Cuarenta y cinco días con Laura (Cuarta Parte)
Los hermanos olvidan sus convicciones morales, y dan rienda suelta a su incestuosa relación.
Llevaba cuatro días tumbado en mi cama desde lo ocurrido. Laura no había consentido que moviese un solo dedo de ese colchón después del accidente.
Gracias a Dios, mi cuerpo no había sufrido grandes daños a causa de la caída. Aunque después de rodar cual balón por aquellas malditas escaleras, y caer de cabeza estampándome la crisma contra el suelo, pensé que por lo menos me habría partido tres costillas, o dañado alguna vertebra del cuello.
Nada más allá de la realidad, por suerte…
Todo se había quedado en un susto; tres o cuatro moratones y nada más. Era un tío duro de pelotas. Recordad como me enfrenté al Tío Antonio, dando una exhibición de coraje ante tan inquebrantable adversario, mientras defendía con nervios de acero, la decencia y la castidad de mi hermana.
"¿Decencia, so capullo?, si, si… La misma que una puta poligonera. Y ¿Castidad? No sé yo… Pero me extraña que el Papa Francisco la beatifique como a Santa Teresa de Jesús, la verdad" -pensó, no sin alguna razón, mi otro yo, alias "El hijoputa".
Si, está feo que yo lo diga pero en fin… Detrás de esos sesenta "kilillos" de puro músculo, y esa larguirucha, pero a la vez, espigada figura, se escondía un Puto Boina Verde; entrenado durante dieciséis años para que su cuerpo aguantase cualquier tipo de tortura.
Lo único que estaba roto (y bien roto), era mi orgullo.
No paraba de ver en mi atormentada mente, a un imberbe pajillero corriendo con los pantalones bajados; mientras su polla no paraba de soltar semen por todos lados; hasta terminar cayendo escaleras abajo.
Y luego estaba lo de mi hermana. Imaginad lo que tuvo que sentir esa pobre criatura al ver a su "peque", despanzurrado en el rellano con los pantalones bajados hasta los tobillos, y el rabo al aire y tieso como un almendro.
Que asco que me daba a mí mismo. Ojala me hubiese partido el puto cuello, y por lo menos habría borrado para siempre de mi mente, el aterrorizado rostro de mi hermana. Aunque ahora que lo pienso… Mejor que no. Si no también se habría esfumado de mis depravados recuerdos, ese escultural cuerpo desnudo y mojado, muy mojado, que tenía grabado a fuego en mis entrañas, y que pude ver antes de perder el conocimiento.
Tampoco ayudo mucho que mis padres sólo se interesasen una vez por mí, después de enterarse de lo ocurrido. Básicamente su única llamada consistió en frases ensayadas como: "Pobrecito mi niño; ten mucho cuidado la próxima vez; no podemos ir a verte por los controles de carretera; seguro que vas a estar bien; tu "tata" cuidará de ti; y adiós.
Les sudaba el níspero que me hubiese roto todos los huesos, y si hubiese sido mi hermana la herida, igual; sólo pensaban en andar follando como conejos durante todo el confinamiento.
Pero como siempre, mi pecaminoso ángel particular, estuvo a mi lado día y noche; cuidando de mi a cada momento; sanando mis heridas con sus atentos cuidados; consolándome con dulzura mientras la culpa y la vergüenza me corroían por dentro. Gracias al cielo que la tenía a mí lado. Y ese último día de convalecencia, no iba a ser menos.
-¿Cómo se encuentra mi maridito hoy? -preguntó Laura sonriente como cada mañana cuando me traía el desayuno a la cama.
"Anda que has protestado estos últimos cuatro días cada vez que te decía lo de maridito… ¿Sabes lo que significa la palabra incesto, o te traigo el móvil y lo miras en la Wikipedia?, mendrugo".
-Muy bien, hermanita, gracias -respondí bobalicón, igual que lo hacía siempre que ella entraba por esa puerta.
-Me alegro muchísimo, peque -dijo esa preciosidad- ¡Mira lo que te he traído hoy para comer!...
No me importó mucho ver la bandeja con el bollo y un bote de nata, la verdad. Aunque esto último me extrañó. Lo que enloquecía mi vista era el cuerpo que sostenía esa comanda.
Ya sabéis lo buena que estaba Laura (buena no, lo siguiente). Pero ese día estaba absolutamente radiante. Había elegido para esa ocasión un fino vestido de verano verde sin mangas, de falda alta y escote pronunciado, que entallaba su cuerpo como un apretado corsé.
Y del canalillo que se abría paso entre sus pechos, mejor ni hablamos. Parecía el puto Canal de Panamá. Hasta un petrolero habría navegado con lujuria por su interior, sólo le faltaba el agua.
Poco me faltó para violarla allí mismo, pero mi autocontrol pudo conmigo. Seguía aferrándome a mis principios morales, y ayudó que mi hermana se contuviese bastante esos días; imagino que la pobre se sentía culpable por qué su hermanito se hostiase después de verla masturbarse, mientras gritaba como un cochino en matanza.
Naturalmente que contra la biología no se podía luchar, y mi mente se excito al ver ese magnífico ejemplar de homínido tan joven. Cosas de la física, nada perturbado, claro está.
Vamos, que ese vestidito y la que lo llevaba puesto, me pusieron el rabo como la clavícula de un Transformer.
-¡Vaya!, que buena pinta -hice una pausa-. Gracias por cuidar tanto de mi , Laura. Sobre todo después de lo que paso allí arriba, cuando tú te estabas mast…-bajé la cabeza- Estoy avergonzado, de verdad .
-Uyyyy, que mono mi peque… Pero no quiero oír ni una palabra más -dijo seria, poniendo morritos-. Además, ¿tú no sabes lo que nos gusta a las chicas saber que alguien se masturba pensando en nosotras? -suspiró- Cuando te vi desde la bañera me puse más cerda que en toda mi vida -gimió, mientras se mordía el labio inferior-, y deseé que entrases en el agua conmigo y… Ummm, nene, que ganas tenía de tenerte allí para mí solita -no quiero ni imaginarme lo que hubiese hecho allí conmigo-. Por cierto, creo que tu soldadito también se alegra de verme, ¿no, peque? -preguntó con cara de niña buena, para después subirse a la cama sentándose a horcajadas sobre mi pantalón corto.
"Virgen Santísima… Ya ha vuelto Atila, el Azote de Dios, para reclamar sus tierras"
-Ehh… Yo es que… -ni hablar podía sintiendo lo que bajo la falda de ese vestido había- Hoy no es necesario que me des de comer, ya puedo mover el brazo bien… Gracias, Laura -dije tratando de alejarla, aunque todo mi cuerpo deseaba que no se moviese ni un centímetro de esa posición.
-No digas eso, bobo -hizo pucheritos y bajó la cabeza-. Mi peque está malito todavía, y su hermanita lo va a cuidar muy, muy bien -dijo, y puso esa mirada pantera mientras cogía el bollo, se lo llevaba a la boca, y lo pegaba un lametón con su impúdica lengua.
Creo que hasta a ese pastelito le temblaron las piernas, y mira que no tenía.
Me lo acercó a la boca y lo devoré con la misma gula con la que me había comido es pós-it cuatro días antes. Saboreé con lascivia su tierna masa y su dulce azúcar, para terminar lamiendo como un perro los dedos de mi hermana hasta que no quedó ni rastro del infeliz bollo.
-Ummm, qué rico estaba Laura. Gracias por cuidarme tan bien -dije, mientras era yo ahora el que ponía pucheritos, y bajaba la cabeza como si estuviese malito. La muy cabrona estaba consiguiendo llevarme a su terreno paso, por paso.
-De nada, peque. Tengo que alimentar bien a mi hombrecito para que tenga fuerzas para la noche -preferí no pensar lo que acababa de decir, y la seguí el juego-. Uyyy, que despistada soy… Se me ha olvidado poner la cremita por encima, con lo que sé que te gusta, ¿me perdonas?.
Cogió el bote y lanzó la bandeja contra la pared, haciendo que hasta la araña que colgaba del techo, saliese zumbando hacia su escondite. Me empezaron a temblar hasta los dedos de los pies cuando vi esa agresividad… Y lo que se avecinaba.
Se bajó los finos tirantes del vestido, dejando sus preciosas tetitas al aire, roció sus pechos con la nata del recipiente hasta que quedo vacio, y lo dejo con delicadeza encima de la mesilla. Colocó sus manos sobre la almohada, y lentamente fue bajando la espalda hasta dejar sus embadurnadas mamas a escasos centímetros de mi boca.
-No, no, no es necesario, Laurita. Ya, ya, ya me he quedado bien -tartamudeé mientras abría los ojos como platos.
-Shhh, tu harás lo que yo te diga -ordeno mimosa-. Estas muy flaco, Dani, y yo necesito a un hombre fuerte para que cuide de mí -sacó la lengua y me lamió la mejilla cual leona con su cachorro-. Pero antes tengo que dar bien de comer a mi niño... ¿O es que no te apetece la natita, que te da tu hermana, peque?
Claro que me apetecía. Y la carne que la traía más todavía. ¡A tomar por culo las convicciones morales! Ni el buen Jesús había sufrido tanto en la Cruz, como yo lo hice desde que Laura entró esa fatídica noche en mi habitación. Pero eso se acabó… Retiraría el pedrusco que cerraba mi incestuoso sepulcro particular, y sería libre al fin.
Agarre sus tetas y me lancé a mamarlas vorazmente, como el bebé que acaba de nacer, e instintivamente, busca la leche de su madre.
Chupe sus pechos y los lamí con ansiedad, mientras me embadurnaba la cara con la nata que no podía tragar.
-Ummm, así, peque, así… No pares, cómetelo todo…
Y seguí lamiendo sus duras tetitas mientras las agarraba firmemente por su base; hasta que llegue a sus aureolas, y empecé a hacer círculos sobre ellas con mi lasciva lengua.
-Que rico, Dani… Sigue, sigue, no pares, por favor… Chupa las tetitas de tu hermana hasta que estés saciado… ¡Ayy, bruto!, ten cuidado… Ya sabes lo sensible que tengo esa parte, peque.
Su placentero gritito, fue a causa del bocado que pequé a unos de sus pezones. Los lamí, los chupe y los mordí con deseo hasta conseguir con mis labios y lengua, endurecerlos como el granito. Logré estimularlos de tal forma que conseguí que de ellos saliesen dos sabrosas y grasientas gotas de leche, que trague con la misma lujuria que había hecho Laura días antes con la gotita de liquido preseminal que salió de mi pene cuando "curaba" la herida de mis testículos.
No sé como coño habría algún gilipollas que decía que le resultaba desagradable ver amamantar a un niño, cuando yo estaba disfrutando de lo lindo con esa maravilla de mamas.
-Umm, chiquitín, que bien lo haces -susurró a mi oído mientras notaba como otra vez estaba empapando mis piernas con los jugos que salían de su vagina. Podía notar la excitación en mi hermana. La encantaba que la chupasen ahí. Y aunque era la primera vez que yo lo hacía, se me estaba dando de miedo-. Qué bueno, mi hombrecito. Sigue mamando, peque. No pares… Sigue, sigue.
Y seguí como el buen soldado al que su capitana manda a la batalla. Ensalive todo lo que pude (y con toda la fuerza que pude) esos maravillosos pechos, hasta formar una camisa de babas por toda su piel. Mi polla estaba que reventaba, mientras yo seguía disfrutando de las maravillas que se contaban acerca de la lactancia materna, pero que nunca había comprobado hasta ese momento; ya que fui criado con leche de farmacia.
Mientras escuchaba los gemidos ahogados de Laura, y notaba por su sudor y sus gestos que su orgasmo era inminente, tuve lo que los alcohólicos llaman "un momento de claridad". Ya no me importaba que fuese mi hermana. Deseaba su piel, sus tetas, sus labios, su boca, su sexo… Deseaba follármela durante toda la vida, hasta que alguno de los dos muriese de agotamiento. Y ese iba a ser el momento en que perdiese la virginidad con la mujer más sensual y espectacular que jamás había existido. Y su nombre era Laura.
Pero claro. Al parecer, los astros pensaban lo contrario, y alguien tuvo los santos cojones de tocar el puto timbre de la puerta.
Mi hermana se incorporó, dejándome con la miel en los labios.
-No Laura, por favor, no te vayas -suplique al ver como se intentaba levantar para abrir la puerta.
Me atravesó fijamente, agarró sus tetas, y las chupó lasciva hasta que limpió toda la saliva que mi boca había dejado sobre ellas. Después volvió a bajar la cabeza, y lamió los restos de nata que quedaban sobre mi cara, como una loba hace con su progenie, para terminar metiéndome la lengua hasta la laringe, y dar comienzo a otro morreo antológico. Era joven e inexperto. Pero aprendía rápido y bien.
-Que bueno que estás, joder… Ni se te ocurra moverte de aquí, peque… Ahora vuelvo -volvió a susurrarme con una voz que parecía que saliese del mismísimo infierno. Me dio un beso en la mejilla, y se fue a ver quien llamaba a la puerta.
Estaba pletórico. Acababa de realizar un exquisito trabajo con las ubres de mi hermana, y pensaba resarcirme con el resto de su apetecible cuerpo en lo que volviese a mi lado.
Nervioso y excitado, me quité los pantalones cortos y la camiseta. Llevé mi nariz a los sobacos y después de aspirar, me restregué bien con el agua que tenía en la botella que había en la mesilla de noche.
No es que tuviese el olor fuerte, ni nada parecido. Pero tenía que estar perfecto, para atracar sin compasión la Reserva Federal de Oro que tenía Laura por cuerpo.
Retiré las sabanas y la manta de mi cama, y tras colocar bien la almohada, que ya estaba más mojada que los calzoncillos de Acuaman, a causa del sudor que había salido de mi nuca mientras me zampaba la nata de los gloriosos senos de mi hermana, volví a tumbarme totalmente desnudo y con la polla expectante ante lo que iba a suceder.
Pero claro, no todo sale siempre como uno piensa.
-¡Mira peque!, ¡Mira quién ha venido a verte! -exclamo Laura mientras entraba en la habitación agarrado de la mano de mi peor pesadilla.
-¡Hola hijo!, ¿Qué tal te encuentras hoy?...
Cuando vi al cabrón del viejo entrar por esa puerta, casi me da un ataque. Yo despatarrado desnudo en la cama, más caliente que los Altos Hornos de Vizcaya, y aparece el puto Tío Antonio.
Cogí la sabana del suelo y me tapé lo más rápido que pude, aunque no sé para qué me di tanta prisa. Total… El hijo puta del viejo ni se había fijado en mi. Tenía su felina mirada puesta en el trasero de mi hermana.
-¡Pe, pero que cojones hace usted aquí?, ¡Salga inmediatamente de mi casa, viejo pervertido! -grité enfadado al muy ruin.
-¡No seas mal educado, peque!, y saluda al Tío Antonio como es debido -dijo mi hermana mientras me guiñaba un ojo.
Encima el cabrón venía apoyándose en una garrota para intentar dar pena a Laura. ¿Dónde estaba ahora la sanguijuela que había trepado tres muros días antes, para ver como una jovencita tomaba el sol?... Había que reconocer que el degenerado vejete era un maestro del camuflaje.
-Hola Tío Antonio -dije-. Hola Tío Antonio -repetí-. ¡Hola, Tío Antonio! -grité ante el nulo caso que me hacía el vil anciano mientras se relamía mirando el canalillo de mi hermana.
-Ehh… Hola, hola -volvió a saludarme mientras me lanzaba una mirada asesina-. Perdona hijo, no te he escuchaba. Es que estoy más sordo que un gato viejo -dijo mientras volvía a posar sus ojos en Laura.
"Echa al puto abuelete de aquí ya, so moñas. Ya has metido la pierna hasta el fondo con tu hermana. No seas gilipollas, que al final el cabrón este te jode el plan"
-Bueno Tío Antonio. Ya ha visto que estoy bien. Gracias por venir y todos esos royos. Ya se puede marchar. Vaya usted con Dios -dije rabioso.
Pero el cabrón del vejete no se pensaba dar por vencido tan pronto. Y saco una de las artimañas que tenía preparada para poder estar más tiempo allí.
- Laurita, hija. Que mala pinta tiene es lunar que tienes detrás del hombro -dijo el muy rufián aunque no había nada… No os preocupéis.
-¿Qué me dice, Tío Antonio? No me asuste usted -coqueteó la muy calentorra-. Mire bien a ver lo que ve, no vaya a ser algún melanoma -dijo simulando miedo mi hermana, mientras sonreía y se bajaba un tirante del vestido, para gloria del infame octogenario.
-Si guapa, si. No te preocupes, hija. Yo he sido dermatólogo y entiendo de estas cosas -susurró babeante.
-¡Pero qué cojo…! No me joda, Tío Antonio… Si se ha tirado usted conduciendo un tractor durante sesenta años -dije mientras el muy villano ya estaba besuqueando el hombro de la niña.
-Sana, sana, culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana -canturreaba el jodido carcamal sin hacerme ni puto caso, mientras babeaba la piel de mi hermana.
-Ay, por Dios -suspiro la muy arpía, calentando más si cabe al abuelete-, qué bueno es usted conmigo, Tío Antonio. Como se preocupa por mi -decía Laura socarrona, mientras no paraba de descojonarse viendo mi cara.
-Tranquila, hija, tranquila. Que yo cuidaré de ti muy bien… Pero que muy bien… ¡Uyy! ¡Otro lunarcito que estoy viendo! Tendré que examinarlo bien a fondo, Laurita… -se relamía lascivo.
"No, si como siga así la opera de apendicitis si le dejas"
-¡Ya está bien, viejo pervertido! ¡Dejé ya de toquetear a mi hermana, carcamal vicioso! -grité como un loco, mientras salía de la cama y enganchaba la garrota que el Tío Antonio había tirado hace tiempo, para poder tener las dos manos libres, mientras guarreaba con Laura, y se la zumbaba en su interior- ¡Lo mato, Lo mato! -chillé como loco mientras el muy rufián salía pitando hacia la salida.
No tuve pelotas a engancharle… Ya quisieran muchos chavales de mi edad correr como lo hacía el Tío Antonio. En mi vida había visto a nadie de su edad moverse así. Parecía una gacela Thomson el cabrón.
Volví hacia mi cuarto garrota en mano (y polla al aire) muy enfadado. Pensaba decirle a mi hermana que estaba hasta los cojones del tonteo que se traía con el "salao" vejestorio. Sabía que la cabrona lo hacía para descojonarse de mí, pero me daba igual. Ya me sudaba la polla lo del incesto y demás, solo quería follármela a todas horas mientras durase la cuarentena, o mejor, durante toda mi vida. Pero no soportaba que jugasen conmigo y me tomasen por gilipollas.
Pero claro… Todo el enfado que traía acumulado por el pasillo se esfumó de un plumazo cuando vi lo que había en mi cuarto.
Laura se encontraba tumbada en mi cama desnuda, y lo más importante, totalmente abierta de piernas enseñándome su precioso chochito.
-Uyy, perdona… ¿Cómo se me ha podido olvidar?... Que boba soy. Todavía no has terminado de desayunar, peque -dijo con voz sensual mientras ponía cara de niña que no ha roto un plato en su vida, y señalaba con el dedo hacia abajo-, también te tienes que comer eso…
Solté la garrota y me lancé como un loco lujurioso a devorarla entera; con tan mala suerte que me tropecé con sus zapatos y caí de boca en su teta izquierda, dejando marcada en su piel toda mi dentadura; hasta el último puto "piño".
¡Ayyy, peque. Ten cuidado!, no seas bruto -gimió dolorida mientras la pobre se miraba los daños causados en su pechito.
-Yo, yo… Perdóname Laura. Yo, yo no quería hacerte daño. Pe, pero he tropezado con tus zapatos y… -dije nervioso y asustado, hasta que mi buena hermana se incorporó y me dio otro largo y húmedo beso que consiguió tranquilizarme al momento, como hacía siempre que me veía así.
-No te preocupes, Dani, que no me voy a romper, cariño -dijo dulcemente viendo mi cara de susto-. Además, a mi me gusta que me hagan daño alguna vez -abrí los ojos como platos ante lo que acababa de decirme. Tomé nota-, pero quiero que ahora vayas despacio. Tu comida te sigue esperando entre mis piernas. No se va a ir a ningún lado… Y es sólo para ti, peque.
Y joder si fui despacio. Después de volver a besar a Laura, deslice mis boca sobre su cuello, dando piquitos en cada centímetro de su piel, hasta llegar a sus pechos, y detenerme un buen rato en ellos, mientras empezaba a escuchar los gemiditos de mi hermana. Los lamí lentamente, no como antes, disfrutando de su dureza y su suavidad. Chupeteé sus pezones, que aún seguían empitonados desde la interrupción del vecino.
Deslicé mi lengua por todo su tonificado abdomen, dejando hilitos de saliva a su paso, mientras veía como su precioso cuerpo empezaba a retorcerse por mi buen hacer. Me detuve en su pubis y miré hacia arriba. Laura se estaba pellizcando los pezones mientras su cabeza reposaba de lado en la almohada, a la vez que se mordía los labios.
Seguí bajando, pero pasé de largo de su sexo, no sin asegurarme de que ella notaba mi aliento en el. Llegue a la parte interna de sus muslos y los besé con suma delicadeza, mientras que abría la boca y mordía lentamente la morena piel de la que eran propietarios. Coloque mis manos sobre ellos, abrí sus piernas más si cabe, y miré hacia lo que había dejado antes atrás.
Ante mí se mostraba el paraíso en el que tuvieron que vivir Adán y Eva. Su precioso coñito me estaba esperando brillante a causa de los primeros líquidos que habían salido de su interior.
-Cómetelo ya, por favor. No aguanto más, peque -dijo con voz lastimera, mientras sus ojos me suplicaban con su mirada que dejase de torturarla.
-Lo que tu ordenes, hermanita -respondí mientras abría sus labios vaginales y veía al completo ese jugoso trozo de carne joven y fresca (muy magra), que me iba a comer de inmediato.
Saqué mi lengua y pegué una lenta pero intensa lamida a toda su vulva, desde el escroto hasta el clítoris, haciendo tensar hasta el último musculo de su hermana. Volví a mirar hacia arriba y vi que su cabeza se había incorporado para ver con sus azules ojos, como me comía tan suculento manjar. Y fue entonces cuando me lancé a devorar su sexo sin miramientos.
Empecé a chupar todo su mojado coño con ansia. Lamía cada pliegue de su ardiente sexo con lujuria, mientras el sabor saladito de sus abundantes flujos vaginales se mezclaban con mi saliva. Chupeteaba y mordía con mis labios su gran clítoris mientras tiraba de él hacia arriba estirándolo todo lo que podía, mientras los gemidos de Laura rebotaban entre las cuatro paredes de esa habitación.
-¡Sigue, peque, sigue. No pares, no pares! -gritaba mientras se llevaba uno de sus pezones a la boca, y repetía con él lo que yo estaba haciendo más abajo con su sexo-Ummm, sigue, por favor… Comételo todo.
Seguí mamando su coño, para después meter un par de dedos dentro de su chorreante vagina, notando su estrechez. Los moví lentamente al principio, haciendo círculos en su interior; notando cada pliegue interno de su caliente humedad. Pero luego empecé a moverlos rápidamente de fuera a dentro. Mi falanges machacaban su chochito sin piedad, como si de un pene se tratase; penetraban son saña su vagina a la vez que mis labios y mi lengua se deshacían succionando su endurecido clítoris, mientras el sonido de los chapoteos que salían de su coño resonaban en lo más profundo de mi cerebro.
-¡Me corro, me corro! -gritaba como una loca, mientras lloraba de placer-. ¡Me corro, joder!, ¡me corro, Dani!, ¡me coorrooo!
Saqué mis dedos dejando tras de sí un arco de viscoso líquido, sujeté sus muslos por detrás, seguí chupando su vagina hasta que Laura no pudo aguantar más y explotó como nunca lo había hecho.
Trague todo lo que de su interior salió. Nunca me había comido un coño, pero sabía que eso no era normal. A sus ricos flujos vaginales, los acompañó en su salida un chorro de orina que mi hermana no pudo contener, por el desahogo que su tremendo orgasmo la había provocado.
Seguí lamiendo todo lo que de allí salió, mientras la sujetaba con fuerza para intentar controlar el movimiento de sus caderas, signo de que su cuerpo pedía un poco de tregua.
Y se la di al fin… No sin antes lamer hasta dejar bien limpio su hinchado coño y sus muslos, que habían terminado encharcados por los incontables líquidos que habían salido de sus entrañas.
Me incorporé y limpié mi boca, para después chupar mis dedos hasta saborear la última gota de placer que Laura me había regalado.
Cuando consiguió dejar de temblar, se levantó y me abrazó con fuerza, mientras notaba como sus lágrimas resbalaban por mi hombro.
-Te quiero, peque, te quiero -sollozaba mientras no paraba de besar mi cuello-. Ha sido el mejor orgasmo de mi vida. Sabía que sólo tú podrías conseguir algo así… Te quiero, Dani -susurró para después empezar a lamerme la cara con desesperación-. Pero todavía me tienes muy cachonda, cabrón -dijo mientras me agarraba el rabo con fuerza. Para después soltarlo y volver a tumbarse en la cama-. Fóllame, joder…
Me sentía pletórico. Era la primera vez que practicaba sexo oral con alguien, y había sido con la chica más espectacular y ardiente que conocía (aunque fuese mi hermana). Y encima había conseguido sacarle un tremendo orgasmo gracias a mis conocimientos adquiridos después de ver horas y horas de porno.
En mis oídos no paraban de sonar tambores africanos. Era el puto Julio Cesar entrando victorioso en Roma mientras las trompetas lo recibían después de machacar a los Galos en batalla. Era el jodido Alberto Contador traspasando el primero la línea de meta en el Angliru… ¡Era el puto amo, joder!.
Ese era el día en el que iba a perder mi virginidad. Y tenía frente a mí a un pedazo de tía buena que sería testigo y causa de tan importante momento en mi vida.
Agarré mi venosa polla, y con la maestría de Rocco Siffredi la acerqué hasta la entrada de la palpitante vagina de Laura, que me miraba expectante y deseosa.
Retire mis manos y las apoyé en el colchón. Dejando la punta de lanza lista para abordar el húmedo coñito de mi hermana.
La tensión era máxima. Mi corazón latía descontrolado. Mi majestuoso pene estaba duro como el "hormigón armado". Tensé mis caderas, y mi hueso pélvico toco a zafarrancho. Introduje mi exultante bálano en la cavidad vaginal de Laura y… ¡Y me corrí como un mirlo!
"¡No me jodas!, ¿Te acabas de correr?, ¿en serio? ¿Cuánto has durado… cinco segundos?, ¿cinco putos segundos, joder? Y eso siendo generosos… Enhorabuena, chaval. Eres el Jefe del Estado Mayor de los eyaculadores precoces; eres el puto Usain Bolt de las corridas"
-Lo, lo siento Laura -sollocé, y me salí de ella (lo poco que entré).
-¡Espera, peque!, ¡espera, por favor!...
Fue lo último que escuché tras atravesar la puerta, y salir llorando de esa habitación.
Continuara…
Gracias por leerme y por los comentarios de los capítulos anteriores. Cuidaos mucho, y un abrazo a todos.