Cuarta noche de joda en la verdulería
Era viernes, cuarta noche de joda en la verdulería, a esa altura hubiera dicho que ya me habían dado verga de todas las maneras imaginables y sin lástima ninguna.
Era viernes, cuarta noche de joda en la verdulería, a esa altura hubiera dicho que ya me habían dado verga de todas las maneras imaginables y sin lástima ninguna.
Los locos estaban más o menos organizados para garcharme.
Yo llegaba a eso de las 10 u 11 derechito a la pieza, al primero que atendía era al socio del Pardo, (el dueño de la verdulería), el tipo era un infeliz, se acababa enseguida así que lo arreglaba con un par de mamadas cortitas. Una al llegar y otra allá por la una.
Después me encamaba con el Pardo, y ahí sí me entraba a gustar. Con el Pardo me entretenía un buen rato.
Era imposible comerse aquella deformidad de verga, pero me encantaba jugar con ella, abrir la boca lo suficiente como para meterme aunque fuera la cabeza ya era una ilusion, asi que se la sobaba bien a dos manos, lamiéndosela toda y chupeteándole las bolas, al final lograba sacarle leche y me la tragaba.
Otras veces cuando se la ponía bien dura, me sentaba en ella con la concha bien envaselinada.
Pero lo que lograba que me entraran eran unos diez centimetros, no mas; y de forma tan ajustada que no podíamos ni hacer el mete y saca.
Pero, con empeño (y aquel pedazo de verga se lo merecía) yo había agarrado práctica y se la ordeñaba apretando y soltando la cabezota de su cipote con mi argolla.
Después que le sacaba leche al Pardo y a mi por supuesto, porque aquella maniobra en su vergota deforme me re calentaba, y cuando sentía su leche caliente mitad por mi calentura y mitad por mi satisfacción de ser una buena puta siempre le largaba un polvo.
Al rato de que el Pardo volvía al frente de la verdulería, casi siempre 12 y pico la una.
El que aparecía era el sobrino de mi macho Rosendo, hijo de su hermano Roberto.
Ya les comenté que no tenía un vergón como sus mayores, su pija debía andar en los 22 o 23 centímetros y más bien fina, menos la cabeza que era enorme.
Parecía la cabeza de un títere, por la desproporción con el resto.
Y esto resulto barbaro, porque como el negrito me garchaba única y exclusivamente por el orto, cuando me la sacaba toda, su cabezota topaba con el aro de mi ojete, y parecia que me lo iba a dar vuelta y me encantaba. El se reía y decía te gusta mi sopapa.
Mi sacacaca, y para qué mentir , vaya si me gustaba, y vaya si me sacaba caca el negrito.
Además de su sopapa el negrito tenia otra gran virtud, llegaba a darme verga sin parar hasta media hora, bombeandome en un intenso y parejo ritmo.
De esa forma me arrancaba tres o cuatro buenos polvos del ojete, mientras yo a dedo me sacaba otros tantos de la concha.
Me llenaba el culo de leche y resoplando se echaba a un lado, dejándome a mi con el orto ardiendo y agotada de darle leche.
Prendía un cigarro y agarraba el vaso de vino, yo acurrucada a un lado aprovechaba para recuperar el aliento.
Cuando sentia que el negrito encendia el segundo cigarro ya sabia lo que seguia, enseguida su mano buscaba mi cabeza y se apoyaba en mi nuca, pero no tenia que hacer mas nada pues yo tenia claro lo que debia hacer y ademas lo estaba esperando.
Entonces con él sentado en el viejo y mugroso colchón, hacia abdominales boca abajo, mamandole la verga sin usar las manos, como a le gustaba, hasta tomarme la tercera o cuarta dosis de leche de esa noche.
Pero, pasaba un buen rato antes de sacarle la ración de leche que me daba a tomar todas las noches.
Sus acabadas eran tan abundantes, que me animo a decir que debía de llenar el vaso que usaban para el vino.
Me llenaba la panza con su grumosa y aspera leche, que me encantaba mamar.
Despues se fumaba un par de cigarros mas, y cuando lo veia apagar el segundo, ya me ponia en cuatro y el negrito me culeaba veinte o treinta minutos mas, bombeando a fondo sin parar.
Resoplaba el, y resoplaba yo, porque el negrito en cada pijazo entregaba todo con entusiasmo, ensartandomé hasta el fondo, haciendo rebotar sus huevos en mis nalgas.
No dejaba ni un milímetro fuera de mi ojete, pero eso si, sabiendo lo que causaba su cabezota, cuando se echaba atrás para un nuevo embiste, me la sacaba toda haciendo que su sopapa me diera vuelta el culo, y eso me hacía encorvar de placer y largar berridos igual que una yegua.
Eran 8, 9 o 10 polvos por noche que me arrancaba del orto.
No quiero mentir, pero, creo que en los dias que fui a la verduleria, el negrito solo, me sacó mas leche que todos los demas…. Y más caquita también…
El padre del negrito, cuando venia a llamarlo para que yo descansara y el fuera a trabajar un rato…
Me decía... Y guachita te amansó el orto verdad…
Y vaya que me lo amansaba con esa forma de garcharme.
Pero después, aquel par de negros vergudos me llevaba a los límites del putismo con sus dos garchas enormes, haciéndome de todo como los hijos de puta degenerados que eran, aprovechándose de las bestiales calenturas que me hacían agarrar.
A esa altura, pasadas las dos, la verduleria ya estaba cerrada y los que estaban adelante tomando vino eran casi siempre solo los negros veteranos.
Los locos, concientes de las cogidas que me daba el negrito, me dejaban descansar un rato, uno de ellos me alcanzaba un vaso de vino y dejaban pasar una media hora.
Ese era el recreo más largo que tenía, a veces más de media hora, pero apenas se quedaba tranquilo el movimiento, ya empezaba a sentir las voces de los negros haciendo comentarios de cómo me pensaban garchar esa noche.
Y yo me empezaba a calentar, pues sabía que se venían un par de horas en las que me iban a desarmar a verga, y me gustaba.
Los negros me cogían a lo yegua y ellos la tenían como de caballo así que estaba completita.
Una noche Rosendo se paro, me levanto en el aire y me ensarto el orto, me quedé colgando de su garcha y como me puso de espaldas a él, dejándole mi delantera a su hermano, yo no podía pasar mis brazos por su cuello para afirmarme en él de alguna otra forma.
Estaba colgando de su pedazo y nada más.
Cuando dio un par de pasos arrimándose al colchón, yo con los pies en el aire, colgando de su garcha sentí como mi cuerpo se balanceaba y mi ojete sintió como nunca la inmensidad de aquel pijón y largué entre temblores una acabada impresionante.
Dejé un charco en el piso, mezcla de leche, caquita y orín, porque en aquel polvo le había dado todo, me acabé, me cagué y meé, con aquel bestial placer nunca antes sentido.
Al ver como me había gozado aquello, los hijos de puta estuvieron un buen rato jugando con mi orto.
Ellos se turnaban pero, yo siempre colgada, y caminaban para un lado y para otro y yo como un péndulo con mi ojete partido no lograba parar de cagar y dar leche.
Fueron veinte minutos o más, de aquel continuo polvo, bestial y a lo yegua, que aquellos dos pedazos le arrancaron a mi orto.
Cuando al fin se cansaron, yo me sentía un zombie, tuvieron que ayudarme a llegar al colchón.
NO SE COMO LLEGUE A MI CASA