Cuarenta y cinco días con Laura (Segunda Parte)
¿Que haríais con vuestra morbosa y ya no tan odiada hermana, si os quedaseis solos en una casa enorme?
Apenas pude dormir pensando en lo que esa misma noche había pasado encima de mi cama.
La voz sensual y maravillosa de mi hermana penetrando en mi mente mientras susurraba frases pecaminosas a mi oído; su duro muslo aferrándose cual Boa Constrictor sobre mi pierna; su pequeña pero diabólica mano serpenteando mi cuerpo desde la ingle hasta morir retorciendo mi pezón; y esa lengua viperina… Virgen santísima. Ese pedacito de carne húmeda se había ensañado con mi oreja, ensalivando cada parte de ella como si de una polla se tratase.
Todo ello escuchando de fondo y en directo, la Banda Sonora del "folleteo" incansable de mis padres, a los que les sudaba tres cojones quién les pudiera oír.
Y claro… No nos olvidemos del obsceno manchurrón que mi involuntaria corrida había dejado en los pantalones de mi pijama, gracias a la maestría libidinosa de Laurita. ¡Manda huevos la cosa…!
Me levanté y me fui directo a la ducha; tenía que refrescar mi calenturienta mente con premura. Naturalmente me la casqué como hacía todas las mañanas, pero esta vez mi cerebro ya no recreaba los videos guarros que mandábamos los amigos por Whatsaap, de eso nada. Mientras le daba al manubrio con intensidad, en mi mente sólo aparecía el perfecto y juvenil cuerpo de mi hermana.
"Eres un puto enfermo, y lo sabes", pensé mientras descargaba mis testículos sobre el alicatado del baño.
Con la engañosa premisa de que jamás se repetirían ni lo sucedido la noche anterior con mi hermana (ya hablaría con ella), ni las posteriores pajas pensando en cómo sería catar sus deseables agujeros, me dirigí hacia la cocina a ver si podía desayunar con un poco de tranquilidad.
-Buenos días, hombretón - dijeron al unísono mis padres.
-Hola -contesté secamente mientras me sentaba y cogía un vaso del armario y unas galletas.
-¿Qué tal has dormido chiquitín?, espero que no hiciésemos demasiado ruido tu padre y yo anoche -preguntó mi madre mientras me guiñaba un ojo y reía picantona al notar como mi padre la daba un beso en el cuello, para rematarlo con un azotito en el culete.
Ya no me sorprendían sus comentarios fuera de tono ni sus gestos propios de una pareja de recién casados, cuando me los encontraba por las mañanas después de haber pasado toda la noche en vela escuchando los gritos y jadeos que salían de su inmoral lecho.
-Bien mamá, no os preocupéis, ya estoy acostumbrado -dije como tantas veces, mientas me sentaba en un taburete de la isla de la cocina y llenaba mi vaso con leche.
-Me alegro, cariño. Ya sabes que papa y yo a veces… Bueno, nos pasamos un poco.
"No hace falta que lo jures, coño. Ya sé que os queréis como el primer día, y lo aprecio de veras, pero ¡Hostias!, cortaros un poco, que tengo dieciséis años, joder" -pensé.
Cuando me disponía a comerme la primera galleta escuché la voz aniñada de mi hermana entrando en la sala.
-¡Buenos día papi! -gritó cual cría, mientras corría para abalanzarse a abrazar a mi padre, atenazándolo con sus brazos y piernas.
-¡Buenos días chiquitina! -respondió a la vez que la correspondía sujetándola peligrosamente de las nalgas con sus manazas.
Y claro, como no podía ser menos…
-¡Buenos días, mami! -saludó a mi madre después de bajar de un salto de su marido, y terminar dándola un "piquito" en la boca.
-Buenos días, mi vida. ¿Cómo ha dormido mi niña guapa, hoy? -preguntó mamá besando por segunda vez sin maldad los labios de mi hermana.
-¡Muy bien mami!. He dormido genial, y Puff -resopló-, he tenido un sueño de lo más bonito… -respondió mientas giraba su cabeza y posaba los mismos ojos que había visto la noche anterior en mi.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al notar su mirada.
-Umm, Laurita… Luego se lo cuentas todo a mami, cariño.
Aquello parecía Sodoma y Gomorra. Por más que lo veía, no me acostumbraba a tanto libertinaje matutino.
"¿Seguro que a mí no me cambiaron por error en el hospital por otro niño cuando nací?" -pensé.
Después de asentir, mi hermana se dirigió cual gata hacia mí. Todos mis execrables pensamientos retornaron a mi cabeza (sólo habían pasado quince minutos desde que había jurado y perjurado que eso no volvería a pasar), cuando vi a ese monumento al vicio acercarse, tapado por las mismas ropitas que me habían llevado al cielo horas antes.
-Buenos días, peque. ¿Qué tal ha dormido mi hermanito esta noche? -preguntó mientras me abrazaba por detrás y me besaba en el cuello.
"Aléjate de mí, Satanás"
-Bi, bi, bien, Laura. Gracias por preguntar -tartamudeé mientras notaba sus duros pechos en mi espalda.
-Me alegro, peque. Ya sabes lo que tu "tata" te quiere, y lo que sufre cuando pasas mala noche -susurró a mi oído con esa voz que me traía de cabeza, mientras yo tragaba saliva.
-Gra, gra, gracias.
Fue lo único que atiné a decir mientras mi hermana deslizaba una mano por mi cintura y con la otra cogía mi vaso.
Se incorporo sacando pecho, asegurándose de dejar a la vista la parte baja de esas formidables tetas que se ocultaban bajo su camiseta, y de un solo trago engulló con glotonería toda la leche, dejando escapar unas gotitas por la comisura de su boca.
-Ahhgg… Ummm… Qué rica la lechita de mi hermano -suspiró mientras terminaba-. Uyyy, se me ha escapado un poquito -llevó un dedo hasta su barbilla y recogió los restos de líquido para llevarlos a su lengua y tragarlos, mientras yo no quitaba el ojo de los movimientos de su garganta-. Ummm, ahora sí. Me la he bebido toda, toda, toda -dijo con vocecilla inocente mientras yo, colorado como un tomate, y empalmado como en la vida, agachaba la cabeza hacia el suelo.
Otra vez estaba pasando… La muy cabrona había conseguido calentar mi cuerpo hasta tal punto con su gestito inocente con el vaso (inocente por los cojones), que si hubiese puesto una olla llena de garbanzos sobre mi piel, habría explotado por la presión.
Vale que yo tenía dieciséis años; tenía las hormonas por las nubes; me pajeaba como un mono; y me calentaba sólo con ver la foto de la etiqueta de la tía buena que aparecía en los botes de champú… Pero no me jodas, aquello se pasaba de castaño oscuro. Mi hermana conseguía poner mi cuerpo más caliente, con su sola presencia, que la capa más externa del puto sol.
"No podía permitir caer embobado ni un segundo más con sus jueguecitos. Era mi hermana, coño. ¿Estaría tonteando conmigo igual que lo hacía con los chicos del instituto?, ó ¿verdaderamente sus flirteos iban en serio, y se me quería follar?. No, no puede ser. Somos hermanos. Eso es imposible. ¿Imposible, seguro?. Da igual, tengo que ser fuerte. Esto no está bien. Hablaré con ella después y le dejaré claro que sus chorradas las deje para sus admiradores, que su "peque" no va a sucumbir a sus encantos. Soy un jodido témpano de hielo; soy el puto Chuck Norris… ¿El puto Chuck Norris… En serio, so moñas?, si te ha faltado el canto de un duro para volver a correrte encima viendo la escenita del desayuno" -pensaba dándole millones de vueltas a todo, hasta que la voz de mi padre interrumpió mis degeneradas cavilaciones para decirnos algo que consiguió que casi palmase en ese suelo de un infarto.
- A ver jovencitos, que mamá y yo hemos pensado una cosa. Ya sabéis que se ha decretado el Estado de Alarma en el País, y que a partir del Lunes no se podrá salir a la calle excepto para lo indispensable. Pues bien, nosotros dos no es necesario que acudamos a la oficina. Podemos "teletrabajar" desde casa, pero con dos locuelos rondando por aquí, sin tener que ir a clase, nos va a ser imposible realizar tal cometido - ¿Qué se proponen?, pensé mientras veía como mi padre miraba lascivamente a su mujer -. A ver, sabéis que nosotros somos funcionarios de Moncloa, y tenemos información privilegiada. Esta cuarentena no va a durar sólo quince días, va para largo -mi madre le miraba fijamente pensando en otra cosa más larga-. A si es que mamá y yo hemos decidido mandaros a la casa que tenemos en el pueblo hasta que acabe todo esto.
Dejé de respirar al escuchar la noticia. ¡Iban a dejar a sus hijos solos en el pueblo!. ¡Pensaban abandonar a un pobre cervatillo a su suerte, dejándolo en la compañía de la loba hambrienta que era mi hermana!. No podía ser, por encima de mi cadáver.
-Perdona, papá. Pero no me parece buena idea. Somos muy jóvenes, y nunca nos hemos quedado solos tanto tiempo. Además, sabes que yo no salgo mucho de mi cuarto. No creo que os dé muchos problemas -dije con la mayor convicción posible.
-Buahh, no digas eso, hombretón. Ya sois mayorcitos. Además, así comprobamos que os podemos dejar solos un mes tranquilamente para ver que os desenvolveréis bien cuando tu madre y yo hagamos el viaje que teníamos pensado este verano y que durará casi lo mismo -excusas, tu lo que quieres es zumbarte a mamá por cada rincón de la casa durante la cuarentena, sin que no estemos aquí para joderos -. Además, hace tiempo que no pintamos la casa. Y estando los dos fuera -dijo mi padre pasando la mano por la espalda de mi madre (más cerca del culo que de la espalda)-, no tendremos que dejar sin dar una mano de pintura a vuestros cuartos.
"No he oído una sarta de tontunas más grandes en la vida. Que si el teletrabajo, que si la pintura… Y una puta mierda. Os vais a pasar el Estado de Alarma follando como animales"
-Pe, pero papá, yo no…
-¡Tú te callas, Daniel!, y haréis lo que os mandemos -gritó mi madre enfadada como nunca había estado, y caliente cual perra, como pensaba estar cuando esos dos incordios atravesasen la puerta.
-No te preocupes, peque. Yo cuidaré bien de ti. No te pienso dejarte sólo en ningún momento -susurró la voz de mi perdición.
-¿Ves hombretón?, tu hermana se encargará de ti… ¡Bueno, movimiento!, que quiero estar de vuelta en casa antes de las dos. Hoy tu madre me ha dicho que me va a tener una sorpresa para la comida - seguro que contiene algún lácteo, pensé -, ¿Verdad cariño? -dijo mirando perverso a mi madre mientras se relamía cual tigre ante su presa.
-Verdad, mi vida -replico ella con mirada lasciva, mientras pasaba su dedo por el elástico del minúsculo pantaloncito de pijama que llevaba, y que rivalizaba con el de mi hermana . No sé quién de los dos era el cazador y quién la presa, la verdad-. ¡Vamos, hijos!, no hagáis esperar a vuestro padre. Ya habéis desayunado, a si es que venga, rapidito a hacer las maletas -ordenó mi madre mientras cogía la mano de mi padre.
-Nenes, son las nueve y media de la mañana -dijo mi padre, mirando su reloj-. A las diez os quiero a los dos montados en el coche y listos, ¿Oído?. A las doce como mucho tenemos que estar allí… ¡Espabilar! -exclamo. Y salieron José y María zumbando hacia su "Pesebre" particular.
-Ummm, madre mía, que emocionante, ¿No, peque? -susurró Laura en mi oreja y volvió a abrazarme- Tú y yo solitos en el pueblo sin poder salir de casa -abrió los dientes y volvió a morderme el lóbulo de la oreja-, como si fuésemos novios de verdad. ¿No te alegras, Dani? -preguntó con voz melosa y haciendo pucheritos con los labios.
-Ehh, sí, sí, claro. Será divertido… Lo pasaremos bien -respondí titubeando.
-De eso estoy segura, mi pequeño hombrecito -asintió con mirada felina, y salió corriendo hacia su cuarto.
Puse mi mano en la pierna intentando dejar de moverla; no estaba nervioso, no… Estaba aterrado; había espachurrado la galleta entre mis dedos, sin ni siquiera darme cuenta; y lo más terrorífico de todo… Tenía el rabo como un "Litro de Vino".
Dos horas y veinte seis minutos después…
Laura y yo nos encontrábamos de píe delante de la casa con las maletas ya descargadas en el suelo, escuchando como mi padre arrancaba.
-Bueno hijos, aquí os dejo dinero y una tarjeta de crédito - dijo mi padre mientras desde la ventanilla estiraba la mano y nos daba una cartera -. Ser buenos y llamarme si necesitáis cualquier cosa, ¿Vale?. Venga, pasadlo bien -fue lo último que dijo y salió haciendo ruedas con el coche ante la mirada de susto de los abuelillos que se encontraban sentados en sus puertas.
-Pues ya estamos solitos, peque. Veras que bien voy a cuidar de ti. Te haré la comida todos los días si quieres, ¿Te parece? -preguntó mi hermana apoyando su barbilla en mi hombro.
-¿Co, co, comida?, ¿Qué comida, Laura? -tartamudeé.
-Pues la comida, bobo, que va a ser… Yo cocinare para mi hombrecito todos los días, y tú me lavaras otra cosa cuando te lo pida -susurró.
-Que, que, ¿Qué te lavaré o, o, otra cosa? -seguí tartamudeando.
-¡Pues los platos!, que va a ser, tontorrón -respondió con una sonrisita y me dio un beso muy cerca de los labios.
"No me jodas, eso no puede estar pasando de verdad. Esto ya no es tonteo. Todo lo que sale por su boca son guarradas encubiertas tras susurros inocentes. Voy a acabar con esto ahora mismo"
-Oye Laura, tengo que hablar muy se… -fue lo único que pude decir, mientras mi hermana me miraba fijamente con esos ojazos azules, hasta que escuche la voz que provenía de dos puertas más allá.
-Hola, Laurita, ¿Cómo estás hija? -dijo el "Tío Antonio" (que ni tío nuestro era, y creo que tampoco se llamaba Antonio)-. Ven hija, ven, que te de un beso -dijo el viejo con ojos centelleantes al ver a mi hermana.
-¡Hola, Tío Antonio! -dijo Laura y se acercó a él para darle dos besos-. ¿Cómo está usted? -preguntó con una sonrisa que paralizó al salido abuelete.
-Pues regularcillo, hija. Tengo el colesterol y el "azúcar" por las nubes, y cada día me cuesta más levantarme -seguro que se te ha levantado otra cosa mientras miras a mi hermana, viejo zorro, pensé-. Pero bueno, aquí seguimos. Pero oye, que guapísima que te has puesto, chiquilla -dijo el pervertido vegete mientras acariciaba no con buenas intenciones la rodilla de la jovencita.
-Ayy, gracias Tío Antonio. Que zalamero es usted -dijo Laura mientras se dejaba hacer y pellizcaba la mejilla del calenturiento vejestorio.
-La verdad, hija, la verdad. Estás para comerte -babeó mientras subía su mano hasta tocar el cortito short de mi hermana-. ¿Y qué os trae por aquí, dime? -preguntó lascivo "Matusalén".
-Pues nada, Tío Antonio. A mis padres se les ha ocurrido que nos vengamos mi hermano y yo al pueblo durante las restricciones, así ellos podrían aprovechar para trabajar tranquilos desde casa, y hacer unos arreglillos de paso -respondió Laura mientras metía sus manos bajo su ceñida sudadera y la subía hacia arriba dejando al aire su ombligo, para deleite del ruin vejete.
No podía seguir viendo aquello. El cabrón del abuelo se relamía de gusto mientras pasaba su pecaminosa zarpa por la tersa piel de mi hermana. Y encima la muy descarada tonteaba con aquel octogenario pervertido como si de un jovencito se tratase. Venga, por el amor de dios… Si podía ser nuestro abuelo.
-¡¿Laura, vienes?!, pregunté con cara de pocos amigos.
-Sí, sí, claro -me respondió mi hermana-. Bueno Tío Antonio, que me tengo que ir. Cuídese usted mucho, ehh. Ya hablaremos otro día -dijo mientras besaba otra vez al feliz vejete, para volver dando saltitos hacia mí mientras el muy degenerado se relamía viendo el perfecto trasero de la niña.
-Joder, Laura… Te podrías cortar un poquito, me parece a mí -dije serio.
-¿Pero qué he hecho?, ¿y por qué me miras así?, ¿te has enfadado conmigo? -pregunto haciendo pucheritos (otra vez), y bajando la mirada.
-No me enfado, ¿Vale?, pero no me gusta que un carcamal calenturiento toque a mi hermana, ¿lo entiendes? -dije enfadado.
-¿Era por eso?, pero si es un abuelito adorable, peque. Mira que contento se ha puesto de verme, ¿no es un encanto? -preguntó inocente (o no tan inocente).
-Mis cojones adorable. ¿Cómo no va a estar contento?... El muy villano se estaba poniendo fino con tu pierna y tu encima vas, y coqueteas con él -repliqué.
-Uyy, me parece a mí que alguien se ha puesto muy celoso, ¿me equivoco? -dijo socarronamente.
-No digas tonterías, por favor te lo pido. Sabes que soy tu hermano, y me preocupo por ti, solo eso -respondí mirando al cabrón del abuelo.
-¡Mírame! -ordenó, y cuando me volví me rodeó con sus brazos, acercando su cabeza a la mía, y volvió a posar su irresistible mirada en mis oscuros ojos-. No te pongas así, peque. No pasa nada malo por alegrar un poco la vida a un pobre viejecito. No tienes por qué ponerte celoso -acercó su cuerpo al mío mientras mi piel podía notar el fuego que salía de sus entrañas-, ya te he dicho que yo solo quiero a un hombrecito… Y ese eres tú.
Abrió lentamente la boca y sacó su lengua. Colocó la punta en mi barbilla, y después la deslizó hacia arriba hasta que paró ladina en mis cerrados labios. Al notar su húmeda presencia, los abrí instintivamente e introdujo un centímetro de su adorable carne en mi interior, para después abrir sus labios magistralmente y rodear los míos durante tres segundos. Cuando terminó, retiró su boca y pude ver como de la mía salía un pequeño hilillo de saliva, que recogió con su experimentada lengua para relamerlo en su interior.
-Que bien sabes, peque -dijo mientras todo mi cuerpo se recuperaba del shock-. Bueno… ¿Y qué me querías decir antes de que me llamase el Tío Antonio? -susurro mientras acariciaba mi mejilla con la suya y notaba su profunda respiración en mi cuello.
-Na, Nada. No era nada… -trague saliva-. No tenía importancia.
-Mucho mejor, hermanito. Te espero en casa -dijo y abrió la puerta metiéndose en su interior.
Dos cosas tuve claras desde que mi padre salió pitando hacia la bacanal romana que pensaba hacer con mi madre: La primera es que el salido vejete se había puesto morado con sus toqueteos y viendo la escenita entre mi hermana y yo, y la segunda, es que por cojones, Laura había tenido que notar el "trabuco bandolero" que se hacinaba entre mis pantalones. No me jodas… ¡La madre que me parió!.
Pasamos la tarde en relativa calma. Parece ser que el llegar a una casa tan grande que llevaba tantos meses cerrada, aplacó gracias a dios, la lujuriosa impetuosidad de mi hermana conmigo, dándome unas horas de respiro que todo mi cuerpo agradeció; especialmente el "misil balístico" que había entre mis piernas, y que en las últimas horas luchaba contra mi raciocinio por salir de su silo, y dejar toda la potencia nuclear que llevaba dentro, en el interior de mi hermana.
Durante toda la tarde estuvimos preparando nuestras habitaciones y adecentando la casa todo lo que pudimos. Limpiábamos entre risas y conversaciones intrascendentes, como hacíamos desde pequeños cuando mis padres nos ordenaban que ayudásemos en las tareas del hogar.
Laura hizo la cena y comimos tranquilamente mientras charlábamos y nos reíamos a carcajadas, pensando en lo que estarían haciendo nuestros "hippiescos" padres sin la presencia de sus hijos. La cena iba de maravilla. Pensé que todo lo ocurrido había pasado ya, y se había quedado en un simple juego entre adolescentes. Pero la cruda realidad me volvió al mundo real, igual que lo hace con el soldado que descansa en su trinchera, antes de escuchar la primera bala pasar sobre su cabeza.
Los dos nos habíamos tirado en el sofá después de cenar y mi hermana había elegido la peli que veríamos esa noche. No me hacía mucha gracia, pero pensé que sería mala idea contrariarla, no fuese a ser que volviese a las andadas.
Me estaba quedando dormido por el ajetreo de aquel día, mientras veía esa comedia romanticona que tanto gustaba a Laura, hasta que su voz (otra vez la peor versión de su voz, o la mejor, según se vea), volvió para sacarme a trompicones de mi merecido descanso.
-Oye, peque. ¿Me haces un favor, please? -dijo alargando el "por favor".
-Claro Laura, no hace falta ni que lo preguntes -dije confiado.
-¿Te importaría palparme un segundito bajo mi pechito izquierdo un momento? -preguntó.
"Pero que cojones…"
-¿Perdona? -respondí mientras ella se ponía de rodillas ágilmente sobre el sofá, y dejaba su camisetita de dormir a escasos centímetros de mi cara.
-Si, es que veras… Esta mañana mientras me duchaba… Bueno en fin, ya sabes que yo no utilizo esponja… -claro que lo sabía, en esa puta casa sólo yo me bañaba como una persona decente-, y cuando me frotaba con mi manita por aquí -señaló sus magnificas tetas-, me ha parecido notar algo raro. Y me preguntaba, si no te importaría echarme un vistazo rápido ahora -dijo como el que dice: ¿no te importa bajar a por el pan?.
-Pe, pero Laura… Yo, yo no puedo hacer eso… Soy tu hermano… Me da mucha vergüenza -tartamudeé nervioso.
-¿Vergüenza?, o sea que… ¿Prefieres que tu hermanita no duerma tranquila pensando en que puede tener algo malo, porque a ti te da vergüenza "palparme", para que deje de preocuparme de una vez? -preguntó mientras humedecía sus ojos intencionadamente.
-No es eso. Sabes que me preocupo mucho por ti. Es solo que…
No había terminado la frase cuando mi hermana se sentaba a horcajadas sobre mí y se quitaba la camiseta dejando sus morenos pechitos a la vista. Y que pechitos… Mira que los había visto veces desde que éramos pequeños, pero joder, éramos hermanos, nunca me había fijado de forma lujuriosa en ellos, hasta ahora. Por primera vez en mi vida miraba con lascivia esas magnificas y juveniles tetas. Esos pechos aparecían ante mí como dos rocosas columnas griegas, de las que estaba seguro que el tiempo y la gravedad, tardarían muchos años en mover de su sitio.
-Anda porfa, no seas bobo. Solo va a ser un segundo. Venga, yo te ayudo - dijo riendo y me agarró por las muñecas dirigiendo mis manos hacia tan exquisita carne- ¿Notas algo? -preguntó como si nada.
-Yo, yo, yo no noto nada -balbuceé como un idiota.
-Es que no lo haces bien, peque. Tienes las manos muy tensas. Tienes que relajarte y hacerlo correctamente. ¿No querrás que tu hermana se ponga malita no? -dijo poniendo pucheros.
-Cla, claro que no… Lo intentaré.
-Eso quería oír, peque.
Y joder si lo intenté… Ya no podía más. Liberé la tensión y abrí las palmas de mis manos intentando abarcar con ellas toda la extensión de sus ardientes pechos. Apretujaba sus tetas buscando ese bultito imaginario del que mi hermana tanto se preocupaba.
-Umm, así, así, peque. Lo estás haciendo muy bien. ¿notas ahora algo? -pregunto.
-No hermanita, pero creo que todavía tengo que seguir palpándote un ratito más.
"¿En serio has dicho eso, puto enfermo?, eres peor que el vejete calenturiento de esta mañana. Jodido zascandil".
Mi mente decía que parara, pero todo mi cuerpo se encaminaba en la búsqueda de ese "bultito", como los conquistadores hicieron buscando con ahínco La Ciudad Perdida. Seguí tocando y amasando con lujuria esas preciosas tetas hasta que mis dedos se adentraron más en esa selva de piel y llegaron a sus pezones para terminar pellizcándolos. Con dureza, sí… Pero con mucha elegancia, todo hay que decirlo.
-¡Así, así!, -exclamaba mientras soltaba sus manos de mis muñecas y las llevaba hasta su precioso pelo, echando la cabeza hacia atrás- Muy bien, peque. Lo estás haciendo genial. Sigue… -gimió-. Sigue, peque, sigue buscando… -y seguí-. No pares, no pares hermanito… -y no paré-. ¡Ya, ya, yaaaa! -y terminó de gemir mientras su cuerpo se tensaba y caía sobre mi metiendo una teta en mi boca en el descenso.
No hice nada más. Ni chupe, no hostias. Estaba momificado como Tutankamón. ¿En serio acababa de pasar aquello?. Pues claro que había pasado. Y anda que opuse mucha resistencia. Bien poco que lo intenté.
-Uff, que calor, peque. Me parece que me voy a dar una ducha. Ah, y gracias por ayudarme. Imaginaba que no sería nada, pero por si acaso… -será zorra, pensé- Bueno te dejó aquí sólo, que tengo que bañarme… Tu hermanita está muy, muy sucia, peque -pero que muy zorra, volví a pensar- Oye, no te pierdas el final de la peli… Pero bueno, como se que te vas a dormir te lo voy a contar -se acercó a mi oído y me susurro-. Al final, la chica consigue al chico que quiere -y lamió mi mejilla cual gata en celo-. Luego nos vemos, peque -termino diciendo, y después de darme otro "piquito", cogió su camiseta y salió corriendo escaleras arriba.
Logré recomponerme medio mareado, pensando en lo que acababa de ocurrir. Me sentía sucio y asqueroso. Había caído en las redes de mi hermana, cual atún en el aparejo de un pescador.
Incorporé mi cabeza y volví a ver el mismo manchurrón de la noche anterior sobre los pantalones de mi pijama. Sólo que había una diferencia; esta vez no era mi corrida la que lo había puesto todo perdido.
Continuara…
Gracias por los comentarios que habéis hecho sobre la primera parte. Eso me inspira a seguir escribiendo para vosotros. Un abrazo fuerte.