Cuatro por cuatro

Yo quería ser él cuando se follaba a mi mujer, pero luego quise que él fuera ella...

CUATRO POR CUATRO

Un día, sin decirle nada, llevé a mi mujer a una de esas salas donde van las parejas a hacer sexo.

Al llegar no vimos nada extraño, tan sólo que el camarero estaba cuadrado y la camarera tenía unas tetas de campeonato.

Nos sentamos a tomar unas copas y a observar a la gente que llenaba el local. Ella me dijo:

-¿ Has visto que solo hay parejas?

Yo me sonreí. Entonces, una de las parejas abrió una puerta que parecía un espejo y se metieron por ella. Luego llegó otra e hizo lo mismo. Y luego otra y otra.

¿ A donde dará esa puerta?

– No lo sé – dije yo- , vamos a comprobarlo.

Nos levantamos y entramos a un pasillo iluminado con luz tenue. A derecha e izquierda vimos habitaciones amuebladas con cómodos sofás. Entramos en una de ellas que estaba vacía. Allí, apurando las copas, comenzamos a besarnos apasionadamente.

Nos interrumpió una pareja que entró sin pedir permiso. Se sentaron frente a nosotros y sin mediar palabra empezaron a besarse también. Entonces, boquiabiertos, vimos como el hombre le desabrochaba la blusa a la mujer dejando libres sus pechos.

Al hacerlo, nos miró con una sonrisa. Luego se los mordió con pasión. Nosotros nos miramos y yo, atrevido, hice lo mismo con mi esposa. Ella, afectada por el alcohol, no se opuso.

El hombre de enfrente clavó su mirada en los senos de mi esposa, pero, en lugar de enfadarme o sentir celos, me excité una barbaridad. La mano del señor de enfrente se incrustó entonces bajo la falda negra de la mujer, cuyas piernas se abrieron para dejar a la vista unas bragas blancas con encajes transparentes.

Yo hice lo mismo con mi esposa, aunque llevaba vaqueros, sin quitarle el ojo a la escena de enfrente. Mi mujer, echada hacia atrás en el sofá, tenía sus ojos cerrados, tal vez demasiado consciente de lo que estaba pasando y sin atreverse a mirar.

El hombre apartó las braguitas a un lado y pude ver unos labios gruesos y colorados, rodeados de pelos negros. Mi pene empujaba bajo mis pantalones. Yo besaba y apretaba la entrepierna de mi esposa.

La mujer se despatarró del todo. El hombre le estaba metiendo un dedo por su orificio. Yo bajé la cremallera de los vaqueros de mi mujer. El alcohol me había vuelto atrevido y la escena de aquellos dos me estaba enardeciendo como nunca me había pasado.

El señor, con bigote y barba de tres días, no dejaba de mirarme a los ojos. De un golpe, le sacó las bragas a la señora, y le abrió más las piernas para que yo pudiese ver su vulva abierta. Ella se retorcía y gemía de placer.

Yo desabroché la cintura a mi mujer. Ella entonces abrió los ojos, viendo el panorama. Hizo ademán de levantarse pero yo la empujé obligándola a sentarse de nuevo. Le bajé los pantalones y se los quité a pesar de sus protestas. Luego le pasé la mano por la pelvis que estaba húmeda como nunca. El señor del bigote no nos quitaba ojo, y entonces se agachó ante la mujer y comenzó a succionarle la raja con un ruido estrepitoso que a mí, y también a mi mujer nos puso muy calientes.

El señor nos daba la espalda, y su culito apretado era muy sugerente. Dejando a mi esposa abierta de piernas, me acerqué a aquel culo apretado y lo agarré con ambas manos. Él, en lugar de protestar, giró la cabeza y me sonrió.

Se puso de pie y, delante de mí, se bajó los pantalones y se los quitó, quedándose en slips. Tenía unas piernas fuertes y velludas.

Yo miré a mi mujer, y ella a mí, con cara de vergüenza. Yo le cogí la mano, la arrastré, y se la puse en el paquete del señor del bigote, que mostraba un bulto considerable.

Mi mujer quiso retirar la mano, pero yo saqué aquel pene palpitante de debajo del slip y lo coloqué en la mano de mi esposa, besándola en la boca para acallar su vergüenza.

La señora del sofá se levantó de golpe y noté sus manos en mi entrepierna. Me bajó la cremallera y, sacándome la verga, comenzó a chupármela con fuerza y suavidad.

Yo, besando a mi esposa, le bajé las bragas, su mano siempre en el pene de aquel señor tan viril, cuyas medidas superaban en mucho a las mías. Su mujer, o pareja, se esmeraba en mi aparato, y él cogió la cabeza de mi esposa con signos evidentes para que se la chupara.

Pero la primeriza de mi mujer dio un respingo y se apartó. Entonces yo, sin poder evitarlo, me agaché y me metí aquel espectacular miembro en mi boca. Él me agarró la cabeza y me la metía y me la sacaba con los ojos en blanco.

Mi esposa se sentó muy cortada. Entonces el señor velludo de culo redondo colocó a su mujer a cuatro patas, y en un pis pas la penetró estilo perro, abriendo sus nalgas ante nuestros ojos.

Yo intenté atraer a mi mujer hacia aquellas masa peludas, y conseguí que le pasara un dedo por el agujero, a lo que él respondió dando un respingo.

Yo le puse la vara de mi miembro a lo largo de su raja, y él se apretó contra ella. Cogí la melena de mi esposa y la arrastré hacia el culo del hombre, que se movía hacia delante y atrás. De un empujón, hundí su morro entre las nalgas peludas. Luego me coloqué tras ella y, zas, de un golpe la penetré, empujándola con mis vaivenes contra aquél culo que tanto me excitaba.

La señora de abajo se movía como loca. Mi mujer no decía nada, incrustada contra aquellas carnes.

Entonces la aparté. Me coloqué tras el señor y apunté mi instrumento al centro de su diana. El se movía con gusto, pero de pronto se levantó con aquel enorme instrumento erguido como un pepino y dijo:

---Espera.

Sacó un condón de su pantalón y me lo puso con rapidez. Luego se puso él otro y se acercó a mi mujer. Yo colaboré para lograr ponerla a cuatro patas. Lo conseguimos por fin y él la empaló sin esfuerzo. Yo entonces se la hundí en pleno culo hasta los mismos cojones, mientras la señora me pasaba la lengua por los huevos y me succionaba el orificio.

Nos corrimos los tres entre gritos inconexos. No sé si la señora de las bragas de encaje llegó al final de su pasión, pues acto seguido, todo fueron prisas por vestirnos, miradas bajas y sudorosas, para salir escopetados de aquél antro que antes nos pareció tan bonito.

Mi mujer lleva días sin hablarme.