Cuatro señores y la campesina (capítulo final)

Final de esta historia pseudohistórica en la que cuatro nobles lo pasan la mar de bien a costa de una joven tabernera.

No podía estar más aterrorizada. Tenía los ojos abiertos y vivos como los de un ciervo que oye al cazador. Él sonrió, enseñándole su enorme polla de pony. Era fea, como todo en él, ligeramente doblada, cabezona, llena de venas y de color amoratado.

Estaba tan preocupada por aquella mole que no se dio cuenta de que el hombre calvo se colocaba a su lado. Solo se dio cuenta cuando la punta de su polla le rozó los labios entreabiertos por el pánico. Él lo aprovechó para metérsela un poco. Olía a rancio y sabía mal. Ella cerró la boca y giró la cabeza, y cuando intentó obligarla, la mole lo detuvo.

-Confórmate con lo que hay-le dijo-El resto es para mí-empezó machacarse la polla mientras le miraba el conejito, cerrado, pequeño, pálido y lampiño. El calvo le sobó las tetitas, mientras balbuceaba y murmuraba. Le frotaba la pequeña polla contra su carne tibia y blanca, dejando un rastro de mal olor y de humedad. Le golpeó las tetitas con ella y empezó a sacudírsela con fuerza hasta que la llenó de leche. Lucy sintió una arcada y tuvo que girarse, aunque solo consiguió escupir agua-¿Ya has acabado?-la mole sonrió y se acercó a una jarra de agua que humedeció. Lucy giró la cara para no ver el culo peludo desnudo del hombre que acababa de derramarse encima de ella.

Se bajó de la mesa y cayó al suelo como si sus piernas no le respondieran. Se arrastró por el suelo, tratando de llegar a la puerta. El Lord rió al verla.

-¡Se te escapa la presa, Olaf!-El gigante gruñó. Lucy solo supo que algo la levantaba como si estuviese hecha de plumas y la volvía a depositar en la mesa.

-¡Fuera!-gritó-No me gusta le público.

-¿Para que puedas hacerle mil perrerías?-preguntó el Lord-Sabes que no. Es mi sierva, no me gsuta perder siervos.

-No lo haréis.

-Tampoco me iré. Quiero verlo. Por una vez me saltaré mi norma, pero si la preñas, Olaf, te obligaré a que su bastarde lleve tu apellido.

-No, no...-gimetaba la pequeña.

-¡Cállate!-le gritó. La cogió por la garganta y la levantó hasta poner su cara a la altura de la de ella-Te voy a desflorar.

-No, por favor, no...

-Sí. Te voy a follar. Pero te  voy a dar a elegir... ¿te ha gustado lo que mi amigo pelirrojo te ha hecho en el agujerito del culo?

-No, no mi señor.

-Claro que no. Te ha destrozado, verdad. Lo tienes rojo e irritado-dijo pasándole el dedo por el ojete hinchado-Sin embargo yo no te he hecho daño. ¿Por qué no te fías de mí? Soy el único que no te lo ha hecho-"pero me lo vais a hacer", pensó ella y él le leyó el pensamiento-Solo un ratito. Veamos lo buena que eres-la obligó a tumbarse, dejando unas cuerdas a la derecha de su cabeza, para que supiera lo que iba a hacer de resistirse. No le gustaba que se resistieran. A menudo había que golpearlas y entonces se relajaban y ya no era tan divertido. Y si no se relajaban, pasaba que la polla no paraba de salirse y era casi imposible volver a clavarla. Sí, era más divertido cuando se portaban bien. Tampoco era un monstruo. Le gustaba desvirgar jovencitas, tanto si ellas querían como si no, y cuando querían, era muy divertido usarlas y tirarlas.

Le abrió las piernas con tanta brusquedad que casi se las desmiembra. Le miró el chochete, una rajita pelada, pálida, rosada y enrojecida en el interior... pero seca. Escupió y ella se asustó. Le introdujo la saliva con el dedo.

-¿Quieres que te lo coma, como antes?-ella negó con lágrimas en las pestañas, pequeños diamantes que amenazaban con rodar y perderse en la sonrosada piel de las mejillas-Entonces te lo follaré.

-¡No!

-¿No?-preguntó con voz silbante-¿No?

-Volved a lamerme, mi señor. No me hagáis daño, y me estaré quieta-El Lord rió, pensando que no era tan tonta como parecía. Olaf bajó la cabeza, enterrándola entre las piernas de ella, la miró a los ojillos asustados y empezó a follársela con la lengua. No importa que una mujer diga que no, ni importa cuánto se resista, cuánto le vayas a hacer o el miedo que tenga. Ninguna vagina deja de humedecerse cuando una lengua acaricia el clítoris. Ni siquiera las que eran tan estrechas como esta. Olaf dio un par de lametones más, desde el culete irritado hasta el clítoris, y se levantó. Ella dejó escapar un suspiro de temor, sabiendo que la parte no dolorosa acababa de terminar.

Olad le frotó el nabo, deslizándolo por la rajita.

-Me estoy poniendo cachondo otra vez-dijo uno de ellos.

-Yo no comparto. Ya has tenido tu trozo de pastel-apoyó la punta del rabo en la entrada de ella, presionó y cuando ella huyó, la agarró de las caderas y tiró hacia él, empalándola con su polla-¡ARGGGGGGG! ¡OHHHHHH!-una mueca de doloroso silencio apareció en los labios de Lucy, que se quedó tiesa, agarrotada, sin poder articular sonido o movimiento-Ah, ah, ah, Ah-cada suspiro del gigante era una embestida brutal. Las paredes de su estrecha y deliciosa vagina lo apretaban y asfixiaban y pensó que si fuera posible, podría romperse la polla contra un conducto así. Le azotó el culo, las tetas y la cara hasta que volvió en sí. Empezó a lloriquear, pero se portaba bien. Lloraba en silencio, tapándose la cara por la vergüenza-Me vas a dar las gracias, verás-sacó la polla y volvió a clavársela, haciendo que la pobre niña diera un respingo de dolor y se retorciera-Ya está, ya está... una vez más-Y lo hizo más veces-La última, de verdad, aprieta el coñito... eso es, pequeña. Así... y... ¡TOMA!

-Jajajaja-rieron.

-Mierda, la sangre se está secando-sacó la polla y volvió a comerle hasta que los flujos internos de ella lavaron la sangre reseca de su virginidad. La obligó a levantarse y a ponerse de pie. Se sentó en un banco y la hizo acercarse. Ella trataba de taparse los pechos y la cara con mechones de pelo-Ven. Siéntate encima de mí. A ver si puedes hacerlo tú sola con todo lo que te hemos enseñado.

-Te daré dos monedas de oro si consigues convencernos-le dijo el Lord-Veamos dónde nos lleva esto...

La niña se acercó, asustada, como una ratita que se acerca a la ratonera hechizada por el queso aún a sabiendas de lo que le iba a pasar. Todos rieron cuando ella, indecisa, dio vueltas sobre sí misma como el perro antes de acostarse, sin saber si debía sentarse encima de Olaf de cara a él o de espaldas. Cuando vio al hombre calvo y a los demás, tuvo claro que prefería al gigante. Abrió las piernas, lo que provocó una carcajada general y se acercó insegura a él. Olaf la cogió por las caderas, sobándole las piernas.

-Eso es, pequeña, lo estás haciendo bien. Cógela tú, a ver cómo te la metes. Así... muy bien-Lucy tomó aquella cosa enorme y palpitante con dos manos y se asustó cuando dio una sacudida. Se colocó y puso la punta de la polla a su entrada-Baja ahora, más, más. Me gustará más si bajas de golpe... ¡De golpe he dicho!-y se dejó caer. Lucy se quedó sentada en aquellos muslos y, sin poder evitarlo, se abrazó a él y lo apretó, dolorida, clavándole las uñas. Él no se quejó. No olía tan mal como el calvo, a sudor y a caballo. Pero estaba acostumbrada a los caballos y pensar en ellos, en algo cotidiano, la alivió.

Dos grandes manos en su trasero la devolvieron a la realidad. Olaf la obligó a ascender y a dejarse caer de nuevo, aunque, después de hacerlo varias veces, descubrió que no tenía por qué dejarse caer y que llevando un ritmo, era menos doloroso. Él no parecía darse cuenta, jadeaba, embestía, gemía y gruñía mientras gritaba "Joder, niña, joder"

En un momento determinado se puso en pie con ella en brazos y ella ya no tuvo el control. Se asustó y se cogió bien a su cuello, mientras él la hacía bajar y subir a placer sobre su polla, eligiendo el ritmo, al fuerza y la velocidad. Olaf se la follaba muy deprisa y luego, plaf, sacaba la polla casi en su totalidad y se la hincaba hasta las entrañas. Los huevos chocaban contra sus carnecitas emitiendo los sonidos más maravillosos. La levantó prácticamente sobre sus hombros, en vilo, a pulso y le comió el coño un poquito más. Luego le sorbió, literalmente, babeándole, las tetitas y la dejó caer sobre su pollaza.

-Estás haciéndolo bien, aguanta un poco más, ya casi estoy. Pon las manitas en el suelo... eso es. A ver el coñito, abre más las piernas, más... Así. Le agarró los pies y los colocó alrededor de su cintura, como cuando se juega a la carretilla. Olaf suspiró, le repasó la rajita con la punta del nabo y la penetró deleitándose en la sensación de aquel coñito abriéndose a su paso. Ya no había tanta resistencia como al principio, la polla pasaba mejor, pero la carne de la niña estaba igual de caliente, inflamada, húmeda. La poseyó como un semental monta a una yegua, dándole, y dándole, y dándole... hasta que empezó a sacudirse dentro de ella. Ahora era él el que temblaba, como le había pasado a la pequeña Lucy, el que no podía dominar los temblores de su cuerpo y las sacudidas que su polla daba, como manguerazos, dentro del chochito de la niña que acaba de desvirgar. Salió de ella y le soltó las piernas.

Por un momento pensó que ella se había dormido. Luego, que la había matado. Pero no, Lucy estaba demasiado ida para moverse. Vio su leche salir haciendo gorgoritos de su chochete y se fue hacia la mesa.

-Nos podemos ir-cruzaron la mirada un segundo y solo viendo sus ojitos de víctima, como los de un perrillo abandonado, tuvo ganas de follársela hasta la extenuación otra vez-Vámonos.

El Lord sacó un saquito y le tiró no una, ni dos, sino tres monedas de oro.

-¡Yo creo que se lo ha pasado bien!-iba comentando el calvo.

-Recoge a tu hija-le dijo al tabernero-El dinero es de ella y solo de ella.

-Mi niña...

-¿Me has oído? El oro...

-¿Qué oro? No hay oro que...-le enseñó las tres monedas tiradas en el suelo, junto a las tetitas de su hija.

-El oro, de ella. Puede que Olaf vuelva-Ella levantó la cabeza, tan tiesa como las orejas de un pastor alemán-No me mires así, puede que hasta lo desees cuando veas a tu porquerizo. Peor es la pobreza-Se echó la capa a los hombros y subió al caballo que le traían. Los cuatro hombres, partieron de allí sin mirar atrás.

FIN

Espero que os haya gustado y siento la tardanza.