Cuando una sabe manejar el culo (2)

Ya casada y con su marido completamente sometido a su culo, nuestra heroína sigue divirtiéndose de lo lindo con cuanto hombre le place. Pero, eso sí, le cuenta todo a su marido.

Cuando una sabe manejar el culo… (2)

Por Bajos Instintos 4 ( mujerdominante@hotmail.com )

Por si no lo saben, a mi me gusta dominar a los hombres con mi culo. Tengo un gran, soberbio y apetitoso culo y lo uso con gran creatividad para desahogar mi lujuria con los hombres. Una de mis tantas víctimas fue Miguel, mi actual esposo, al que pajeé con mi culo en un colectivo, aprisionando su nabo entre mis redondos glúteos y pellizcándoselo hasta que se corrió. Solía hacer este trabajito, por pura diversión, en los colectivos y subtes a la hora pico, cuando en el apretujamiento de los cuerpos nadie nota las barbaridades que una mujer tan puta como yo puede estarle haciendo a un tipo en el nabo con su culo. Naturalmente, todo concluye con un pringoso manchón en sus pantalones. Y siempre logro llevarlos hasta ese punto. Una vez que escojo a mi víctima y le arrimo el culo, está perdido. Y voy ejerciendo mi dominio, con hábiles restregadas y apretones, hasta que mi víctima inevitablemente termina corriéndose con una catarata en sus pantalones. Soy un poco cínica con respecto a los hombres. Creo que todo hombre puede ser dominado por un buen culo, si una sabe como. De modo que elijo a mis víctimas con un poco de sadismo. He pajeado con mi culo a los novios de mis amigas, a señores que iban con sus esposas, a ancianos que iban con sus nietitas y a muchachitos que no se esperaban semejante regalo. Y todos se dejaron. Y siempre los dejé con tremendas manchas de su propio semen en los pantalones, que les debían ser muy difíciles de explicar después. Y eso era parte de mi sadismo.

Con Miguel me fascinó su ingenuidad, el modo en que quedó embobado con mi culo. Y por alguna misteriosa razón lo hice mi novio. Y lo acostumbré a sentar mi culo sobre su cara, retirándolo apenas lo necesario para dejarlo respirar. Y una vez así le contaba las andanzas de mi culo ese día, y podía ver como iba empalmándose a medida que escuchaba mis historias. Al punto que a veces se corría sin que yo lo tocara. Eso me excitaba mucho y procuraba conseguirlo seguido. Cuando no ocurría, entonces le cogía la nariz con mi orto, se lo removía en la cara, y el pobre Miguel acababa enseguida, totalmente dominado por mi lujuria.

Después de unos meses decidimos irnos a vivir juntos. Así que nos casamos. Pero yo seguí con mis andanzas y, por supuesto, se las contaba, ya que formaban parte del picante de nuestra relación.

Que a mí me guste dominar con mi culo no quiere decir que no tenga buenas tetas. En realidad tengo unos melones tan tremendos como mi culo. Y cuando se trata de doblegar voluntades masculinas no vacilo en usarlas.

Capítulo 1. ¡Qué mundo! ¡Hasta un recién casado puede ser infiel!

Un caso en que comencé la seducción con mis grandes tetones fue el de un muchacho muy lindo, recién casado. Yo estaba en el hall de un hotel, esperando que se presentara algo, cuando veo a este muchacho acompañando a su novia, que todavía llevaba el vestido de novia, para entrar al ascensor. Se despidieron con un beso amoroso y él se fue al otro ascensor.

Entonces llegué yo, desparramando sensualidad con mi look de putona. Como tengo grandes tetas, gran cadera y pollerita cortita, al muchacho, desprevenido se le desorbitaron los ojos, mirándome golosamente. "Qué porquería que son los hombres" pensé mientras arqueaba la cintura para adelantar más mis exuberantes melones, para ir demoliendo su moral, sonriéndole con desfachatez.

Entramos solos en el ascensor. "Qué bonita es tu novia" lo abordé con mi voz más ronca y sensual. El se puso colorado "Sí" reconoció, "y nos queremos mucho". "Así debe ser" dije yo, acercándomele a pocos centímetros de su cuerpo. "La cuestión es si sabrás hacerla feliz" agregué, deteniendo el ascensor. "¡N-no entiendo!" dijo él "¿q-que hace...?" Me acerqué aún más. "Para hacer feliz a una chica no alcanza con ser atento..." "Hay que ser muuuy atento con la chica, colmarla de atenciones..." "¿Atetenciones? Y-yo siempre le compro flores y, y..." Lo corté: "Y los pechos, ¿qué tal se los acaricias? A ver, mostrame con los míos" le dije avanzando mis exorbitantes melones.

Él se puso colorado como un tomate. Y espiando para abajo pude ver que su sangre estaba fluyendo también para otro punto de su anatomía. En su pantalón se estaba formando una carpita. ¿"¿Qué esperás, Boludo? ¡Tocámelas ya!" Y agarrándole ambas manos se las puse sobre mis turgentes enormidades. Ahí vencí toda su resistencia. Comenzó a manoseármelas y apretarlas con pasión. Las saqué afuera, y ante la pródiga abundancia de mi carne, se puso a acariciármelas y a besarlas, enloquecido. Su carpita ya era una carpa en toda la línea.

Yo le acariciaba la cabeza y se la pasaba de un pezón al otro. Su respiración se enardecía, como sus chupadas. Y yo, para enardecerlo aún más, le hablaba echándole en el oído mi aliento cálido y húmedo. "¡Asíii, cielito... ! ¡...Qué feliz la vas a hacer a esa chica si se las chupas así... !" Y antes de lo que yo preveía él abrió más la boca, y entre jadeos se corrió. Tremenda mancha en sus pantalones.

"¡Ah no no no...!" le reconvine, "¡Eso está muy mal! ¡Si vos te corres antes que ella la pobre chica se va a quedar insatisfecha... !" Él me miraba un poco desenfocado. Le bajé la cabeza hasta mi entrepierna y levanté mi falda, poniéndole mi peluda concha frente a la cara. "Vas a tener que ayudarla de otro modo..." dije, avanzándole mi concha. "¡Y-yo yo nun-ca-ca hice eso!" dijo con una expresión mezcla de asco y deseo. "¡Pobre chica...", exclamé escandalizada, "¿querés decir que nunca le chupaste la concha? ¡Ah, noo! ¡Ya mismito comenzás a practicar!" Y le empujé la cabeza sumergiéndola en mi peludo montículo. "¡No te hagas problemas morales, chiquito, chupar una concha no es ser infiel. Si no hay penetración, no hay infidelidad!" Y comencé a restregarle mi concha abierta contra su rostro. Bien restregada, para vencer toda su reticencia.

Se la movía en círculos, y también atrás y adelante. Claro, empecé a jadear, y a entrecortáseme la voz. "¡A... a... síii, pa... pi... toooo... !" Y me eché un polvo de novela en su cara, llena de mis jugos. "Limpiámela bien, mi cielo, tragate todo..." Y él, obediente, me la lamió con fruición. Ya lo tenía completamente en mis manos. Podía ver, desde mis alturas, que estaba nuevamente empinado. "Está bien, chiquito, sacala afuera así estás más cómodo, pero ni se te ocurra metérmela, ¡porque eso sería infidelidad!" Y él sacó su hermoso nabo al aire. Era muy tentador...

Me di vuelta poniendo mi culo ante sus narices. "Besame el culo, nene..." Y agarrándole la cabeza con ambas manos se la apreté contra mis nalgas, y comencé a moverlas con movimientos rotativos. Cuando se apartaba para respirar, enseguida se la empujaba contra mi orto. Al poco lo tuve besándomelo y lamiéndolo como loco. Y advertí que, en su apasionamiento, hacía todo lo que podía por hacer llegar su lengua hasta mi ojete. Decidí ayudarlo y le apreté la cabeza con mi culo contra la pared del ascensor. Ahí empecé a culearle la cara, con rápidos empellones cortitos, que lo dejaron fuera de combate. Su nabo al aire empezó a saltar salvajemente, chorreando para todos lados.

Quedó sentado en el piso del ascensor, con la mirada extraviada. "¡Ves qué fácil, mi ángel! ¡Y no le fuiste infiel a tu amada noviecita, pues no hubo penetración... !" le dije recordándole el tema, mientras le movía mi adorable culo frente a sus ojos. Su media erección comenzó a pararse nuevamente. "¡Quiero cogerte el culo... !" dijo con voz ronca por el deseo. Yo se lo seguí moviendo frente a sus ojos en forma juguetona. "¡Pero eso estaría mal, mi vida... ! ¡Muy mal... !" Él se había puesto a mis espaldas, enfilando su nabo contra mi orto. Pero yo, juguetona, se lo esquivaba moviendo mi culo de un modo pícaro, cacheteándole el miembro con cada esquive de mis glúteos. "¡Porque eso sería "penetración" y tu pobre noviecita no merece eso... !"

Pero él agarró mis nalgas con sus dos manos, para fijarlas, y abriéndolas me la clavó con fuerza. "¡Ahhh... !" exclamé de placer, moviéndome alrededor de su choto. "¡Esto es... tá... muy maaal!" Y le apretaba el choto, masajeándolo con mis glúteos, mientras movía el culo adelante y atrás. Sus manos se agarraban, crispadas, de mis caderas, que yo ondulaba como una poseída. Pronto su verga comenzó a hincharse aún más. El tipo estaba por llegar por tercera vez.

Entonces comencé a ordeñarle el nabo con mi culo, con rápidos apretones, mientras le decía "¡Lo importante es que no acabes, porque así no sería "verdadera" infidelidad... !" Y lo seguí ordeñando implacable, hasta que sentí que su nabo se había enterrado rígido contra el fondo de mi culo, y con intensas pulsiones me llenó el orto de chorros de semen. "¡Eso no estuvo bien!" le dije mientras le daba los últimos apretones para sacarle hasta la última gota, "¡Debieras avergonzarte!"

El muchacho quería seguir chupandome toda, el culo, las tetas, intentó volver a chuparme la concha, pero yo nada. Me arreglé la ropa, apreté el botón para reanudar el avance del ascensor, mientras él, de rodillas trataba de agarrarme el culo. Al llegar al piso 15 salí ante la gente que aguardaba para entrar al ascensor, que pudo ver a este muchacho, con la camisa desarmada, la cara empapada con mis flujos, y el pelo totalmente revuelto, con la pija parada al aire. "¡Es un degenerado!" les dije, "¡No saben lo que trató de hacerme!" Y me fui con pasos firmes y decididos bamboleando el culo, hacia el otro ascensor.

Capítulo 2. Trabajando de puta por hobby, antes de volver al hogar.

Todavía me quedaban tres horas para volver a casa, así que decidí aprovechar el tiempo haciendo la puta, para llevar unos pesos al hogar. Fui por los autos estacionados proponiéndoles mi uso bajo pago. "Por cien pesos te hago la paja con mi orto, papito" y "papito" al verme el orto, aceptaba. "Por cincuenta pesos te hago una chupada que te va a hacer acabar en cinco minutos, papi" y "papi" aceptaba y en menos de cinco minutos estaba tragándome su semen y dejándolo con expresión soñadora. Hacer la puta era algo sucio que me trastornaba. En esas tres horas, tres y media si vamos a ser exactos, hice más de cuatrocientos pesos. Dos señores mayores, dos señores casados, tres jovencitos y una lesbiana que me chupó el culo como una poseída y me pidió de rodilla que otra vez la llamara.

No me hice mucho problema por la tardanza porque cuando le explicara a Miguel que había estado haciendo, él comprendería. Además yo también aportaba al hogar.

Aunque más lo calentó el episodio con el muchacho recién casado. Le prometí que volvería a ese hotel para hacer de ese muchacho lo que quisiera.

Capítulo 3. Un cornudo anónimo no tiene tanta gracia. Engañando a Miguel con su jefe, el señor García.

El problema, para mi gusto, y seguramente el de Miguel, era que lo nuestro era casi un secreto, en el sentido de que sus amistades y compañeros de trabajo lo ignoraban. Decidí ponerle remedio a esa deficiencia.

A los cinco meses de casados comencé a pasar por su trabajo. Los ojillos ávidos de sus compañeros pronto me seguían sin separarse de mis abundancias desfachatadamente expuestas, durante todo el tiempo que estaba allí. Y yo les devolvía sonrisas y miradas pícaras, a uno por uno. Hasta que logré que todos en la oficina estuvieran re-calientes conmigo.

Pero decidí tirarme primero a su jefe. Entré en su despacho con la excusa de averiguar como andaba Miguel. Y estuve tonteando con mis mohínes hasta que lo puse bien caliente. Entonces me invitó a tomar un café afuera. "Me voy a tomar un café con el señor García, Miguel, después a la noche te veo en casa" le dije viendo las miradas de gozada que intercambiaban sus compañeros, envidiosos de la "suerte" de su patrón.

El jefe no dejó de hacer sus avances, tomando mis sensuales manos, que yo le dejaba tomar, y diciéndome piropos, cada vez más insinuantes, que yo asimilaba con una sonrisa entre tímida y desenfadada, observando como el tipo se iba enardeciendo cada vez más al ver que sus avances no eran rechazados y que parecía que pronto podría cogerse a la esposa de su empleado.

Yo, entretanto, me cuidé de dejarle bien en claro que me interesaba que Miguel mantuviera el puesto, y con un aumento de sueldo. El tipo me decía que sí a cualquier cosa. Y al final hizo su gran avance y lo dejé llevarme a un hotel. "¡No sé qué pensará de mí, señor García, yo no soy de hacer estas cosas, ¡le soy muy fiel a Miguel!, pero usted es tan persuasivo y tan seductor...!" "Llámeme Hector, Señora, y no tenga temor de lo que yo pueda pensar" dijo, mientras me hundía su salame enhiesto en mi húmeda concha. "Ahh..." exclamé al sentir la penetración, "¡Héctor... qué amable es usted...!" Su salame entraba y salía enérgicamente. "Es que usted me parece una dama encantadora..." Yo suspiraba, totalmente mojada por sus movimientos. "¡Es que usted es tan caballero... !" "¡Héctor... !" exclamé avanzando mi concha para acompañar sus empellones. Y así estuvo serruchándome unos pocos momentos más hasta que derramó en mi interior una serie de rígidos chorros que parecían shots cargados de semen. Los dos acabamos entre gritos y exclamaciones.

Ya acostado a mi lado, él se deshizo en halagos edulcorados. "Lo que sí, Héctor, que nunca se entere Miguel de lo que tenemos, ni ninguno de los otros empleados, porque Miguel no podría soportar esta humillación. ¿A usted no le pasaría lo mismo si su esposa lo supiera... ?" Con lo cual le dejé las cosas bien en claro: Héctor se guardaría muy bien de comentar con nadie lo ocurrido.

Cuando se repuso me quiso hacer el culo, y después de aparentar una decorosa resistencia, lo dejé meterme su grueso tronco por ahí. Yo fingí un poco de dolor, para excitarlo más, ya que el ojete hacía ya mucho tiempo que lo tenía bien, pero bien abierto. Y él pudo sentirse el gran violador de culos de esposas de sus empleados.

Y cuando su dura poronga comenzó a pulsar dentro de mi orto, que yo apretaba para enloquecerlo, echó una gran cantidad de leche en el fondo, pulsando y pulsando, hasta dejármelo lleno. "Sos un bruto" le dije en mimoso reproche, "nunca nadie me había hecho eso" mentí, riéndome por dentro. "¡...Si mi marido supiera... !" terminé fingiendo horror. Mientras, le había agarrado el aparato y se lo puse nuevamente parado. Y con suaves apretones y caricias lo fui pajeando casi imperceptiblemente. "Señor García, Héctor, usted ha abusado de mí" y seguía pajeándolo. "Usted seguramente quiere seguir humillándome" y seguía con los apretones. "Está bien, si usted quiere que se la chupe se la chuparé, pero sepa que eso no está bien y que me avergüenza" Y metiéndome su poronga en la cálida cavidad de mi boca se la chupé un buen rato, hasta que no pudo mas y se corrió irremisiblemente, por tercera vez en esa tarde.

Capítulo 7. Pasándome a todos los compañeros de trabajo. Y contándole a Miguel, luego.

Bueno, con Héctor seguimos viéndonos. Y él no dijo nada en la oficina, ni por supuesto en su casa. Pero yo cuidaba que sus empleados, los compañeros de Miguel, me vieran cada vez que entraba en la oficina del señor García, lo que ya no parecía tener ninguna justificación ni decoro, más cuando siempre nos "íbamos a tomar el cafecito" y el señor García tardaba como cuatro horas en volver. Pronto el bochorno para Miguelito era total. Y era sólo el comienzo. Poco a poco fueron cayendo, uno a uno, todos sus compañeros, siempre con la conjura de silencio, de modo que el señor García no se enteró nunca, y debió haber sido el único.

El proceso de encamarme con toda la oficina llevó su tiempo, en primer lugar porque eran muchos y en segundo lugar porque cada caso quería disfrutarlo durante un tiempo antes de que empezara a compartirme el siguiente.

Con uno le dejé hacerme chupársela, con otro lo hacía hacerme acabar de sólo meterme mano, ya que "no quería serle infiel a mi marido, así que nada de penetración", el tipo se iba en seco a cada rato y después vivía a pura paja en mi nombre. A otros les hacía chuparme la concha. A otros cogerme el culo. ¡Hay que ver como se aferraban a mi culazo serruchando con pasión hasta que se corrían entre grandes chorros... ! Yo me sentía más puta que nunca, y Miguel más cornudo que nunca. Y a algunos les cobraba por el servicio. Siempre exigiendo el pacto de silencio. Con varios de ellos verifiqué anteriores experiencias acerca de como se corre un hombre cuando tiene dos dedos metidos en el orto cogiéndoselo.

Y por las noches, ya en casa, con Miguel abajo lamiéndome el culo, le contaba las andanzas del día, quién me lo había cogido, quién me había hecho mamársela, cuantas veces le había sacado leche con mis mamadas, cuanto le había hecho pagar a este haciendo de puta con su compañero, y como me había hecho mamar la concha, los clientes que había hecho en la calle. Todo con lujo de detalles, hasta que se corría. Y Miguel vivía empalado por mí y obsesionado con mi culo. Como tiene que ser.

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