Cuando ya no te esperaba 2

Tomé su falo con la mano, despacio, con cierto ritual. Comprobé como iba adquiriendo todo su tamaño a mi contacto. Acerqué mis labios al prepucio al tiempo que aspiraba su olor a macho y

Cuando ya no te esperaba, II

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A las buenas. Soy Luis y estoy de vuelta. El otro día expliqué cómo conocí y me enamoré de Sergio y cómo, algunos años después, conseguí tener algo parecido a un encuentro sexual con él, tras el cual, Sergio hizo como si no hubiera pasado nada entre nosotros y me despachó de su casa en cuestión de dos minutos. El caso es que aquella experiencia me dejó tocado. Por una parte no podía dejar de pensar en nuestro encuentro. Me pajeaba constantemente recordando lo sucedido, y, lo que es peor, cuando follaba con Marcos, (mi marido), cerraba los ojos y me imaginaba de nuevo con Sergio, en su casa, acariciando su pecho, tocando delicadamente sus tetillas con la yema de mis dedos hasta ponerlo tan caliente que se bajaba los pantalones de golpe y se empezaba a pajear salvajemente, llegando a un punto tal de placentera enajenación que buscaba mi boca desesperadamente para que lo besara. Hasta ahí, ocurrió tal cual. Pero en mi imaginación nos corríamos los dos, después de una espectacular follada, y Sergio me confesaba que todos estos años había estado enamorado de mí. Al abrir los ojos y ver a Marcos, tan guapo, tan bueno, sonriendo feliz por lo que tenemos, ajeno a mis pensamientos y a mi amor por otro, se me cayó el alma a los pies. Pero, por otra parte, pese a mi sentimiento de culpabilidad, tenía muy claro que quería aclarar con Sergio lo ocurrido, y, por supuesto, repetir. Aunque eso lo veía crudo. Así las cosas, seis días después de aquel morreo e incitación a la masturbación, (al fin y al cabo no fue mucho más que eso), cogí el teléfono, marqué su móvil y… colgué inmediatamente. No podía llamarlo. Temía que no me lo cogiera, o peor, que me lo cogiera para decirme que no quería verme nunca más. Lo mejor era ir directamente a su casa. Igual cara a cara le obligaba a razonar. (No sé en que coño estaría yo pensando, porque si Sergio razonaba, directamente cortaría nuestra relación por lo sano). El caso es que me largué a su casa sin pensar que era miércoles. Aparqué el coche, fui hasta la puerta y aquí dudé. Aquello estaba mal. Joder, ¡si casi me acababa de casar! Marcos y yo no llevábamos ni medio año conviviendo en matrimonio, aunque de estar juntos ya llevábamos como siete. (Por cierto, el alcalde que nos casó era de derechas pero no puso impedimento ni objeción. Es más, se vino de marcha con nosotros y no estoy muy seguro de cómo, dónde ni con quién acabó su noche). En fin, que por respeto a mi marido y a nuestra relación di media vuelta y volví a mi coche, y entonces se abrió la puerta y escuché una voz, que para nada me esperaba, a mi espalda. - ¡Luis! ¿Te vas? Me di la vuelta, acojonado. Era Marta, la mujer de Sergio y una de mis mejores amigas. Me había olvidado completamente de que los miércoles libraba. - ¿Has llamado a la puerta? No he oído nada. No lo dijo extrañada. Parecía que no se olía nada, así que me cubrí de un manto de naturalidad. - Venía a ver al chulazo que tienes por marido -vale, quizá no sonó tan natural como hubiese querido. -Pero me he acordado de que librabas y he preferido no molestaros. - Pasa, idiota - Marta cogió las llaves de la repisa que había junto a la puerta y salió con Tico, su schnauzer miniatura, que me saludó dando saltitos y vueltas. "Si supieras que vengo a destruir tu manada, no estarías tan contento" -pensé. - Yo me voy a pasear al pesao éste. Estaré diez minutos. A ver si consigues cambiarle la cara. - ¿Está cabreado? - Lleva toda la semana de un humor de perros. - Y mirando a su miniatura: -Perdona, cosita, no quería generalizar. - Pues entonces casi que mejor me voy. - Que no, que seguro que se alegra - Marta se alejaba ya tirando del perrillo, con sus andares a lo Cameron Díaz. De hecho, había cierto parecido entre ellas. Aunque me daba en la nariz que la fobia de Marta al semen no la compartía la otra. Entré en la casa y cerré la puerta. El aire acondicionado me secó en cuestión de segundos el sudor de la frente. Me desabotoné dos botones de la camisa, no por nada, sino por la sensación de asfixia que me estaba entrando. Pasé al salón en busca de mi amigo pero no estaba allí. No supe si sentarme a esperar a que apareciera o hacerme notar, porque igual no nos había escuchado hablar a Marta y a mí y se pensaba que estaba solo en casa. No quería que le diera un ataque al encontrarse a un intruso inesperado, y además tampoco quería desperdiciar nuestros diez minutos de soledad, así que lo llamé. Y a los cinco segundos llegó por el pasillo, con gesto hosco. - ¿Qué haces aquí? Volvía a estar sin camisa y descalzo, aunque esta vez no llevaba piratas sino unos bermudas cortos. Me quedé atontado mirándole el paquete. - Vengo a por más -pronuncié, escandalizándome de mis propias palabras en cuanto salieron. - Una tunda de hostias es lo que te vas a llevar. Huy, aquello no iba como yo esperaba. Estuve tentado de decir lo primero que se me pasó por la cabeza, que yo no tenía la culpa de que mis deditos lo hubieran excitado, que era él quien se había hecho un pajote descomunal y se había corrido abundantemente sobre mis manos. Pero aquello no era justo. Además, comprendía el asco que sentía porque en parte yo lo sentía de mi mismo. Había dos personas que sufrirían por nuestra culpa. Que yo apareciera pidiendo más era para partirme la cara de verdad. - Te dejo que me pegues si me dejas comerte la polla antes -solté. - Pero, ¿qué cojones te pasa? - Los tuyos. - Sal de aquí antes de que me cabree. Estaba jugando con fuego, pero el único punto débil de Sergio eran las mamadas. Llevaba años esperando a que Marta accediera a comerle la polla. - Nos quedan ocho minutos. Te puedo hacer una mamada que no olvidarás en toda tu vida en ocho minutos. Para mi sorpresa, sonrió. - ¿Eso es un sí? -dije, esperanzado. - Estás completamente salido. Me recuerdas al Luis del que no me enamoré, siempre acechando a ver si podía catar algo. - Oye, fui pero que muy respetuoso contigo. - Porque estabas enamorado. Entonces se produjo un largo silencio. Le mantuve la mirada mientras Sergio se rascaba el pecho a la altura de la tetilla izquierda. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo carraspeó y se fue a la cocina. Le oí abrir la nevera. Volvió con un botellín de cerveza. - Ahora bebe y calla -ordenó. Y se sentó al ordenador. Yo me pegué a la silla. - ¿Qué haces? -pregunté, inocentemente. - Te he dicho que bebas y calles. - Apuesto a que si miro en el historial veré un montón de páginas porno gays. - Sigue soñando. - Bueno, no. Las habrías borrado para... Aquí me detuve en seco. Había estado a punto de mentar a Marta. Sergio pegó un bote de la silla como si se hubiera quemado el culo y de un empujón me tiró encima del sofá. Lo llené todo de cerveza. - Podría haberme hecho daño -le dije, asustado. Mi amigo estaba tan cabreado que me recordaba a la masa. - Escúchame bien, pedazo de mamón... - Mal elegido. - ¿Qué? - Lo de pedazo de mamón. Mal elegido. No puedes saber hasta qué punto soy un pedazo de mamón si no lo compruebas por ti mismo. - Pero, ¿que coño te has tomado? ¿Vas a dejarme hablar de una puta vez? - Adelante. Habla. Pero como vuelvas a empujarme te rompo las narices -dije, decidiéndome a ir por las malas. Se ve que el cambio de guión le sorprendió porque después de mirarme como si me hubiera vuelto loco, se dio la vuelta y volvió a sentarse al ordenador. Entonces dijo, más calmadamente y sin mirarme: - Lo que ocurrió el otro día no debería haber pasado y no pasará más. Quiero que lo olvides, y no vuelvas a mencionarlo nunca. Si no eres capaz de hacerlo, puedes ir saliendo de esta casa y no volver a pisarla en tu puta vida. En ese momento una vocecilla me dijo que me callara, que decir algo podía costarme su amistad para siempre, pero estaba desatado y no fui capaz de morderme la lengua. - Te quiero. -solté. Y esperé un segundo a ver cómo reaccionaba. - Yo también -murmuró. - Pero yo te quiero más. Yo te quiero de querer. - Entonces volvemos a estar como siempre hemos estado. - Pues es verdad. ¿Me das un abrazo de los tuyos? -en realidad hacía años que no le pedía un abrazo lastimero. Sergio se puso de pie y abrió los brazos en plan osito y yo me abracé a su cuerpo intentando acostumbrarme a la idea de que aquello volvía a ser lo único que iba a conseguir de él. Pues bien. El abrazo duró cinco minutos de reloj. Se rompió cuando escuchamos la puerta de la calle. - ¿Te has quedado más tranquilo? -me susurró Sergio. - Me he quedado relajadísimo, oye. Había olvidado el efecto narcótico de tus abrazos. Pensé que ahora que había llegado Marta, Sergio se apartaría para que no nos viera abrazados, pero en lugar de eso se lió a hacerme cosquillas, me tiró al sillón y se tiró él encima. Tico, el schnauzer miniatura, entró corriendo y se puso a ladrarnos, celoso. Marta entró con la correa todavía en la mano y nos vio hechos una madeja de brazos y piernas. - Ostras, veo que has conseguido quitarle la cara de muerto. - Quítamelo de encima -le pedí, casi sin poder hablar, de las cosquillas. - Quiere matarme. - Hala. Qué bruto eres, joder. Todo lleno de cerveza. Anda vístete, que nos vamos -Marta le dio un latigazo a Sergio con la correa del perro y Sergio saltó del sillón gritando como un poseso. - ¿A dónde vais? -le pregunté a Marta, intentando recomponer mi atuendo. - Al centro comercial. ¿Te quieres venir? - Claro. Sergio me lanzó una mirada de advertencia y yo me encogí de hombros, poniendo carita de niño bueno. ... Fuimos a los grandes almacenes de “La Muesca Alemana”, un complejo comercial algo pijo, con siete plantas y un supermercado carísimo en los bajos. Primero miramos libros, a ver si había novedades de nuestros autores favoritos, y luego nos pasamos por el espacio de música, aunque de ahí, en un principio, no íbamos a comprar nada. Hasta que vi que el grupo favorito de Marcos había sacado una caja especial y me hice con ella al instante. Sergio pareció tras eso mucho más distendido, como si el hecho de que yo le comprara un regalo a mi marido volviera a ponerlo todo en su sitio. Yo me preguntaba qué pensaría si supiera que no pensaba rendirme tan fácilmente. Subimos con Marta un par de plantas porque estaba buscando un ratón chiquitito para su portátil (el recuadro táctil le iba fatal), y buscándolo se hallaba cuando Sergio anunció que se iba al baño y me preguntó si yo también tenía que ir. Busqué algún signo de lujuria en su mirada pero solo vi indiferencia. - Sí. Yo también voy –me apunté, sintiendo, de todas formas, que algo había cambiado de pronto en el ambiente. - Yo me quedo aquí –dijo Marta. – Y si no estoy por aquí estaré mirando el uFone, que me mola. Seguí a Sergio a través de los interminables pasillos del centro comercial hasta el baño de caballeros de aquella planta, situado junto a los ascensores. Entramos al baño y descubrí que tenía doble puerta y entre medias un cuartito de un metro cuadrado. Eran unos baños perfectos para liarse a comer pollas, ya que si alguien llegaba se oiría la primera puerta y al que estuviera dentro, comiendo rabos agachado, le daría tiempo a levantarse y disimular. Me repetí mentalmente que no iba a pasar nada, que estaba viendo fantasmas y que Sergio se estaba comportando conmigo como si yo fuera hetero y nunca le hubiera echado los tejos. Quería que todo entre nosotros respirara normalidad, hasta ir a mear. Dentro del baño no parecía haber nadie. Al fondo, cinco urinarios, y a la derecha de los mismos, dos retretes con puertas cortadas por arriba y abajo. Sergio abrió ambas, como si quisiera comprobar que realmente no había nadie más que nosotros. - Estás un poco raro –le dije. - ¿Por? - No sé. Estás raro. - Solo voy a mear. Y se bajó la cremallera, pero no se colocó delante de un urinario, sino que se la bajó mirándome a mí. Yo clavé la vista en su entrepierna. - Y ahora me la saco para mear –dijo. Luchó un poco con sus calzoncillos y sacó su polla medio dormida por la abertura de la cremallera y luego sus enormes huevos. Se sacudió la polla, arriba y abajo, ante mi atenta mirada. - Y ahora tú te agachas y me haces una mamada. No esperé a que cambiara de opinión. Me puse allí mismo de rodillas y acerqué la cara a aquella polla que tanto deseaba comerme y que Sergio, en un ataque de locura, me estaba ofreciendo. Tomé su falo con la mano, despacio, con cierto ritual. Comprobé como iba adquiriendo todo su tamaño a mi contacto. Acerqué mis labios al prepucio al tiempo que aspiraba su olor a macho y… escuchamos como se abría la puerta externa del baño. Sergio se giró automáticamente e hizo como que meaba. Yo me levanté despacio, enfadado con el universo, y empecé a sacarme la polla también para hacer como que meaba. Un tipo tan robusto como Sergio, aunque con la barba más cerrada y, por lo que se veía saliendo del cuello de su camisa, muy, muy peludo, se sacó su bate de baseball del pantalón de ejecutivo y se puso a mear en el urinario que estaba a la izquierda de Sergio. A éstas, Sergio seguía haciendo ver que estaba meando pero con una rápida miradita por mi parte desde el urinario de su derecha descubrí que seguía empalmadísimo, así que empecé a tocarme la verga disimuladamente, pensando en lo que me esperaba en cuanto se fuera el intruso. Pasaron cosa de sesenta segundos y nadie se movía. El tipo peludo ya había acabado de miccionar, y de sacudírsela vigorosamente, pero aún seguía allí. Vi como Sergio le echaba una mirada disimulada a su miembro. No pudo esconder su asombro. El peludo empezó entonces a hacerse una paja sin ningún disimulo, separándose del urinario y colocando su pollón a unos centímetros de la mano izquierda de Sergio, que me miró con incredulidad. De pronto el peludo dio un empujón de caderas y golpeó con la cosa bárbara la mano de Sergio, y éste se apartó, guardándose como pudo la polla enhiesta en el pantalón. El desconocido me miró y se señaló el vergajo a lo que contesté que no con un movimiento de la cabeza. Entonces se guardó el colosal cacharro y su mata de pelo púbico y se fue, quizá en busca de aseos más concurridos. De nuevo solos, Sergio se puso a lavarse las manos mientras se miraba en el espejo. Tenía una expresión de lo más extraña. - Explícame qué ha pasado –me pidió. - Ese tío quería rollo. - ¿Aquí? ¿En La Muesca Alemana? No puede ser. - ¿Por qué? Nosotros hemos venido al baño para eso. - ¿Quieres decir que esto es habitual? - Continuamente. En todas partes. - ¿Y por qué nunca me he dado cuenta? Me acordé de cuando, años atrás, se sorprendió cuando le expliqué lo que era un cuarto oscuro. Me di cuenta de que el pobre no había evolucionado mucho desde entonces. - No te has dado cuenta porque no vienes pensando en sexo cuando vienes a mear. - ¿Ese tío me la hubiera comido? - No sé. Creo que prefería que tú se la comieras a él. - Pero habrá que sí estén dispuestos a hacerme una mamada. - Eh, grandullón. Conmigo tienes de sobra. - Tendríamos que volver. Marta empezará a preocuparse. - Y una mierda –lo cogí de un brazo y lo arrastré conmigo a uno de los retretes. - Pueden vernos –dijo, señalando la puerta. - Por mí como si se la menean. Cerramos la puerta, me senté en la tapa del retrete y empecé a acariciar el tremendo bulto que hacían sus pantalones, restregando mis mejillas. Era delicioso sentir su dureza contra mi cara. - ¿Quieres polla? –me preguntó. Para no tener experiencia con tíos sonó con el tono adecuado para que no me entrara la risa. - Quiero polla. Se desabrochó el pantalón, bajó la cremallera y dejó el slip a la vista. - Sácamela tú.

Cogí la tela azul, estiré hacia mí y le saqué la verga y sus perfectos cojones por el lado derecho del slip, cosa que pareció gustarle porque su rabo alcanzó de nuevo todo su envidiable tamaño. - Y ahora métetela en la boca, antes de que entre alguien más. Obedecí y Sergio puso los ojos en blanco. - ¿De verdad nunca te han hecho una mamada? –pregunté de pronto. - Calla y chupa, cabrón. - ¿En serio? - No. Nunca. Tú eres el primero. Disfruta y calla. - Dios, que pedazo de polla tienes. - Chupa. - Y cómo… sabe Con los labios alrededor de su capullo, cogí con la mano derecha muy suavemente su escroto, sopesé sus cojones con deleite y poco a poco me introduje toda su polla en la boca. Sentir su deseado miembro por fin llenándome la boca, comprobar que Sergio tenía la polla más enorme que hubiera saboreado, hizo que me recorriera un escalofrío de placer. Sentía una sensación extraña en la base de mis huevos, como una corriente eléctrica placentera que me avisaba de que mi grado de excitación estaba al máximo y que mi corrida sería legendaria. Mi verga empezó a pedir a gritos un poco de atención y mientras iba probando el sabor de su precum me saqué la polla y empecé a pajearme lentamente, disfrutando con todos los sentidos de aquella experiencia largamente esperada. Sergio parecía estar hipnotizado. No apartaba la vista de mi boca. Parecía gustarle especialmente el ver su enorme polla llena de mi saliva, así que le concedí el placer y cada poco me la sacaba de la boca para que se la pudiera contemplar mojada y en todo su esplendor. - Joder… - soltó. - ¿Te he hecho daño? - ¡Que va! Joder, qué gusto Me afané en hacerle la mejor mamada que hubiera dado nunca, cosa para la que estaba perfectamente motivado. Sergio me puso las manos sobre la cabeza y empezó a acariciarme el pelo, las orejas, la frente, mientras yo empezaba a acelerar la mamada porque sentía su urgencia. - Dios, es mucho mejor de lo que creía. - Seguro que es mejor que cuando te dio por follarte tres globos de agua. - Calla y sigue mamando. - A la orden. Se nos olvidó completamente Marta. Le comí la polla y los huevos durante lo que parecieron horas, sin que nadie entrara en el baño a molestarnos. Sergio poco a poco se iba desinhibiendo, me agarraba más fuerte, hacía tímidas intentonas de follarme la boca y suspiraba con más fuerza. Yo estaba a punto de correrme de gusto pero él no tenía suficiente. - Chupa, cabrón. Traga. Así. Más rápido -pedía. Y yo obedecía encantado de la vida. Hasta que se me fue la mano con la paja que me estaba haciendo y sentí que me venía la corrida. Me puse de pie, me di la vuelta dispuesto a descargar sobre el water, y le di dos meneos a mi polla antes de soltar el primer chorro. Sergio me bajó los pantalones y los calzoncillos del tirón y me pegó la estaca en el culo, masajeándome así las nalgas con su miembro, mientras yo me corría como un condenado llenando de chorreones de espeso esperma la tapa bajada y el resto del retrete. Antes de que terminara, Sergio había cerrado los brazos en torno a mi pecho, acariciándome las tetillas por encima de la camiseta, y me daba besos en el cuello, mientras su polla seguía cuan larga y gruesa era ubicada entre mis nalgas, frotándome toda la raja del culo con su pedazo de verga arriba y abajo, una y otra vez. Durante unos minutos nos quedamos así, con su duro miembro en mi trasero moviéndose rítmicamente arriba y abajo, y su boca respirándome en la oreja. - ¿Quieres que te la coma? ¿Quieres correrte en mi boca? –pregunté. - No. No voy a correrme –susurró. - ¿No? ¿Por qué? - Porque debemos irnos. Te comerás toda mi leche, pero con más tiempo. - ¿Me lo prometes? - Te lo prometo. Continuará

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