Cuarenta y cinco días con Laura (Tercera Parte)

La lujuria crece entre los hermanos, mientras van cayendo poco a poco en sus más depravadas tentaciones

"¿Has visto lo que has hecho, íncubo pervertido?. Acabas de tocarle los pechos a tu hermana… Pero yo no quería, ella me obligó… ¿Con que ella te obligo, no… Pedazo de degenerado?, ¿Viste alguna pistola apuntando a tu calenturienta cabeza, cuando te lo pidió?... No, no, pero tenía que ayudarla. Estaba muy preocupada. ¡Mis cojones Maribel!, ¿Preocupada?, ¿En serio?, lo que estaba es más caliente que los Calderines de un Pegaso. Pero el bultito que ella había notado con su manita mientras se frotaba. ¡Qué bultito ni que niño muerto!, ¡No me jodas!. El único bultito que Laura había notado era el tuyo entre sus piernas, ¡so borrego!. Pero acuérdate de sus ojos apunto de deshacerse en lágrimas por la preocupación… ¡Puro teatro, gilipollas!, igual que sus pucheritos, sus gestitos, y demás mierdas. Tu hermanita es la puta Meryl Streep, reencarnada en el cuerpo de una viciosa jovencita. Pero tenía que ayudarla… No, si ya he visto como la has ayudado. Desde luego si no había ningún bulto, ya se lo habrás provocado tu de tanto estrujar, animal. ¿Qué pensabas?, ¿Que estabas amasando Harina?, ¿Le gustaría al peque hacer pan con las tetas de su hermanita?, ¡No me jodas, esto es incesto!. Ya lo sé, no me mortifiques más. No volverá a pasar. Ya, Ya, segurísimo que no… Llevas diciendo lo mismo desde ayer. Hasta que aparece esa arpía venenosa y te picotea con su lengua viperina. ¿Quieres saber cómo acabará esto, mendrugo?. Con tu polla… Bueno, con nuestra polla metida en el fondo de sus tres agujeros. ¡No digas eso, por el amor de Dios!. No metas a Dios en esto, es todo culpa tuya por sucumbir a sus viles tentaciones. ¡Cuidado, que viene Satanás!" -interrumpió Gollum a Smeagol.

-Hola, peque. Ya estoy aquí. Perdona por tardar tanto. Pero es que estaba tan, tan sudada, que me he tenido que lavar bien a fondo (alargó lo de "bien", y lo de "fondo") -dijo melosa mientras ladeaba la cabeza y sonreía guiñándome un ojo.

"Virgen santísima, dame fuerzas, dame fuerzas"

-Ehh, hola La, Laura -el tartamudeo ya era un amigo íntimo-. Oye, ¿no crees que vas un poco fresca? -dije sin quitar la vista de encima del conjuntito de "Intimissimi" que se había colocado la nena.

-¿Te gusta? -dijo niñeando-. Me lo compré la semana pasada. Y bueno, como siempre me dices que cambie de pijama… Pues pensé en estrenarlo aquí -retiré mi vista de tan lujuriosa estampa- ¿No te gusta, a que no?. Lo sabía…  Que tonta he sido -preguntó poniendo morritos y agachando la cabeza.

"¿Pero quién coño se pone eso para acostarse?, Alguna prostituta… Para quitárselo a los dos minutos"

-No, no es eso… Es muy bonito, y te queda súper bien. Pero con la temperatura que hace aquí por las noches, no se… Igual vas a tener un poco de frío -repliqué tratando de desviar la sangre que bajaba hasta mi rabo.

-¡Gracias, peque! -exclamó levantando los brazos en señal de alegría; tensando aun más si cabe su tonificado cuerpo. Estaba para comérsela-. Sabía que te gustaría… ¿Te cuento un secreto?. Me lo compré exclusivamente para ti -tragué saliva, mientras empezaba a temblarme la mano-, no veas lo bien que me hace sentir que sea de tu agrado -dijo con voz de loba (si las lobas hablasen, naturalmente).

-Es, es, estás estupenda pero…

Fue lo único que pude decir hasta que Laura, con un felino movimiento, se sentó sobre mis piernas; dejando su espalda recostada contra mi pecho, y lo peor de todo, asegurándose que lo poco que tapaba ese tanga, quedase empotrado contra la bragueta de mi pijama.

Aunque yo llevaba una roñosa camiseta de tirantes puesta, pude sentir como el cuerpo de mi hermana hervía por dentro. Cada pliegue de su piel eran como pequeños volcanes en erupción, de los que mis dieciséis años estaban disfrutando; como el geólogo que ve esparcirse la lava por las laderas de la montaña, y aunque sabe que resulta peligroso, no puede apartar la vista de tan excepcional espectáculo.

Aspiré hasta el último aroma que su húmedo pelo desprendía. Su fragancia me recordaban a los lirios que mi padre regalaba a su mujer todos los sábados del año. Olía como la mañana que despierta cubierta por el rocío después de las largas noches de invierno. Olía a limpio, a fresco, a joven; olía a salvaje y a exótico; a dulce y a prohibido;  a sexo y a inocencia. Olía… A ella.

-Ummm, peque. Qué bien se está sentada encima de ti -dijo después de asegurarse de mover sus caderas, y aprisionar mi erecto miembro (desde hacía un buen rato) entre sus pétreos glúteos. Sabía que notaba mi dureza, lo sabía. Y eso la encantaba… Y a mí ni os cuento-. Pero tenías razón, parece que hace frío esta noche… -dijo inocente (inocente por mis cojones).

"Sal de aquí, sal de aquí, no entres en su juego"

-E, e, espera Laura, que voy a por una manta, no tardo nada…

Al notar como trataba de escapar de tan lujuriosa encerrona, me cogió por los brazos e hizo que la abrazase con los míos por detrás.

Uno de ellos rozaba con el antebrazo aquella fina prenda de encaje que ceñía sus pechos en contra de su voluntad; y el otro reposaba con calma sobre su delgado y tonificado abdomen.

-Ummm, que calentito estás, peque -dijo mientras dejaba caer su mejilla sobre la parte baja de mi hombro-. Abrázame más fuerte, me gusta sentirme segura entre tus brazos, Dani -susurró mientras notaba su aliento sobre mi piel.

-Deberíamos acostarnos ya, Laura. Ha sido un día muy largo -dije arrastrando las palabras.

-No, no quiero ir a la cama. Quiero que pasemos así los dos esta noche… Como si fuésemos novios, peque -seguía taladrando mi interior-. Quiero sentirte así hasta que me duerma -a que parte de mi cuerpo se referiría, pensé-. ¿Me prometes que no me dejaras sola, Dani?, ¿Me lo prometes, "cari"? -¿¡"Cari", pero que cojones!?- Prométemelo, prométemelo… -dijo caprichosa como la niña que no quiere que le quiten la piruleta de la que tanto está disfrutando.

"No entres, no entres, mal hermano" -pensé, pero entre hasta el fondo.

-Te lo prometo, Laura -suspiré rindiéndome ante la situación.

-Gracias, peque… Y gracias por lo de antes -suspiró ella también.

-No, no, no tiene importancia. Me alegró de no haber notado ningún "bultito" -tartamudeé como de costumbre, mientras recordaba el "fregado" que había dado a sus preciosas tetas.

-Ya sabía que no había ningún "bultito", bobo -ya no me quedaba saliva que tragar-. No me refería a eso… Hasta mañana, peque -y cerró los ojos cayendo rendida sobre mi cuerpo.

-Hasta mañana hermanita -y caí rendido ante ella.

Desperté a eso de las once de la mañana. Tenía los huesos molidos por haber pasado la noche en el incómodo sofá junto a mi hermana. Sólo me había levantado para ir a por una manta y tapar el tembloroso cuerpo de Laura, y después volver a recostarme a su lado, piel con piel, rabo con culo, y quedarme dormido hasta bien entrada la mañana.

Mi hermana ya no estaba a mi lado.

Fui hasta mi cuarto y cogí la ropa interior, un pantalón vaquero, y una camiseta negra. Pensaba cambiarme en el baño, por lo menos mantendría la poca decencia que me quedaba.

Mientras me duchaba, esta vez sin pajearme, pensaba en lo bonita que había quedado la estampa de la noche anterior. Cierto que morbosa y lasciva, pero bonita y dulce al mismo tiempo. Me auto engañé pensando que esa inocente vigilia entre dos hermanos semidesnudos, había sido lo que Laura necesitaba para calmarse. Imaginé que detrás de ese pecaminoso cuerpo, sólo había una pequeña niña asustada; que harta de que todos la mirasen como a un objeto sexual, únicamente reclamaba algo de cariño y romanticismo. Y quien mejor para dárselo que su bobalicón hermano. Después de los tórridos pensamientos que habían pasado por mi mente en aquel sofá, todo había quedado en nada; algo inocente entre adolescentes. Algo de lo que ambos habíamos disfrutado, y nos había unido más que nunca.

"¿En serio, puto pagafantas?. ¡Venga, todos a una…!, ¡GI-LI-PO-LLAS!, ¡Bienn, bienn! -ya volvió a salir el hijo puta, pensé.

Me vestí, bajé a la cocina, y me dispuse a lavar los platos que habíamos dejado la noche anterior. Abrí la ventana que había frente al fregadero y que daba al patio de la gran casa, y contemplé su preciosa estampa.

Allí estaba Laura… Tumbada en una toalla con los pechos al aire, bajo el sol de esa agradable mañana.

Mi hermana y mi madre siempre hacían topless cuando íbamos a la playa, por eso no me sorprendió verla en esa situación.

La parte baja de su biquini azul,  que cubría estoico sus partes intimas, resaltaba más aun si cabe, la bronceada piel y el pelo oscuro, que ahora se recogía en una coleta alta. Pude ver que llevaba las gafas de sol y los cascos puestos sobre la cabeza, imagino que escuchando esa puta mierda de música que les gustaba tanto a las chicas de mi clase. Pero poco importaba aquello.

Mientras el agua caía tibia sobre mis manos, y se mezclaba con la espuma mientras fregaba, pude recrearme en la preciosidad que era mi hermana. Su magnífica y juvenil figura, rivalizaban con la de cualquier modelo de pasarela. Y el brillo que desprendía su piel, gracias a la crema solar, hacían que su cuerpo fuese un regalo para la vista.

Pero me di cuenta de que no era el único que estaba disfrutando de semejante espectáculo.

Abrí la puerta  del patio enfadado y me dirigí tenso hacia el incauto "voyeur".

-Pero… ¡Que cojones hace usted ahí subido, "Tío Antonio"! -grité al cabrón del viejo.

-Pues aquí, hijo. Tomando un poco el fresco, ya que no puedo salir de casa -dijo indiferente el ruin vejete, mientras no quitaba la vista de mi hermana.

-¿El fresco?, ¡No me joda!, si vive usted dos casas más allá.

El muy villano había saltado por los muros que separaban las dos viviendas del medio y no sabía cómo hostias había trepado por ellos.

-Ehh, bueno… -titubeo buscado una excusa- Es que los vecinos me dejaron las llaves para cuidar de las plantas y… -decía babeando el salido, pero ágil carcamal, todo hay que decirlo.

-¡No me joda, "Tío Antonio"!, ¡Si los vecinos llevan enterrados treinta años! -grité como loco.

-Ya bueno, pero… -en ese momento Laura cambió de posición y se puso boca abajo, dejando su tonificado culo a la vista del calenturiento vejete; y a la mía, naturalmente- Es que el médico me ha dicho que tengo que andar… -replico mientras se comía el trasero de mi hermana con la vista.

-¿Andar?, ¡Venga coño!. ¿Y a ir saltando patios ajenos para espiar a una jovencita le llama usted andar? -pensé en cómo escalaría el muy truhan los tres metros de ladrillo que separaban los muros-. Además, ¿No le dijo usted a Laura que casi no podía moverse? -pregunté a ver por donde salía.

-Si hijo, si. Pero es que me he tomado la pastilla para la tensión, y parece que me he espabilado un poco -respondió como si nada, mientras babeaba sobre el ladrillo.

-¿Se ha espabilado, No?. ¡Baje usted de ahí inmediatamente, viejo verde! -exclame rabioso.

-Venga, hijo, no te pongas así. Déjame disfrutar un ratejo más del buen día que hace, anda -contestó el degenerado abuelete.

-Que poca vergüenza… Si le viese la "Tía Juana" (que tampoco era tía nuestra, pero eso sí, se llamaba Juana, que en Paz descanse). Bájese, le digo, viejo rufián.

-¡Calla la boca, jovenzuelo!. Me daría igual que me viese. Además, la muy bruja lleva bajo tierra veinte años. Y espero que esté aun más hondo que cuando la cascó- replicó relamiéndose mientras Laura volvía a moverse y se ponía de lado. Seguía sin escuchar nada.

-Me cago en… ¡Ya está usted tirando hacia su casa, golfo pendenciero!, o llamo ahora mismo a la Guardia Civil -amenacé.

-Llama, hijo, llama. Que mi yerno es el Capitán de la comandancia -contestó riendo el muy canalla.

Al ver que le sudaban la polla mis amenazas, enganché la primera piedra que vi, y la lancé contra el granuja vegestorio. El cabrón la esquivó rápido como si fuese una liebre. Pero del segundo canto no se escapó. Apunté bien, y le endiñe en toda la cabeza.

-Hijo puta -gritó por el viaje que le había dado-  Ya me voy, ya me voy… Pero… Volveré - terminó diciendo el indecente vejete (como Schwarzenegger en Terminator), después de colocarse la boina y tirarse hacia abajo cual gato.

-¡A tomar por culo ya el cabrón del viejo! -grité para mí.

Mientras me tranquilizaba, vi que mi hermana se había levantado del suelo y no paraba de reírse. La vergüenza me recorría por todos lados.

-Ehh, yo, yo, perdona Laura, no quería ponerme así… Pero el granuja del "Tío Antonio", estaba espiándote mientras tu…

No me dio tiempo a decir más. Corrió hacia mí, y de un salto se encaramó a mi cuerpo, y me abrazó con todas sus extremidades. Me miró fijamente, y sin yo poder responder mientras tenia la boca abierta por la sorpresa, abrió la suya, y me metió la lengua hasta la campanilla.

Ese fue mi segundo beso de vida, después del que me dio "La Tijeras". Pero estaba a cien años luz del primero, os lo aseguro.

Me quedé con los labios inmóviles y moviendo la lengua como el rabo de las lagartijas, como cualquier chaval en esa situación, pero mi hermanita, que era versada en esas lindes, se encargó de que aprendiese rápido.

Mientras la sujetaba con mis manos por los glúteos, nuestras lenguas se movían como locas en el interior de nuestras bocas. Cada trozo de nuestra húmeda carne peleaba por ser la primera en llegar hasta el último rincón de su ajena guarida. La saliva lubricaba nuestros labios mientras estos resbalaban ágiles intentando devorarse los unos a los otros. Laura se apartó, y lamio con deseo las babas que habían quedado en mi barbilla. Yo como buen alumno, repetí los mismos movimientos; para después volver a comernos boca, mientras nuestros labios y lenguas, seguían intentando ganar terreno en ese ensalivado Campo de Batalla.

-Ummm, sabes mejor por las mañanas, peque -dijo con una sonrisa.

-Ha sido increíble, Laura

Fue la primera tontería que se me ocurrió. Me sentía como embobado por la felicidad. ¿Recordáis ese primer polvo que se echa y uno se siente como un puto Dios, aunque lo único que ha hecho ha sido mover las caderas como un conejo nervioso, hasta correrse?. Pues igual.

-Que menos para el héroe que ha salvado a su amada de su cruel destino -dijo bromeando, pero a mí me daba igual. Que cojones, me acababa de comer la boca la tía mas buena que conocía. Poco me importó en ese momento que fuese mi hermana.

Después de que se acabase tan placentero e inmortal momento. Laura se vistió para salir a comprar el pan. Naturalmente yo la despedí desde la puerta, vigilante ante la posibilidad de que el pecaminoso viejo, no intentase vengarse en respuesta a la pedrada que se había llevado por sinvergüenza.

Apoyado en el marco, en plan John Wayne en Rio Bravo, y observando lujurioso como las mallas apretaban el culo de mi hermana, esperé hasta que doblase la esquina para cerrar, y tener mi merecida recompensa por tal hazaña.

Corrí hasta mi habitación y me bajé los pantalones lo más rápido que pude. Nervioso como nunca, agarré mi polla con la mano (que llevaba erecta desde que Laura saltó a mis brazos), y empecé a masturbarme como un loco. Recreaba una y otra vez en mi mente el sensual beso que me había dado con mi hermana. Nada incestuoso, por descontado. Algo normal e inocente. Como cuando en las pelis, el chico salva a la chica que se está ahogando, pues lo mismo. Mi brazo no se había movido tan deprisa en la vida. Y mira que me la había cascado veces. Pero aquello era distinto. En mi libidinosa imaginación, aparecía el cuerpo de aquella espectacular morena, gimiendo como una posesa, mientras yo la destrozaba a pollazos. Apretaba tanto la mano que pensé que me destrozaría el rabo, mientras de mi boca sólo salían gemidos de ahogo, y el nombre de mi hermana. Tanta era mi concentración que ni me fijé en que la puerta de mi cuarto se abría mientras yo seguía dándole al manubrio.

-Perdona, peque, pero me he olvidado del dine… -dijo para después llevarse las manos a la cabeza y sonreír con cara de triunfo.

-¡Pero qué cojones!, ¡Hostia puta! -logré decir hasta que me subí los pantalones y me pillé con saña la piel que cubría mis cargados testículos con la bragueta- ¡La madre que me parió! -grité como un perro por el dolor, para después, cuando bajé esa línea de tortura y vi como de mis huevos salía un pequeño hilito de sangre, me desmayé ante la atenta mirada de Laura. Esa fue la primera vez que perdí el conocimiento ese día.

Cuando recobré la cordura me encontraba tumbado en la cama con una toallita morada en mi frente. Después de abrir los ojos, pude ver el precioso rostro de mi hermana, mirándome con preocupación.

-¿Peque, estas bien? -preguntó intranquila Laura.

-Ehh, si, si. -contesté medio mareado. Si hay una cosa que no soportaba, es ver la sangre. No como ahora, pero eso es otra historia- ¿Qué ha pasado, por dios?, ¿Qué ha pasado? -repetí como un imbécil.

-Ehh, bueno, peque… -contestó con una risita cómplice-. Pues resulta que cuando llegué a la puerta de la panadería, me di cuenta de que me había dejado el dinero en casa. Volví y estuve buscando la cartera, pero no la encontré -puso morritos-. Luego me acordé de que la habías puesto en tu mesilla de noche, y vine a buscarla. Y, bueno… -hizo una pausa y se metió el dedo pulgar en la boca.

-¿Y qué pasó, Laura, dímelo, por favor? -pregunté expectante, ya que no recordaba nada.

-Bueno… Pues… Te encontré… -la espera me estaba matando-. Te encontré tocándote "tu cosita".

¡Jesús, María y José!, ahora me acordaba de todo. Mi hermana había entrado en mi habitación mientras yo me la estaba cascando como un poseso pensando en ella, y gritando su nombre como un guarro capado.

Me quería morir de la vergüenza. Sentí que se me paraba el corazón pensando en lo que tenía que estar pensando Laura de su pajillero hermano. Y ojalá me hubiese muerto allí mismo. Estuve a punto de ponerme a llorar de la pena que sentía de mi mismo. Pero mi hermana estuvo hábil, y actuó.

-Ya, Ya, mi valiente hombrecito. No pasa nada, Dani -dijo mientras me acariciaba la frente, y abría el botiquín que había traído en lo que yo estaba inconsciente-. Es normal a nuestra edad masturbarnos; yo me doy placer muchas veces a mi misma -recordad lo que os conté de la "falta de pelos en la lengua" de Laura-. Además… No te tienes que sentir avergonzado con eso que tienes entre las piernas, peque -rió ladina, y yo casi me atraganto con mi saliva-. Veo que ganas a papá por goleada, y mira que es difícil, campeón -dijo mientras me guiñaba un ojo y se disponía a curarme la herida que había en mis partes nobles.

-No, no, Laura… Ya lo hago yo -repliqué nervioso, mientras me revolvía en la cama.

-Shh, calla peque -siseo, mientras me ponía un dedo entre los labios- Tu me palpaste ayer por si estaba malita -más pucheritos-, ahora soy yo la que tiene que curarte, y cuidar de ti, hombretón -terminó diciendo mientras se subía a horcajadas sobre mis piernas y esperaba mi aprobación.

"Di que no, di que no, depravado pecaminoso" -pensé un milisegundo, y asentí a esos preciosos ojos azules que me miraban expectantes.

Mi hermana mojó una gasa en Betadine, y con delicadeza aparto mi ya "morcillona" polla hacia mi estómago, exponiendo con su acción toda mi zona escrotal, para su correcta desinfección. Pasaba el ungüento con tal mimo sobre mi minúscula herida, que mi verga empezó a recobrar su vigor al instante. Notaba como con cada roce de esa tela, se me erizaba hasta el último bello del escaso pelo que tenía por la zona, y por todo el cuerpo. Mientras me fijaba en como Laura se mordía el labio inferior mientras me curaba con parsimonia, y agarraba mi rabo con dos de sus dedos, deseé que una moto sierra me hubiese abierto las tripas, en vez de una puta bragueta. Así, mi dulce hermana me estaría curando hasta que muriese desangrado.

-Bueno, peque… Pues esto ya está -la odié por decir eso-. Ahora lo último y ya acabamos, ¿Vale, mi hombretón? - preguntó con dulzura, mientras tiraba la gasa al suelo y agarraba mis testículos con la mano.

-Claro… Lo que tu digas -susurré sumiso, que cojones podía hacer.

Laura, con su experta mano, agarró mi polla por mitad del tronco, y con un magistral movimiento bajó la piel que cubría mi glande. Y este, al traspasar el prepucio, apareció majestuoso ante su felina mirada.

Con la otra empezó a masajearme los huevos con delicadeza, pero con vigor a la vez; modulando con seguridad, la fuerza que sus finos dedos ejercían sobre mis testículos.

Cerré mis puños con fuerza, clavando mis uñas con saña en mi carne, mientras mi hermana bajaba más aun si cabe mi dermis; estirándola de tal forma contra la base de mi miembro, que a duras penas resistí el dolor.

-¿Mejor, peque? -asentí, mientras mis dientes rechinaban por la tensión y la intensidad del masaje escrotal, que subía a cada segundo-. La niña sabe cómo cuidar de su valiente soldadito mejor que nadie -el ejército se quedó en su cuartel a la espera del "toque de corneta", pero las tropas de reconocimiento salieron por la punta de mi polla en forma de transparente pero grumosa gota de pre-cum- Ummm, ¡Vaya!... Qué buena pinta, peque.

Soltó las dos manos y las colocó sobre mis muslos. Sacó la lengua, y dio una intensa lamida sobre todo mi tronco, mientras lo aplastaba con su humedad y con su nariz. Cuando llegó a mi morado e hinchado glande, abrió la boca y engulló con glotonería mi rabo, hasta dejar toda su extensión dentro de su boca. Durante los diez segundos que se atragantaba con mi polla, pude notar como sus babas cocían a fuego lento mi carne. Para finalizar, apretó sus labios todo lo que pudo, y fue abandonando lentamente mi venoso falo hasta dejarlo brillante y limpio como el mármol.

Me miró con los ojos vidriosos por el esfuerzo, y se aseguró de que viese como tragaba con gula esa viscosa gota. Se relamió y besó con dulzura la herida de mi piel.

-Quiero más, peque. Dame más -ordenó con voz lasciva, mientras yo giraba la cabeza a un lado, y volvía a desmayarme. Esa fue la segunda vez.

Me desperté cerca de las once de la noche según pude ver en el despertador. La cabeza me dolía muchísimo y aún estaba medio mareado.

Me incorporé lentamente y después de frotarme la sien, vi que tenía los pantalones subidos y abrochados. Supe que mi hermana había parado aquella aberración incestuosa cuando me desmalle. No porque me huviese vuelto a vestir mientras dormía, si no porque todavía notaba mis huevos reventones, y más cargados de líquidos que la Presa Hoover.

Me levanté y me dirigí hacia la salida para buscar a Laura y decirle que esto se había acabado de una vez. Que ya habíamos cruzado la línea demasiado. Qué habíamos jugado peligrosamente con fuego, y debíamos parar antes de quemarnos en el infierno.

Pero me detuve en seco cuando vi un pós-it pegado en la puerta que decía:

"He subido a lavarme, porque estoy muy, muy sucia. Te espero metida en la bañera, peque"

-¡Recristo! -exclame con un grito ahogado.

Ella no pensaba parar esta locura, eso estaba claro. Había probado la sangre, y no iba a parar hasta dejarme seco. Me disponía a subir, pero antes quería tener un buen recuerdo de todo lo sucedido, así es que arranque el pós-it, lo arrugué, y me lo tragué con perniciosa gula, saboreando hasta el último aroma que la piel de mi hermana había dejado en el.

"¿Te acabas de comer un trozo de papel, puto enfermo?, ¿En serio, jodido perturbado?" -pensé enloquecido.

Salí de allí y subí por las escaleras con toda la prisa que pude, pero al llegar al pasillo, me detuve en seco al escuchar los lamentos que se escapaban por la puerta del baño.

Me acerque sinuoso hacía la claridad que salía de aquel servicio, y a cada paso que daba, la preocupación inicial se torno en lujuria, cuando escuche que los lamentos que creía haber oído, no eran si no gemidos de placer que salían de la corrompida boca de mi hermana.

Cuando llegué a la entrada (naturalmente la puerta estaba abierta, no iba a ser menos la niña que sus padres), vi perfectamente por el espejo del lavabo lo que estaba pasando dentro de esa bañera.

Laura se encontraba en su interior masturbándose como una pecaminosa hereje.

-¡Si!, ¡Si!, Ummm, ¡Qué bueno!, ¡Qué bueno, joder! -gemía con desesperación- ¡Así, así, dame más!, ¡Dame más! -gritaba como una posesa, igual que lo hacía mi madre mientras mi padre la empalaba sin piedad- ¡Métemela, hasta el fondo, Dani!, ¡Dame tu polla, peque!

"¿Dani?, ¿Peque?... ¡No me jodas, se está masturbando pensando en mi!... En su adorable hermanito"

Volví a sentirme mareado. Mi estómago se contrajo y lanzó una bocanada de vómito que logré contener a duras penas. Quise entrar y parar esa monstruosidad, pero no pude. Quise tapar mis oídos para salvaguardar mi mente de aquellos casquivanos chillidos, pero tampoco pude. Lo que sí pude hacer es lo que menos quería en ese momento.

Me bajé los pantalones y empecé a pajearme como un loco mientras babeaba mirando a través del espejo como se toqueteaba ese pibón.

Mi hermana subió sus caderas y dejó a la vista su precioso y depilado coño. Frotaba su clítoris con desesperación, mientras con la otra mano agarraba su pecho y lo llevaba hasta su boca, que chupeteaba y ensalivaba su duro pezón, con toda la pasión que sus labios y su lengua daban de sí.

Yo a su vez maltrataba mi rabo con saña viendo como mi dulce hermanita berreaba hasta tal punto, que empezaban a brotar lágrimas de sus preciosos ojos. Machacaba mi verga buscando acompañar a Laura en su última penitencia (ultima por los cojones), mientras observaba como tres de sus dedos taladraban su rosada vagina, y litros y litros de jugos, o eso me pareció a mí, salían despedidos de su interior mojando más si cabe aun, el interior de sus muslos.

Su cara retorciéndose de gusto, su precioso cuerpo abandonándose al desenfreno, y sus gemidos de placer, hicieron que no pudiese aguantar más y exploté como nunca lo había hecho.

-¡Me corro!, ¡Me corro, joder! -grité a los cuatro vientos, mientras veía como Laura paraba al escuchar mi alarido, y posaba su felina mirada en mis abiertos ojos, a través del espejo.

-Vienes y me ayudas para que pueda correrme yo también, peque.

Salí disparado de allí mientras mi polla no paraba de soltar lefazos por todo el suelo. Los pantalones aprisionaban mi huida mientras sujetaba mi rabo, que no paraba de lanzar semen sin control, y poner todo perdido de leche a mi paso. Tropecé y me empotré de cabeza contra la pared, para luego despeñarme escaleras abajo, mientras notaba como todos mis huesos crujían a cada escalón que dejaban atrás. Termine despanzurrado boca arriba sobre el rellano del salón.

Cuando todo terminó logre abrir los ojos y pude distinguir borroso el espectacular y glorioso cuerpo de mi hermana, que se mostraba ante mi chorreante de agua.

-¡Dios mío!, ¡Estás bien, Dani! -gritó aterrada llevando sus manos a la cabeza, y abriendo sus piernas mientras resbalaba por los líquidos derramados, dejándome ver como última voluntad, su rasurado y húmedo chochito.

-Mejor que nunca, hermanita, mejor que nunca -susurré, y perdí el conocimiento por última vez esa noche, a causa del Hostión que me había pegado.

Continuara…


Gracias por leerme y por los comentarios de los anteriores capítulos. Un abrazo a todos.