Cuarentena en un hotel de Panamá
Debido a un problema burocrático con mi certificado de vacunación me encerraron en un hotel en Panamá.
Estaba agotada, después de dos horas de vuelo de Madrid a Londres, de ahí a Miami y de Miami a Panamá, llegué reventada al mostrador de pasaportes donde ante mi sorpresa se me denegaba mi entrada al país pues el documento que acreditaba mi vacunación del covid no era valido en el país centroamericano.
- Pero no es posible – le dije al funcionario – he pasado con este documento el control del Reino Unido y Estados Unidos, y ahora me dice que no es valido en Panamá.
- Efectivamente señorita, Panamá es un país independiente con sus propias reglas, por lo que tiene dos opciones. O darse la vuelta y volver en el mismo vuelo que le ha traído hasta aquí, o bien le trasladamos a un hotel donde deberá permanecer diez días hasta poder hacerse una PCR.
- Pero, usted no lo entiende, vengo para mantener una reunión con el ministerio de finanzas de el país y realmente solo pensaba permanecer en el país no más de dos días.
- Lo dicho señorita, puede quedarse o irse, pero no hay una tercera opción.
Y claro. Me quedé. No me dejaron ni recoger mi maleta, me pidieron una descripción de la misma y me dijeron que me la llevarían al hotel.
Llame a mi contacto en el ministerio de finanzas y por lo menos gracias a él me “colocaron” en el hotel en el que me pensaba quedar, el Best Western Plus Panamá Zen Hotel, el mejor de la ciudad.
Me llevaron en una furgoneta mugrienta, para su estándar una furgoneta con todas las medidas de protección medica, para los míos, una basura de furgoneta.
El hotel era otra cosa, una maravilla, pero ni me dejaron pasar por recepción, a la carrera me llevaron a una habitación en el piso. La verdad es que la habitación molaba todo, casi una suite. Amplia, moderna y con un maravilloso balcón sobre la ciudad.
Me desnudé y me metí en el baño. Me di una ducha larga y reparadora. Me sequé y me metí en la cama a echarme una siesta, siesta que se fue interrumpida por una llamada a la puerta. Me levanté, me cubrí con una toalla y descubrí que la puerta estaba entreabierta. Abrí la misma y una maleta similar a la mía pero que no lo era me esperaba sola en le pasillo. Dudé, pero finalmente la cogí y la metí. Llamé a recepción para comentarles mi caso y me dijeron que, aunque intentarían recuperar mi maleta la cosa tardaría.
Ni la abrí, simplemente dejé pasar el tiempo.
Pasaron las horas hasta que desvelada como estaba decidí poner la tele. Según se encendió salió una peli porno que en otras circunstancias abría apagado pero aburrida como estaba decidí dejarla. Una chica era envestida por un hombre con una gran herramienta, rápidamente me vino a la cabeza el polvazo que me había echado Raúl la noche antes de salir de Madrid, acabé masturbándome como una loca y corriéndome como una adolescente.
Llevaba dos días allí encerrada, lo único que me entretenía era masturbarme una y otra vez. Me pudo la curiosidad y decidí abrir aquella maleta, en realidad necesitaba ropa llevaba en pelotas los dos días y necesitaba por salud mental ponerme algo.
La dueña de la maleta era una hortera, la ropa era tremenda, pero lo que si me sorprendió encontrar fue un arsenal de juguetes sexuales que la muy picara se ve que no podía viajar sin ellos.
En otras circunstancias me hubieran dado un poco de asquito, pero ya que estábamos decidí lavarlos e ir probando cada uno de ellos.
Empecé por probar el famoso satisfyer pro. Me corrí en menos de dos minutos, aquello era un invento del diablo, aunque me hubiese vuelto a masturbar de nuevo con el mismo juguete cogí un utensilio cuya cabeza era una bola vibradora y me lo apliqué al clítoris. Creo que grité de más cuando me corrí.
Me pasé los siguientes dos días metiéndome dildos de distintos tamaños por mis dos agujeros, alternaba juguetes y me corrí como una posesa mil y una vez.
Aunque parezca increíble no había salido al balcón más que un par de veces. Me preparé del mueble bar un ron con cola y aprovechando una tormenta tropical con mucha descarga eléctrica salí a tomármelo al balcón.
Me sorprendió darme cuenta que tenía un vecino de habitación que estaba como yo tomándose una copa y viendo la lluvia caer.
- Hola – me saludo.
- Hola, ¿español? – le pregunté – era un tío guapísimo, de esos que te follarías en una noche loca sin pensarlo.
- Si, de Madrid.
- Hombre, yo también. ¿Llevas mucho tiempo hospedado?
- Bueno, hospedado es muy generoso, estoy de cuarentena.
- Yo también. ¿Y llevas mucho?
- Cinco días.
- Yo cuatro.
- Ya lo se.
- ¿Cómo que lo sabes?
- Si, eres muy escandalosa con tus orgasmos – me puse roja como un pimiento.
- ¿Tanto se me oye?
- Muchísimo.
- Joder, pues yo ni te había oído.
- Yo, se ve que me corro más en silencio.
- Ósea que también le das. La verdad es que no hay mucho más que hacer.
- Si te soy sincero me masturbo cada vez que lo haces tu.
- Pues no debes parar – y no reímos juntos.
Estuvimos de copas y cháchara de balcón a balcón hasta que dos o tres horas después dio un bostezo y decidimos que nos retirábamos.
- Pues chico me voy a la cama.
- A volver a darle – me dijo con guasa y con la confianza que ya habíamos ganado.
- Ja ja ja, pues si, te juro que pagaría por una de verdad – ya le había contado lo que contenía la maleta - pero no me queda más remedio que aprovechar la tecnología.
- No le des mucho que no te puedo seguir el ritmo.
- Si te soy sincera si pudiese abrir la puerta del cuarto te invitaría a pasar.
- ¿A mirar?
- No, a que me montes. Es lo mínimo que puedo hacer con un compatriota en circunstancias como las nuestras
- Ja ja que simpática eres.
- Pues ya sabes, cuando quieras, por matar el tiempo ya sabes.
Entre en la habitación y caliente como estaba me corrí a gritos, mas excitada si cabe sabiendo que mi vecino de quien no sabía ni el nombre me estaría escuchando y meneándosela. Una pena que estuviésemos en una planta 20, que el metro de separación entre balcones fuese una distancia insalvable, que la puerta al pasillo estuviese bloqueada y que la puerta que comunicaba ambas habitaciones estuviese igualmente bloqueada.
Por la mañana salí al balcón con la esperanza de encontrármelo, me debió oír por que no pasaron ni dos minutos hasta que salió. Empezamos a beber ya al medio día y así pasamos hasta que empezó a anochecer.
Alfonso, que así se llamaba había dejado una nota a la persona que nos traía la comida para que nos proveyese de alcohol y cigarros por lo que bebiendo y fumando íbamos pasando las horas.
Nos despedimos a la una la mañana, de nuevo le reiteré la pena por no poder encontrarnos físicamente.
Me quité aquella ridícula ropa de la dueña de la maleta y a cuatro patas empecé a jugar con mi clítoris primero con mi dedo y posteriormente con la punta de vibrador de pequeño tamaño. Estaba a mil, en esos momentos donde ni oyes ni pareces, donde estas en las puertas del orgasmos, cuando de repente unas manos cogieron mis muñecas y me las esposaron a la espalda, no supe reaccionar cuando una polla se abrió paso entre mis encharcados labios menores y empezó con ello un maravilloso mete saca. Alfonso me llevó al orgasmo en poco minutos. Me dio la vuelta esposada como estaba y volvió a penetrarme ya de cara a él. Yo que estaba mal depilada por un momento sentí vergüenza, pero cuando empezó a darme duro se me olvidó aquella tontería de la vergüenza y dejando que pusiera mis piernas sobre sus hombros me dejé llevar por el placer.
Follamos hasta el amanecer, me dio por todos los agujeros, me hizo probar todos los utensilios, solo paramos para buscar las llaves de las esposas que no parecían por la maleta lo cual me hizo palidecer. Volvía a la carga y me jodió hasta que de sus huevos no podía salir ni una gota más de leche.
Alfonso había pagado al chico de la comida por una copia de la llave que separaba cada habitación.
Follamos como posesos durante los cuatro días que nos quedaban de confinamiento y viendo que la fiesta se acababa, Alfonso, hombre de recursos sobornó al medico que vino a hacernos los PCR para que los diese como positivos lo cual extendió nuestra maratón de sexo diez días más.
Por supuesto a mi vuelta a España rompí mi relación con Raúl y desde entonces Alfonso me monta cada día.
Mi maleta nunca apareció.