Cuanto más alto es el puesto, más dura es la caída

Don Enrique, uno de los banqueros más importantes del país, se encuentra cansado de poder tener a todas las mujeres que quiere, de follarse a sus secretarias en el despacho. A todas menos a una. En este relato, tratará de follarse a una fría y altiva mujer, ¿lo conseguirá?¿logrará doblegarla?

Cuanto más alto es el puesto, más dura es la caída.

El despacho es amplío, lujoso y bien decorado. Los cristales muestran unas impresionantes vistas de la ciudad, dado que el despacho se encuentra en uno de los pisos más altos de la torre Estrella, la más alta de la ciudad, sede de uno de los bancos más poderosos del país, el Banco Nacional. Pero centrémonos en lo que ocurre ahora mismo en el despacho.

Sentado en una silla amplía y lujosa se encuentra Don Enrique, co-fundador del banco. Jadea debido a la mamada que le está haciendo Ruth, su secretaria. Ruth es una joven de veinti-pocos años, primera de su generación de la universidad y que consiguió un magnífico puesto como secretaria, aún no se cree como ha podido llegar a caer a esos grados de humillación.

La joven se encuentra arrodillada, y por eso no se puede apreciar su altura, cercana al metro ochenta con tacones, su pelo rubio se encuentra recogido en una coleta de la que Don Enrique tira de arriba hacia abajo, mientras sus labios gruesos y carnosos maman una polla de un tamaño normal, tirando a pequeña. Sus ojos se encuentran humedecidos pero no ocultan el odio que profesa hacia ese ser, mientras es forzada a mirar a su jefe mientras le come esa polla, que desprende un olor y sabor a restos de orín y sudor.

-Eso es, zorra. ¡Chupáme bien la polla! - dice Don Enrique, en voz alta, mientras tira cada vez más rápido de la coleta de Ruth, provocando que se vea obligada a tragarse el tronco entero, chocando contra su barriga.

Ruth no contesta a semejante vejación, debido a que no puede limitarse a chupar la polla de su jefe, sometida por el miedo ante el poder de éste lleva meses, como otras compañeras, siendo usada y humillada a su antojo.

-Voy a correrme, puta. ¿Qué tienes que decir? – le preguntó Don Enriquea, entre jadeos, mientras sigue atrayendo a Ruth hacia su polla, como si quisiera que le atravesará la garganta.

Ruth, acostumbrada a estas situaciones desde que entró a trabajar en el despacho, y sin sacarse la polla de su boca, contestó:

-Por favor, quiero tragarme toda su leche. Una puta como yo es lo que necesita-

  • Por favor, amo- dijo Don Enrique dándole un sonoro bofetón a Ruth, que repetía las palabras de mala gana y sin poder sacarse esa asquerosa polla de su boca.

Después de eso, el hombre eyaculó de forma violenta mientras asfixiaba a la joven secretaría, que trataba de tragarse toda la leche que golpeaba contra su garganta, entre toses y jadeos. Acostumbrada a estos menesteres, una vez que hubo tragado todo se dedico a limpiarle la polla a su jefe.

  • Ala, ahora lárgate a trabajar, puta, que me tienes contento- le dijo Don Enrique, una vez que esta le hubo guardado la polla en el pantalón de nuevo.

Cuando escuchó esto, Ruth se levantó y se apresuró a salir del despacho, no sin antes recibir una dolorosa cachetada en las nalgas, acompañada de un comentario vejatorio por parte del banquero. Don Enrique se quedó contemplando, con aire de suficiencia, a través de los cristales del despacho y tapado por una cortina, como la secretaria rubia, se alejaba del despacho bamboleando unas preciosas nalgas que no podían ocultarse por la mini-falda negra que llevaba, y que además eran reafirmadas por unos estilizados y altos tacones negros. La camisa que llevaba Ruth, también dejaba en parte al descubierto, como le gustaba a Don Enrique, unas preciosas y enormes tetas con una forma perfectamente redondeada.

El banquero aprovechó para mirarse al espejo. Bajo, gordo y calvo, rondando los cincuenta años se veía reflejado un hombre vestido con una americana de corte elegante que, pese a su alto coste, daba a entender que por más caro que sea un traje si no se tiene la forma para llevarlo no va a quedar nada bien. Esa sería una fácil y breve descripción de un hombre que se dedicó en cuerpo y alma a un negocio que le había convertido en uno de los hombres más poderosos e influyentes del país. No era listo, ni un semental físico, ni su miembro destacaba demasiado. Y aún así, había conseguido una inmensa fortuna y tenía a todas las zorras y putas que quería para humillarlas a su antojo. A todas menos a una.

Una alarma en el móvil le recordó que debía irse a una reunión con unos clientes que querían realizar una ingente inversión en su banco. El hombre que se había atrevido a faltar al respeto y a despreciar al presidente de su gobierno, que había hundido a todos los enemigos que había tenido, sonrió y salió por la puerta.

  • Mónica, voy a la reunión con los señores de Lloyd- dijo Don Enrique a su otra secretaría mientras salía disparado.

  • Adiós- fue lo único que recibió por respuesta.

Debido a la prisa que llevaba no giró sobre sí mismo y gritó a esa maleducada. Pese a ser uno de los mayores accionistas de la entidad no recordaba porque tenía a esa mujer como secretaria. Mónica, era una mujer madura, que rondaría los 40 años, más baja que Ruth, pero con una forma física envidiable para su edad. Tenía el pelo moreno, ojos pardos y una preciosa boca, con unos labios de un rojo color a fresas y unos dientes blancos. Era la única mujer a la que no se había conseguido tirar y estaba harto de ella y sus frías contestaciones y nada de respeto a su persona.

  • Eso se va a acabar. Me voy a tirar a esa puta- dijo para sí mismo, mientras entraba en la limusina que le esperaba a las afueras del restaurante.

  • ¿Cómo dice el señor?- preguntó el chófer

  • Nada, nada. Al restaurante-

Al día siguiente, Don Enrique llegó antes que nadie a la oficina, dispuesto a llevar a cabo su plan, que no era otro que follarse a Mónica por las buenas o las malas. Le daba igual como someter a las mujeres, a veces las amenazaba con despedirlas, otras veces se aprovechaba de sus necesidades económicas, e incluso en ocasiones las forzaba brutalmente. Estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería, desde que empezó a trabajar a los dieciocho años. Trabajó a destajo desde primera hora de la mañana, para poder acabar todos sus asuntos antes de que la jornada concluyera. Una vez que hubo hecho todo, siendo ya las primeras horas de la tarde, llamó a Mónica por el teléfono.

-Mónica, diles a todos que se vayan yendo ya a sus casas, pero tú quédate, que quiero hablar contigo de una cosa- le dijo por teléfono, relamiéndose, mientras pensaba como iba a poner a esa guarra a cuatro patas y follarla hasta que gritará como la zorra que era.

  • Entendido- contestó, Mónica, mientras su mirada reflejaba una breve inquietud. Todos, y en especial todas, en la oficina sabían las formas de su jefe. Pero nadie tenía el valor para denunciarle.

Don Enrique se quedó observando desde su despacho cómo iban marchándose los trabajadores, encantados de tener unas horas libres más, mientras se tocaba la polla que se iba poniendo dura mientras imaginaba la follada que iba a pegar a Mónica.

  • Parece que ahora el cabrón quiere zumbarse a Mónica, que es la única que se queda en la ofi- escuchó que decía uno de sus trabajadores a un compañero mientras se marchaban hablando entre risas-.

  • Creí que le iban más las jovencitas, pero vete a saber- contestó el otro.

Don Enrique apuntó el nombre de los dos trabajadores, con gesto enfadado, dispuesto a despedirlos al día siguiente. Pero ahora tenía en cosas más importantes que centrarse.

-¿Qué desea?- escuchó tras de sí y se giró para ver a Mónica, que había entrado sin llamar a la puerta. Vestía de forma elegante, como siempre, con una falda más corta que de costumbre, que dejaba ver unas piernas cuidadas y estéticas, cubiertas por unas medias negras que las hacían aún más apetecibles. El top, negro como la falda, dejaba ver un cuerpo delgado pero muy cuidado, unos hombros blancos y suaves y un escote bastante generoso y sugerente. Pese a sus cerca de cuarenta años estaba buenísima la perra. Emanaba feminidad por cada uno de los poros de su piel. Se veía imponente y sumamente atractiva en la mente de Enrique en ese momento.

  • Te deseo a ti - fue la contestación que le salió de la boca, totalmente desatado, mientras se sacaba la polla a través del pantalón- te voy a dar lo que llevas pidiendo a gritos desde que entraste aquí.

-¿Pero que haces pedazo de cerdo?- Gritó Mónica de tal forma que Don Enrique retrocedió- ¿te crees que soy una de las secretarias jóvenes a las que tratas como te da la gana? He pasado por alto muchas cosas de las que he escuchado en esta oficina, pero ni te pienses que te voy a permitir que ni me toques.

  • ¿Y si no qué?- sonrió Don Enrique, mientras avanzaba hacia ella y se sacaba su polla, morcillona ya del pantalón, sabiendo que Mónica se asustaría y no tendría el valor para denunciarle a él, una de las personas más influyentes del país.

-Hijo de puta, voy a llamar a mi hermano que escribe en el ‘’Informal’’ y que publiqué de una vez todo lo que te dedicas a hacer aquí, seguro que alguna chica de las que has violado, se atreve a denunciarte y te hunde la vida-

Una sombra de duda recorrió de forma breve la faz de Don Enrique. El ‘’Informal’’ era un periódico progresista que acostumbraba a hablar mal de los bancos, en especial del suyo. Más que hablar mal, decían la verdad ya que aún no habían conseguido sobornar a ninguno de los redactores de aquel periódico, cosa que no pasaba con los demás de tirada nacional.

Aún así el no se iba a dar por vencido, retroceder no era una opción y necesitaba poseer a Mónica, que cada vez le ponía más la idea de que ella pensase que tenía el control, aunque fuera por un momento. Así sería más duro para ella cuando se encontrase a cuatro patas gimiendo mientras

le clavaba la polla. O eso pensaba…

  • Llama a quien quiera, ya le compraremos o amenazaremos- dijo mientras se abalanzaba hacia su secretaria.

En ese momento Mónica, que había sacado el móvil sin que se diera cuenta el banquero, le grabó corriendo hacia ella con la polla fuera del pantalón y cuando se le echó encima, se apartó de forma ágil. No tan ágil fue Don Enrique que tras el esquive de su secretaria se enredó con la alfombra y se dio de bruces contra el suelo, mientras escuchaba las risas de Mónica, que dejaba de grabar y se dirigía el móvil a la oreja.

  • Ahora, déjame llamar a mi hermano, a ver si le compras- dijo Mónica de forma fría, mientras miraba de forma altiva a su jefe, destilando odio por todos sus poros, que aún yacía en el suelo y trataba de levantarse-.

Don Enrique, rojo de ira y vergüenza, pero sabiendo que la situación se le iba de las manos y que debía ganar tiempo, para someterla a su antojo, y sin comprender que empezaba a estar perdido dijo una palabra que rara vez pronunciaba.

-No… Por favor… Espera. No llames- dijo mientras sentía asco de lo débil y temblorosa que sonaba su voz, al tiempo que trataba de guardarse su miembro que se había desinflado a raíz de los acontecimientos.

Una sonrisa cruzó los labios de Mónica, sabiéndose ya ganadora, pero ese hombre no sabía aún lo que le venía encima.

  • Ahhh, ¿ahora el cretino me pide por favor que no llame?- preguntó con sorna Mónica, mientras jugueteaba con el móvil- no te guardes tu ridícula polla, inútil. Me habían dicho que era pequeña, pero no me imaginaba que tanto. Suplica tu perdón desde el suelo, vamos.

La situación pudo con los nervios de Don Enrique, acostumbrado a tener siempre el poder no sabía cómo reaccionar. Asustado por un lado, pero por otro lado la figura de Mónica, mirándole desde arriba en posición dominante, le parecía sumamente excitante. Se quedo embobado mirando con temor a Mónica, mientras su mirada se dirigía a sus interminables piernas, enfundadas en unas preciosas medias de color negro, que acababan en unos pies, aparentemente bien cuidados que reposaban sobre unos elegantes tacones.

  • ¿A qué esperas?

  • Por favor, Mónica…- empezó diciendo Don Enrique

  • A mi no me tutees, imbécil- se cachondeó Mónica- ¿No es esto lo que haces a las chicas? Obligarles a que te llamen como su señor, pues ya sabes…

  • Por favor, Señora -gimoteó Don Enrique- No volveré a comportarme de esa manera, respetaré a todas las trabajadoras de esta empresa e incluso le pagaré lo que me pida, pero por favor olvidemos este asunto y borremos el vídeo. La falta de sueño y…

  • Guárdate tus patéticas excusas- dijo Mónica, que nunca hubiera esperado que someter y asustar a su jefe iba a ser tan sencillo- pero esto parece que puede ser divertido. Arrástrate a mis pies y límpiame las suelas de los zapatos, perro.

Un escalofrío recorrió la espalda de Don Enrique al escuchar cómo era tratado, pero debía conseguir que borrase el vídeo y ya se encargaría de putearla luego. Eso pensaba Don Enrique, mientras se arrastraba de forma inútil hacia Mónica, con la polla aún por fuera del pantalón.

  • Con la lengua- puntualizó Mónica, mientras Don Enrique, obediente, levantaba uno de sus pies- con más cuidado.

El hombre se puso a recorrer con la lengua la superficie de las suelas, sujetaba con cuidado el bello pie de su secretaria, mientras pasaba su lengua de abajo a arriba, de arriba abajo, por toda la suela, llevándose la suciedad con la lengua. Mónica, mientras, le iba humillando, diciéndole cosas como ‘’así me gusta, perrito’’, ‘’no me babees los zapatos, cerdo’’, y cosas similares, mientras se reía, disfrutando de la situación. Don Enrique, cada vez más humillado, callaba enrojecido sin poder explicarse porque su polla se estaba empinando de tal forma. ¡Ni cuando iba colocado se excitaba tanto!

  • Ahora el otro zapato, guarro- dijo Mónica con una sonrisa triunfal- y cada vez que te de una orden, me contestarás con un sí, ama, ¿entendido?

  • Sí, ama- de nuevo otra punzada de excitación recorrió todo su cuerpo

-Y, por cierto, los cerdos no llevan ropa. Así que desnúdate para mí, cerdito.

  • Sí, ama- contestó de nuevo Don Enrique.

La carcajada de Mónica se escuchó por toda la oficina al contemplar a su todopoderoso jefe, desnudo ante ella, totalmente erecto.

  • Gordo y peludo, como un cerdito con la picha pequeña. Encima eres un pervertido. ¿Te gusta lamerme la suciedad de los zapatos?- todo esto lo decía sin poder dejar de reír- pues quítame los zapatos y las medias y disfruta.

Don Enrique se limito a obedecer, quitándole primero un zapato y después el otro, tuvo problemas para desengancharlos, lo que provocó que se llevará una patada de regalo y un ‘’ten más cuidado, escoria’’ por parte de su antigua secretaria, reconvertida en su  Ama Mónica. El hombre, pese a creerse siempre un  macho entre los machos y un hombre de los de toda la vida, no pudo evitar admirar las piernas de la mujer que le tenía sometido, mientras le quitaba las medias con delicadeza. Un olor le golpeó la nariz al acercarse los pies a la boca, era un olor a sudor, de estar encerrados durante todo el día. Sin embargo no olían nada mal, era un olor a mujer, fuerte pero delicado a la vez. Don Enrique no era capaz de explicarlo pero le volvió loco ese aroma y sin poderse contener aspiró de esos bellos pies, mientras se lanzaba hacia esos divinos pies, con el control totalmente perdido.

  • ¿Te gusta el olor de mis pies, basura?- preguntó Mónica, mientras sacaba su móvil y apartaba al hombre pegándole una patada en la cara- ¿Te gustan como saben? Si quieres seguir lamiéndolos, suplícamelo. Mirando a la cámara y diciendo quien eres-

  • ¿Quién eres y que haces aquí?-preguntó Mónica, sin darle tiempo a pensar, mientras le apuntaba con el móvil.

La mente de Don Enrique trabajó a más velocidad que nunca. Esta situación se había ido demasiado lejos. Debía lanzarse sobre ella y darle de golpes hasta que pudiera quitarle el móvil. El era un hombre y era más fuerte, además era asquerosamente rico y podría pedirle a alguien que se hiciera cargo de la situación, que la hiciera desaparecer o lo que fuera. Sin embargo sus pensamientos estaban totalmente locos ante la mujer que tenía delante, poderosa y altiva y el olor de sus pies no salía de la cabeza. Era cierto, tenía otra opción. Sin duda mucho más peligrosa que la del asesinato, pero su polla ganó la discusión a la cabeza y decidió hablar por él:

  • Soy Don Enrique Ortuñez, Miembro del Consejo del Banco Nacional y Vicepresidente del mismo- su voz temblaba, mezcla del miedo por la locura que estaba cometiendo y mezcla de la excitación que le embargaba. Esto provocó que empezara  a hablar sin pensar ya lo que decía- Me he comportado como un cretino durante años con mis empleadas, hasta que mi Ama Mónica ha decidido darme una lección. Y aquí estoy, suplicando para que me deje lamerle los pies y cubrírselos a besos y me deje en el lugar que merezco.

  • ¿Tu Ama Mónica?- Se cachondeó- me gusta como suena. Adelante, lámeme los pies, ponte las botas. Y dime, ¿cuál es ese lugar del que hablas?

  • A sus pies, Ama Mónica- contestó un hombre, que ya nada parecía al arrogante banquero del día anterior, dedicado a lamer unas bellas plantas, pasando su lengua por sus arcos, deleitándose en mordisquear sus talones o cubrir a besos cada uno de los dedos de sus pies, mientras Mónica aprovechaba para metérselos hasta la garganta, gritándole ‘’chúpalos como si fueran una polla, como le haces a las chicas’’, provocando arcadas en el hombre que cada vez era más devoto de esos pies.

  • Has hablado antes de darte una lección y eso haré- dijo una Mónica firme y dominante, cogió el móvil, repleto de nuevas grabaciones donde humillaba al banquero y escribió ‘’ven ya’’ a un contacto en el Whatssap. Tras esto, se agachó para coger el cinturón de Don Enrique, que yacía en el suelo junto a su ropa y lo enrolló como si de un látigo se tratase.

-¿Con cuantas pobres chicas te has acostado desde que llegaste aquí, cerdo?- dijo Mónica mientras le escupía en la cara, con total desprecio.

  • No lo sé, Ama, han sido muchos años…-

  • ¡Un número, bastardo!- le gritó Mónica arreando un bofetón con todas sus fuerzas a Enrique, que fue a parar contra el suelo- Y ponte a cuatro patas, dándome la espalda.

  • Unas cincuenta, Ama Mónica- gimió un desesperado hombrecillo, que era en lo que se estaba convirtiendo.

  • Pues los contarás en voz alta, puta- dijo Mónica, mientras descargaba un cintazo sobre la espalda de su desdichado esclavo.

‘’Plas’’ sonó, fuerte y seco, acompañado de un trémulo ‘’uno’’ por parte del banquero. Así, uno tras otro, fueron cayendo los golpes sobre la espalda del esclavo, luego sobre su culo, mientras su cuerpo iba enrojeciendo, golpe tras golpe, y las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos, tras el número veinte…

-No me puedo creer que humillar a una zorra sea tan divertido-dijo una exultante Mónica, una vez que había terminado- y lo peor es que sigues excitado. Aunque ya no eres el único… Te voy a ordenar algo más divertido. Un premio que no te mereces, te voy a dejar que saborees él precioso tesoro de tu dueña. Túmbate mirando al techo.

Dicho esto, Mónica se bajo la falda, dejando a relucir un tanga de color negro que se quitó rápidamente, recogiéndolo con un pie y dejándolo con cuidado en el escritorio de Enrique. Tras esto, se sentó sin ningún miramiento sobre la cara de Enrique, que de repente vio como esa Diosa colocaba su encharcado coño a la altura de su nariz. Un olor a hembra, a sexo, fuerte inundo su nariz, llegando hasta sus pulmones y amenazando con partir su polla de lo excitado que estaba. Sin darle tiempo a reaccionar, Mónica comenzó a cabalgar sobre su cara, violando a su nariz, mientras le tiraba del pelo. Se colocó mejor, poniendo sus labios, totalmente hinchados y mojados, en la boca de Enrique le ordenó:

  • Saca la lengua y haz que me corra, zorra- a la vez que le pateaba la mano que se había dirigido a su miembro erecto- te tocarás si a mí me apetece y cuando a mí me apetezca. Y, ahora, chupa.

Pronto Mónica empezó a gemir, aumentando, más aún, la excitación de un Enrique que era aplastado salvajemente por aquel bello coño, a la vez que era empapado por los flujos que ella soltaba. A ella no le importaba si hacía daño o si su perro, porque en eso se había convertido el hombre, podía o no respirar.

Ella solo quería placer. Siempre había estado acostumbrada a mandar y a dominar hombres. Recordaba como a los diecisiete años convirtió en esclavo a su primer novio, que le sacaba cuatro años a ella. Y, además, nunca había soportado a ese cerdo, pero era demasiado importante como para que ella fuera a por él. Sin embargo, si hubiera sabido que sería tan fácil, le habría esclavizado mucho antes. Un cerdo millonario obedeciendo a una es algo que no se puede conseguir todos los días, pensaba mientras cabalgaba sobre un enrojecido rostro. De vez en cuando le dejaba respirar un poco y le escupía sobre la cara, hasta volver a tapársela con su coño, mientras le gritaba que ‘’lamiera como el perro que era’’, tirando de arriba debajo de su cabeza, pasándola de su rosado monte de Venus a su culo, mientras Enrique lamía con devoción. Así, hasta que estalló en varios orgasmos seguidos, sobre la cara del hombre.

En ese momento la puerta se abrió mientras un sofocado Enrique, que tragaba jugos como podía, escuchó un ruido de tacones entrar y pudo escuchar una risa que le sonaba mucho y le erizo todos sus pelos de su maltratado cuerpo.

  • Tía, que fuerte- dijo Ruth, entrando en el despacho, vistiendo tan despampanante como el día anterior- has enterrado a este gilipollas bajo tu culo. Y el subnormal está totalmente excitado. No me lo podía creer cuando me mandaste los vídeos.

Mónica se levantó para saludar a Ruth dejando a Enrique recuperando el aire a bocanadas, provocando la risa de ambas mujeres.

  • Saluda a Ruth como es debido, gusano y a cuatro patas- le imploró Mónica a Enrique, que movido como un resorte se arrastró hasta los pies de Ruth para comenzar a besar sus tacones rojos de aguja, mientras Mónica se reía.

  • Soñaba con tenerte así, hijo de puta- comentó Ruth con una voz tan cargada de odio que provocó temblores en Enrique- ahora ponte de rodillas y mírame a la cara-

Tras obedecer la orden Enrique solo pudo ver como una mano de la bella rubia iba disparada hacia su cara, un ardor le recorrió la mejilla. Una y otra, se sucedían las tortas, mientras las mejillas del banquero se iban hinchando y enrojeciendo. Enrique, totalmente humillado de nuevo, y sufriendo un inmenso dolor no pudo evitarlo y comenzó a sollozar y a pedirle que parase por favor, suplicando su perdón.

  • ¿Qué pare, hijo de puta?- gritaba Ruth aumentando la fuerza de sus golpes- ¿Acaso me dejabas parar cuando me hacías chupártela bajo la mesa, amenazándome con despedirme si no lo hacía?

  • Déjalo ya, Ruth- le calmó Mónica posando su mano en uno de los hombros de la joven- nos vamos  a vengar más que bien de este cabrón. No te preocupes. Le vamos a sacar todo lo que queramos.

  • Y lo peor es que aún sigue empalmado el cerdo-dijo Ruth mirándole con un desprecio que no había sentido nunca por nadie, aunque el hecho de tener a uno de los hombres más ricos del poder llorando a sus pies le divertía, y también empezaba a notar un picor, provocado por la excitación, en su zona más intima.

-¿Quieres tocarte perrito?- pregunto Mónica con malicia, sabiendo de sobra la respuesta.

  • Si, por favor Amas, os lo ruego. Haré lo que queráis pero dejadme masturbarme- suplicó al borde de las lágrimas un tembloroso Enrique, al que la polla le presionaba, totalmente dura y a punto de estallar. Jamás en su vida se había sentido tan excitado como ahora, siendo humillado por dos diosas semejantes.

  • Nosotros dejamos al perro que se corra y el nos sube el salario en unos miles de euros, ¿te parece, Ruth?- preguntó Mónica guiñándole el ojo a su compañera, mientras esta asentía.

  • Pero antes túmbate, cerdo- ordenó Ruth, tomando las riendas- ¿No te gustaba que te chupase la polla? Pues ahora me vas a chupar tú a mí el culo, baboso.

Una vez que Enrique se hubo tumbado, Ruth se desnudó completamente, dejando al aire su escultural cuerpo, machacado por horas de gimnasio, y unas tetas de un tamaño considerable y totalmente redondas, como las de las revistas, ante los ojos de Enrique. Se dirigió sabiéndose totalmente deseada hacia él y se sentó a horcajadas sobre su abierta boca, ordenándole que empezara a lamerle el ano.

  • ¿Te gusta como huele mi culo, perrito?- decía Ruth aumentando la humillación- pues chupa culo, perrito.

Enrique, totalmente vencido y derrotado, disfrutaba lamiendo y oliendo como un poseso aquel divino y redondo culo que le aplastaba la cara, dejándole con dificultades para respirar. En ese momento notó como uno de los pies de Mónica se posaba sobre su miembro, pisándose sobre la barriga y empezaba a moverlo de arriba abajo. Las burlas de ambas mujeres ante su excitación por esa situación, comentando lo pervertido que era, solo conseguían aumentarla.

  • No te muevas, puto cerdo. Y sigue moviendo tu lengua en el culo de Ruth. ¿Te gusta esto, escoria?- dijo Mónica mientras seguía masajeándole la polla, atenta para evitar que su perro se corriese aún.

Ruth gemía, empezando a excitarse mientras pasaba de alternar su culo y coño sobre la cara del asfixiado Enrique. En su excitación y por el rencor que guardaba hacia él, comenzó  a pegarle puñetazos en el estómago, mientras se corría en la boca de Enrique, obligándole a tragarse todo.

  • ¿Quieres correrte ya, perrito?- preguntó Mónica sonriendo a Ruth, mientras la ayudaba a incorporarse- antes quiero darte un último regalito. Viendo lo sudado y asqueroso que estas creo que vendrá bien que bebas un poquito. No desperdicies ni una gota.

Mónica situó sus piernas sobre la cabeza de Enrique, mostrándole el precioso coño que había lamido anteriormente y dejo caer su dorado líquido. La tibia y salada orina le empezó a golpear la cara, mientras Mónica le dirigía su potente chorro. A la vez notó como otro chorro caía por su polla. ¡Ruth también le estaba meando!

Los gritos y las burlas eran demasiado para un adolorido Enrique. Habían hecho con el todo lo que habían querido, le habían grabado, se habían reído de él y, por último, le estaban meando ambas mientras comentaban como el todopoderoso jefe gozaba como un cerdo entre sus meados, disfrutando como jamás lo había hecho. Y sin tocarse si quiera, Enrique se corrió a borbotones entre gritos y jadeos mientras las últimas gotas de orina le caían por el cuerpo.

  • Hemos marcado bien nuestro territorio, ¿eh?- dijo Mónica entre risas- y el cerdo se ha corrido.

Mientras decía esto, Mónica untó sus pies por el esperma derramado en la barriga de su nuevo esclavo y lo dirigió hacia su boca.

  • Ya que te gusta que las chicas se traguen tu mierda de leche, pruébala a ver si te gusta, asqueroso- dijo mientras dirigía su pie a la boca de Enrique.

Enrique empezó a lamer aquella sustancia blanca y pringosa de los pies de Mónica, pese a todo no pudo reprimir las arcadas y caras de asco, lo que provocó una carcajada en Ruth que se apresuró a restregar sus pies, también por la barriga del hombre, manchándolos de su esperma y llevándoselos a la boca de un Enrique totalmente destrozado, moral y físicamente.

  • Ahora que te has corrido no esta tan rico, ¿eh, cerdo?- dijo la rubia- pues acostúmbrate, porque esta va a ser tu nueva vida.

Una vez que les hubo limpiado bien los pies, ambas se volvieron a vestir, mientras ordenaban a Enrique que esperase de rodillas.

  • Mañana por la mañana nos llamaras pronto a tu despacho para hacernos firmar nuestro nuevo contrato. Más te vale que la oferta económica sea buena, porque sino varios vídeos donde se ven al vicepresidente del Banco siendo humillado y meado serán publicados en todos los medios del país, ¿me he explicado bien, perro?- dijo una Mónica exultante

  • Perfectamente, mi Ama- dijo Enrique de mala gana, al haberse ido la excitación podía pensar con mucha mejor claridad. Y no le hacía ni puñetera gracia la situación el que se encontraba envuelto.

-Pues despídete de nosotras como te corresponde, gusano-

Enrique se dirigió a gatas con resignación hacia sus dos dueñas y les beso los pies a cada una. Pero algo se volvió a desatar en el, provocando que se dirigiera a lamer aquellos preciosos pies. Ante esta situación, Mónica le respondió con varios punterazos en la los brazos, hasta que cayó al suelo.

  • Mañana nos vemos, perrito- dijeron ambas entre risas, al salir por la puerta dejando a Enrique totalmente desolado en el suelo de su despacho.

Al rato de irse las mujeres, Enrique se levantó con pereza del suelo. Se quedó en mitad del despacho, desnudo aún, analizando la situación y pegó un fuerte rugido de rabia e impotencia, cayendo de rodillas sobre la alfombra. Una alfombra sobre la que aún quedaban restos de la lluvia dorada que sus dos amas le habían brindado y el olor llegó hasta su nariz. Pese a haber sido humillado y ridiculizado, pese a saber que su vida iba a pegar un cambio drástico si no hacía nada, la polla de Enrique se volvió a levantar, desafiante. Y pese a todo, Enrique no lo pudo evitar y se masturbó, arrodillado en mitad de su despacho, recreando la situación que acababa de vivir. Hasta que se corrió de manera abundante sobre una alfombra que pensaba tirar en unos minutos y se dejo caer de espaldas entre resoplidos.

Continuará….

Muchas gracias por haber leído mi primer relato. Me gustaría que criticarais y opinaseis que os ha parecido este relato y si queréis saber más sobre la vida que le espera al poderoso Don Enrique. También os dejó mi email, por si queréis hacerme alguna sugerencia para escribir nuevos relatos J

Email: esclavitud-errante@hotmail.com