Cuando un marido cornudo por vocación

Este relato trata de la infidelidad más extrema de una esposa madura y de un marido sumamente cornudo y vicioso.

N 1

CUANDO UN MARIDO CORNUDO POR VOCACIÓN TIENE UNA ESPOSA MADURA SIN VOLUNTAD ALGUNA

Introducción obscena de un esposo vicioso

Sirvan estas líneas para introducir al lector lascivo o a la lectora más libertina, en el regodeo morboso de ésta novela repleta del sexo más depravado, indecente y placentero.

Es un libro lleno de detalles del sexo más explícito, utilizando las palabras más vulgares y soeces, pero también la más lujuriosa literatura que sólo el vicio sexual puede proporcionar a los hombres y mujeres amantes de los placeres de la carne.

Es una novela que se lee con excitación y que hace que las lectoras humedezcan y mojen espesamente las bragas y que su concha o vagina rezume de flujos de pasión y deseo. Si se quitan las bombachas, no tendrán más remedio que masturbarse una y otra vez, orgasmando con el éxtasis del placer. Se frotarán el clítoris con ardor inimaginable y estallarán corriéndose de continuo. Si usan pantys sin bragas, notarán que su coño es una charca de líquidos inconmensurable. La costura de los pantys se incrustará por toda su raja vulvar y notarán lo malo que es no dar consuelo a su conejo, que se hará insaciable para no calmarse nunca. No hay nada mejor que una mujer libertina y con ardores hasta en el útero.

Demuestro en el libro cómo las mujeres ganan en edad y en sexo, en picardía y se hacen más deliciosamente taimadas y falsas para gloria de los maridos pervertidos.

Los lectores que me lean, excitadísimos, sobre todo si son cornudos de nacimiento, no pararán de gozar y pelársela con intensidad. El ser cornudo es uno de los mejores atributos que un varón puede tener.

Este libro, su lectura, está terminantemente prohibido a menores de 18 años o a personas con escrúpulos para las cosas del sexo, pues puede herir su sensibilidad.

Es un libro producto de la imaginación del autor y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

1

Estratégicamente, mantengo a mi esposa a severa dieta sexual. Cómo preparo sus infidelidades. Cómo me aprovecho de su inimaginable ardor vaginal y de su carencia de voluntad. Cómo le provoco e incito. Cómo le espío.

Mi esposa se llama Carmen, tiene ahora 58 años y hace cinco que pasó totalmente la menopausia. Es de un pueblo de la provincia de Burgos (España) y, aparentemente, parecería una beata de iglesias sino fuera por su tremendo y ajamonado cuerpo, lleno de redondeces y curvas extremadamente femeninas. Después de la menopausia ha engordado bastante y parece una jamona matrona, destacando sus colosales pechos, tan enormes, que tiene que usar grandísimos sujetadores hechos a la medida.

No es alta, pero luce soberbia con tacones.

Poco a poco la iré describiendo, física y moralmente.

La conocí virgen y yo la desvirgué y hasta ahora sólo yo la ha penetrado, con mi corta picha.

Como es incansable sexualmente, siempre la he acostumbrado a tener sexo a diario.

Ahora, desde que imaginé y puse en práctica mi plan, la tengo a palo seco. Aunque no me dice nada, se sube por las paredes. Está nerviosa, y simula muy bien. La muy retorcida no se atreve a pedirme sexo.

Como vivimos de las rentas, nos levantamos tarde. Esta mañana – todo preparado por mí -, han llamado a la puerta de nuestra casa. Le he dicho que vaya a abrir. Se ha puesto una holgada bata azul que no impide que sobresalgan sus inmensas tetazas.

Me levanto y la sigo por el pasillo sin que ella lo sepa. Me dentengo parapetado oculto tras la cortina que hay de separación con el hall de entrada. Estoy nervioso, excitado y la verga me crec como nunca. El corazón me late imperiosamente. Veo cómo abre la puerta y el instante que se cuela ágilmente, pistola en mano, el supuesto y joven atracador caribeño que cierra la puerta al instante.

¿Qué ha…- sólo le da tiempo decir a la puta que yo tanto deseo que lo sea.

El violentador le tapa la boca fuertemente con la mano y la lleva hasta el diván rojo que tenemos en la entrada.

Al más mínimo ruido te pego un tiro…zorra – le increpa

¿Estás sola?

Ella niega despavorida, asustada como nunca y él le hace que le diga al oído, en bajísimo tono, la situación. Ella se lo dice. Veo cómo le susurra al oído y puedo escuchar imperceptiblemente que, su marido se encuentra en la cama de su alcoba.

Los dos permanecen de pie. Mi polla se sale inflamada del pantalón del pijama.

El musculoso y alto mulatazo, guapo y de pronunciada nariz, como su picha colosal, la tiene acongojada, apuntándole con la punta del pistolón en todo su pechazo. Mejor dicho, la pistola queda enterrada, desde el cañón hasta la culata negra, en los gigantescos melones de la que espero sea la mujer más furcia y reputa de todas. Como no lleva ajustador de sus tetas, las mismas caen blandas y gordísimas hasta su abultado vientre que ocultando su bien desarrollado ombligo.

¡Qué tetas tienes, puerca! – le dice el bastardo que ha sido contratado y pagado por mí.

En ese momento, observo que la manaza del tio manosea una de las impresionantes tetas de mi mujer por encima de la bata de marujona rolliza que lleva puesta. La muy cerda, temerosa, se deja hacer. Es la primera vez que otras manos que no son las mías, magrean sus opulentísimas sandías. Yo me vuelvo loco de excitación, contemplando como otro macho se aprovecha de mi esposa y la mete mano con descaro. Me echo mano a la poronga y comienzo a agitarla con mi mano. Está dura y lo poco larga que me crece, está en toda su extensión. La tengo bien parada viendo como la pendeja es violentada.

Manoséame la pija, hija de puta – le ordena el chulo tipejo en voz muy baja.

Ante aquella orden, el corazón parece que se me va a salir. No pierdo detalle y veo como la tunanta desliza su regordeta mano en busca del paquetazo genital de su invasor. La picha me va a reventar de contemplar aquello y más cuando noto cómo la mano femenina comienza a masajear el enorme bulto que guarda el follador en la entrepierna que, parece reventar la apretada bragueta de los jeans. Al tiempo, él la empieza a besar forzadamente, lengüeteando los carnosos labios sin carmín de mi mujer. Ésta hace como si retira el rostro que enrojece a cada segundo. ¿Será de calentura? Eso quisiera yo. No deseo otra cosa que la muy guarra me cornee hasta no caber por la puerta. Poco a poco, la muy calentona cede y se enzarza en un beso atornillado, en el que su lengua bien puntuda se mueve al estilo serpiente.

Es entonces, cuando creo que me voy a morir de regusto, observando cómo el tío se la jala bucalmente. A ella, le debe gustar, pues se amorra a la boca del joven como si fuera lo último que iba a hacer en su vida. Ahora se besan con descaro comiéndose las bocas y dándose las lenguas despiadadamente. Yo estoy asombrado, percatándome del poco tiempo en que ha cedido la cabrona. La pareja continúa de pie y mi ángulo de visión es perfecto ya que quedan de perfil y no pierdo detalle. Claudio, que así se llama el contratado, está siguiendo la lección tal y como yo le había dicho. Días antes había estado en casa y habíamos ensayado todo, hasta que tenía que quedar de perfil con mi hembra, para mi visión perfecta. La respiración de ambos se ha hecho profunda. La lengua de él se mete casi hasta la campanilla de la garganta de mi esposa. Contemplo extasiado cómo la cerda frota, una y otra vez, fuertemente, el soberbio pistolón del macizo cuasi negruzco, en un intento de hacerle ya la paja. La mano de Carmen se mueve sobre la bragueta hinchada del portentoso macho con un ritmo frenético, palpando voluptuosamente su tremenda carnosidad genital y, estoy seguro, calibrando y admirando la extraordinaria consistencia de la pija caribeña. Estoy convencido también, que su mente está haciendo comparaciones con la de su marido y eso me excita más, pues, por encima de todo, deseo ser un recornudo y que todo el mundo lo sepa. Los cuerpos de ambos, estrechados ya, parecen confundirse.

Mi miembro no deja de ser sacudido. La emoción me embarga viendo a aquella puritana mujer cedida en los brazos de otro. Ahora, la empiezo a valorar más. Quisiera que hasta en mi tumba, una vez bien muerto, la muy fulana, prostituída por todos, garchando con todos y todas, fuera a diario a mi tumba a adornarme con los cuernos divinos de la infidelidad y que lo hiciera en público, encima de la fría losa que ella sabría calentar por el ardor de su vulva incomparable.

Ahora, más que nunca quiero que esa jodía, se burle de mi cornudez y me humille públicamente. Sólo los cornudos y las cornudas sabemos cómo se goza con los cuernos y lo excitante que resulta. Me hubiese gustado que Carmen, desde que éramos novios, cogiera con los maridos y novios de otras y que lo fuera haciendo público entre todas nuestras amistades sociales, incluidos familiares, pues seré cornudo hasta el final. Quisiera, en las postrimerías de mi muerte, que ella me trajera amantes para follar delante de mí y burlarse de mi cornudez.

Carmen cada vez se aprieta más al musculoso mulato. No paran ya de jadear y de comerse el pico. Sus lenguas libran una batalla desesperada y él ya ha tirado la pistola sobre el diván, pues quiere usar, estoy seguro, su verdadero pistolón. Sabe que la ninfómana cincuentona ha cedido y está a su merced. Los huevos me van a explotar. No dejo de jalearme la tranca, que escupe gotas de líquido preseminal, que caen lentamente hasta el suelo. Cómo me calienta ver a esa gata en celo.

Fuera la pistola amenazante, el muy cuco, desabotona la bata de mi mujer. Primero, comienza por arriba y, pronto, la bata se va abriendo por el frontal de la puta. Como no lleva nada debajo, las gigantescas lolas aparecen en todo su esplendor. Me quedo obnubilado, pues los pezones se muestran afilados y endurecidos como pocas veces se los he visto. Carmen los tiene enormes, muy gordos y sobresalen espléndidos. Los tiene bastante negruzcos y rodeados de inmensas areolas oscuras.

La bata va cayendo. El mulato no para de morrearse con ella al tiempo que soba las inmensas gomas de mi mujer, pellizcando y retorciendo sus pezones inflamadísimos.

Su manaza oscura, va y viene sobre las tetazas que caen a plomo y veo cómo aprieta con sus expertos dedos los dedales mamarios de mi pareja.

No dejo de asombrarme, ahora es ella la que intenta descorrer la cremallera de la bragueta para dejar libre el inmenso pájaro masculino. Veo como le retira el botón de los tejanos y como el muy cabronazo no lleva slip alguno – fue acordado entre él y yo -, rápidamente los pantalones se deslizan hacia abajo con la ayuda de las manos femeninas. Ahora sí, ahora sí aparece la descomunal polla del mulatazo, gordísima, larga como pocas y con una hinchazón en la cabezota que deja a Carmen, estoy convencido, estupefacta al coger ese soberbio mandao. La muy víbora se apodera de la vergaza de inmediato y la ávida mano se cierra alrededor del rollizo tronco de la misma. La tiene tan gruesa que la mano de la mujer apenas puede rodearla. Como una posesa, le empieza a hacer la paja, moviéndose la mano, frenéticamente, de un lado a otro de aquella maravilla. El capullazo aparece y desaparece al ritmo vibrante de la masturbación que le está propinando. La mano de Carmen, con las uñas cortas pero esmaltadas en un rojo brillante y puteril, se aferra al mástil genital como para no perderlo nunca. Tengo que parar mi paja porque sino acabo y suelto la leche a borbotones. Contengo la respiración. Es un momento único para un carnudo.

El tío, sin soltar el morreo, después de haber sobado las moles mamarias a conciencia, la despoja, de un tirón violento y lujurioso, de la bata, dejándola completamente desnuda, excepto las coquetas zapatillas azules de terciopelo.

Como no lleva bragas, observo el culazo amplio y carnoso de mi zorra, repleto de hoyos y piel de naranja de su celulitis avanzada. Intento no perder detalle. También contemplo cómo van resbalando, por uno de sus enormes y súper gordos muslazos, las gotas de su más que encharcada y peluda panocha.

Claudio la abraza y estrecha entre sus poderos brazos y cuando desciende sus manos hacia el inmenso pompis, sus manos se apoderan de las gordísimas nalgas, acariciándolas y manoseándolas con intensidad. Después, las manos masculinas, palpan la rellena espalda de mi putón y se detienen en las abultadísimas caderas para magrearlas con antojo. Palpa los orondos michelines de la hembra y ambos, como dándose un respiro, tienen que detener un poco el besazo con el que se funden.

El tío se retira un tanto. El rostro acalorado de Carmen denota la carga sexual que mantiene. Veo cómo mira ávidamente la grandísima poronga del joven. Éste le hace un gesto, indicándola que se tumbe en el diván.

¿Qué prefieres, hija de puta, lengua o rabo – dice él, calladamente.

Ohhh…la polla, la polla, por favor, métemela… - suplica ella lascivamente.

Yo no salgo de mi asombro ni de mi calentura cornuda. Nunca pensé ver a esa zorra suplicar por un carajo. Ahora la quiero y la deseo más que nunca, pero más deseo verla follar con otros y que se burle de mí sin poder yo chingarla a ella.

La muy gata, a indicaciones certeras del joven, se coloca en el diván sentada y con las piernas tan abiertas como puede. Veo su vulva enmarañada de vello negro, con las largas canas que tan bien conozco. Está mojada en extremo y su concha babea por sus súper voluminosos muslos. El pensar que la muy cerda se ha olvidado de mí y que sólo tiene ojos para aquella poronga, me hace temblar de ansias y felicidad.

Se ha sentado con el culazo al borde del diván. Su pechazo cae inmenso sobre su barriga rebosante y, toda ella, se ofrece al "violador".

El mulato, de rodillas, blandiendo la gigantesca polla morena, se acomoda entre las piernazas de ella. Se arrima, enfila con sus manos el pollón y de un solo movimiento se la cuela casi entera. Carmen da un respingo al sentirse así penetrada y tan llena de carne masculina. Claudio tapa con su mano la boca de la mujer follada, para evitar que se escapen sus gemidos. Como un loco, inicia un vaivén de su polla en el interior de la tragona vagina de la mujer. La hembra se retuerce de gusto y pronto tiene su primera corrida, que el joven acalla taponándola los labios.

El tío se la hinca más y más, con violencia. Me quedo atónito. Ella gime desconsoladamente y no deja de gozar. Las caderas y el fuerte culo de él arremeten en las embestidas y bombean con furor inusitado. Sin sacarla la polla, la está follando a base de bien. Carmen se contrae y se vuelve a correr, soltando jugos en cantidad. El tío aguanta. Más y más fuerte se la mete y hace que Carmen experimente un orgasmo continuo. Tiene los ojos cerrados, los labios secos. Mueve, de un lado a otro, la cabeza en un gesto de desesperación placentera. El tío se la hinca con violencia pero la vagina de ella, traga todo lo inimaginable. Cómo la está follando. Jamás he sido yo capaz de penetrarla así. Aquello me enfurece pero, al instante, me crea más vicio cornudo. Continúa taponándola la boca. Con la mano libre que le queda, le magrea las tetazas, le retuerce violentamente los pezones y cuando se apodera del enorme clítoris que sobresale fuera de su capuchón, lo frota desconsideradamente, haciendo que la muy prostituta se venga de nuevo.

Yo estoy que me salgo. Mi mano no para. Me la casco sucesivamente.tengo que parar a veces para no venirme.

El muy cerdo se la sigue trabajando en una follada continúa y sus empujones se incrementan. La folla y al tiempo la sacude el extraordinario pipón que tiene. Veo como Carmen se retuerce en espasmos, dejándose caer hacia atrás con cada corrida. No lleva ya la cuenta de las veces que se ha venido con torrentes de placer. Noto cómo la vuelve loca de gusto que el tío se la clave a tope, rebotando, los apretados y duros cojones, a la entrada de la mojadísima panocha. Es una violación consentida y entregada. Ella parece que está exhausta, que me la va a matar…pero nada, es ella misma la que quiere más y más polla y jodienda.

Claudio no para de bombearla, se la mete hasta al fondo de la matriz y a ella le cabe todo. Veo como se convulsiona en tórridas corridas y permanece muda, gimiendo en seco, por la mano masculina que la amordaza. El pollón del mulato dispara una y otra vez, suda, pero parece que no se cansa.

La verga me duele ya de tanto machacármela y los huevos me aprieten de tan contenidos como están. Es un suplicio adorador. Siento que me voy a venir. Paro, sigo, paro…uf…qué excitante desconsuelo. Me tiemblan las piernas de estar tan parado, pero tengo una erección mantenida como nunca la había tenido. Es el afrodisíaco de los cuernos que me están poniendo. Se me nublan los ojos pero no quiero perder detalle. Escucho el chapoteo de los duros cojones del mulato contra la entrada gloriosa del chumino de Carmen. El culo respingón y alto de Claudio se mueve al compás de sus tremendas embestidas. Ella parece que va a reventar. La tranca salvaje se cuela poderosa en toda su vagina llena de jugos íntimos de excitación sobrada lubricación. Ahora tiene el coño jugoso de una jovencita que recién explota a la sexualidad más mórbida. Noto cómo se tambalea con las venidas que se suceden. Está cogida y bien cogida. El mulato folla como una máquina de sobrada energía. Perfora el túnel amoroso de mi gata sin darla descanso. Miro la hora. El reloj marca las 12. Llevan más de tres cuartos de hora follando sin parar. Carmen enrojece y los jugos de su coño están haciendo una charca en el suelo de madera de la casa. Abre los ojos y parece implorar con la mirada vidriosa a su follador que cese. Claudio interrumpe la follada por un instante sin sacársela del chocho humeante. Deja su excepcional verga incrustada hasta el fondo de la vagina. Aparta su mano de los labios de la gozadora. Carmen se da un respiro. Suspira hondamente.

Déjeme, por favor, déjeme… - le dice suavemente, sin mucho convencimiento.

¿Quieres de verdad que te la saque…? – contesta el joven haciendo un falso ademán de separarse de la hembra pegada.

Como un resorte, veo que Carmen le impide que se separe. Me quedo perplejo. Está enganchada y bien enganchada.

No, por favor…- le dice, al tiempo que comienza a porrearlo de nuevo.

De nuevo, la pareja se lanza a un combate frenético de sus lenguas. Claudio inicia el bombeo en la dilatadísima vagina. Primero, despacio, pronto deprisa como una perforadora. Carmen se deja la lengua en la boca de su macho. Le muerde, le succiona la lengua y se destroza en un violento beso bucal. Las manos del joven palpan ansiosamente el desmesurado tetamen de mi mujer. Cada mano se apodera de cada una de sus lolas. Las palmotea, las sobrepesa, las levanta hacia arriba, las aprieta y estruja su blanda carne movediza. Las manos se pierden en el pecho inmenso y cuando le retuerce los pezones mientras la hinca con fuerza la poronga en el coño, mi mujer, fuera de sí, le muerde los labios ferozmente estallando en un orgasmo brutal. Ahora, es ella la que, sin descanso, le coge el culo con las manos para que la cogida sea más intensa. Le aprieta los duros cachetes y atrae con fuerza, acompasando el ritmo de la follada, el poderoso culo de su amante. Carmen hierve de nuevo. Manosea el trasero del mulato, lo soba a conciencia y hasta intenta meter un dedo en el ojete. Luego, desliza sus manos hacia los terribles y pesados cojones y, al igual, que él hace con sus inmensas tetas, ella lo hace con los cargados testículos de su macho follador. Los palpa y los pesa, imaginando, la leche depositada que tanto necesita ella que se derrame hasta su útero con furor desatado. Sus lenguas se succionan y sus labios se muerden en un lascivo beso incontenible. Claudio se la mete con más fuerza y ella gime de nuevo, derramándose entera en una corrida salvaje.