Cuando ya no te esperaba 8

Entonces de pronto se incorporó y me llevó la cabeza hasta su vergajo. - ¡He dicho que tragues! Me metió la polla en la boca a la fuerza y me empujó la cabeza contra su miembro, con todas sus fuerzas. Aquello me puso a mil. - ¡Traga, traga, traga! Hice lo que me pedía, repletos mis morros de carne

Cuando ya no te esperaba, VIII Conforme tragaba polla se me fue pasando el cabreo. En realidad, era un alivio. Sergio era un degenerado, quizá un adicto, pero no era culpa mía. Yo no le había descubierto un nuevo mundo de placeres prohibidos seduciéndolo, ya lo había descubierto él solito hacía muchos años. En cuanto a las mentiras, Sergio tenía parte de razón. Yo también era una persona distinta según con quién me encontrara. Para Sergio era el amigo gay y sempiterno enamorado. Para Marcos, el amante esposo. Y para Marta, el mejor amigo. Aquel que, pasara lo que pasara, jamás cometería la locura de acostarse con su marido (que era algo que estaba haciendo en aquel preciso instante, otra vez). Yo no era mejor que Sergio. Así que no valía la pena martirizarse, pero sí que valía la pena mamarle el rabo. Además, por algún extraño motivo, saber que Sergio no era el angelito que pensaba que era, me ponía caliente. - Luís, créeme. Tienes la mejor boca que he probado. Haces unas mamadas cojonudas –mientras decía esto se empujaba con las dos manos los huevos hacia atrás, para ganar unos centímetros más de polla y que me atragantara a placer. Y lo hice. No me atraganté, pero si que le hice sitio a su carne y me empalé de polla, aguantando la respiración, disfrutando de volver a tener su impresionante falo atiborrándome la boca. Noté como le iba creciendo más y más. Le excitaba verme en modo tragón. Me entregué a la empresa de sentir aquel miembro caliente que empujaba hacia dentro y no pensar en nada más. Me encantaba cuando sus huevos me golpeaban en la barbilla. Eso significaba que yo era una perfecta máquina de tragar, dado el tamaño descomunal que adquiría cuando se excitaba de verdad. Y conmigo se excitaba de verdad (o al menos eso me gustaba pensar). Tenía que verme a mi mismo de un modo especial para que me siguiera gustando Sergio después de lo que me había hecho. Y necesitaba que me siguiera gustando, porque lo amaba. - Vamos a la cama –dijo de repente, sacándome la tranca de la boquita. Intenté agarrarlo para que no me privara de su escoplo ni un segundo. Se rió y me obligó a ponerme de pie. - Vamos a la cama. Estaremos más cómodos. - Estoy perfectamente cómodo aquí, gracias. - Como quieras. Pero yo me voy a la cama. Lo seguí, evidentemente. Se tumbó, apoyando la espalda en unos enormes almohadones y se señaló la tranca con los dedos índices. - Adelante. Traga. Me dije que aquella era la cama en la que follaba con Marta. Me pregunté si también se llevaba tíos a casa o tenía sus aventuras fuera. - Traga, cabrón –apremió. Primero me quité la ropa para hacerlo esperar. El se dedicó a masturbarse despacio, completamente consciente de que me encantaba verlo así. Una vez desnudo, me subí a la cama y gateé hasta él, en plan loba, en plan Shakira. - Eres una guarra de primera –me dijo. Yo odiaba, odiaba, odiaba que me trataran en femenino. Odiaba los relatos en los que un tío dominante agarraba al chaval de turno y le clavaba la verga hasta la traquea mientras le llamaba putita, zorra y cosas por el estilo. Pero comprendí que Sergio podía decir lo que le diera la gana. Cualquier cosa que dijera me regalaba los oídos por igual. - Vamos, Luisito. Traga polla. Primero le di un lametón en los cojones y él se estremeció. - Traga –dijo otra vez. Es un hombre de ideas fijas. Después enterré la cara en el hueco entre la pierna derecha y sus huevos y lamí. - Vamos, tragaaaaaa. Le acaricié las piernas mientras le chupaba toda la zona de los genitales. - Traga de una puta vez –decía esto pero se retorcía de gusto. – Traga verga, desgraciado. Le di una mínima lamida al glande y él intentó metérmela en la boca con un golpe de caderas, pero me aparté. - Chúpamela, vamos.

Sin hacerle ni puto caso le acaricié el pecho. Él me lanzó una mirada furibunda pero a la vez abrió un poco la boca y sacó un poco la lengua invitándome a besarlo. Acerqué mi boca a la suya y probé su lengua, despacio. Le agarré la polla mientras empezaba a besarlo para que se animara y le chupé el labio inferior mientras se ponía a suspirar. - Luisito… -dijo. Empecé a masturbarlo y se aceleró. Se puso a comerme la boca con verdadera hambre. Mientras me besaba yo lo masturbaba y él me acariciaba la cara con sus enormes manos. - Luisito –decía de vez en cuando. Entonces de pronto se incorporó y me llevó la cabeza hasta su vergajo. - ¡He dicho que tragues! Me metió la polla en la boca a la fuerza y me empujó la cabeza contra su miembro, con todas sus fuerzas. Aquello me puso a mil. - ¡Traga, traga, traga! Hice lo que me pedía, repletos mis morros de carne, asfixiándome pero feliz. Él no dejaba de empujar mi cabeza, al parecer muy cabreado, contra su imponente vara mientras yo intentaba hacerme con aquella ingente cantidad de carne. Tuve una arcada y comprendí que Sergio estaba apretando demasiado, pero no me importó. Quería más polla, quería que me atravesara entero. Sergio dejó un momento de presionar solo para retirar un poco el falo y volver a clavármelo más profundo. Me sujetaba muy fuerte la cabeza, me estaba haciendo daño, pero me gustaba. - Traga, cabronazo, traga pollaaaaaa. Lo intentaba con toda mi alma. - Traga más, te cabe mucha más. Una de sus manos continuó empujando mi nuca contra su inefable y exquisito instrumento de tortura. La otra se cerró entorno a mi polla y empezó a machacármela de forma brutal. - Traga, traga, traga –seguía diciendo. Yo perdí la noción del tiempo. Sólo sabía que era el hombre más feliz del mundo, que quería que aquello no terminara nunca y que me gustaba ser el juguete de Sergio. Pensé incongruentemente que debía dejar a Marcos e instalarme allí, con Sergio, pero no en su casa. En su cama. Que me atara y me utilizara, que me follara cuando quisiera, me secuestrara y tuviera que darme de comer y de beber entre sesión y sesión de polla. En fin, me volví loco por un fabuloso momento. Comprendí por fin el término lujuria. Tragué, tragué y tragué, ahogándome de falo. - Escúpeme en la polla –gritaba. Era tal la cantidad de regueros de saliva que le empapaban la verga y los cojones que no sé para qué quería más, pero escupí como una buena puta. - Ahora sabrás lo que es bueno –dijo de pronto. Me quitó el caramelo de la boca, me hizo tumbarme con brutalidad y se tiró encima de mí, cubriéndome por entero con su cuerpo. Me quedé por un espantoso momento sin respiración, creyendo que me iba a romper una costilla o algo. De pronto sentí su miembro que se me antojó monstruoso luchando por hacerse con mi trasero y comprendí que me iba a violar. Sergio se movía espasmódicamente sobre mí, completamente enajenado. Sentí un dolor horrible cuando consiguió franquear la entrada. Luché contra mi mismo, intentando tomar la decisión acertada. Finalmente pudo más el sentido común y no sé de dónde saqué fuerzas para quitármelo de encima sólo con un fuerte empujón. - ¡Sin condón, no! –grité. Sergio me miró, bastante confuso. Tenía la cara roja y las venas del cuello hinchadas. No parecía ni él. Sin saber muy bien porqué me puse a llorar como un desesperado. Sergio tardó un poco en reaccionar pero al final me abrazó con fuerza hasta que se me pasó el ataque de llanto. - No pretendía hacerte daño –dijo luego, en un susurro. Estábamos tumbados uno junto al otro. Notaba su polla en mi pierna. Seguía dura como una puta piedra. Aquel tío no era un ser humano. Sin embargo a mí también empezó a ponérseme dura a su contacto, lo cual demostraba que yo tampoco lo era. - Estoy casado –dije. - Ya lo sé –contestó. - No debería ponerle los cuernos a Marcos otra vez, pero si se los pongo, será con condón. - En el parque lo hicimos sin condón. - En el parque yo creía que eras un hombre que llevaba diez años follando con la misma mujer y no había probado nunca nada más. - Lo siento, Luisito. - No quiero que vuelvas a mentirme nunca más. - No lo haré. - Bien. Porque si vuelves a hacerlo tendré que matarte. - Me dejaría matar por ti. - Una mierda. Me besó, tratando de aplacar los ánimos, pero yo tenía muy claro que tenía que salir de allí. - Me voy –dije. - No te vas. - Sí, me voy. Me levanté y empecé a buscar mis calzoncillos por la habitación. Él se recostó contra los almohadones y me enseñó su verga, totalmente rígida. - Tengo una erección de caballo. No puedes irte. No le hice caso. Acababa de recoger mis calzoncillos de debajo de la cama. Entonces empezó a masturbarse. Intenté no mirarlo mientras recogía el resto de mi ropa. Al coger mi camisa del suelo e ir a levantarme volví a mirarlo sin querer. Se palpaba sus enormes y peludos cojones con una mano y con la otra se restregaba saliva en el glande, retorciéndose de placer, y sin quitarme los ojos de encima. Me puse la camisa. Él llenó de saliva los dedos de su mano izquierda, separó las piernas un poco, levantó un poco el trasero de la cama y mientras seguía pajeándose con la mano derecha se paseó los dedos ensalivados de la izquierda por el ano.

Me puse los pantalones, tratando de disimular que yo volvía a estar totalmente empalmado. Él se introdujo un dedo en el orto y empezó a metérselo y sacárselo muy despacio, mientras aceleraba el pajote. Me puse las zapatillas sin quitarle el ojo de encima. Él se aceleró al ver que había conseguido captar mi atención y empezó a darse más caña. Cuando me estaba atando los cordones empezó a disparar la lechada. Sergio era un hombre hermoso, especialmente cuando se corría. No había visto nada igual en mi vida. Me embotaba los sentidos. Tenía que salir de allí. Y estaba decidido a no volver. De camino a casa decidí que lo mejor era sincerarme con Marcos. Si se lo contaba y Marcos me perdonaba yo me obligaría a mí mismo a no volver a ver a Sergio. Sergio era peligroso para mí. Subí las escaleras sin dejarme a mí mismo contemplar más opciones. Marcos tiene que saberlo. Se lo debo. Marcos tiene que saberlo. Abrí la puerta y entré. Por lo general anunciaba a los cuatro vientos que acababa de llegar a casa, pero esta vez no estaba de humor. Marcos estaba viendo la tele. Me miró girándose en el sillón, sin levantarse. - ¿Dónde estabas? –preguntó. Algo en mi semblante disparó sus alarmas porque se puso de pie como una exhalación y vino a abrazarme. Me enterré en sus brazos, empezando a dudar. Pero tenía que decírselo. - ¿De dónde vienes? ¿Qué he pasado? –me preguntó, clavando una mirada llena de preocupación en mis ojos. - Vengo de casa de Sergio –dije, sabiendo que él sabría lo que significaba. Marcos se quedó rígido. Dejó de abrazarme y enterró la cara en las manos. - Lo sabía. Lo sabía. Quise tocarlo pero se apartó. - Lo sabía –siguió diciendo. Entonces volvió a mirarme. Tenía lágrimas en los ojos. - Sabía que al final te lo contaría. Estaba seguro de que te lo contaría. Menudo hijo de puta. No sé como ocurrió, Luís. Tienes que creerme. Yo lo miraba, anonadado. Todavía no había comprendido lo que me estaba diciendo. - Me sentía fatal cada vez que nos veíamos pero era incapaz de dejarlo. Siempre volvía a por más. No sé qué tiene ese tío pero no me dejaba pensar con claridad. Lo siento mucho, Luís. Lo siento, lo siento, lo siento. Marcos se fue a la cocina y empezó a golpearse la cabeza contra el frigorífico, llorando sin parar y sin dejar de decir lo siento. Y yo por fin comprendí lo que Marcos me estaba diciendo. Continuará

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