Cuando Salieron Goteras
M/F, incest, primera vez
El aguacero estaba siendo tan intenso que hasta nosotros, acostumbrados en nuestra región a las lluvias, estábamos alarmados. Ningún pronóstico nos había alertado sobre aquello y nos había cogido totalmente por sorpresa. Como vivíamos en el último piso de nuestro bloque, las goteras no tardaron en hacer su aparición. Tanto en mi habitación como en la salita empezó a caer agua. No era mucha cantidad, sólo unas gotas de vez en cuando, pero era suficiente para fastidiarnos la noche. Y es que aquello se nos presentó pasadas las once de la noche, cuando íbamos a acostarnos mamá y yo.
Las dos habitaciones tenían ya tres o cuatro cubos recogiendo el agua que caía del techo y sabíamos que no iban a salir goteras en ninguna otra habitación, porque aquellas dos eran las únicas con suelo de azotea encima. El resto de la casa tenía encima un ático, donde entonces no vivía nadie. Mamá se sintió aliviada al pensar en aquello y se sentó conmigo en el salón para terminar de ver la película que estábamos viendo.
-Hoy te tendrás que acostar en mi cama -me dijo durante un intermedio.
-¿No prefieres que duerma en el sofá? -le pregunté yo.
-¿Por qué iba yo a querer que mi niño durmiera en un sofá estando la cama de su madre libre?
-No sé, es que como...
-¿Te da cosa porque tienes ya dieciocho años?
-Bueno, un poco -admití.
-No seas tonto, no hay nada que ocultar entre una madre y un hijo, nada de nada -dijo mamá-. Además, ¿no dijo tu padre medio en broma cuando se fue que desde entonces tú ibas a ser el hombre de la casa?
-Ya, pero...
-Pues nada, ya es hora de que eso sea así. A partir de ahora, tú te metes en la cama con tu madre.
Yo me reí.
-Ah, ¿te parece gracioso el tema? Te ríes, ¿no? Te ríes de una mujer que lleva durmiendo sola dos años, muy bien, muy bien... -dijo mamá en tono de broma.
-No me río de ti, sino de la situación tan embarazosa.
-¿Embarazada, dices? ¿Es que me piensas dejar embarazada? -preguntó riéndose.
-¡Embarazosa! Eso es lo que he dicho -respondí a carcajadas.
-Bueno, bueno... Es que creía que no conocías los condones. Con ellos puestos no se quedan embarazadas ni las madres, ¿lo sabías?
En aquel momento la broma llegó tan lejos que empecé a dudar que fuera una. La confundí con la realidad, pero me resistía a creer que no pudiera ser una broma. La mente calenturienta de un chico de dieciocho años puede jugar malas pasadas, pero aquello era un poco imposible, así que lo descarté. Sin embargo, ¿cómo podía mi propia madre estar bromeando con aquellas cosas?
-Bueno, que empieza la película -dijo mamá al ver que acababan los anuncios.
Los dos nos quedamos hasta después de medianoche viéndola y luego nos preparamos para acostarnos. A mí no se me había olvidado la extraña conversación, pero seguí tachándola de tonta e insignificante y me lavé los dientes pensando sólo en el fuerte aguacero que seguía cayendo. Me preocupaba que fueran a salir nuevas goteras en otras habitaciones, pero sabía que eso no era posible, así que fui a mi habitación, me puse el pantalón de pijama (no me solía poner la parte de arriba) y entré en el dormitorio de mamá. En aquel momento estaba sacándose el sujetador de debajo del camisón para dormir más cómodamente. Sus tetas eran muy grandes y se movían de forma voluptuosa cuando andaba o se movía, incluso cuando llevaba sujetador. Tengo que admitir que tenía una pequeña erección cuando me metí debajo de las mantas de la cama de mamá y la encontré ya allí debajo. Sin embargo, no pasó nada, sólo que mamá me dio un beso de buenas noches y luego apagó la luz de su mesilla de noche. Se puso mirando hacia el borde de la cama y yo me quedé dormido al poco rato.
Imágenes borrosas empezaron a llenar mi mente dormida. Estaba en una de las escenas de la película que había visto y, por alguna razón, estaba empujando un saco con mi cintura como si estuviera haciéndole el amor. Luego sentí algo sobre mi muslo izquierdo, algo que lo rozaba mientras yo empujaba el saco y éste se apretaba también contra mí. La sensación era muy placentera en general y estaba de maravilla en aquel sueño.
De las imágenes de mi sueño pasé lentamente a la oscuridad de la realidad, a la cama donde estaba acostado con mamá. De repente, me di cuenta de que era su culo lo que estaba apretado contra mi entrepierna y que era ella el saco aquel del sueño. Sentí también el roce sobre mi muslo, que ahora también podía sentirse entre los dos muslos y sobre el bulto que una tremenda erección había hecho en la parte frontal de mis pantalones de tela fina. ¡Era una mano de mi madre!
Sin poder parar, seguí empujando el culo de mi madre, estrujando el bulto de mi erección contra él mientras la curiosa mano de mamá me acariciaba donde las madres nunca se supone que deben acariciar a sus hijos. Tanto me dejé llevar por la excitación del momento que me pegué más al cuerpo de mamá y agarré sus tetas enormes por encima del camisón.
-Vaya, ya estás despierto -dijo mamá dándose cuenta de que aquellos movimientos tan certeros no podía hacerlos alguien dormido.
No importándome que supiera que estaba haciendo aquello conscientemente, seguí frotando su culo con mi duro bulto mientras manoseaba sus pechos, que tenían los pezones erectos completamente ya. Sin embargo, a mamá sí pareció importarle que yo estuviera despierto, porque se dio la vuelta y se puso mirándome a mí. Como si estuviera haciendo algo rutinario, llevó sus dos manos al elástico de mis pantalones y tiró de ellos hacia abajo, haciendo que mi gorda erección de dieciocho centímetros diera un brinco y quedara libre. Los pantalones quedaron en mis rodillas y yo me metí debajo de la ropa de cama para quitármelos del todo junto con mis calzoncillos. Mientras lo hacía, noté que mamá también estaba maniobrando como podía debajo de las mantas para quitarse las bragas.
Una vez nos hubimos quitado la ropa interior, mamá me agarró por el tronco e hizo que me pusiera sobre ella. Separó las piernas y se subió el camisón hasta la barriga justo cuando yo ya empezaba a sentir el cosquilleo de su vello púbico en mi húmedo glande. Oliendo el aroma de su más apetitoso manjar, empecé a embestir su vulva, pero sin encontrar su agujero. Poseída por la lujuria, ella misma agarró mi duro miembro y lo guió. Maravillado, sentí cómo mi dura verga se hundía en su caliente y resbaladiza vagina mientras mamá dejaba escapar un largo gemido de placer.
Allí, bajo las mantas, empezamos a copular. Mamá, como tantas mujeres, tenía las manos sobre mis nalgas, apretándome contra ella, mientras yo se la metía despacio. El grosor de mi rabo, superior a la media, parecía darle mucho gusto, así que no dejé de rozar bien la entrada de su coño para darle aún más placer. La verdad es que, haciendo aquello, ni me planteé lo que estaba sucediendo ni el alcance del acto. Estaba, nada más y nada menos, que metiendo mi rabo gordo y duro en el coño peludo y caliente de mi madre y haciéndola jadear de placer, pero no pensé mucho en ello, porque estaba concentrado en no correrme demasiado deprisa. No obstante, aquello no surtió mucho efecto y, justo cuando mi madre se empezaba a correr, mi esperma salió a chorros, llenando la caliente vagina de mi madre. Mamá gemía mientras yo seguía follándomela a pesar de haberme corrido. Su orgasmo, acrecentado por el morbo de estar llena de semen, pasó por su cuerpo como un calambre y la hizo gritar en algunos momentos.
Cuando remitió la oleada de placer, los dos nos quedamos bajo las mantas abrazados. Éramos perfectamente conscientes de lo que habíamos hecho y de que una buena cantidad de mi esperma fluía por su vagina en dirección a su fértil útero, pero no nos importaba en absoluto. Aquello nos había gustado tanto que teníamos intención de repetirlo y saciar nuestra sed de sexo cada vez que necesitáramos hacerlo, incluso si ello conllevaba que mamá se quedara embarazada, cosa más que probable.