Cuento de Navidad. Segunda parte.

Nuestra protagonista recibe una visita inesperada.

Segunda Estrofa

Elena dormía profundamente cuando un suave tintineo comenzó a escucharse en la lejanía. Al principio no se dio cuenta, pero el ruido fue creciendo hasta que el inconfundible estruendo de unas cadenas arrastrándose por el suelo de su piso la despertó.

Elena se incorporó totalmente alerta y despejada. Cuando vio al espectro de su tío y mentor lo primero que pensó fue que aquellas cadenas le rayarían el carísimo parquet de teca.

—Hola mi niña. —dijo el espectro con voz profunda y cascada.

Elena no dijo nada. Se limitó a observar las ropas andrajosas, la piel llena de yagas y la figura enteca y huesuda del que había sido su tío.

—¿Qué, qué es esto? —preguntó al fin.

—Soy el fantasma de tu tío César. Veo que te has convertido en lo que deseabas, incluso algo más. —dijo el espectro con un deje de orgullo en la voz

—Sí, y en parte gracias a ti. Fuiste un buen maestro...

—Por eso he venido. Yo te enseñé todo lo que sabía y mírame, condenado por toda la eternidad a vagar por el limbo arrastrando estas cadenas.

—Paparruchas, tú solo eres un mal sueño.

—No, soy real y he venido para conseguir que tú no acabes como yo. —dijo César agitando sus cadenas.

—Ajá  ¿Y cómo piensas convencerme de que cambie mi vida?

—Las próximas tres noches, los espectros de las navidades  pasadas,  presentes y  futuras te visitaran. El de las navidades pasadas te mostrará como eras de joven. El de las presentes te mostrará como las pasan las personas más cercanas a ti y el de las navidades futuras te mostrarán  que es lo que pasará si no corriges el rumbo de tu vida.

—Ja, esto se pone cada vez más interesante. —dijo ella soltando un bufido— Ser la banquera más respetada de Europa resulta que ahora es la causa de que sea condenada para toda la eternidad.

—Recuerda, querida niña. —dijo el espectro mientras se alejaba arrastrando las cadenas penosamente— El futuro no está escrito. Aun tienes una oportunidad para evitar  convertirte el lo que yo soy.

El ruido de cadenas se fue alejando y con un gesto malhumorado Elena volvió a meterse en la cama. La extraña visita le irritó más que preocuparle. En realidad creía tanto en el infierno como en la Navidad, o sea nada. Se arrebujó debajo de las mantas desechando aquel incómodo sueño y se quedó casi inmediatamente dormida.

Un carillón sonó despertándola. Juraría que no tenía ninguno de esos molestos relojes, aunque podía escuchar nítidamente las cuatro campanadas. Una ráfaga de viento helado se coló en la habitación haciendo bailar las cortinas y coloreando sus pómulos y la punta de su nariz.

Elena se inclinó sobre la mesita y sacó un pañuelo de papel para sonarse la nariz. Cuando abrió los ojos de nuevo, una niña de aspecto frágil y profundas ojeras, vestida con un vestido blanco que parecía haber sido sacado de Sentido y Sensibilidad le miraba con ojos grandes y tristes.

—Hola, soy Martina, el espectro de las Navidades pasadas y voy a mostrarte la época en que para ti la Navidad significaba algo.

—¿Con este frío? En estas condiciones yo no pienso moverme de la cama. —dijo Elena intentando poner una excusa.

Se agarró a la cama pensando que nadie lograría moverla de allí  y menos una niña, pero la pequeña no realizó ningún gesto violento. Simplemente se acercó y rozó su brazo con la mano. Inmediatamente, todo a su alrededor se convirtió un violento y oscuro remolino hasta que Elena perdió toda conciencia de dónde estaba.

Cuando la luz volvió a iluminar el mundo que la rodeaba se dio cuenta de que estaba en la calle, con la nieve cayendo copiosamente. Se abrazó el cuerpo para descubrir que curiosamente no tenía ningún frío. La niña se puso a caminar y Elena se sintió extrañamente impelida a seguirla.

El lugar le resultaba vagamente familiar. Un árbol aquí, un edificio allá... Pronto se dio cuenta. Estaba en la vieja casa de su padre. Durante un instante se pararon frente a la puerta. La niña le cogió de la mano y ambas la atravesaron como si no existiese. Antes de que pudiese  preguntar cómo demonios lo  habían hecho, una escena que apenas recordaba se desarrollaba frente a ella monopolizando toda su atención.

—¡Joder! —dijo ella al verse allí sentada al lado del árbol con diecisiete años y Arturo a su lado mirándola  con ojos de cordero degollado.

—Puedes jurar tanto como quieras. Tú puedes verles y oírles, pero ellos  a ti no. —dijo la niña escuetamente.

Elena ya no la atendía, estaba fascinada. Ahora recordaba aquel día como si fuera ayer. Observó como Arturo se acercaba a ella y le susurraba algo al oído.

—Todos se han ido a patinar, estamos solos. —dijo Arturo acariciando a la joven Elena.

El primer instinto fue intentar avisar a su yo para que no se dejase liar por aquel hombre insignificante, pero luego se dio cuenta de que aquellas miradas y caricias eran de verdadero amor. Hacía tanto tiempo que ya no se acordaba de lo que era estar enamorada. Observó como Arturo la llevaba hasta la alfombra que había frente a la chimenea y la sentaba frente al fuego alegre y vivificador.

Con sumo cuidado y sin perderse detalle, el joven tiró de su vestido de lana dejando a la vista su cuerpo pálido y juvenil. Vio y recordó como llamas teñían de un cálido color dorado su piel mientras trataba de no parecer nerviosa, allí sentada, en ropa interior, frente a  Arturo.

Él se quitó la ropa más despreocupadamente y se sentó a su lado acariciándola y besándola. La joven sintió como la piel se le ponía de gallina cuando él puso su mano sobre uno de sus jugosos pechos. Con suavidad coló los dedos por debajo de la copa del sujetador deseoso de sentir su suavidad y su tibieza. Elena forcejeó con el cierre del sostén y finalmente liberó sus pechos. Sin dejar de sobarlos torpemente, Arturo se inclinó sobre ella y la besó. Primero besos cortos y suaves, luego, dejándose llevar por la pasión, más intensos y apresurados.

—Te quiero. —dijo él.

—Te quiero —replicó ella antes de volver a besarlo.

Tras unos minutos se separaron y ambos se quitaron el resto de la ropa hasta estar totalmente desnudos. La timidez había desaparecido y ahora ella solo deseaba escuchar las palabras de amor de su novio. Finalmente ella fue la que dio el siguiente paso; tumbando a Arturo sobre la alfombra se sentó sobre él.

Podía sentir el miembro del joven creciendo bajo su cuerpo. Eso la excitó tanto que comenzó a moverse  con suavidad sintiendo como aquel misil crecía al entrar en contacto con su pubis y las partes más externas de su sexo. En pocos segundos su coño estaba anegado en flujos. Resbalaba por la polla   impregnándola con su esencia. Apoyando las manos sobre el pecho de Arturo dio unos pequeños saltitos. Deseaba tener su polla dentro ya, pero quería que fuese él el que se lo pidiese.

Su novio había cerrado los ojos y tanteaba su cuerpo con las manos acariciando sus muslos y sus pechos con suavidad.

Mordiéndose los labios para no dejar traslucir sus deseos, Elena siguió balanceando sus caderas hasta que finalmente Arturo se rindió y le suplicó. Elena, con una sonrisa se inclinó hacia adelante ligeramente lo justo para coger la polla de su amante e introducirla en su coño. La sensación de placer y plenitud fue tan intensa que casi le cortó la respiración. Con lentitud comenzó a subir y bajar por aquel ardiente poste  a la vez que jugaba con su melena y exhibía su cuerpo ante la mirada  velada por el placer de su novio.

Los gemidos y las respiraciones agitadas de ambos se confundían con el alegre chisporroteo de la hoguera. El calor era intenso cerca de la chimenea y pronto empezó  a sudar. Notó como una gota se descolgaba de su cuello y empezaba a correr entre sus pechos haciéndole cosquillas. Arturo se incorporó y enterró su boca entre ellos recogiendo la pequeña lágrima.

Elena sintió como la lengua y la boca de su amante besaron su torso y lamieron y chuparon sus pechos y sus pezones. Gimiendo con suavidad agarró a Arturo por la nuca y lo atrajo hacia ellos. Deseaba que aquel hombre la comiese viva.

Cambiaron ligeramente de postura hasta quedar estrechamente abrazados . Elena siguió meciéndose lentamente con el miembro de su novio profundamente alojado en ella. Le encantaba sentir las manos de él acariciando y explorando su cuerpo mientras tenía alojada la polla en su interior.

Poco a poco, con una sonrisa de satisfacción empezó a percibir como la excitación crecía en su amante que, incapaz de modificar el ritmo lánguido con el que ella le hacía el amor, comenzó a prodigarle unas caricias y unos chupetones más rudos e intensos.

Pronto notó como todo su cuerpo hormigueaba de deseo. Sus pezones estaban tan tiesos y sensibles que casi le dolían. Y todo su cuerpo reaccionaba aun con más intensidad a cada caricia y cada movimiento de su pelvis.

Harto de la tortura, Arturo la levantó en el aire y la puso a cuatro patas. Elena se giró un instante para mirarle antes de agachar ligeramente su torso y mostrarle a su amante su sexo abierto y rebosante de flujos.

Sin pensárselo dos veces su amante la penetró violentamente dando rienda suelta a sus deseos acumulados. Los fuertes embates hacían temblar todo su cuerpo. Helena se agarró a la alfombra gimiendo extasiada al sentir como la polla la arrasaba con su calor y su potencia, haciéndola sentirse completa.

Poco a poco su excitación fue tan intensa que apenas sentía nada que no fuesen las manos de su hombre explorando sus caderas y sus pechos bamboleantes y su polla apuñalando su sexo con fuerza.

Apenas podía contenerse más cuando Arturo, tras dos salvajes empujones, se quedó rígido y agarrando sus caderas eyaculó llenando su sexo con su cálida semilla. Tras unos segundos, aprovechando que aun estaba empalmado, le dio una serie de rápidos empujones hasta que súbitas e intensas oleadas de placer la asaltaron.

Arturo se inclinó sobre ella, cubriéndola con su cuerpo y acariciando la entrada de sus sexo prolongando e intensificando su efecto hasta hacerlo enloquecedor...


Ahora Elena recordaba totalmente el episodio. Recordaba como Arturo acariciaba su cuerpo estremecido y sudoroso antes de que la llevase a la ducha dónde habían seguido acariciándose y besándose hasta que llegaron el resto de los asistentes a la cena navideña.

Pero eso no llegó a verlo ya que la niña volvió a rozarle el brazo...

Cuando la sensación de vértigo pasó, se encontraba en una habitación intensamente iluminada.  Sobre una cama que parecía un instrumento de tortura. Julia, su joven asistente, aun más joven ahora, tenía las piernas abiertas intentando controlar su respiración. A su lado, su marido le cogía las manos  mientras el médico trasteaba entre sus piernas.

—Muy bien. —dijo el doctor escondiendo la cabeza entre las piernas de la mujer— Un nuevo empujón. Ya casi está.

La sala se inundó con el desgarrado grito de la joven que empujaba con todas sus fuerzas.

Finalmente tras dos nuevos esfuerzos el bebe asomó la cabeza por el canal del parto. El médico sonrió durante un instante antes de sacar totalmente el cuerpo de recién nacido y dárselo a la matrona que lo envolvió en una toalla antes de entregárselo a la agotada madre.

La sonrisa de los padres fue incomparable, haciendo que Elena recordara la intensa sensación de felicidad que sintió cuando nacieron sus hijos. La madre estrechó al balbuceante bebe y con una  ternura incomparable le acercó la boca a uno de sus pechos repletos de tibia leche.

Sus hijos, ¿Cuánto tiempo hacía que no los veía? Hizo memoria. Probablemente más de ocho meses. Estaba proporcionándoles la mejor educación que el dinero podía pagar. ¿O simplemente los había alejado para poder concentrarse en su carrera?

Antes de que pudiese hundirse en reflexiones más profundas la pequeña volvió a rozar su brazo.


De nuevo un hospital. Pero ahora los rostros de Julia y su marido reflejaban tensión, no felicidad. La sala de espera era pequeña y estaba adornada con dibujos infantiles. Los dos padres se abrazaban afligidos . A Elena se le encogió el corazón por un instante cuando el médico salió con cara de circunstancias.

—Hemos conseguido salvarle, pero me temo que estuvo demasiado tiempo sin oxígeno. La tos ferina es un enfermedad muy grave en esta edad tan crítica. Es pronto para saberlo con seguridad pero me temo que Pablito tendrá secuelas de por vida.

Sus padres se abrazaron intentando darse valor mientras el médico detallaba el alcance de las lesiones que delataba la resonancia magnética.

—¿Podemos verlo? —preguntaron los padres.

—Por su puesto. —dijo el médico franqueándoles el paso— Es una lástima, todo esto se podría haber evitado vacunando a Julia durante el embarazo, pero la seguridad social  no tiene aun la autorización para administrar la vacuna...

Elena pudo sentir la frustración de los padres como si fuese la suya propia. ¿Cómo podía ser aquello posible?

—¿Sabes que fue tu tío el que retrasó con sus maniobras varios meses la entrada en vigor del decreto que autorizaba la vacunación para permitir que cierto laboratorio tuviese suficiente stock para poder competir en la adjudicación del contrato?

Elena sintió como la bilis le inundaba hasta que se dio cuenta que era la típica maniobra de la que ella sería capaz con tal de conseguir un alta en las cotizaciones de una empresa y embolsarse unos cuantos millones más.

Por un instante se preguntó cuántas vidas habría destruido con sus maniobras. Era enloquecedor. El rostro de desconocidos gritando y sufriendo se arremolinó a su alrededor hasta que no pudo más y se vio obligada a gritar acosada por todas esas caras tristes y airadas rodeándola.

Se despertó con un grito cubierta de sudor. Normalmente sus sueños no eran tan nítidos y aterradores ¿O había sido algo más que un sueño? Durante un instante se abrazó casi convencida de que aquel viaje al pasado había sido real, pero finalmente se impuso la lógica y  con una sonrisa irónica se fue a la ducha.