello, la atención de él se centró en sus pechos.

Pellizcó y retorció sus pezones unas cuantas veces y golpeó ligeramente sus senos con la parte de atrás de sus dedos. Su estado de excitación y la postura vulnerable hicieron que sus pezones y aureolas se elevaran positivamente.

'Vale' pensó, 'El coño más tarde, esto no está mal.'

En un par de ocasiones, aunque todavía no con Peter, Lucinda había llegado al clímax por haber jugado exclusivamente con sus pechos y pezones, una experiencia que le venía a la mente cada vez pero que resultaba difícil de repetir. Empezó a sospechar, y a esperar, que la tercera vez fuera inminente y sería con Peter.

Mientras se le hacía la boca agua con ese pensamiento, encontró que la bola y la sequedad de su boca le hacían cada vez más difícil tragar y lo intentó unas cuantas veces hasta que consiguió un ritmo simple, pero la saliva todavía le goteaba por la barbilla produciéndole una nueva molestia que no podía controlar.

Colgando el lazo de la cuerdecilla de la parte superior de la bolsa de su pulgar izquierdo, Peter apretó con firmeza su seno derecho. Luego rebuscó en la bolsa, y para sorpresa y horror de Lucinda, sacó una sencilla pinza de plástico de las de la ropa.

Su intención estaba clara.

Lucinda se retorció y masculló-goteó tras la mordaza.

'Recuerda la pelota roja' le recordó Peter.

'¡No! Puedo con esto' pensó ella, y apretó con fuerza ambas pelotas, la de la mordaza y la roja.

El dolor resultó más imaginario que real. Aunque el pensar en lo que le estaba haciendo le produjo una conmoción, la sensación era mucho más sutil. Tras la dureza del pellizco inicial se extendió pronto como una cálida incomodidad desde el punto oprimido hacia atrás a través del seno.

Echó un vistazo a su imagen en la pantalla.

La pinza sobresalía directamente desde el pezón, con sus garras clavadas firmemente en la base y el pezón difuso e hinchado como una mora roja oscura.

Presa de cierto nerviosismo, Peter trató su pezón izquierdo de la misma manera.

Lucinda cerró los ojos y respiró profundamente a través de la pelota agujereada. Trabajando hacia el exterior a partir de las pinzas centrales, Peter iba pellizcando pliegues en cada seno y mordiéndolos rápidamente con las pinzas.

Después de algunos minutos un dolor sordo y palpitante se difundía por la totalidad de la parte superior de su pecho. Abrió los ojos y vio, en las dos vistas que ofrecía la pantalla, sus senos como si fueran puercos espines de juguete de plástico coloreado. Aparentaban ser y se sentían como unas cuatro pulgadas (10 cm) más grandes.

'Oh bueno, esta es una fantasía de adolescente finalmente satisfecha' valoró y tensó los hombros para contrarrestar el peso.

La masa de pinzas osciló y nuevas oleadas de dolor se difundieron por ella. Para magnificar la sensación, Peter extendió las manos y recorrió con las puntas de sus dedos la "concha" de pinzas y fue recompensado con jadeos siseantes de dolor desde la boca rellena de Lucinda, mientras tocaba con sus dos instrumentos. Era como si todos sus nervios se hubieran conectado a los extremos de las pinzas e incluso el más leve movimiento fuera amplificado diez veces. Pensamientos extraños de alguna actuación en una sala de fiestas de otra época vinieron a su mente...

'¡Damas y caballeros! Esta noche en la "Teta Doble", tenemos los dedos expertos y precisos de Peter acompañados por la malvada y lasciva respiración siseante de la más exquisita y adorable ¡Lucky Lady!'

Gracias a dios que los derechos de copia habían mejorado en el siglo pasado, consideró ella.

Él meneó la cabeza asintiendo, complacido con su trabajo pero miró hacia el techo y suspiró.

'Me hubiera gustado tener sujetos arriba tus pezones, pero, desgraciadamente, no había tiempo para colocar ganchos adecuados.' Se encogió de hombros, '¿El próximo fin de semana, tal vez?

Lucinda recordó la tortura de Richard Harris en "Un hombre llamado Caballo" y lo poco que pudo imaginarse entonces que la "escena" de los ponies, de hecho, ya la habían desarrollado los Sioux.

Sin duda Peter le estaba mostrando su ascendencia americana.

Dejó la bolsa en el suelo y acercó la cámara frontal hasta que estuvo precisamente frente a la barra expansora. Con un giro de muñeca acortó las patas del trípode y la cámara acabó pareciendo como un insecto de un solo e inquisitivo ojo agachado entre sus piernas. La vista de la pantalla mostraba la habitación tras ella, pero elevó el ángulo de la cámara y ajustó la lente hasta obtener un primer plano de su sexo, muslos y vientre llenando la pantalla.

Volvió a sus meditaciones anteriores,

'¡Moríos de envidia, hermanas!' pensó mientras se examinaba a sí misma.

Sus labios internos asomaban incitadores desde su refugio peludo en bienaventurada ignorancia de lo que podía estarles reservado. También tomó nota mental para prestar más atención a la línea del bikini la próxima vez que se pusiera al sol, dios estaba torcida. Peter volcó la bolsa de las pinzas y extendió su contenido en el suelo entre sus piernas. Luego se arrodilló a un lado de la cámara fálica y, forzando suavemente un poco su abertura, clavó la mirada en su siguiente objetivo.

Lucinda se preparó, esperando el dolor. Pero en lugar de ello, él maldijo suavemente y se arrastró hacia la mesa antes de regresar con dos trozos de cordón fino. Sentado con las piernas cruzadas como un sastre, enhebró un extremo de cada uno de ellos en el agujero central de una pinza y las colocó cerca de él.

'Dobla las rodillas y ponte en cuclillas' ordenó.

Lucinda se agachó como un luchador de Sumo e intentó controlar sus fluctuantes protuberancias. Fracasó miserablemente pero al fin consiguió situarse en la posición solicitada, con los músculos de sus muslos y pantorrillas protestando horriblemente y sus senos llenos de pinzas, nadando frente a ella.

Le vio y sintió como alzaba su mano y pellizcaba un buen pedazo de su carnoso labio externo derecho con su mano izquierda y colocaba firmemente una de las pinzas enhebradas en el centro.

Esta vez dolía. ¡Muchísimo! Lo mismo hizo en el otro labio.

Ella jadeó y miró a la pantalla. Las finas cuerdas se balanceaban entre sus piernas como los cordones de enormes tampones, incrementando su postura agachada el efecto de tener aparentemente cuatro metidos en ella.

Peter pasó la mano por detrás de sus rodillas y sujetó los extremos. Los pasó alrededor de sus muslos y unió los extremos mediante nudos que había atado formando una especie de dogal. Sujetando los extremos de los cordones con las puntas de los dedos tensó lenta y simultáneamente los lazos.

Lucinda se sintió como si le estuvieran quitando la piel a una fruta exótica. Su imagen en la pantalla revelaba el ruborizado y brillante rojo de sus labios internos vulnerables y delicados como las frondas de una anémona marina.

'Maravilloso' murmuró Peter cuando se volvió y observó la imagen.

'¿Para quién?' añadió ella mentalmente, con sus forzados músculos empezando a entumecerse.

Lucinda cerró los ojos para concentrarse en la respiración de yoga, pranayama. Esto no podría ser peor que aprender una postura nueva, pensó, y arqueó la espalda hasta que estuvo mejor equilibrada. Mientras Peter se entretenía entre sus piernas en sus quehaceres de lavandera con las pinzas, repasó mentalmente un mantra sencillo.

'¡Mierda! ¡Mierda! ¡Follar, follar! ¡Mierda!'

Poco ortodoxo pero efectivo mientras otras nuevas se añadían a las dos fuentes de dolor iniciales y crecían hasta sumergirse en una bola masiva de fuego en sus ingles, que bajaba por la parte interna de sus muslos. De nuevo el efecto era como tener los nervios de su sexo extendidos en el espacio delante de ella. Supuso que los hombres deben estar acostumbrados a esto porque parecen estar constantemente tratando del tamaño y versatilidad de sus atributos colgantes externos. Francamente, prefería guardar sus gónadas ocultas a salvo en su interior.

Piadosamente sintió que le golpeaba suavemente en las rodillas.

'Enderézate ahora pero no cierres las piernas' le dijo dulcemente.

Estiró sus doloridas rodillas y sintió como el alivio se extendía por su ser, pero todavía era consciente de la bola maciza de pinzas que mamaban de su sexo como una monstruosa lapa alimentándose. Abrió los ojos para inspeccionar la criatura.

Las pinzas recorrían la parte interior de sus muslos y se dividían en cuatro apretadas filas con el par más externo asomando justo bajo su pubis. Ni siquiera el pliegue de la caperuza de su clítoris se había librado y soportaba tres de los pequeños cabrones.

Asombrosamente, aunque se había apañado para hacer que las pinzas estuvieran pegadas unas a otras e impidieran la visión de su carne torturada, había dejado que su clítoris se irguiera libre como una delicada flor rosa en un bosque de plástico chillón.

Su cerebro parecía interpretar y amplificar los mensajes de los nervios que lo rodeaban y realzar su conciencia de éste, su órgano sexual más sensible, hasta el extremo de que sentía que incluso el más leve roce la enviaría más allá del límite. Es verdad que probablemente se necesitaría un machete para llegar a él. Le recordó lo doloroso que era, a veces, que le tocaran allí después de un orgasmo, ahora sentía como en esas ocasiones.

Lucinda tenía que admitir que Peter sabía lo que hacía. Si la situación fuera a la inversa ella no tendría ni idea de que enganchar y donde, en un hombre. Pero, si la experiencia duraba un rato, probablemente sólo tendría tiempo de colocar una docena de pinzas antes de conseguir que le llenaran la cara de semen. A pesar de su incomodidad, se rió con la idea de la imagen salpicada escurriéndose por la pantalla como si se tratara de una ducha de medusas.

'¡Mierda! ¡Mierda! ¡Follar, follar! ¡Mierda!'

Se estremeció.

Lección...

¡No reírse!

Peter metió las pinzas sobrantes - todavía quedaban muchas - de nuevo en la bolsa. En la tienda donde las había comprado debían haber sospechado de algún secreto fetiche de lavandería, en los días siguientes tenía que haber soportado a la mitad de la población gitana local.

'¿Pinzas para la parienta, payo? Venga, trátala como a una reina.'

En la vista lateral Lucinda observó como Peter se ponía detrás de ella y estiraba su cuello sus hombros.

Lucinda estaba espantada.

'¿Tendrá problemas?' pensó, disgustada.

Peter sujetó firmemente la empuñadura del guante largo y colgó el lazo de la bolsa de su pulgar, como antes.

'Dóblate hacia delante, yo te sostendré.'

Lucinda lo intentó y, encontrando imposible mover los pies, se tambaleó horriblemente. Era como inclinarse sobre un arbusto de acebo. Afortunadamente Peter soportó la mayor parte de su peso y pudo aliviarse hacia delante hasta que los hemisferios de su sostén de pinzas sonaron mientras colgaban bajo su pecho. Esta nueva posición volvió a activar miríadas de terminaciones nerviosas y sintió oleadas de desfallecimiento y náusea inundándola hasta que la totalidad de la experiencia pareció ligeramente irreal.

Peter trabajó con rapidez y colocó más filas de pinzas en la carne de sus nalgas y en la parte posterior de sus muslos. Con sólo una mano libre no podía pellizcar mucha carne para que actuara como cojín, de manera que se vio forzado a engancharlas directamente sobre la superficie de la piel. Creció en ella el convencimiento de que esto era intencionado más que circunstancial, porque el ardiente dolor era con mucho peor que en otras áreas obviamente más sensibles. Mientras sus senos y su sexo palpitaban embotados como con un dolor de muelas devorador, sus nalgas sentían como si le estuvieran clavando miles de agujas al rojo.

Peter la colocó erguida con suavidad y se aseguró de que estaba equilibrada.

Le susurró al oído.

'Lo estás haciendo muy bien querida mía. Otros ponies que he entrenado tardaron mucho más, antes de que alcanzáramos este punto.'

¿Otros ponies? Desde luego tenía que haber habido otros pero de todas formas sintió una punzada de celos.

'Voy a estar fuera de la habitación un momento. ¿Tienes la pelota todavía?'

Ella gimió.

'¿Y quieres mantenerla?'

Gimió de nuevo, apretando la pelota en su mano sudorosa.

Previsoramente, Peter apagó las calientes luces de la cámara y oscureció las luces principales mientras la dejaba a su propia contemplación.

El contraste de los dos tipos de sensación y de las numerosas fuentes de las mismas, hacía imposible centrarse en una parte y cancelarla y antes de que pasara mucho tiempo sintió que su mente se deslizaba hacia un trance como el que había conseguido algunas veces con el yoga. Lentamente las oleadas de dolor empezaron a confabularse para atacarla, volvió en sí, con un sobresalto mientras intentaba controlarlas. Finalmente venció el desgaste y encontró más fácil dejarse llevar y se sumergió en su oscuro y cálido abrazo y se dejó flotar en la superficie del mar de sensaciones que creaban para ella. Su conciencia oscilaba como un poco de espuma insignificante y se encontró tambaleándose casi animando al dolor a anegarla por completo.

De repente la habitación se llenó de una luz cruel y su mente regresó de golpe. Se bamboleó desesperadamente intentando no caer y parpadeó para aclarar su visión.

Peter estaba desnudo también, una vista gratificante en toda ocasión pero, dado el tamaño de la estremecedora erección que soportaba, aún más ahora.

'¿Todavía entre nosotros?' preguntó acariciándose despreocupadamente su dardo.

'No, me he arreglado el pelo, he salido con mis compañeros y me he instalado con una caja de bombones a ver un culebrón en la tele,' pensó sarcásticamente y añadió mentalmente, 'es sobre una pobre aspirante a pony que se durmió y ¡se despertó como una cuerda de la ropa!'

En vez de todo esto, asintió lentamente.

'Entonces es el momento de quitar las pinzas' dijo él.

Lucinda asintió con más entusiasmo.

'¿Seguro?'

Agradeció no poder hablar y se limitó a mirar hacia atrás, a él, con una expresión de '¡Estoy segura, estoy jodidamente segura!'

Se rió.

'Deberías ser castigada por eso, pero primero vamos a ordenar las pinzas.'

Lucinda suspiró aliviada.

Para su horror más absoluto él se limitó a tirar de ellas a través de su carne torturada y dejar que pellizcaran con sus viciosas mandíbulas el vacío mientras caían en cascada al suelo. El dolor era insoportable pero sentía - esperaba - que era como haberse quitado una escayola, rápido y cruel para ser breve.

Afortunadamente al fin desapareció la última pinza y le quitó la mordaza.

Aspiró aire hasta llenar por completo sus pulmones e iba a darle las gracias en voz alta cuando él puso un dedo en los labios como si estuviera esperando algo.

Sin aviso, a partir de miles de terminaciones nerviosas maltratadas y entumecidas y revitalizadas de repente con sangre, volvió su tormento multiplicado por diez.

Retuvo un alarido y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Peter se limitó a encogerse de hombros y se dirigió a la mesa.

Él no controlaba por más tiempo su dolor y era terrible.

'Oh, mierda, cariño, esto es horrible, ¡ayúdame! ¡Haz que se pare!' gritó.

Él volvió llevando un corto bastón con como veinte tiras de ante flexibles en la punta.

'¿Qué modales son esos?' preguntó.

'Por favor, cualquier cosa, por favor.'

Asintió y se colocó detrás de ella con los brazos en jarras.

Le vio levantar el brazo y, como a cámara lenta, vio al látigo golpear su costado y las costillas y castigar su pecho dolorido mientras su golpe seguía avanzando.

Ella soltó un alarido.

'¡Silencio o vuelve la mordaza!' le gritó.

Un revés al otro seno y dos golpes más en cada uno hasta que el dolor pareció emanar de la propia médula de sus costillas.

Se mordió la lengua y las lágrimas le escocieron en los ojos.

A través de la niebla, en la pantalla, le vio dar un paso atrás y empezar el asalto de sus nalgas. Se llenaron de fuego y abrasaron mientras las golpeaba despreocupadamente de lado a lado como un pachá espantando moscas.

De repente sus labios hipersensibilizados y la parte interior de sus muslos recibieron un golpe que sintió como si le hubieran dado una patada.

Luego otro.

Y otro.

Gemía continuamente y él mantenía el ritmo.

Seno, seno, nalga, nalga, sexo.

Seno, seno, nalga, nalga, sexo.

Era implacable e imposible de resistir y sintió el sudor gotear por sus axilas para unirse a las lágrimas de sus mejillas. Cuando sintió que no podía más entró de nuevo en ese espacio somnoliento y su cuerpo y todo su sufrimiento se agitó como un pañuelo desechado. Se tornó fláccida y Peter la cogió por la correa de la muñeca.

Simultáneamente la penetró y la clavó tan fuerte que la levantó momentáneamente del suelo. Con un brazo rodeando su cintura le dio masaje en los pechos hasta que, segundos más tarde, se corrió como había esperado.

Se corrió desde lo más profundo de sus senos a sus pezones.

Se corrió desde la profundidad de su vientre hasta los dedos de sus manos y pies.

Se corrió desde su vagina al núcleo de su matriz.

La sensación la llenó con estremecimientos y oleadas de espasmos.

Él gruñó con los dientes apretados, la abrazó, arqueó su espalda y también la llenó.

En su clímax los dedos de él buscaron su clítoris y cada nervio de su cuerpo se unió al coro, mientras la recorrían oleadas de placer que reemplazaron y superaron de lejos a su dolor.

Luego un ruido impetuoso llenó sus oídos y todo se volvió negro.