¡Cuánto ha costado...!
Primera experiencia al otro lado del placer, explorando el mundo oscuro.
Cuánto ha costado, después de aquellos primeros encuentros en que nos tanteábamos como dos boxeadores aspirantes a un título imaginario, en los que poco faltó, si no hubiera sido por las circunstancias, para que ambos colmáramos nuestros anhelos. Por fin parece que nuestra suerte cambia, y podremos realizar nuestras mutuas fantasías.
Te espero en el lugar indicado y como siempre, me parece que los rubís del reloj se han deshecho y en lugar de mantener los ejes en su sitio, se han transformado en polvo abrasivo para impedir el avance de las agujas que parecen tener arena en sus soportes.
Y sin embargo, como siempre, eres extremadamente puntual y tus chispeantes ojos se acercan sonriendo como en las otras ocasiones. Nos saludamos, afable, amistosamente, tomamos algo, charlamos de forma intrascendente, nos reímos con cualquier tontería, y al poco nos quedamos momentáneamente serios mirándonos a los ojos: "¿Entonces?" apenas susurro. "Sí" me contestas más con la mirada que con la voz. "¿Estás segura?". "Claro". "Pues vamos".
Sin más dilación salimos de allí, paramos un taxi, doy la dirección y allá nos dirigimos en silencio. Sólo nos miramos de tanto en tanto. No se si nuestras miradas expresan más ilusión que deseo, más incertidumbre que ansia, más temor que ilusión, o es justamente al revés.
El taxi se detiene y nos dirigimos hacia la puerta. Apenas hemos cruzado una o dos palabras convencionales en el camino. Llamo al portón, con un llamador antiguo que le da más ambiente al lugar, y una conocida y amigable sonrisa nos franquea la entrada. Te presento, cordialidad, bienvenida amistosa. Nos sentamos a una mesa y pedimos unas copas, aunque es evidente que no hemos ido allí a tomar unas copas precisamente. Aun así, con los nervios a flor de piel no se me ocurre otra forma de romper el hielo que invitarte a bailar en la pista oscura.
Estamos solos, hemos hecho bien en ir tan temprano, quizá la presencia de otra gente nos perturbaría demasiado. La música es suave y bailamos como dos novios de los de antes. Acerco mis labios a los tuyos y te doy un prolongado y cálido beso. Todo el ambiente es suave, romántico. Nos vamos estrechando, adhiriendo cada vez más, y en éstas, en un transporte, mi mano derecha se eleva, y cae a plomo sobre tus nalgas produciendo un sonoro azote, tras el cual permanece allí aferrada como una garra.
Te separas sorprendida, pero la expresión y humedad de tus ojos y tus labios me indican que también halagada. Te tomo de la mano y emprendemos el camino, casi una carrera escaleras arriba, no sin antes avisar de nuestras intenciones, lo que nos vale una franca sonrisa y una irónica mirada por respuesta.
Llegamos a nuestro destino,. febrilmente nos despojamos de las ropas sin dejar de besarnos vehemente, salvajemente. Recuerdo tu listado de preferencias, de oscuros deseos ocultos al mundo y comienzo a susurrarte auténticas aberraciones que jamás se me hubiera ocurrido decir a nadie, y menos a una criatura tan adorable como tú. Apenas has terminado de desnudarte, y te empujo, te arrastro tomándote del pelo, te derribo sobre el suelo, afortunadamente recubierto de una suave moqueta. Allí estás inerme, desnuda, indefensa, temblorosa, casi gimoteante.
Reprimo mis deseos de abrazarte, de acariciarte, de besarte, de consolarte. Se que eso no es lo que esperas de mí, no todavía por lo menos y por ello sigo espetándote todo tipo de ordinarieces, a cual más insultante, más humillante.
Juego realmente sucio al emplear palabras hirientes, que en otras circunstancias afectarían a tu dignidad, y que a nadie le permitiría usar en otro contexto. Pero, a pesar de tu aceptación, hay un momento en que pareces derrumbarte por mi sucia y venenosa palabrería. Entonces mi voz se eleva, llena de enojo y te anuncio que por tu escasa fortaleza me dispongo a castigarte físicamente. No está muy claro si la humedad de tus ojos es de simples lágrimas, o simplemente el reflejo de la que ya empieza a invadir otra parte de tu anatomía, pero en todo caso, de forma deliberada, aunque contenidamente, brutal, te levanto tirándote del pelo y te sitúo, de espaldas a mi contra la llamada cruz de san Andrés. Tomo tus muñecas y tus tobillos, forzando tu aparente resistencia y los ato a los cuatro brazos de la cruz. Ahí estás tú, vibrante equis de carne temblorosa, en la que no se sabe si manda más el miedo o la ansiedad, o las dos cosas y quien sabe cuántas sensaciones más.
Te debates y gimoteas, y eso me saca de quicio, por lo que opto por taparte los ojos con una venda y colocarte una mordaza. Mientas lo hago no desperdicio la ocasión dejar caer mis manos, como piedras desplomadas sobre tus apetitosos glúteos, produciendo un encantador sonido de palmada y un bonito enrojecimiento de tus nalgas. Soplo un poco sobre ellos y te advierto que, o dejas de lloriquear o tendrás motivos sobrados para hacerlo, al tiempo que soplo ligeramente sobre las marcas que mis profanadoras manos han dejado en tus protuberancias, refrescándolas y dejándolas listas para la continuación.
Te susurro que vas a aprender a dominarte, mientras te acaricio los costados suavemente, e introduzco un muslo entre tus piernas, comprobando el calor que te abrasa allí abajo, como un volcán de lava ardiente y húmeda. Mis manos exploran todo tu torso, y se detienen en tus pechos, oprimiéndolos y apretando tus pezones,.Nuevos gemidos, no se sabe bien si de dolor o de placer, acompañan mis exploraciones. Me separo un poco. La forzosa ceguera a que te hallas sometida excita tus sentidos, y tratas de adivinar mis movimientos por el oído, por el olfato, hasta por el tacto del aire que te rodea.
Recibes el primer golpe sorprendida. El adminículo llamado gato ha caído por sorpresa. Lo manejo con inexperiencia, pero al mismo tiempo con firmeza y control. Voy trazando suaves surcos en toda la extensión de tu dorso. Se desvanecerán pronto, no he golpeado con fiereza, pero ahora forman una hermosa urdimbre, como una estameña sobre tu piel desnuda, enrojecida y brillante por el sudor. Estás cansada, pero aún queda un último esfuerzo, que te exijo con dulzura, al tiempo que de nuevo soplo, beso y lamo suavemente los trazos e decoran tu exquisita espalda para aliviarte de su escozor.
Siempre ciega y muda, te libero de tus ataduras y te tiendo sobre un banco forrado de cuero sintético, un auténtico potro de tortura, que sin embargo, sólo hace las veces de un lecho. Sollozas quedamente mientras mis dedos y mis labios recorren con dulzura el rastro de mi brutalidad anterior. Cuando al fin te apaciguas, boca abajo, para que el aire fresco siga aliviándote, de pronto recibes un fogonazo, una chispa de calor, y de color entre tus omóplatos. Una gota de cera que cae desde lo alto, lo justo para no causar lesión, pero también para que no te libres de la dolorosa sorpresa de su fulgor.
Murmuras algo, te libero de la mordaza y te escucho musitar "quiero verlo". Admirado de tu valor, te quito también la venda y te ayudo a voltearte, mientras te beso en los párpados y suavemente en los labios. Blandiendo la vela me dirijo hacia tí que fijas los ojos en su esplendor. Cae la gota sobre tu pecho. Te estremeces pero aguantas. Una, otra, otra más. Has aguantado. Tiemblas dolorida pero orgullosa. Vuelvo a admirarte, te incorporo suavemente de las axilas para que tu espalda no sufra más y te beso la cara, la boca, el torso, quitando las gotas secas de cera, recorro tus pechos, tu vientre. Agotada te dejas hacer, te dejas llevar por la sinfonía de los sentidos, exacerbados por la incertidumbre y el dolor, que ahora reaccionan de forma inusitada a los estímulos placenteros. Sobreponiéndote te levantas, caes al suelo, te arrodillas, me miras a los ojos y me dices "a tu merced mi Amo", mientras engulles golosa mi miembro que ya se ha disparado enhiesto, lo besas, lo succionas, lo devoras.. Te agarro del pelo, suave pero firmemente, te separo, tus ojos refulgen como gemas engastadas. De esta manera te llevo medio arrastrándote hacia uno de los grandes lechos, te tiendo sobre él, y autoritariamente te ordeno: "No hagas nada, y espérame". Sin palabras, afirmas, y comienzo a recorrerte entera con mi lengua, mientras esperas en forzada pasividad. Visito los dedos de tus pies, tus piernas, tus caderas, tus costados, las manos, los dedos, los brazos, el cuello, las orejas, los pechos, los pezones. De tanto en tanto siento cómo aprietas los puños y los labios en tus sobrehumanos esfuerzos por contenerte. Me esperas como te he dicho, forzando tu naturaleza, violentando tus deseos.
Mi boca sigue sus exploraciones y llegan hasta ese inagotable manantial de placer que tienes allí abajo. Allí lo recorro, lo beso, lo acaricio, lo muerdo con cuidado. Los espasmos de tus piernas me dan a entender que no podrás aguantar ya mucho más y decido poner fin a tu tortura.
Te separo las piernas y te penetro bruscamente, pero estás tan mojada que entro suave, dulcemente hasta lo más recóndito de tu ser. Me muevo, te susurro "haz lo que quieras" y me respondes de igual manera. Nos besamos, nos abrazamos, nos agitamos, y llega un momento en que no podemos más y estallamos al unísono en una explosión de vida que trasciende lo terrenal.
Quedamos exhaustos y abrazados. "Mi Amo" musitas inaudiblemente. Te sello los labios con un beso y pregunto a mi vez. "¿De verdad, quién posee a quién?".