Cuatro años y un día
Empezó en un baño público, con un chico mirándole la verga. Y el tan machito tan reprimido, en esa mirada encontró lo que buscaba.
- Está durmiendo en mi cama. El pelo largo y lacio le besa la frente y acaricia esos ojos dulces que tanto he besado. Quisiera despertarlo, pero duerme tan plácido, tan profundamente, que procuro no moverme. No deseo que se sobresalte. No quisiera que nada perturbe su sueño. Ni mis ganas de abrazarlo, de recorrer con mis manos su cuerpo desnudo, ni el deseo casi incontenible de hacerle el amor para recuperar el tiempo perdido.
Duerme pacíficamente, boca arriba y parece, más que nunca, un adolescente. Se ha destapado un poco y la sábana no llega a cubrir la sombra tupida de su pubis, su pija dormida, blanca y bella entre sus huevos grandes, sus piernas largas y firmes, sus pies flacos y fuertes. Veo que el segundo de los dedos en cada uno de ellos, es más grande que el dedo gordo respectivo y siento una extraña ternura. Me parece que ese sentimiento es como medio maricón, medio afeminado, medio puto, y trato de reprimirlo: pero ya no me importa nada, porque lo amo. Por primera vez en la vida estoy seguro que me he enamorado Si, enamorado desesperadamente de otro hombre, de ese muchacho desnudo y destapado que, ajeno del mundo, duerme en mi cama y sueña historias que yo no podría develar.
Sé que pronto sonará el despertador, darán las seis, y deberé levantarme para ir a trabajar y dejar la cama tibia donde él duerme abrazado a mi almohada, sobre las sábanas arrugadas, transpiradas y manchadas de nuestros licores, de nuestras lágrimas, de la memoria del ruido caliente y sordo de nuestra pasión, de nuestros cuerpos uniéndose, poseyéndose, fusionando nuestra sangre y nuestros humores.
Nunca me costó madrugar: antes la noche me asustaba, era mi tormento y la llegada del día parecía terminar mi angustia. Siempre por las noches volvía mi terror a morir. La sensación de ahogarme en el fondo del mar, los gritos desesperados que nadie escuchaba. Me levantaba, con el cuerpo molido, los ojos llenos de lágrimas y perlas de sudor frío en la frente y el cuello y miraba por la ventana esperando la salida del sol dejando que el fresco del amanecer me despejara de tantos malos pensamientos. Pero ahora, el está durmiendo en mi cama, y yo soy feliz, no quiero que llegue el día: deseo que la noche sea eterna y que ya nunca amanezca, para no tener que dejarlo.
Apago el despertador antes que suene. Me levanto y camino en puntas de pie hasta el baño. Hace frío, pero la ducha caliente me reconforta, y la blanca espuma del jabón de sándalo que él me regaló, se desliza por mi piel, por mi cuerpo peludo, por mis brazos y mis piernas, por el pecho que el adoró con su lengua y rebeló con sus manos, por mis huevos que repasó con caricias de su lengua caliente, lo mismo que el interior de mis piernas, mis ingles, el largo de mi pija La pija que el besó y lamió, como si esta fuese la última vez. La pija que se hundió en sus tripas buscando poseerlo para siempre.
La espuma y el perfume tan persistente del jabón que borra la lluvia de la ducha, eliminan los últimos rastros del sexo enloquecido de anoche. El ardor de su leche ahora seca, mezclada con la mía, invadiendo mi ombligo, cubriendo mi vientre, recorriendo mi pubis, deslizándose por mis flancos. Y mientras el agua me despoja poco a poco de las huellas de aquella felicidad tan parecida a la agonía, de la delicia de nuestros cuerpos amándose, recuerdo como en un sueño, nuestra historia, esa historia que tiene cuatro años y un día hoy.
2006 Yo tenía 19 años recién cumplidos y a pesar de mi virilidad indiscutida, de mi físico de nadador y jugador de wáter polo, empezaba a sentirme diferente a mis amigos. Me sentía ajeno a mi entorno, raro, rebelde que no se rebelaba, disconforme que callaba su desprecio por la hipocresía en la que vivía, y en el fondo , tan hipócrita como los demás. Muy varoncito, muy masculino, educado en el machismo más atrasado, pero secretamente, cuando nadie me veía, miraba a otros chicos, y en el baño de aquella discoteca de mi pueblo, me demoraba observando de reojo a otros muchachos, mientras me peinaba la melena larga y bien cuidada. Yo era como un pavo real, y el cuidado que daba a mi pelo, y a mi aspecto exterior, eran una prueba de ello. Me creía guapo, lindo, atractivo, y buscaba en la mirada de los otros, la aprobación, el reconocimiento de mi cacareada belleza, de mi pinta, de mi atractivo. Sos "fachero", me decían mis amigos, un "ganador" indicando con ello, que era seductor, popular entre las chicas, quizás demasiado "ganador" como para generar sospechas y despertar envidias. Los tipos no me perdonaban que muchas mujeres me miraran y me buscaran. También encontraba miradas demasiado expresivas e insistentes de algunos varones, pero yo desviaba la vista. Sentía esos ojos de otros machos acariciándome el bulto de la bragueta o pasándole un pincel a mi culo. Pero yo desviaba la mirada, no sea que pensaran que yo era puto. Que dirían mis viejos, y el padrino Ricardo .
Era la mejor discoteca del pueblo, se llamaba "Bora-Bora" y por supuesto que no quedaba en Tahiti ni en ninguna isla exótica del océano Indico, sino en un rincón provinciano y aburrido de la pampa húmeda argentina, además, por si restare alguna duda, era un antro químicamente heterosexual. O como diría un gay "Nada que ver". Allí concurrían, grupos de amigos, los chicos de mayor poder adquisitivo de la zona de influencia, los hijos de papás ricos dueños de los mejores campos de la región., de los abogados, industriales y comerciantes importantes, para entretener sus vidas monótonas y para exhibir sus automóviles nuevos, sus motos de alta cilindrada último modelo, sus cuerpos de gimnasio, su ropa de marca, sus conquistas femeninas. Algunas chicas iban con el sólo propósito de provocar, con sus tetas de silicona nuevas, bien pagas a la Clínica Estética Pavón, especialista en aumentar mamas a niñas desfavorecidas por la naturaleza, pero beneficiadas por el "vil" dinero de padres o amantes pudientes.
Pero yo, que pertenecía a esa clase ociosa y despreocupada, parecía no darle importancia a nada y a nadie, era un marciano que giraba en la pista, encerrado en mi propia vanidad narcisista, bailando y al mismo tiempo mirándome en los espejos. Flor de pajero era.
Esa noche, luego de peinarme en el baño del "Bora Bora" por largos minutos, me acerqué a los mingitorios para orinar con urgencia. Quizás había bebido demasiado y eso hacía trabajar demasiado a mi vejiga El baño estaba casi vacío, salvo por un par de muchachos que se reían mientras terminaban de lavarse las manos. Uno de ellos, muy joven, que parecía tener unos quince años, me miró la pija sin ningún disimulo a través del espejo, antes de salir y yo me quedé congelado: se me cortó el chorro de orína. Que pendejo atrevido pensé . Me había "relojeado" la verga con interés y sin esconderse. Cada día eran más jóvenes y desafiantes. Cuando terminé de orinar, ya no lo vi. Apenas si recordaba su cara, su flequillo castaño, sus ojos, su cuerpo menudo y delgado de adolescente y su camisa con rombos color naranja.
Había mucha gente en el "Bora-Bora", eran como las dos y media de la mañana, y cuando me reuní con mis amigos que me esperaban afuera, traté de encontrar al chico en la pista, y entre tantos que bailaban, lo reconocí con su flequillo en la frente, su cuerpo menudo, y su camisa de rombos naranja, que la luz giratoria del techo transformaba en muchos colores. Seguía riéndose con otros dos muchachos, tan jóvenes y despreocupados como él.
Nuestros ojos se encontraron y yo desvié la vista. Este chico, es muy caradura, pensé. Tan joven y tan atrevido. Me busca, pensé. Nunca me gustaron los menores, y menos enredarme con ellos y este decididamente era demasiado joven. Tocaban un tema de Thalia, ese de la piel morena, cuando él se acercó a mi grupo, se dirigió a mí y con total desparpajo, me pidió fuego para su cigarrillo. En aquel momento no se prohibía fumar en lugares cerrados y a mí me molestaba el humo.
Le dije, no fumo. Me miró a los ojos desde su estatura de quince centímetros menos que yo, y sin molestarse por mi negativa. me regaló una sonrisa de dientes perfectos y cara con oyuelos tan simpáticos que me desarmó. Me llamo Alejo, me dijo, soy el primo de Belén Castellanos, agregó. Así que Belén tiene primos putitos, pensé. Ella tan religiosa, tan conservadora, tan moralista y creyente.
Pero me llamó una chica amiga que quería bailar, y lo dejé ahí sólo, en ese rincón donde sobresalían sus ojos tan brillantes, tan intencionados, tan expresivos, su chaqueta naranja a cuadros y su sonrisa. Pero che, vos no sos puto pensé, y encima ese pibe es muy chico, dijo mi conciencia. Y bueno, así pensaba yo en ese momento. Me habían enseñado que "eso" era un pecado nefando, una abominación, cosa de depravados. Algo impensable y degenerado.
Toda la noche lo vi merodeando, pasando cerca de mí, parándose a pocos pasos, simulando que conversaba y bailaba con sus amigos, pero yo de reojo me di cuenta que me seguía, que buscaba mi mirada. Me pareció extraña tanta persecución. Este pibe está loco pensé, ¿Qué quiere de mí? No puede ser tan evidente. Encima de gay y re puto, este pendejo tiene un coraje a toda prueba, pensé. Si sigue con ese jueguito, lo voy a romper la cara a trompadas.
Uno de mis amigos, Martín Orellano, se dio cuenta de la fascinación que yo aparentemente ejercía sobre ese chico y burlándose de mí, me dijo, que le pasara mi teléfono. La debe de chupar bien, dijo con una amplitud de pensamiento que me sorprendió Siempre había sido muy mata putos y de ideas firmes. Su comentario me molestó. Lo mandé a la miérda, me acordé de su madre y de la vagina de su hermana varias veces y me fui del local. Che, no te ofendas, era una broma. alcancé a oír que gritaba Martín. Pero ni en broma podía aceptar eso. Lleno de vergüenza, me subí a la moto y me fui lo más rápido que pude.
Había transitado una cuadra cuando me di cuenta que con el apuro había olvidado mi chaqueta de cuero negra, y volví al local: en el guardarropas la reclamé y al ponérmela noté que en los bolsillos había una nota manuscrita: con el nombre y el teléfono de Alejo y una frase final que me mató: "Me gustas bebé". Ese pibe además de puto, es audaz o loco, persistente y decidido. Más que persistente es un hincha pelotas, infla cocos, un pesado.
Sin embargo, la curiosidad me mató, y después del mediodía marqué su número y constestó él con voz de sueño y de resaca. Le dije con voz muy seria, que era Nicolás el amigo de Belén su prima y ahí es como que se despertó y me saludó contento. Te quiero decir algo, lo atajé. No te confundas, estás muy equivocado conmigo, y cosas por el estilo. Terminé diciéndole que era muy chico y que mejor sería que fuera a hacer la tarea del colegio. Me dijo que estaba terminando el secundario y que era el mejor de su clase. Que no tenía nada para estudiar, que yo no era su viejo para darle consejos, y que me metiera en mis cosas. Finalmente con algo de sorna me pidió que lo perdonara por haberme molestado. Cuando estaba a punto de cortar, me pareció advertir que mi llamado lo había decepcionado, que sus últimas palabras las dijo con desilusión más que con rabia. Me quedé mal. Arrepentido de haber llamado.
En la radio sonaba un tema "house" muy famoso en esa temporada "Tell me Why "(Dime porqué) y escuchando la letra de una de sus estrofas me pareció que se aplicaba a mí: lo había hecho parecer poca cosa, para sentirme bien yo, lo había despreciado, para ser yo lo único que tuviera en su cabeza.
2007 Ese verano del año siguiente, fue el último que estuve con los boys- scouts de San Prilidiano, cerca de mi pueblo. No me sentía a gusto. Toda el entusiasmo y la alegría de los primeros años de "scoutismo" había desaparecido y ni siquiera la buena onda que tenía con los chicos de la patrulla a mi cargo, me hacía cambiar de parecer. Me sofocaban las reglas, las formas, los movimientos repetidos. No quería más esa camaradería tipo militar, me había cansado de una forma de disciplina y de pensamiento que cada vez estaba más lejos de mi forma de ver el mundo.
En ese último campamento que se hizo a 120 km de mi casa, lo volví a ver. Alejo comandaba otra patrulla de chicos más pequeños, y superada la sorpresa, y hasta mi incomodidad, procuré mantener las distancias: apenas si nos saludábamos y sólo hablábamos cuando nos juntábamos los jefes de patrulla, antes de ir a dormir
Una noche no lo vi y lo busqué con la mirada por todo el campamento. Lo encontré, en realidad me topé con él, en un lugar apartado. Estaba fumando, lejos de las carpas, en un bosque algo sombrío, sentado bajo un árbol. No me acerqué. El me vio, tiró el cigarrillo, apagó la colilla como buen boy scout , y vino corriendo entre los árboles. Me llamó, y ya no pude fingir que no lo había visto. Me di vuelta y lo tuve por segunda vez ante mí, cerca tan cerca como que pude sentir su respiración agitada cuando me dijo: tenemos que hablar.
No tenemos nada de qué hablar, contesté medio cortante y bajando la voz.
Yo si tengo algo que decirte. Y esta vez me vas a escuchar. No huyas. No me voy a dar por vencido hasta que me escuches. Me detuve. Sus palabras nerviosas y enojadas, su voz firme y su emoción me detuvieron, pero reaccioné.
Yo no huyo nunca. Simplemente que no quiero hablar con vos. Te equivocás conmigo, ya te lo dije. No nos conviene que nos vean juntos. Lo miré largo rato y vi como cambiaba de expresión y en la oscuridad pude ver sus ojos húmedos. Parecían llorosos o era la niebla de la noche. Pero no se dio por derrotado.
Vos no sos lo que decis que sos No sos diferente a mí ni sos ni mejor o peor que yo. Que te quede claro, agregó.
Y a vos, ¿qué carajo te importa como soy? Quería fulminarlo con palabras, No deseaba que empezara a hablar de lo que yo temía: de su atracción por mí y de mi rechazo.
El año pasado te dije que me gustabas, y vos me mandaste a la mierda: me mandaste "a hacer la tarea de la escuela". Pero ya ves, no pude dejar de pensar en vos. Te maldecía, te insultaba en silencio pero no podía dejar de pensar en vos. ¿Qué boludo no? Y ahora nos vemos y vos ni si quiera me mirás, parezco un leproso, un enfermo de no sé de qué epidemia moderna. Y claro, no te querés contagiar. Y te ponés guantes, forro y tapabocas, no sea que te den los temblores. Haber si por hablar conmigo, te volvés puto. Y las últimas palabras le salieron como un sollozo.
No tengo nada contra vos. No soy como vos y me pone nervioso que me busques. Te confundís.
Yo no me confundo boludo, vos sos el que está confundido, el que tiene miedo. Tenés miedo, maricón ..el insulto fue como un cachetazo, pero no me ofendió, porque aunque sonó como un tiro de revolver me pareció un gesto desesperado. Maricón .
Me quedé congelado, y él se fue acercando cada vez más, y yo hubiera escapar pero quedé contra el tronco de un árbol. Levantó mis brazos, puso mis manos contra la corteza del árbol, y acercando su cuerpo al mío, apretó sus manos contra mis palmas para inmovilizarme y me besó en la boca, con rabia, con dolor, con deseo, y con una ternura infinita que no supe nombrar. Doblé la cabeza para el lado contrario, como rechazando aquel beso, pero ya no podía evitarlo. Su boca era suave, tremendamente suave, su aliento perfumado y su beso fue como la sensación de un damasco muy maduro que se deshace en la lengua, llenando de miel mis labios y mi boca.
Quise liberarme de sus brazos apretando mis manos contra el árbol para ganar impulso y empujarlo pero él parecía tener más fuerza, o sus nervios lo hacían más fuerte. Se abrazó a mí de un modo que hasta me asustó. No dije nada, me liberé de mi carcelero y caminé con la cabeza baja hasta la zona iluminada, pero toda esa noche, me la pasé repasando con la lengua los labios que él había besado. Y cerrando los ojos, trataba de imaginarme como sería haber devuelto ese beso. Aquel abrazo que me hacía temblar. Me arrepentí de no haber podido devolver el amor que él me daba casi sin conocerme, casi sin haber hablado conmigo, sin esperanzas. No me pude sacar de la cabeza el recuerdo de sus ojos húmedos, del calor de sus manos en las mías. Me pajeé dos veces y aún así me levanté escondiendo una tremenda erección. Te estás volviendo un putazo, Nicolás, gritó mi conciencia pero yo fingí que no la escuchaba.
En el bus de regreso a mi pueblo una chica del grupo, tenía puesta una radio, y se escuchaba una canción de moda, de La oreja de Van Gogh, "Dulce Locura", que en una parte decía: "Sentiré cada noche al buscar a tu humo en mi tejado, el recuerdo de un abrazo que aún me hace tiritar".
Durante mucho tiempo busqué su humo en mi tejado. El recuerdo de aquel abrazo me hizo tiritar, temblar de miedo. Castigarme por ser yo un hipócrita, Pero ese humo no lo encontré. Por mi exclusiva culpa. Porque él tenía razón, yo era un maricón. Maricón. Cobarde, boludo. Maricón ..
2008 Pasó un año y no supe nada de él, hasta que Belén, su prima, se casó, dicen que "de apuro" con ese Teniente Primero del Ejército, con apellido de guerrero de la independencia, y aspecto de obispo con "botox". Nos encontramos con Alejo en la casa de los padres de ella, en la recepción posterior al matrimonio civil dónde los novios habían dado el sí, quedando unidos ante la ley de los hombres. Alejo estaba acompañado por un muchacho rubio de su edad. ¿ su pareja?. Yo estaba solo como siempre. Incómodo. Como ajeno a esa historia de normalidad que íbamos a festejar con los novios
Cuando llegó el momento de las fotos, los novios pidieron a todos los amigos que los rodeáramos. Alejo se paró al lado mío. Estaba más alto, mas formado, había perdido la carita de nene que yo le recordaba, y en su rostro asomaba la sombra de una barba de un par de días. Me costó, pero supe disimular. Tenerlo a mi lado, y sentir una mezcla rara de sentimientos, me ponía muy nervioso. Nuestros brazos se rozaron, más de una vez en ese breve instante de las fotos, pero nada más. Yo no podía mirarlo a la cara. El no quería mirarme, creo. El rubio lo esperaba con un cigarrillo en la mano, y sonriendo a pocos pasos. Me fui hasta la cocina con la pija a media asta y avergonzado de mi erección. No quedaban dudas, las cosas habían cambiado. Yo me daba cuenta que Alejo me gustaba, pero mi cobardía no me dejaba reconocerlo y él, superado el capricho adolescente o cansado de mis rechazos, había seguido con su vida. Se había hecho más fuerte y no me demostraba ningún interés. Por ahí se había enamorado del rubio que lo acompañaba.
Me fui temprano, y caminé por un largo rato, y en cada esquina me parecía verlo. Buenos Aires tenía fantasmas en todas las esquinas, espectros en cada portal, sombras en todos las estatuas, ecos que no venían de ninguna parte, pero esos fantasmas de ojos oscuros, esos espectros, esas sombras sigilosas, esos ecos. no me buscaban a mí. Yo lo buscaba a él, pero lo había perdido. Por mi culpa.
Subí a un taxi y el dueño del auto, había puesto un compac disc, y sonaba una canción que nunca supe cual era, pero que era tristísima. Como mi vida. Eso te pasa por puto reprimido, por boludo, porque no dejás que opine el corazón, o la cabecita de abajo. Busque en mi billetera aquel papelito con su nombre y su teléfono que decía "Me gustás bb", que había conservado todo ese tiempo y lo llamé. El teléfono sonó varias veces y cuando ya iba a colgar, escuché una voz desconocida. Supuse que era la voz de aquel rubio, y que las risas que se escuchaban de fondo, eran de Alejo. Corté y en el momento en que lo hice se largó a llover, una lluvia fina y mortificante y cuando llegué a mi casa no supe si eran gotas de lluvia o lágrimas, las que cubrían mis ojos.
2009 Poco a poco yo también había cambiado en un sentido más amplio aún. La inútil lucha contra mis instintos, llegó a una tregua con mi conciencia. Entre a un chat gay, y fui conociendo de a poco, por obra de la tecnología, la cibernética, internet y la casualidad, un mundo que ignoraba. El mundo de hombres que gustan de otros hombres, de muchachos que se calientan con otros muchachos, de varones que adoran la carne de otros varones. Machos que buscan otros machos para hacer el amor, garchar, culiar, coger, tener sexo o simplemente para que les hagan compañía. Un mundo de hombres sólos buscando sexo en la oscuridad y el anonimato.
Era un chat de levante: la idea era encontrar a alguien para tener sexo: rápido, anónimo, sin consecuencias. Con mi mentalidad de reprimido, me costó entrar en el juego, pero al poco tiempo, mi cabeza de abajo, o sea el glande de mi pija. pudo más que mi conciencia y me empujó a conseguir mi primera cita. La primera vez me fue difícil. Pero el deseo superó las represiones y los miedos. Solté las compuertas del torrente que había detenido. Se sucedieron muchos más encuentros, con tipos cuyos nombres generalmente me negaba a recordar, hombres que solo me conocían por mi apodo de guerra, Cisco Kid. Era el nombre del personaje favorito de la infancia de mi papá: protagonista de una vieja serie de TV, en blanco y negro: una de las primeras que existieron, un cowboy de cabellos negros y dientes muy blancos, cuyo fiel escudero, era un mexicano sonriente y cordial llamado Pancho.
No voy a negar que la cosa me gustó. Hablo del sexo. De saltar de cama en cama buscando satisfacer mis instintos negados tantas veces. Conocí las pijas, los huevos, la piel, el olor, los deseos y el culo de muchos; y ellos conocieron los míos. Pero era un intercambio de placer sin mayores consecuencias. Siempre lejos de mi casa. Donde nadie me conociera. Siempre en lugares presuntamente discretos, y con el látex del condón como barrera. Pero ninguno de esos muchos conoció ni quiso conocer más de mí y tampoco yo me preocupé ni por contar ni por preguntar nada y menos por volverlos a ver. La lista es larga, como la soledad que sentía cuando acababa, cuando tras el sexo desesperado, volvía a mi cuarto seguro y sentía un vacío tremendo. Pablo BA, que habló cuatro o cinco palabras. Alberto A, que adoraba los dedos de mis pies, Mono 25 que solo gustaba chupar culos, Osicar que era casado y perseguido, con terror de que lo vieran entrar a un hotel, Lulo Argento que no podía acabar por no sé qué problema físico. aunque tenía una verga enorme, que se le paraba muy bien. Gus233 que me declaró su amor la primera noche pues creía que yo era el hombre de su vida, Lucho32, que engañaba a su pareja dos veces por semana siempre con gente diferente porque no quería ser infiel, el gordo Poti, que siempre iba a cagar antes de coger con lo que rompía el hechizo. Muchos. De algunos ni recuerdo nada. Hoy día son sombras frías que se escapan lentamente de mi memoria pero de lo que no me enorgullezco
Eludía el cyber sex porque aunque anónimo me parecía enfermizo. Muchas veces me citaban en un sitio y no venían por lo que siempre tenía un plan "B", ir a un centro comercial, o al cine, o a comer, para no sentir la decepción del fracaso. Algunos enviaban una foto que no les pertenecía o que tenía muchos años de tomada. Otros no gustaban de mi La decepción del narciso encerrado en mis espejos, me dolió la primera vez, y también las siguientes.
Pocas veces, como una rareza, chateaba en privado con alguien que preguntara algo diferente a: ¿cuánto te mide la garcha? ¿ sos activo o pasivo? ¿ tenés lugar?. ¿ Qué te gusta en la cama ?. La mayoría buscaba verse por la web cam y hacerse una buena paja. No había otra. A veces, aburrido, les seguía la conversación e inventaba un personaje que no era yo: rubio de ojos café, 1,82, 78 kilos, cuerpo marcado, activo, muy bien dotado. Era como Ken, el novio de la muñeca Barby, perfecto y de plástico. Y los tipos me creían. En otras, me sacaba años para despertar los bajos instintos de algún pervertido.
Pero seguía solo. Cisco Kid ni tenía un Pancho por escudero. Era un pibe de 23 años solo, con un trabajo que no me gustaba pero que agradecía en esas épocas de escasez, un chico que tenía una familia, con la que seguía viviendo en el mismo pueblo aburrido, y con pocos amigos. Yo también era entre otras cosas, un pajero. Flor de pajero. Me preguntaba si el amor, eso que cantaban los poetas, y las canciones, que todos buscaban sin encontrar casi nunca, existiría para mí o que lo único parecido que conocería era la fricción solitaria y desesperada de mi verga y de mis huevos. Por maricón. Y esa palabra horrible que resumía todo el odio que alguna gente tiene por los homosexuales, me la decía a mi mismo para insultarme.
De noche volvían esas pesadillas. Esa sensación de ahogo. El silencio del fondo del océano. Y esos sudores que se desvanecían con un escalofrío cuando llegaba el día.
Mi computadora dejó un día de funcionar y mientras juntaba el dinero para pagarle al técnico, dejé de chatear. Internet se había convertido al mismo tiempo en una adicción que era mi cárcel y mi ventana al mundo. Vivía encerrado mis horas libres, navegaba por la red, buscando inútilmente encontrar a ese alguien que me completara. Porque no me atrevía a ir a la calle a buscarlo. Como obviamente no aparecía, lo vivía como un castigo. Por haber rechazado a alguien que me quería. Alguien que nunca supe porqué me quería.
¡¡¡ Qué triste resultaba sentir que uno no merece el amor de nadie .!!!
Cuando hice reparar la computadora volví a entrar al chat y una noche me abrieron un privado, no recuerdo el día ni como fue esa primera charla. Su apodo era Mirror, y dijo ser del interior de la Argentina, pero no indicó de dónde. Afirmó tener 19 años recién cumplidos, ser estudiante, sin cámara. Yo aunque tenía camarita le dije que no me funcionaba. Que no le pedía fotos porque yo no mandaba. Se asombró de mi sigilo, de mi discreción, pero dijo que estaba bien. Que me comprendía. En esos pueblos chicos todos están pendientes del qué dirán concluyó.
Es difícil contar que pasa, cuando dos personas que no se conocen de antes, entablan una relación virtual. La comunicación sin imagen ni foto, sin voz ni para lenguaje, es la menos eficaz en muchos sentidos: todo se disimula o puede disimularse, se desfigura, se miente, se esconde. Los sentimientos se expresan con emoticones, con dibujitos , con ruidos, con expresiones sin demasiado sentido ni autenticidad, jeje, jajjaa, ahhhh , ohhh , mmmmmm
Del otro lado puede haber un angel o un monstruo. Un santo o un asesino serial y quizás nunca nos demos cuenta. El otro que es una persona, se convierte en un seudónimo, en un "nickname" que generalmente no dice mucho de su dueño.
El chat reemplaza al teléfono pero sin poder escuchar la voz del otro. El mail sustituye a la carta con sobre y estampilla pero sin poder descifrar la letra del autor, su prolijidad y ortografía, adivinar su perfume, su estado de ánimo al escribirla.
Es una paja reiterada, repetida, desesperada, un largo orgasmo que no disminuye la calentura. Pero rara vez, una vez entre mil, en el medio de la noche, en la inmensidad del espacio, dos desconocidos se encuentran y se reconocen. Sin verse, tocarse ni olerse, sin escucharse, desnudan su alma, anónimamente. Yo me había puesto en bolas delante de desconocidos pero una cosa es desnudar la piel , y mostrar los genitales, el orto, el culo, el ombligo, los huevos , el pecho, las piernas, los músculos y otra muy distinta es abrirse a otra persona contándo lo que le pasa, lo que le ha pasado, lo que ha vivido. Lo que siente, lo que sueña, lo que tiene, aquello de lo que carece. Una cosa es ponerse en pelotas y otra desnudar el alma.
Las conversaciones con Mirror se hicieron cada vez mas reiteradas, consecuentes, íntimas. El otro era aquel individuo a la distancia al que le contamos todo lo que no le diríamos a un amigo presente. Hubo un momento en el que dejé de fingir y hablé de mi soledad, del sentirme tan ajeno a los pocos amigos que me quedaban. Mi orgullo impidió contar la historia de aquel que había besado mi boca con furia. El hablaba de sus fracasos sentimentales, de la incomprensión de sus padres, del temor de no encontrar alguna vez alguien con quien compartir la vida.
Yo no creía posible entablar algo más que una amistad digital con aquel desconocido, un contacto que no conduciría a nada más serio. Por eso nuestras conversaciones no tenían límites ni mentiras: no teníamos que inventar nada para quedar bien: abrimos el alma y el corazón sin censuras y advertimos que había mucho en común entre nosotros.
Me pidió una foto y le mandé una que no era mía. El me envió una foto donde un sombrero y un par de anteojos negros cubrían su cara. Seguimos siendo amigos de incógnito Finalmente llegó el momento en que decidimos conocernos en persona. Tenía miedo de desilusionarme y él seguro que también. ¿Qué pasaría si ese amigo anónimo no respondiera en carne y hueso a la fantasía? Asumimos el riesgo, y lo fui a buscar a la terminal de buses.
Los pasajeros fueron bajando pero él no estaba entre el pasaje. Uno a uno fui viendo como descendían pero ninguna noticia de Mirror. Ninguno respondía a su descripción. Ni a la consigna del teléfono celular en la mano izquierda. Me había mentido, y esta vez yo no tenía Plan B, no tenía una alternativa de emergencia para superar la desilusión, la decepción, el abandono, la posibilidad de que faltara a la cita. Pedazo de boludo pensé, te creíste una fantasía, el engaño de un tipo que te hablaba de sentimientos, que fingía entenderte, que parecía compartir con vos tus miedos y afanes, tus tristezas y alegrías. Por ahí era un sicópata, un anciano en silla de ruedas y con un tubito en la nariz, un gracioso siniestro que desde cualquier lugar del mundo, te había prometido amistad solo para pasar el tiempo, entretenerse, pasar el rato, meterse en tu vida. ¿Te das cuenta maricón????
En otros casos, la ausencia del otro no me habría molestado. Pero esta vez, no sabía por qué, me había dolido más. Me senté en un bar ubicado entre dos andenes de la terminal y me dispuse a beber algo fuerte. Algo que me sacara el frio, del cuerpo y del alma. Cuando me trajeron , el trago, mientras cambiaba el celular de mano, escuché Salud!!!!!, me di vuelta y lo vi. Se sacaba la gorrita al revés, los anteojos, dejaba el bolso en el suelo, y preguntaba con timidez: ¿ Cisco Kid ?????. Lo miré y me quedé como paralizado, como si un rayo me hubiera caído sobre la cabeza: era Alejo. Hijo de puta, me dijo sonriendo, Cisco Kid eras vos.
Nos abrazamos, y en ese momento desaparecieron los andenes, las luces de los buses de dos pisos, la gente corriendo con sus maletas y el micrófono anunciando llegadas y partidas y en el fondo del corredor sonaba una canción de amor, una canción tonta, vanal, repetida y dulzona, una que hablaba del descubrimiento del amor y yo no lo quería soltar, quería permanecer abrazado a él para siempre.
Me dijo no hagamos el show, riéndose y yo le besé la mejilla, y él me devolvió el beso demorándose un momento para pasar su lengua disimuladamente por mi mejilla.
Lo tomé por los hombros, tenía mi altura y sus espaldas eran anchas, su cuerpo fuerte. y él levantó el bolso y caminando casi corriendo salimos de la terminal.
En el taxi, cubriéndonos con una chaqueta, le tomé la mano y por primera vez entrecruzamos nuestros dedos y sentí que en ese acto tan intimo y cálido, estábamos anticipando el futuro. En la oscuridad del auto ví sus ojos, vi por primera vez el amor en los ojos de alguien que me miraba.
Antes de entrar al departamento, nos besamos, y el beso esta vez no tenía rabia, ni dolor, ni resentimiento. Era un beso de amor. Del amor que no había osado pronunciar su nombre, el amor nefando y perverso que condenaba la religión pero que sentíamos auténtico. Adentro, nos dijimos muchas cosas, mientras íbamos despojándonos de nuestras ropas, de mis prejuicios, de nuestros miedos, de cuatro años de demora, de la estupidez que el mundo nos había contagiado, la mentira que afeaba lo que era simplemente el encuentro más esperado entre dos personas. Su piel era tersa, suave, brillaba en la oscuridad, y sus ojos eran dos carbones encendidos que me encendían y agigantaban la hoguera.
Nos besamos y el buscaba mi lengua mientras yo acariciaba su cuerpo desnudo por primera vez, un cuerpo apenas con vello, sus huesos y músculos, la suprema belleza de su cuerpo entregado a mí. Lamí sus tetillas hasta hacerlo estremecer, hasta que su cuello sus brazos su pecho, se derritieron a mi boca Y el gemía, gemía con desesperación, porque lo había esperado aún más que yo, y el largo sueño se había realizado en esa tarde fría.
Fui bajando como una babosa por su pecho, por su vientre, por la línea de vello que llegaba a su pija, y cuando la tuve frente a mí, la besé , la olí, la acaricié con mi lengua, con mis labios y mis manos. El gritaba, y sus piernas se movían como un sunami, como dos pájaros inquietos, y mis manos acariciaban su cuerpo, recorriendo todos sus senderos, sus recovecos. su piel, la exquisita suavidad de su piel. En mi boca su pija se expandió hasta ocuparla con fuerza, era gorda, dura, fuerte, llena de potencia y de vida. Lamí sus testículos, y la cinta irregular que los separaba de su culito bello, y el comenzó a pedirme cosas, a decirme cosas. El apretó mi pija con fuerza, con una fuerza inusitada y urgente, acariciándome con desesperación y deseo.
Lamí su culo una y otra vez, y el gemía y pedía y lloraba y exclamaba pero yo no me detenía, seguía una y otra vez dilatando su orto, mojando su hueco, besándolo como loco, preparando el camino para la invasión deseada. Lo penetré despacito como si me hundiera en un postre delicado, como si quisiera hacer de ese momento el último acto de conquista, venciendo la última resistencia de mi vida a ser lo que yo debía ser.
Empecé a decirle cosas dulces, y no se de dónde saqué tantas palabras de afecto, de amor, de cariño, de ternura. Me descubría sacando de mi interior, aquellos sentimientos reprimidos por el miedo, ocultos por mi cobardía, encerrados por prejuicio, silenciados por las imposiciones de una sociedad hipócrita. Descubría en el amor a otro hombre, la inmensa posibilidad de ser libre, de transitar la vida sin la mochila del pecado, silenciando con vida el silencio de tanto tiempo de búsqueda y negación.
galansoy. Estoy enamorado y a la vejez viruela. Escribo relatos eróticos cargados de amor y ya no me importa que a algunos les moleste. La mayoría de los lectores quiere creer que todavía es posible encontrarlo cuando menos se lo espera. A todos uds. se los dedico con cariño. g