Cuando Quique se descubrió del todo
Un viaje para descansar unos días al sol, un bonito apartamento, una obra cercana y dos hombres morbosos deciden la identidad sexual de Quique. Empieza una serie muy muy viciosilla...
Todo empezó hace cuatro años, en primavera, en un pequeño apartamento que tengo en la costa de Almería. Hacía un tiempo espléndido, un sol casi de verano, y aproveché unos días de vacaciones en mi trabajo en Madrid para marcharme al apartamento. En aquel momento yo tenía 28 años y estaba hecho un lío. Desde pequeño siempre había tenido novias y ligues, pero por una u otra razón nunca acababa en algo con ellas. En cambio, entonces me daba mucha vergüenza reconocerlo, me había masturbado con muchos amigos y todos me tenían por un poco "niña", quizá por mi cuerpo delgado sin apenas vello y por cierta languidez suave y equívoca en los movimientos. Más de una vez algún amigo me había puesto boca abajo y acariciado mis redondas y empinadas nalgas, pero no habían llegado más lejos. Así que, con 28 años y casi todos mis amigos casados, yo seguía sin definirme y ellos me tenían por "rarito" y hacían bromas sobre mi afición a la ropa muy ceñida, mi costumbre de estar siempre bronceado y tomar el sol en tanga, y mis pechos más turgentes de lo habitual y de pezones grandes que se me ponían duros en cuanto me tocaban. La verdad es que yo me había puesto más de una vez ropa de mi hermana, sólo un año menor que yo, y me excitaba verme con braguitas, medias, panties, minifaldas, tops, y ver cómo un sujetador con un poco de relleno hacía que mis pechos parecieran pequeñas tetas. Me gustaba pintarme los labios y los ojos, ponerme pendientes, pulseras, gargantillas... todo tipo de adornos femeninos, pero no me atrevía a dar el paso de entregarme del todo a unas relaciones completas con otro hombre. Y eso que no me habían faltado sugerencias.
En la ocasión que os cuento, cuando llegué a mi apartamento, con muchas ganas de ponerme un tanga y salir a tomar el sol a la playa, vi con disgusto que estaban construyendo, al lado mismo, una gran urbanización de vacaciones de cinco torres, que ya alzaban sus estructuras. Mi apartamento no da directamente a la playa, sino a un lateral que hasta entonces tenía unas vistas espléndidas. Ahora, apenas a quince o veinte metros de mi terraza, se levantaba, tapándome las vistas, un mamotreto de doce plantas. Las obras en marcha acababan de afear el panorama con un bosque de enormes grúas. Pensé que al fin y al cabo eso tenía que suceder antes o después, pero que, cuando el edificio estuviera terminado, mi terraza y mi bonito apartamento, donde me gustaba estar desnudo o ponerme ropas femeninas, se verían enteramente desde ellas, vamos, como un escenario. Tendría que buscar otro sitio para esos ratos de placer solitario.
Como aún no era mediodía y el sol era espléndido, me puse un tanga, me anudé a la cintura un pequeño pareo y bajé a la playa, casi solitaria en esa época del año. Durante un par de horas tomé el sol, sin entrar al agua, todavía muy fría. Cuando volvía al apartamento para ducharme me crucé con un grupo de obreros, que regresaban a las torres en construcción. Me excité al ver que varios de ellos recorrieron mi cuerpo con miradas que se detenían especialmente en mi respingón trasero, mi vientre muy plano pero nada musculoso y mis pezones enhiestos. Noté que me ponía colorado, que involuntariamente acentuaba el movimiento de mis caderas y como un excitante y cálido hormigueo entre mis nalgas y en las caras interiores de mis muslos. Tan rápido como pude entré a mi edificio y subí a la segunda planta, donde está mi apartamento. Una vez allí, me eché sobre la cama y me hice una paja pensando en el grupo de hombres que me había mirado de forma tan especial. Cuando ya estaba a punto de correrme, me di cuenta de que el amplio ventanal que une el apartamento y la terraza estaba abierto de par en par, y que desde el edificio en obras varios de los hombres que se habían cruzado conmigo contemplaban, con sonrisas divertidas, como me masturbaba. Me corrí tan excitado que los chorros de mi semen llegaron hasta mi cara. Con mi mano extendí el semen sobre mi pecho y mi cara y lo llevé a mis labios, recogiéndolo con la lengua. En cuanto me pasó la excitación volví a sentirme muy avergonzado, corrí las cortinas y fui al baño a ducharme.
Cuando volvía de la playa, uno de los hombres me había mirado con ojos especialmente ardientes, y no me le podía quitar de la cabeza. Era más o menos de mi edad, pero con un cuerpo fuerte y musculoso, especialmente los brazos y piernas. La camisa de manga corta, entreabierta, y los pantalones cortos mostraban un vello intenso, oscuro y rizado. Tenía unos labios grandes y carnosos y un perfil agresivo. Al pensar en él me sentía intensamente excitado, deseaba como nunca antes notar sus manos sobre mi piel y entregarme a él como una mujer. Después de ducharme, me arrojé desnudo sobre la cama, con ánimo de descansar y frenar un poco mi inesperada tensión sexual.
A media tarde, llamaron a la puerta de mi apartamento. Pensé que sería el conserje, a quien no había visto al llegar ni durante el día, y que siempre se preocupaba de tener el edificio bien controlado. Querría saber si era yo quien estaba en el apartamento, cuántos días iba a estar y todo eso. Me puse una toalla de manos a la cintura, para cubrir al menos mis partes y abrí la puerta. Me quedé de piedra. Como si mis sueños se hicieran realidad, allí estaba el hombre fuerte y musculoso, con una sonrisa en sus gruesos labios, acompañado de otro de los obreros, de más edad y grueso, pero también de visible fuerte musculatura y con un rostro de rasgos duros y ásperos, acentuados por un poblado bigotazo negro. No pude evitar que los pezones se me pusieran otra vez erectos y duros. El mayor lo notó y los miró significativamente, esbozando una sonrisa.
-Seguro que te alegra vernos dijo el hombre de mis deseos. ¿Nos invitas a pasar y tomar algo?
Yo estaba tan excitado y nervioso que mientras les decía que sí, que pasaran, y cerraba la puerta, me moví de manera tan torpe que la toalla cayó al suelo, dejándome completamente desnudo. No se recataron en repasar mi cuerpo de arriba abajo con los ojos, y el mayor frunció los labios en un gesto apreciativo.
-Perdonadme, pero tengo el frigorífico vacío. Acabo de llegar y todavía no he ido a comprar cosas.
Los dos obreros me miraban con sorna y de nuevo habló el de mi edad.
-No te preocupes, lo que nos apetece tomar seguro que lo tienes.
Rieron los dos. Yo me sentía nervioso, incapaz de hacer o decir algo, de nuevo rojo como un tomate. Me di cuenta de que el más joven tenía una sonrisa un poco cruel, pero parecía amistoso. Sin más rodeos, echó mano a mis nalgas y las apretó con fuerza. Noté cómo sus dedos exploraban entre las nalgas y uno de ellos abría mi ano. Di un respingo y mis pezones acentuaron su visible erección. Noté que mis muslos ardían y que mi vientre empezaba a estremecerse como cuando me masturbo y estoy a punto de correrme. Mi polla, que no es de tamaño muy normalito, empezó a levantarse. El hombre mayor cogió entre el pulgar y el índice uno de mis pezones y apretó, haciéndome sentir un pinchazo muy agradable de dolor.
-Estos pezones tan ricos seguro que trabajándolos bien dan hasta leche dijo riéndose.
El joven se bajo la cremallera del pantalón y sacó su pene. Estaba bien empinada y tenía un tamaño más que regular, sobre todo era muy gruesa.
-¿A que ya sabes lo que vas a tomar tu? me dijo. Anda, ponte de rodillas, nenaza.
Obedecí sin rechistar, me arrodillé y me cogió la cabeza, llevando la gruesa polla hacia mi boca. El glande se mostraba húmedo. Abrí la boca y el cilindro de carne entró. Con la mano empujó mi cabeza hasta apretar mi cara contra la rizada mata de pelo que rodeaba el pene. Noté que el pene entraba un poco en mi garganta y luché para evitar las arcadas. El hombre estaba muy excitado y empezó a sacar y meter el pene con fuerza, mientras yo procuraba lamérselo con la lengua y los labios. De repente noté una mano del hombre mayor que me cogía entre las nalgas y tiraba para levantarme. Con la polla del joven dentro de la boca me contorsioné para levantarme, quedando agachado y con mi trasero en pompa, trabajado por el otro hombre.
Mientras el joven seguía metiendo y sacando su pene en mi boca, noté que el otro hombre humedecía con saliva mi ano y separaba mis nalgas con sus manos. Empezó a introducirme los dedos. Mi ano se dilataba con facilidad, proporcionándome un enorme placer. Mi cuerpo excitado ansiaba la penetración y yo empecé a mover las nalgas como había visto hacer a las mujeres en las películas porno. El hombre me hizo separar un poco las piernas y empezó a golpear mis nalgas con su pene y a darme azotes con las manos abiertas. A esas alturas yo estaba ardiendo, esperando de un momento a otro la penetración.
Sin embargo, hubo un alto. El joven sacó el pene de mi boca y me dijo: "Venga, a follarte en serio, vamos a la cama". Volvimos al dormitorio y el mayor descorrió de par en par las cortinas. Aún era de día y la luz inundó la habitación. En un momento, el mayor se quitó la ropa y se echó boca arriba en mi cama. Por un momento me quedé como alelado, a la vista del enorme palo que emergía del grueso corpachón del hombre. Era un pene impresionante, de más de un palmo y como tres veces de grueso que el mío. El joven me cogió por las nalgas y se echó a reir. "¿No has visto muchas pollas como la de Agustín, eh, nenaza? Ya puedes preparar bien este coñito que tienes entre las nalgas", dijo mientras sus dedos hurgaban en mi ano, humedecido por la saliva del mayor.
Me hicieron poner de rodillas sobre la cama, muy abierto porque el grueso cuerpo de Agustín era bien ancho, y mirando hacia los pies, para enseñarle el trasero. Las manazas del hombre mayor me cogieron por las caderas y colocó mi ano exactamente encima de la punta de su pene. "Ábrete bien, ahora", me dijo. "Cuanto más te abras y te relajes, te dolerá menos". Yo notaba mi culo superexcitado por el contacto de la punta del pene y tirándome de las nalgas procuraba abrir mi agujero lo más posible. El joven, luego supe que se llamaba Luis, nos miraba de pie, junto a la cama, acariciándose el pene erecto. De pronto, las manos de Agustín se cerraron como garfios sobre mis caderas y tiraron con fuerza hacia abajo. Yo lancé un prolongado grito de dolor mientras el grueso pene violentaba mi esfínter y avanzaba dentro de mí, hasta que mis nalgas se apoyaron completamente sobre los huevos de Agustín. Noté que me ardía el culo y me saltaron algunas lágrimas, pero casi enseguida el dolor fue cediendo. "Ahora, sube y baja, mujercita, que vas a disfrutar", me dijo Agustín. Le obedecí y mis nalgas empezaron a subir y bajar alrededor del enorme pene. Pronto, latigazos crecientes de placer empezaron a recorrer mi cuerpo, olvidado ya del dolor de la penetración. Me subían como relámpagos desde el ano hasta los pezones, me rodeaban hasta el vientre que empezó a palpitar con intensidad, me bajaban por los muslos... Mis gemidos de dolor se fueron trasformando en gemidos de placer, y notaba como instintivamente mi esfínter apretaba todo lo que podía el pene que lo invadía. Así estuvimos un buen rato, y Luis, junto a la cama, sin dejar de menearse la polla, con la otra mano me estrujaba los pechos y me pellizcaba los pezones, arrancándome grititos de dolor. De repente, Agustín interrumpió mis movimientos al sujetarme con fuerza las caderas, con las nalgas apretadas contra sus huevos. Noté las vibraciones del pene dentro de mí y la explosión de los chorros de semen que invadían mi intestino, mientras Agustín lanzaba una especie de rugido.
Tras unos momentos que todos permanecimos como en silencio, Agustín me levantó poco a poco las caderas hasta que su pene salió por completo. Se incorporó hacia la cabecera de la cama, sentándose en la almohada y me hizo darme la vuelta poniéndome cara a él. Entonces me cogió los pezones y tiró de ellos, hasta acercar mi cara a su pene, que estaba ya perdiendo dureza. "Límpiame bien la polla con la lengua, bonita" me dijo. Obediente, yo empecé a lamerle el pene. Así arrodillado, con la cabeza baja, el trasero en alto y los muslos separados, noté, mientras limpiaba cuidadosamente el pene de Agustín con la lengua y los labios, que Luis se subía a la cama, se ponía de tras de mí y agarraba mis caderas como antes lo había hecho Agustín. Supe que ahora le tocaba a él penetrarme y lo hizo con facilidad. Mi agujero estaba bien abierto por el pene de Agustín y suavizado por su semen, y además el pene de Luis no era tan grande como el otro. Empezó a follarme con rapidez y fuerza y muy pronto su pubis y sus huevos se aplastaron contra mis nalgas y noté de nuevo las pulsaciones del pene y nuevos chorros de semen que entraban en mi interior. Desfallecido de placer, me dejé caer boca abajo en la cama. Los últimos chorros de semen de Luis, ya con su pene fuera, cayeron sobre mis nalgas. Tomó mi mano derecha, la llevo hacia mis nalgas, frotó mis dedos en el semen y me ordenó: "Chúpate los dedos, nenaza". Lo hice, mientras notaba escurrir semen entre mis nalgas. Luego, me dio la vuelta y me hizo limpiarle el pene con la lengua y los labios, como había hecho con Agustín.
Quedé tendido en la cama, desnudo, exhausto y feliz, mientras Agustín y Luis se vestían. Entonces, Luis me dijo que mirase hacia el ventanal abierto. Desde el edificio en obras, los demás hombres del grupo que había visto cuando volvía al apartamento, hacían gestos lascivos y se cogían la polla y los huevos por encima de los pantalones. "Parece que les ha gustado el espectáculo, eres una nenaza bien caliente", me dijo Luis sonriendo. "Lo menos que puedes hacer es dejarles que te disfruten también. Algunos tienen rabos aún mayores que el mío", dijo Agustín. Y añadió: "Para que tu portero no se escandalice demasiado, en lugar de que vayan desfilando por aquí, esta noche puedes venirte a la obra. Hay hasta un buen colchón hinchable. Te podemos dar un buen repaso entre todos".