Cuba

Un viaje de regalo, una amiga y uno que descubre que siendo gentil se disfruta igual.

Esta fue una historia que sucedió hace unos años y que no tendría que ser contada aquí sino fuera por lo que sucedió.

Hace años, gané en un concurso un viaje a Cuba para dos personas, viaje de 7 días a un hotel con el régimen de todo incluido. Estaba sin pareja y faltaban dos meses para el viaje, por lo que empecé a llamar a mis mejores amigos y amigas y algún familiar pero nadie podía. Desesperado porque tampoco me apetecía ir solo, estaba a punto de renunciar cuando me encuentro a una compañera de estudios por la calle. Fuimos a tomar un café y se lo pregunté y aceptó enseguida. Estaba en el paro, sin nada mejor que hacer y sería genial. Le avisé de que tendríamos que compartir habitación y seguramente cama, pero no le dio importancia.

Cristina era una chica rubia con una mirada preciosa, unas piernas y un culito de esos que dan ganas de tocarlo, delgadita y con poco pecho. Nos conocimos a través de una amiga en común. Me parecía una tía con un algo especial, aunque no sabía muy bien el qué. Me habían contado alguna cosa de ella pero no me acuerdo ahora de lo que era. Pero era alegre y simpática por lo que la invité formalmente y le pedí el pasaporte para enviarlo a la agencia de viajes.

En el avión nos fuimos poniendo al día y, en el autobús de camino al hotel, le pregunté si acordábamos algunas cosas para no estar luego con incomodidades en la habitación. Dijo que era una buena idea pero que lo importante era actuar de la forma más natural posible si surgía alguna situación algo embarazosa y respetar que la puerta del baño estuviera cerrada. Me pareció bien.

Llegamos al hotel. No dijimos nada en recepción y nos dieron una habitación un poco peculiar. Tenía una gran cama de matrimonio que daba a un pequeño jardín y lo más extraño era el baño. No tenía puerta. Entrabas y estaba el lavabo y un espejo gigante, a la izquierda la bañera con una mampara de cristal y, a la derecha, la única puerta que daba al retrete. Estaba enfrente de la cama y, con el espejo, veías todo. Nos miramos pero no dijimos nada.

Deshicimos las maletas y nos tumbamos en la cama a investigar los canales de TV cubanos y a disfrutar del todo incluido saqueando el minibar. Luego nos fuimos a conocer el complejo, sin parar de consumir bebidas y algo de comida con nuestra pulserita azul. Tenía de todo, incluida una discoteca con salida directa a la playa.

Pronto nos dio el sueño por el cambio horario y nos tumbamos a dormir. Ninguno se quitó la ropa, nos quedamos dormidos tal cual. Yo me desperté en mitad de la noche, bastante desconcertado. Al ver a Cris a mi lado, me situé. Sudaba bastante por dormir vestido y no haber puesto el aire acondicionado. Bebí una cerveza en el jardín y decidí darme una buena ducha.

Maldije la ausencia de puerta por el ruido que iba a hacer más que por vergüenza. Estaba orgulloso de mi cuerpo, delgado, fibroso, completamente depilado. Mido 1,78 y pesaba por aquel entonces 70kg gracias al deporte que hacía (no como ahora). Además siempre había tenido algo de exhibicionista, eso sí, de forma muy prudente y discreta. Pero habíamos acordado naturalidad, con lo que abrí el grifo de la ducha, me desnudé y me di una larga ducha con agua fría. Desde la ducha también podías ver la cama gracias al espejo. Cris parecía dormir y, si estaba mirando, lo hacía con gran disimulo.

Para dormir me puse un pantalón de deporte y me acosté de nuevo. Me quedé dormido y no me desperté hasta que era bien de día. Vi a Cris de espaldas, fumando y bebiendo algo en el jardín. Llevaba el pelo mojado con lo que supuse que ya se había duchado. Tuve que esperar a que desapareciera mi erección matutina para levantarme. Pensé sobre si la habría visto ella pero algo que no pensaba preguntar, aunque con el tipo de pantalón que tenía puesto tenía que ser bastante llamativa. Tengo una buena polla que, estando tan delgado, parece más grande de lo que es.

Me puse una camiseta y salí al jardín. Ella tenía una mirada algo divertida y le pregunté el motivo. Ella me devolvió la pregunta sobre si había tenido unos buenos sueños. No lo capté a la primera, pero enseguida me puse rojo como un tomate. Ella se rió y le quitó importancia. No era la primera vez que se despertaba al lado de un chico y conocía el fenómeno conocido como “erección mañanera”.  Aproveché para preguntarle por sus parejas y me estuvo contando por encima su vida amorosa que parecía bastante movida.

Pasamos el resto del día en la playa, entre cervezas y picoteo. Estaba descubriendo que, con el calor que hacía, podías beber un montón sin perder la cabeza. Esa noche nos acostamos temprano, aun sin recuperarnos del cambio horario, y a pesar de las siestas en la playa. Parecía que, tácitamente, nos pusimos de acuerdo en cambiarnos de ropa y ducharnos mientras el otro estaba en el jardín o en el retrete. Pasó un día más.

La tercera noche comenzó lo que hace que este relato esté en esta página. Después de cenar, nos acercamos por la disco y nos animamos con los cubatas. Había bastante gente y estuvimos bailando y haciendo un poco el tonto. La selección musical era deplorable para mí, pero uno no va a Cuba a escuchar la música que a uno le gusta. Lo curioso era que, para cerrar, ponían canciones lentas la última media hora. Supongo que así la gente se iba poco a poco y no tenían que echar a nadie. Yo estaba algo animadillo y algo salido, después de tres días durmiendo con una chica y sin tiempo ni ocasión para masturbarme. Así que me abracé a ella para el baile lento. Se pegó a mí sin ninguna desconfianza. Llevaba un vestido muy fino y casi podía notar su piel. No le importó notar que algo iba creciendo a la altura de su barriga, incluso me pareció que se pegaba más.

Empezaba a notar química entre los dos. Ella se movía muy pegada a mí, sin importarle donde quedaran mis manos o mi empalme cada vez más notorio. Yo empecé a echar mi aliento en su oreja y en su cuello, lo que hizo que se estremeciera un poco. Nuestras mejillas empezaban a rozarse y fuimos los dos girando la cara para el encuentro de nuestras bocas. Fue algo lento y suave, con idas y venidas, confirmando que los dos queríamos lo mismo. Me costaba frenarme pero quería que fuera ella la que llevara la iniciativa. Mi experiencia me había enseñado que se disfruta más así.

Nuestros labios estaban ya casi a la par. Se rozaron un par de veces hasta que ella abrió ligeramente su boca y nos dimos el primer beso que, cinco minutos después, era un gran morreo, tras el cual, nos miramos a los ojos.  Brillaban como estrellas fugaces. Le dije si quería dar un paseo por la playa y nos fuimos agarrados de la cintura. La luna iluminaba el mar caribe y le daba un color increíble. Nos besamos un montón de veces. Yo no me conocía a mí mismo, tan romántico y caballeroso. Ni el culo le había rozado a pesar de que ella parecía que quería fundirse con mi cuerpo.

Se descalzó y entró en el agua hasta las rodillas. Yo la seguí y me puse detrás de ella. La abracé por la cintura y lamí su nuca, los lóbulos de sus orejas, el cuello mientras, ahora sí era yo, intentaba que mi polla quedase entre sus nalgas. Lo conseguí con su ayuda y empezamos a frotarnos muy suavemente mientras no dejaba de excitarla con mi lengua. Sus tenues gemidos me estaban excitando más y más. Mis manos empezaron a acariciar sus brazos, su barriga, su cintura, incluso sus muslos por encima de su fino vestido. Pasaron levemente por su entrepierna y subieron para rozar sus pezones marcados por la excitación. Dio un suspiro de placer que me puso más cachondo todavía. Reclinó su cabeza en mi hombro y volvimos a besarnos. Me cogió una mano y se la llevó a su entrepierna y la dejó allí. Acaricié su coño por encima de la ropa y ella me apretaba la mano con sus muslos. Salivaba de la excitación y ella no paraba de besarme. Se dio la vuelta y nos seguimos besando. Nos acariciábamos todo lo que podíamos. Me preguntó si quería ir a la habitación. Le dije que sí.

Volvimos dando un pequeño rodeo, disfrutando de nuestros besos y nuestros cuerpos recién descubiertos. Entramos. La puse contra la pared. Le dije que pusiera sus manos en ella, con los brazos estirados. Me obedeció. Pasé las yemas de mis dedos por toda la piel que su vestido no tapaba. Luego empecé a subir por los muslos, por debajo del vestido, pero sin tocar su coño. Lo hacía con una mano mientras con la otra la sujetaba por la cintura. Besaba su nuca, lamía sus orejas. Moví los tirantes de su vestido de los hombros a los brazos y los besé apretándome contra ella. Le quité los tirantes por los brazos y su vestido cayó hasta la cintura. Puse un dedo en su boca que lamió desesperada. Dejé que me humedeciera así todos los dedos para acariciar más suave sus pezones. Eso la volvió loca. Sus pechos eran muy redondos, pequeñitos, con un pezón rosa proporcionado pero que alcanzaban una dureza impresionante.  Separé sus piernas y mi otra mano se coló por debajo de sus braguitas. Estaba muy mojada y la acaricié hasta que mi dedo anular estuviera igual de mojado. La penetré con ese dedo y luego con otro más. La follé de esa manera hasta que estalló en un orgasmo que casi me rompe los dedos.

Se derrumbó de rodillas y apoyó su cabeza en mi regazo. Acariciaba su cabello mientras recuperaba la respiración. Volvimos a besarnos. Le quité el vestido y me desnudé completamente. La llevé a la cama, la puse a cuatro patas y me coloqué detrás. Mi polla entró fácilmente en su coño húmedo. No hablábamos. La follé lentamente en esa postura. Quería disfrutar de su coño, de su mar de jugos interminable, sentirlos en mi polla que entraba y salía con pausada candencia llevándome muy despacio hacia el orgasmo. Ella me acompañaba dócil y satisfecha hasta que sus gemidos me avisaron de que se iba a correr de nuevo. Me detuve, con la polla metida hasta el fondo y noté en ella su segundo orgasmo. Me salí y me corrí copiosamente sobre su culito. Me dejé caer sobre ella y abrazados nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente me desperté solo en la cama. Estaba desnudo y aun pringoso. Ella no estaba y me di una larga ducha. Encontré una nota en la que me decía que me esperaba en la playa. Fui a desayunar y a buscarla. Estaba en una tumbona. Me vio llegar y cerró los ojos. Me tumbé a su lado y la besé en un brazo. Ello abrió los ojos, me miró y me dijo que sentía vergüenza. Le pregunté si se arrepentía y respondió que no, que había sido genial pero que le costaba asumirlo a la luz del día. Le pedí que me besara, lo hizo y dormitamos toda la tarde entre baño y baño.

Había cierta tensión por no saber muy bien cómo comportarnos. Fuimos a ducharnos para ir a cenar. Ella salió al jardín mientras yo me duchaba y yo hice lo mismo. Cenamos casi en silencio y pasamos de ir a la discoteca. Pillamos unas cervezas y nos tumbamos en el jardín. Seguíamos callados y me empezaba a sentir bastante incómodo por lo que saqué el tema. No quería estropear los dos días y medio que quedaban de viaje. Hablamos casi dos horas, de todo y acordamos olvidarnos de todo lo que pasara en el viaje una vez montados en el avión.  La invité a un nuevo paseo nocturno por la playa. Íbamos descalzos, disfrutando de la temperatura del agua del caribe, con la luna coloreando el mar. Le ofrecí mi mano y nos fuimos acercando el uno al otro. Al final de la playa, volvimos a besarnos, por primera vez serenos. Volvimos a la habitación, nos desnudamos e hicimos de nuevo el amor. Y repetimos. Las dos veces de lado. Las dos veces me corrí fuera, sobre su cuerpo. No había condones.

Nos duchamos juntos y  dormimos abrazados de nuevo. Volví a despertarme solo pero ella estaba en el jardín. Cuando vio que me despertaba, entró, se tumbó a mi lado y me besó. Nos besamos mucho tiempo hasta que en nuestros cuerpos despertó de nuevo la excitación de la noche anterior. La desnudé, se puso encima de mí y fue ella la que me folló. Estaba como una diosa montando un caballo que se iba desbocando más y más. Ver cómo se acariciaba sus tetas y pellizcaba sus pezones era simplemente increíble. Miré hacia fuera y descubrí a uno de los camareros del hotel disfrutando del espectáculo por encima del seto que cerraba nuestro jardín.  Me excitó la mirada lasciva sobre el cuerpo de Cris y, sin saber el motivo pero sin miedo a estropear nada, se lo dije a ella. No le dio importancia ninguna, incluso parecía excitarse aun más. Se hizo una coleta con el pelo y adoptó una pose más lasciva. Le dije que estaba a punto pero ella estaba en pleno orgasmo y no me oyó. Aguanté como pude disfrutando de su placer y cuando ella se desplomó la tumbé a mi lado y empecé a masturbarme encima de sus tetas. El camarero ya no estaba. Solo le interesaba verla a ella. Pellizcaba sus pezones como la había visto a ella. Abrió sus ojos y me sonrió. Descargué todo en sus tetitas y volvió a extenderlo con sus manos. Me encantaba verla haciendo eso.

Nos abrazamos, nos besamos y ella me dijo que quería sentir mi placer dentro. Le dije que podíamos buscar condones en algún sitio y ella me dijo que eso no. La miré y sonreí. Ella puso una cara pícara. Le pregunté al oído en cuál de los otros dos sitios posibles quería sentir mi placer. Su respuesta fue en uno que ya conocía pero que sería más tarde, que ahora tenía poco para saborear. Eso me quitó cualquier duda que me pudiera quedar sobre sus deseos.

Ese día en la playa no paramos de gastar bromas y de reír. Frente a la tensión del día anterior, solo había diversión y buen rollo. Ella se levantaba para bañarse cuando estaba boca abajo en la tumbona y, antes de irse, me decía al oído: “no te olvides de mi deseo de esta mañana”. Me excitaba tanto que no podía ir a bañarme con ella de la erección que me provocaba.

Nos echamos crema solar el uno al otro con mucha picardía. Más de alguno se nos quedaba mirando a veces aunque nunca fuimos demasiado descarados. Cuando empezó a caer el sol, regresamos a la habitación.

Me duché yo primero y, mientras lo hacía ella, salí al jardín a fumar y a tomar otra cerveza. Llevaba solo una toalla a la cintura, sin secarme. Observé como ella se secaba, se echaba una crema hidratante, todo muy despacio, con ese ritmo caribeño que en seguida adoptas en las islas. Nuestras miradas se cruzaban de cuando en vez con complicidad. Desnuda delante del armario se tomaba su tiempo para escoger qué ponerse. Eligió un vestidito corto, también de tela muy fina, como sus tirantes. Se lo puso por la cabeza, fijando en mi cerebro una imagen tan sensual que aun no he olvidado. Se puso unas sandalias y nada más.

Salió al jardín conmigo, bebió de mi cerveza y me pidió un pitillo. Ella se dio cuenta de que esperaba algo pero parecía decidida a jugar antes conmigo. Se puso detrás de la silla en la que estaba sentado y acarició con las yemas frías de sus dedos de la cerveza mi nuca, provocándome unos escalofríos placenteros. Luego la besó, como el cuello y mis orejas, mientras me acariciaba los pezones y el pecho, bajando a veces hasta la toalla y subiendo de nuevo. Me susurraba al oído frases que no entendía pero sentir su aliento me volvía loco. Estuvo un buen rato así para preguntar al final si íbamos a cenar. Siguiendo su juego le dije que sí y ella me indicó que la ropa que debía ponerme estaba encima de la cama. Me levanté y entré en la habitación. Ella se sentó en una silla mirando hacia dentro. Yo me quité la toalla. Mi polla apuntaba al techo. Me puse la camisa. No había ropa interior. Al percatarme, la miré y ella separó sus piernas lo suficiente para decirme que ella no llevaba.  BUUUFFFFFFFF. Su vestido no bajaba más de una palma de su cintura. Sólo pensar en cuánta gente podría darse cuenta, hizo que me empalmara de nuevo y ya empezaba a doler.

Fuimos a cenar. Cris actuó exactamente como esperaba. Con discreción y elegancia, permitió a algunos de los presentes percatarse de que se había olvidado las braguitas en la habitación. Una sonrisa pícara se dibujaba en sus labios cada vez que ella se daba cuenta. Esa noche nos olvidamos de las refrescantes cervezas y nos pasamos al vino blanco. Una botella nos dio el punto perfecto.

Me invitó a un paseo por la playa. Cogimos un helado en el chiringuito y fuimos dando un paseo cogidos de la mano. Ya un poco alejados, me paró, me pidió que cerrara los ojos. A los pocos segundos noté un dedo suyo en mis labios. Los separé lo suficiente para tocarlo con la punta de mi lengua y olí algo muy rico. Parecía ser de su excitación y lo chupé para confirmarlo. MMMMMM. La primera y última vez que una chica hizo eso conmigo. Me derretí de placer. Abrí los ojos y le pedí más. Ella me besó y noté como llevaba de nuevo su mano a la captura de más jugos para mi deleite. La llevé hasta una tumbona y, en la intimidad que nos daba, la senté, me arrodillé delante y le supliqué que me dejara probarlo por mi mismo. Separó sus piernas y me dejó hundir mi cabeza. Lamí sabiendo que nunca me saciaría de todo pero gocé al máximo. Ella hizo un tímido intento por pararme pero mi lengua cuando tiene un deseo así no hay quién la detenga. Le di todo el placer que una mujer puede recibir de esa forma y ella me entregó toda su esencia hasta que noté los primeros espasmos. Atrapé en ese instante su clítoris con mis labios y, con la punta de la lengua, lo masajeé hasta su explosión final. Me agarraba la cabeza por si tenía la descabellada idea de detenerme, pero no lo hice hasta que ella no soportó más el roce entre mi lengua y su clítoris.

Dejé que se recuperara besando sus muslos y lamiendo suavemente lo que quedaba. Bajé su vestido de nuevo, le ofrecí mi mano y seguimos el paseo. Ella dejó que sus tirantes bajaran de sus hombros. De esa forma, su vestido parecía que quería dejar a la vista sus pequeños pechos pero era solo una impresión. Me encantaban  sus juegos.

Llegamos a la habitación. Abrí la puerta, me aparté para dejarla entrar y su vestido había cumplido su promesa, encontrándome sus tetas desafiantes. Las besé allí mismo sin importarme que alguien pudiera vernos. Entramos en la habitación. Me pidió/ordenó que me diera una ducha rápida, algo que hice en menos de un minuto. Salí del baño con mi toalla a la cintura y me dijo que me tumbara boca abajo en la cama. Ella seguía hermosa con su vestido por la cintura. Se sentó a mi lado y empezó a acariciarme la espalda, pasando sus dedos por la columna, acariciando con sus yemas mi nuca, pellizcando los lóbulos de mis orejas siempre sensibles, dando pequeños y húmedos besos por mis brazos, lamiendo mis dedos con su boca.

Luego acarició mis piernas hasta los pies, lamiendo los dedos y subiendo con su lengua por la cara interna de mis muslos hasta donde la toalla moría. Se sentó de nuevo a la altura de mi cintura y sus manos empezaron a perderse por debajo de la toalla, dando pequeñas pasadas por la punta de mi polla que asomaba entre mis piernas, acariciando mis huevos. Subió la toalla hasta dejar mi culo a la vista y lo besó, lo mordió, lo lamió. Noté algo frío que parecía una crema con la que intentó meterme un dedo. Lo consiguió sin ningún esfuerzo. Más tiempo le llevó el segundo dedo pero, cuando los tuvo, empezó a follarme despacito. No era la primera vez aunque ella no lo supiera. Había intuido que iba a disfrutar y así lo hacía. Con la otra mano me masajeaba los huevos. Se acercó a mi cara y me preguntó si estaba gozando. Le contesté con un gemido y ella me prometió que iba a volverme loco.

Me di la vuelta. Mi polla formaba un ángulo perfecto de 90 grados con mi cuerpo. Ella se acercó y la observó detenidamente. Podía sentir su aliento en ella y espasmos que no controlaba, como si mi polla quisiera tocar su cara. Las primeras gotitas asomaban por el glande. Cris con un dedo recogió una, estirándola como el queso de una pizza, y se lamió el dedo mirándome fijamente, sonriéndome al acabar. Me dijo que mi cara transmitía una gran excitación. Le contesté que ni se imaginaba cuánto. Repitió el jueguecito tres o cuatro veces más, no paraban de salir. Luego extendió una por el glande y acercó tanto su boca que sus labios lo rozaron. Me contuve para no moverme. Ella seguía acariciando toda mi polla con su aliento y algún roce imperceptible de sus labios. Cuando pasaba por el glande y veía una gota, la recogía con la punta de la lengua y me miraba.

Le dije que me iba a volver loco. Era lo que quería, me respondió. Siguió excitándome, sus labios cada vez rozaban más mi polla hasta que besó mi glande. Me tapé la cara con una almohada para ahogar los gritos de placer que era incapaz de contener. Ella se dio cuenta y me la quitó. Me quería oír cómo me volvía loco. Pasó una mano por su coño y me la dejó oler. Me dijo que mi placer la excitaba. Siguió ahora besando mi polla con una dulzura perversa con su lengua cada vez más atrevida y así sus besos se fueron transformando en maravillosas lamidas hasta que, sin previo aviso, mi polla entró en su boca. La empezó a chupar de una forma que solo una diosa podría hacerlo, con el ritmo exacto para estar en la antesala del orgasmo. Cuando notaba que iba a correrme, se detenía, la apretaba fuerte y luego seguía. Cada vez más despacio para alargarlo. En una de estas le dije que no podía aguantar más. Ella quería más y le dije que podía chupármela todas las veces que quisiera. Había conseguido que yo pensara que me la chupaba así porque era la única oportunidad que tenía de hacerlo, como si fuera algo que la volviese loca. La perfección.

Me masturbaba despacio sin dejar de mirarme. Yo no podía apartar mi mirada de la suya y descubrí que así podía aguantar un poco más. Quería correrme ya y se lo dije. Ella me preguntó si  dejaría  que la disfrutara en su boca. Fue el culmen perfecto. Me levanté, ella se sentó en el borde de la cama, abrió su boca y me masturbó tan cerca de ella que todo fue para adentro. Cuando ya no salía con la fuerza necesaria, se puso a chuparla de nuevo, muy despacio, sin dejar de exprimirla para que no quedase nada dentro. Con la otra mano se masturbaba a sí misma, abierta de piernas. Yo no aguantaba de pie y me dejé caer en la cama. Ella seguía lamiendo. En su boca no quedaba nada. Y se masturbaba. Verla así me animó enseguida y la imité. Nos pusimos uno enfrente del otro, mirándonos a los ojos y a lo con que nuestras manos jugaban. Nos corrimos a la vez y nos quedamos allí tumbados, con nuestras respiraciones agitadas.

El resto fue maravilloso.