Cuarentena accidentada - III - Prima Nocte

Mi madre yo ya lo hemos asumido: la COVID-19 y el Estado de Alarma van a hacer que ella y yo debamos convivir superando y rompiendo muchas barreras a causa de su pequeño accidente... Cuando esto termine, mi relación con ella será demasiado diferente...

Cuando ya me había duchado, secado y vestido, salí mucho mas relajado del lavabo. Mi madre estaba tal cual la dejé: reclinada contra el sofá y viendo no sé qué de la televisión. Al verme salir me sonrió.

—Hijo —dijo sin borrar la sonrisa—, me estoy haciendo pipí…

—¡Ay, mamá…! —respondí algo alterado, al pensar que la pobrecilla se había estado aguantando hasta que el cuerpo no le pudo más—, perdona, perdona… ¡Vamos al lavabo, ven!

La tomé por la cintura y la conduje con delicadeza hasta el cuarto de baño. Debo decir que, dado que no podía ponerse ninguna camiseta, tomé una de las mías y, abriéndola por los lados, se la coloqué a modo de poncho, sujetándola a la cintura mediante el cinturón de su bata… En realidad, no estaba nada sexy, pero aun cuando acababa de correrme, notar una vez más su piel contra mis manos y pensar en lo que en breve pasaría me la volvió a poner dura.

Una vez delante de la taza del váter, le bajé tanto el pantalón del pijama como el nuevo tanga. Siempre que hacía eso, lo hacía agachado, por lo que su pelvis quedaba a la altura de mis ojos, mostrándome así un primer plano de su coño bien arreglado. Tomándola por la cintura la ayudé a sentarse sobre la taza.

—Espérame fuera, hijo, por favor… —dijo—. Es que si estás delante no me puedo concentrar…

Así, sin más, salí del lavabo, con la polla dura como una roca. Entonces aguardé ante la puerta, y rápidamente comencé a escuchar el sonido de su meada cayendo contra el agua.

—¡Cariño, ya estoy! —dijo al cabo—. Ya puedes venir, por favor.

Con calma me dirigí hacia ella y, tomando un poco de papel, empecé a secarle la rajita desde la parte de delante hacia atrás. Mis dedos se humedecieron cuando la orina empañó el papel. Entonces, la puse en pie y volví a vestirla: primero subiéndole el tanga, y después, el pantalón. Justo entonces empezó a sonar su móvil.

—¡Cariño!, ¿cómo estáis? —fue lo primero que dijo mi madre una vez hube descolgado y puesto el móvil en manos libres mientras la acompañaba hasta el salón y la ayudaba a sentarse en el sofá—. ¡A ver si podemos vernos pronto, mi amor! —continuó.

—Estamos bien, gracias, Marga —respondió mi viejo, inconsciente de todo lo que había pasado en su ausencia—. Y vosotros, ¿qué tal? ¿Estáis asustados?

—No, no… Estamos bien, mi amor…

—Bien… ¿Qué hace David? —preguntó—. ¿Está contigo?

—No —mintió, sin saber muy bien por qué—, está en su cuarto… ¿Por qué?

—Por nada. Que no se vicie mucho con la Play, y que haga deberes, amor mío…

—¡Sí! No te preocupes… —le dijo mi madre mientras miraba hacia el techo con una sonrisa de complicidad hacia mí—. Ya le diré yo lo que tiene que hacer…

—Tengo unas ganas de que me comas la polla y me metas los dedos en el culo como la otra noche, Marga —soltó, así, a bocajarro, bajando levemente la intensidad de su voz para que nadie lo escuchara en casa de mis abuelos. Yo, por mi parte, me quedé a cuadros; y no digamos mi madre: la cara se le puso de mil colores diferentes. No sabía dónde meterse.

Con delicadeza —y con no menos rubor—, comencé a salir del salón bajo la atenta mirada de mi avergonzada madre —no la veía, pero tenía en mi mente una imagen milimétrica de la situación—. Mientras lo hacía, escuchaba con claridad:

—¿Estás ahí, Marga? ¿Te quieres tocar, mi amor? ¡Ufffff! ¡Qué ganas de follarte, corazón…!

—¡Calla, loco… que podrían oírnos…!

En ese momento me dirigí hacia mi habitación, y abriendo la puerta sonoramente, la cerré de un portazo, mas quedándome yo fuera.

—Pero ¿quién nos va a oír? —con cuidado me quité las zapatillas para aproximarme a escondidas en el pasillo que unía las habitaciones con el salón, justo hasta un lugar donde pude escuchar claramente la conversación—, si mis padres están más sordos que una tapia…

—Bueno, podría oírnos David, ¿no? —dijo tremendamente avergonzada.

—¿Pero no me has dicho que estaba en su habitación?

—Sí —se justificó—, pero podría salir y oírnos…

—Pues métete en nuestro cuarto, Marga… ¡Va, que me voy a pajear pensando en que estamos follando juntos…, que yo no sé cuándo se levantará el Estado de Alarma este de los cojones!

—¡Joder, cariño…! ¿Tantas ganas tienes? —replicó.

—¡Qué pasa, Marga!, ¿no tienes ganas de estar conmigo o qué, joder? —le recriminó, algo enfadado.

—No, mi amor, no es eso… —mi madre trataba de salir del mejor modo posible de aquella situación, pues temía que yo pudiera no andar lejos—. Es que… ¿y si sale David y me pilla?

—¡Anda ya…! —se jactó—. Cierra la puerta por dentro y levántate la camiseta… que voy loco por comerte esas tetazas tuyas, coño… ¡Ufffffff!

—Pero cariño… —No sé si fueron cosas mías o si en la voz de mi madre noté excitación y morbo—. Espera un momento… ¿David? —llamó mi madre desde el comedor, aunque no dando un gran grito, sino más bien a media voz, justo lo necesario para comprobar que no la oyera desde mi cuarto. Evidentemente, fui lo bastante prudente como para no responder, haciendo ver que seguía encerrado en mi habitación.

—¿Qué haces, nena? ¿Estás llamando al crío?

—No, mi amor… —respondió Marga—. Quería asegurarme de que no puede oírme.

—Vamos, Marga… estoy seguro de que tienes ganas de comerme la polla como lo hiciste la otra noche, ¿a que sí…? ¡Joder! Si solo con recordarlo ya me babea la punta…, que se me ha puesto dura como una roca… —Hubo un breve instante de silencio entre ambos—. ¡Estás muy callada…!, ¿te estás tocando?

—¡No, cariño… aún no…! Pero como me sigas hablando así me voy a empapar…

—¡Pues empápate, coño…! —dijo mi viejo—. Mientras iba en coche a casa de mis padres no podía quitarme de la cabeza ese juego erótico en el que yo era tu alumno… ¡joder, Marga…! Es que si supieran tus alumnos lo cerda que llegas a ser… ¡Ufffffff!

—¡Cariño…! —en la voz de mi madre noté cierto pudor—, por favor… A ver si nos van a oír y se creen que soy una asaltacunas, nene…

—Pero ¡quién cojones nos va a oír! —soltó con una brusquedad que yo no reconocía en mi padre—. Deja que te imagine follándome el culo y moviéndome los huevos mientras me pajeo a base de bien, cariño… —¿Aquello que escuché fue un gemido de mamá?—. Dime qué llevas puesto…

No sabría decir en qué momento empecé a hacerlo, pero cuando quise darme cuenta, estaba con la polla fuera, dura como una piedra, y pegándome mi segunda paja en menos de un cuarto de hora.

—Contesta, Marga… ¿estás ahí? ¿Te estás tocando?

—Sí, cielo… —la voz de mi madre casi hizo que me saliera toda la leche. Porque yo sabía que no era posible que se tocara a causa de tener los dos brazos escayolados, si no, habría pensado que se estaba frotando el clítoris como una desesperada—. Me estoy masturbando pensando que eres mi alumno rebelde… ese que se merece tantos castigos… —¡Coño! En ese momento dejé de pelármela para agarrarme bien fuerte de los huevos, tratando de evitar que toda mi leche saliera disparada… ¡Menuda voz de guarra que estaba poniéndole mi madre a mi viejo!

—Sigue, mi profe… —le respondió mi padre—. Dime qué me vas a hacer… ¿Cómo vas a castigarme, hija de puta?

—Voy a avisar al director para que te folle el culo delante de mí… Y luego podrás ver, con tu culo bien abierto, cómo me folla a mí y me llena de leche, ¡pedazo de cornudo!

—¡Uffffff! Sí, Marga… Me estás poniendo muy cachondo… ¡Sigue así, sigue…!

—¿Te pone que te llame cornudo, cabrón? —le dijo mi madre, demostrando que o era la mejor actriz del mundo, o llevaba un calentón de no te menees—. ¡Dime…!

—Sí, mi cerda… me pone todo lo que te ponga cachonda… —Si yo me estaba pegando una buena paja, la de mi padre no se quedaba corta… Desde donde estaba me parecía estar escuchando las sacudidas que se pegaba en la polla—. ¿Te gustaría pegármela con tu alumno, zorra?

—¿Te gustaría a ti, mi cornudo, y ver como ese chaval me la clava sin vacilar y me llena de leche, cabrón? —Mi polla comenzó a escupir leche en ese preciso instante… No un poco de leche o lo que habitualmente sacaba, sino una barbaridad de semen. Para no manchar el suelo, no se me ocurrió otra cosa que llenarme la mano izquierda… —Dime, cerdo… ¡Y que te metiera su polla por el ojete y te lo llenara de leche mientras yo miro, cornudo!

—¡Sí, sí, sí… Marga… Me corro, cabrona… ¡Sigue hablándome! —Mi padre se estaba corriendo como ya quisieran muchos…

—¿Y que te aten al sillón y que me follen todos mis alumnos delante de tus narices, cornudito mío…? —siguió mi vieja…

En ese instante, para evitar que mi semen cayera al suelo, no se me ocurrió otra que metérmelo en la boca y tragarlo…

—Marga… —el tono de la voz de mi padre estaba algo más sosegado—, acabo de pegar la mejor corrida de mi vida sin tenerte a mi lado… ¡Uffffff, joder! Qué zorra eres, cielo… ¿Te has corrido tú?

—Sí, Diego, amor mío… —suspiró—. Hace rato…

—¿En serio? —preguntó mi padre son asombro.

—¡Por supuesto…! —se molestó mi madre—. ¿Por qué lo dudas?

—Es que no te había escuchado correrte…

—Porque no quiero hacer ruido… Te recuerdo que no estoy sola en casa…

—¡Joder, nena! No sé cómo se te ocurren esas cosas, pero espero que no lo hagas de verdad, porque, si no, voy a llevar unos cuernacos que no quiero ni imaginarlo…

—Anda, tonto… ¿Acaso crees que te haría algo así, Diego? ¡Con lo que yo te quiero…! Si lo digo es porque sé que te pone… El desviado eres tú… —Desde el otro lado, se escuchó una risita…

—Y bien que te gusta, ¿eh?

—Ya sabes tú que sí, mi amor… —dijo mi madre, con la respiración aún jadeante.

—Bueno, cariño… Que me voy a acostar, que mis padres se levantan temprano y dan bastante por el saco por las mañanas… Te quiero mucho, mi vida… ¡Y gracias por hacerme el amor de manera virtual! Eres la mejor, corazón… Dale besos a David de mi parte. ¡Te quiero!

—Y yo a ti, mi amor… Hasta mañana…

Tras aquello, se escucharon los tonos de la interrupción de la llamada, hasta que al fin se hizo el silencio. Un silencio que duró, al menos, cinco minutos…

—¿David? —me llamó mi madre, después de haber carraspeado para aclararse la voz. Dado que yo no respondí, volvió a pedir por mí, pero en esta ocasión incrementando el tono de su voz—. ¿David, cielo, estás ahí? —Tampoco respondí—. ¿David?

A la tercera, su llamada fue de lo más natural, como si se hubiera convencido de haber estado sola todo ese rato. Con cuidado, me dirigí hacia la puerta de mi cuarto, y abriéndola sonoramente grité:

—Sí, mamá… ¡Ya voy!

Tras secarme la mano en una de mis camisetas sucias, pues estaba pegajosa por entre los dedos, me acerqué a mi madre con cara de jóker.

—Cariño… —comenzó ella, con el rostro sonrojado a causa de la vergüenza—. Pensarás que tus padres son unos…

—Mamá —la corté yo—, no tienes que darme ninguna explicación. Vosotros sois pareja, y es muy normal que habléis de esas cosas… El fallo ha sido mío por descolgar y quedarme sin decir nada…

—¡Ay, hijo…! Bueno, no tendrías por qué haberte ido… Le he dicho a papá que no era el momento… —En la mirada de mi madre percibí un escrutador estudio de la mía. Sin lugar a dudas ella necesitaba saber si yo había oído algo de lo que ellos habían estado diciéndose. Por mi parte, mantuve aquella expresión hermética de niño bueno.

—Mamá, ya te he dicho que no tienes que decirme nada, y que es normal que mi padre te haya dicho eso al pensar que estabas sola… De hecho —le dije tratando de ganar algún punto a sus ojos, aun sin necesidad de mentir—, si yo fuera tu esposo, no sé si podría separarme de ti… —En ese instante me percaté de que ella era mi madre y yo su hijo, y de que lo que pudiera decir después podría complicarnos bastante la existencia. Así que me callé.

—¡Qué bobo eres, David! —se sonrió, pensando que en efecto yo no había escuchado nada de lo que habían hablado—. ¡Pues claro que te separarías de mí…! Es lo más normal… Además de que es bueno; cada uno necesita su espacio, ¿sabes?

—Ya, bueno… —divagué—. Me refería a…

—Ya sé a qué te referías, cielo… ¡Ven —me indicó con la cabeza hacia el sofá—, siéntate a mi lado! —Obedecí, algo nervioso—. ¿Tienes novia, cariño?

—No, mamá —sin saber por qué, me puse rojo como un tomate—, no tengo novia.

—Pero ¿hay alguna que te guste? —se interesó, divertida—. ¿Qué me dices de esa tal Ester…? Esa chica con la que tanto quedas para estudiar…

—¡Mamá…! —contesté, asombrado de que ella supiera de la existencia de Ester—. No quedo con ella para estudiar… Quedamos varios del grupo para estudiar juntos…

—Ya… —dijo con sorna—. Que sepas que en la sala de profesores llegan los rumores…

—Lo que me faltaba, mamá… —No pude evitar que se intensificara el colorado de mi cara. Mi madre era muy lista. Con unas pocas palabras había logrado girar 180 o el eje principal de la conversación… ¡Menuda crack!

—¡Va, anda…! No te enfades conmigo y dame la medicación que en breve nos iremos a dormir…

Con diligencia, le di las pastillas de la noche. Eran dos, y se las introduje una a una en su preciosa boca, haciendo que luego las digiriera gracias a un buen trago de agua.

—Mamá —le dije—, ¿te duelen los brazos?

—Ahora comienzan a dolerme un poco… Espero que con la medicación se me pase… Espero que pueda dormir bien.

»¡Por cierto! —dijo—, ¿te importaría dormir conmigo por si necesito algo por la noche, hijo? No hace falta que te acuestes cuando yo, si quieres jugar un poco a la Play o hacer deberes… —me miró con cara de decirme: «te lo digo porque tengo que hacerlo, ¡pero sé que no te vas a acercar a un libro ni de coña!»—. Dime, ¿lo harás?

—¡Por supuesto, mamá! —respondí, haciéndome el ofendido—. Ya te he dicho que estoy para todo lo que necesites, y que no tienes que pensar en si me gustará hacer algo o no… Me necesitas, ¡y es lo que hay! ¡Punto!

—¡Ay, hijo mío! —soltó ella—. ¡Te quiero tanto!

Durante un rato estuvimos viendo algo de televisión. Lo cierto es que no fue mucho, porque a los veinte minutos mi madre ya cabeceaba.

—¿Vamos a dormir, mamá? —le pregunté. Ella balbuceó algo que yo entendí como un sí.

Con cautela, la conduje hasta el lavabo para que hiciera un pipí antes de meterse en la cama. Para mi sorpresa, ella casi ni se tenía en pie… Lo achaqué a la medicación nocturna. Así que yo mismo la senté en la taza y le bajé el pantalón y el tanga.

No dudé en fijarme bien en el tanga, y descubrí que se encontraba más húmedo de lo normal, así como con una importante mancha de flujo que empezaba a secarse.

—¿Mamá? —pregunté—. ¿Estás despierta?

—Sí… —dijo sin abrir los ojos. En ese instante comencé a escuchar su orina cayendo en el interior de la taza del váter.

Una vez hubo terminado, tomé papel y la sequé… Pero ella seguía sin abrir los ojos, como si estuviera drogada —en realidad, era eso lo que le pasaba, estaba drogada a causa de la pastillaca que acababa de tomarse—. Entonces, cogí su tanga y se lo subí hasta las rodillas. Y, sin dudarlo, pasé mi lengua por él. El sabor que noté volvió a ponerme la polla como una roca… Acababa de saborear el flujo de mi propia madre… ¡Uffff! Sin querer darme más tiempo para realizar más locuras —pues me temía—, se lo coloqué como pude —pues ella apenas si se tenía en pie—, así como el pantalón, y la conduje hasta su cama.

Cuando me metí en la cama, justo donde solía dormir mi padre, solo escuché la respiración rítmica de mi madre. Como ya os imaginaréis, aquella situación me superaba, y decir que estaba excitado habría sido quedarse corto, muy corto.

Ella estaba acostada boca arriba, pues la escayola de los brazos no le habría permitido hacerlo de otro modo, aparte de que no habría sido demasiado recomendable que apoyara su peso corporal sobre cualquiera de sus brazos, ¡evidentemente! Así, dado que yo estaba a su lado, también boca arriba, aproximé uno de mis pies descalzos hasta el suyo izquierdo. Lo noté caliente. La polla se me puso tremendamente dura.

—¡Mamá…! —dije a su oído, pero ella no contestó—. ¡Mamá…! —repetí, algo más fuerte, pero con el mismo resultado.

Entonces, no se me ocurrió otra que la de pellizcarle la cadera… No observé reacción alguna: su respiración seguía tan rítmica y sosegada como cuando me metí en la cama.

Con movimientos cuidadosos, me giré hacia mi derecha para, con mi mano izquierda, hurgar bajo su improvisado pijama —al que le había quitado el cinturón—, para sobarle la teta derecha… Lo hice con calma, como el que sabe lo que hace y no teme cometer un error. Aquella teta era grande y dura, y su pezón, tras haberlo frotado con la yema de los dedos, empezó a endurecerse. Sin embargo, la respiración de mi madre no denotaba cambio alguno.

Entonces, me decidí a tumbarme boca arriba, a bajarme el pantalón y el bóxer y a bajar mi mano derecha por el vientre de mi madre… Con movimientos lentos, la pasé bajo los elásticos del pijama y del tanga, notando entonces el monte de venus que durante tanto tiempo me había quitado el sueño y que hoy, al fin, y gracias a una tremenda casualidad, empezaba a estar a mi alcance, aunque no del modo que yo habría imaginado. Tras superar la pequeña acumulación de rizos bien perfilados, llegué a la parte superior de su rajita; allí, como si de una pequeña lenteja dispuesta a afrontar todas las sacudidas que vinieran, topé con su clítoris. Lo acaricié suavemente, consciente de que era el clítoris de mamá... Aquel pensamiento me golpeó fuertemente en la boca del estómago, haciendo que mi polla creciera como nunca lo había hecho antes.

Aventurándome un poco más abajo, comencé a separarle los labios exteriores, encontrándome con la zona más prohibida de toda mujer. Con sutileza, comencé a mover dos dedos por entre sus labios interiores y, para mi sorpresa, empecé a observar que se estaba humedeciendo.

Con precaución retiré la mano para llevármela hasta la boca, donde lamí aquellos dedos humedecidos, rememorando el sabor de su tanga. Entonces, me los pasé por la polla húmeda, con lentitud.

—¿Mamá? —pregunté—. ¿Estás despierta? —Sin embargo, su respiración seguía siendo tan pausada como antes. Sin lugar a dudas, mi madre estaba profundamente dormida.

Entonces, volví a repetir la operación para tocarle, una vez más, el coño a mamá. La sensación fue tremenda, pues su humedad, lejos de haber desaparecido, parecía haberse incrementado. Con sosiego, empecé a moverle un dedo en torno a su clítoris, el cual estaba cada vez más erecto, al tiempo que yo me iba masturbando con la mano izquierda.

—Mamá —le dije, sin sacar mi mano de debajo de su ropa—, ¿te gusta que te pajee tu hijo? ¿Tenías ganas de correrte? Dime, mamá… —A medida que le hablaba, mis dedos se movían con más ardor en su vagina, así como con más celeridad me sacudía la polla. Por su parte, ella no decía nada, seguía respirando rítmicamente, aunque ahora algo más acelerada.

»¿Te gustaría chuparle la polla a tu hijo con tu marido el cornudo mirando? ¿Te gustaría que David os follara a los dos? ¿Deseas que David te monte y te meta su polla dentro de tu coño…?

Entonces, los músculos vaginales de mi madre comenzaron a contraerse y a relajarse rápidamente, al tiempo que ella aceleraba su respiración. ¡No lo dudé! Me giré hacia mi derecha y eché toda mi leche sobre el vientre desnudo de mamá…

Nadie habría sido capaz de decirme que jamás nunca yo podría correrme sobre mi madre, y menos aún justo después de hacer que ella tuviera un orgasmo.

Loco y beodo de emoción y de cierto temor, me dispuse a lamer mi propio semen para que no quedara ni una sola gota sobre su precioso cuerpo.

Tras aquello, el sueño me llevó…