Cuatro días de agosto

Una playa nudista, un cura, su sobrina y lo inevitable.

Martes 6 de agosto de 2019

Sebastián era un hombre de 63 años, ni alto ni bajo, ni gordo, ni flaco, ni guapo ni feo. Estaba en la playa nudista de Barra, en Cangas de Morrazo (Vigo, Pontevedra), una playa con arenas blancas y aguas turquesas. Su cuerpo moreno tenía, a la derecha y a unos 20 metros de distancia, a una jovencita de tetas casi piramidales y con el coño abierto recibiendo las caricias del sol y de la brisa en sus rojos labios vaginales, y a su izquierda y tenía a unos 30 metros de distancia, a una mujer mayor, con las tetas cayendo hacia ambos lados de su cuerpo, de la que escapaban el sol y la brisa. Había poca gente en la playa, apenas una docena de personas. Sebastián sintió la sombra de alguien que se paró delante de él. Abrió los ojos y vio a una Rufina, que era una mujer de 23 años, de ojos negros, labios carnosos y con el negro cabello que le llegaba al culo. Rufina se desnudó y Sebastián vio sus largas y moldeadas piernas, su coño afeitado y sus tetas grandes, redondas y firmes. Rufina sonreía mirando para la gran verga de Sebastián. Hasta aquí todo normal, todo normal si no fuera que Sebastian era cura y que Rufina era su sobrina carnal. La muchacha lo había pillado con el carrito del helado.

Rufina extendió la toalla junto a Sebastián. Sacó la crema bronceadora. Se echó boca arriba sobre la toalla, y le susurró:

-Ponme crema protectora en la espalda, tío.

También susurrando, le respondió el cura:

-No me hagas esto, Rufina.

-Estamos a 2O Kilómetros del pueblo. Aquí no nos conoce nadie. Por cierto. ¿Vienes mucho por aquí?

-Es la primera vez.

-La mía también. Ponme crema.

-¿Y si no te la pongo?

Rufina, sonrió con maldad.

-Tengo Facebook, Twitter...

-Cabrona.

-Los hombres de Dios no insultan.

Las manos de Sebastián le dieron crema bronceadora en el cuello, la espalda, en las nalgas, duras cómo dos rocas, en el ojete y el periné, que nunca habían visto el sol hasta el momento en que una mano de Sebastián abrió las nalgas para pasar un dedo por ellos. Rufina, cuando su tío acabó con su espalda se dio la vuelta para que siguiese dando crema en su cuerpo. Sebastián, le dijo:

-En las tetas, no.

-En las tetas, sí.

Al cura lo comían los demonios.

-Puta.

A Rufina la divertía la situación.

-Mirón.

Le dio crema en el cuello, en los hombros, en las costillas, en sus dos grandes, redondas y duras tetas con areolas rosadas y pequeños pezones, luego le dio en las piernas y en el interior de los muslos.

-En el coño, tío, dame crema en el coño.

-¿Estás loca?

-Mucho, estoy muy loca.

Le dio crema bronceadora alrededor del gordo coño. El clítoris salió del capuchón y se puso a tomar el sol. Le dijo Rufina al cura:

-Tengo unas ganas locas de correrme, tío.

-¡¿Aquí?!

-Aqui y ahora.

-Putona.

Rufina se rió de su tío.

-Lo soy, y me gusta serlo.

Sebastián, mirando para los lados, apretó con dos dedos el capuchón y masturbó el clítoris cómo si fuese una diminuta polla. Ni dos minutos tardó Rufina (mordiendo una mano) en soltar un pequeño chorro de orina que fue a parar a la arena de la playa. Al chorro de orina le siguió una pequeña cascada de babas que cayeron sobre la toalla. Al acabar de correrse Rufina, sonriendo, le dijo:

-Gracias, Sebas.

-Puta.

Rufina ya consiguiera lo que quería y le importaba una mierda que le llamase lo que le viniese en gana.

-Me vas a acabar con el nombre.

Viernes 9 de agosto de 2019

Sebastián, en su habitación, iba desnudo desde la puerta a su cama y de su cama a la puerta flagelándose con una tralla de esparto que tenía cuatro terminaciones, hasta aquí todo correcto, era un acto de penitencia por algún pecado que cometiera, lo que no era correcto es que se flagelara con la polla a media asta en la mano, o sea, que se hiciese una paja, ya que las pajas no se hacen en señal de arrepentimiento. Al correrse salió un chorro de leche de su gran verga que fue a parar al piso de la habitación, a este chorro lo acompañaron cuatro más.

Después de correrse limpió el suelo con un paño, se puso la sotana y fue a la iglesia a confesar a feligreses. Al estar en el confesionario, una joven llegó, se arrodilló, y le dijo:

-Necesito confesión.

-¿Qué has hecho mal, Rufina?

-Mal no las hice, las hice bien. Me corrí cómo un cerda.

-¿Te has masturbado?

-Sí, mientras mi marido dormía a mi lado me masturbé pensando en ti, Sebas.

El cura parecía la vieja del visillo. Quería saber.

-¿Qué te hacía, Rufina?

-Me metías ese pedazo de verga que tienes y me llenabas el coño de leche una y otra vez.

-Eso es imposible, es imposible por tres motivos, uno, porque soy cura, dos, porque soy tu tío, y tres, y más importante, porque mi miembro ya no se levanta.

-Eso está por ver... Con una buena mamada...

-Ni con cincuenta buenas mamadas.

-Deja que pruebe... Y si no se te levanta me la puedes frotar.

-¿Después de eso dejarás de chantajearme?

-Sí.

-Ven el sábado por la tarde a mi casa, y a ver si arreglamos este asunto.

Sábado 17 de agosto de 2019

Sebastián estaba comiendo una tortilla de patatas que le había dejado hecha Aurora, la madre de Rufina, que era quien lo atendía. Echó un vaso de vino tinto y sintió que alguien abría la puerta de su casa. Al momento llegó Rufina a la cocina. En la tele estaban con las noticias. El cura, le preguntó:

-¿Te lo pensaste mejor?

-Sí, y me entraron aún más ganas, Sebas, más ganas de que metas tu tranca en mi coño.

El cura se encabronó.

-¡Qué no se me levanta, coño! Ya me hiciste jurar.

-Come, come, acaba de comer que ya veremos si te levanta o no se te levanta.

Tiempo después, al lado de la cama de Sebastián y estando ella y él desnudos, Rufina, en cuclillas mamaba y masturbaba la verga con ansia, con ansia viva, pero la bicha soltaba aguadilla y se ponía morcillona y de ahí no pasaba.

-Te dije que no se iba a levantar. No es porque no me gustes es por un accidente que tuve.

Rufina se puso en pie y le dijo:

-Yo no me doy por vencida. A ver si haciendo una cubana...

Rufina se echó boca arriba sobre la cama, Sebastián le puso la verga entre las tetas y se las folló. La verga mojó de aguadilla las tetas. Tiempo después el cura sintió que iba a explotar, y se lo dijo:

-Me voy a correr, Rufina.

Rufina ya echaba por fuera.

-Frótamela en el coño.

-Así aún me corro antes.

-Entonces cómemelo.

El cura lo que le comió fue la boca, después las tetas, mientras se la magreaba y después le frotó la verga en el coño. La cabeza de la bicha se empapó de jugos y la habitación se llenó con la dulce música de los gemidos de Rufina. En nada, le dijo:

-¡Hostias que me voy a correr, tío!

Sebastián dejó de frotar, metió su cabeza entre las piernas de su sobrina, metió todo el coño en la boca, le clavó la lengua en la vagina y la quitó llena de babas, lamió desde el ojete al clítoris media docena de veces y Rufina se corrió en su boca, diciendo:

-¡¡¡Qué corridaaaaaaa!!!

Al acabar de correrse, y con el coño encharcado, subió encima de Sebastián, le descapulló la verga, la apretó y metió el cabezón dentro del coño, después, la fue cogiendo y metiendo poco a poco hasta meterla toda. Al estar dentro la verga se puso dura. Sebastián no se lo podía creer.

-¡Milagro! ¡Se empalmó!

-Fóllame y no la quites por nada del mudo.

El cura le dio leña, tanta leña le dio que el roce prendió fuego en los dos y acabaron quemados. Le dijo el cura:

-¡Te voy a llenar el coño de leche!

Rufina se puso cómo loca.

-Dámela, dámela que yo también... ¡Ya, ya, ya! ¡¡¡Yaaaaaaaaaaaaa!!!

-Toma, toma, toma. ¡¡Tomaaaa!!

Corriéndose juntos, el cura le comió la boca. Rufina le clavó las uñas en el culo y le devoró la lengua. Fue un polvo de los inolvidables.

Domingo 25 de agosto de 2019

Una jovencita se estaba confesando.

...-¿Cuántas veces dijo que me haría correr, don Sebastián?

-Seis, mínimo.

-Habrá que ver si es cierto.

Lo cierto es que mejor estaba el cura con sus flagelaciones y sus pajas, pero así es la vida.

Comentar ya sé que da mucho trabajo, pero un día es un día, coño.

Quique.