Cuando Quique se descubrió del todo (2)

Quique había descubierto en Almería su identidad sexual y ahora descubre en Torremolinos la forma más excitante de expresarla.

Después del repaso que me dieron Luis y Agustín en el apartamento de la costa de Almería dejé de estar hecho un lío. Ya no tenía dudas de que no solamente soy gay, sino que además soy un gay totalmente femenino, una mujercita viciosa con un ansioso coño entre las nalgas. Nunca había disfrutado tanto, ni de lejos, como cuando los penes tiesos y viriles me penetraron y se vaciaron en mi interior. Mi gusto era evidente. Me gustaba ser tratado como una hembra, dominado, manoseado y follado, y someterme pasiva y sumisamente a los caprichos de los machos. Los días siguientes seguí explorando a fondo mi sexualidad descubierta. No sólo Luis y Agustín repitieron varias veces conmigo, sino que también me entregué a varios de sus amigos. Se lo pasaban muy bien con mi cuerpo, pero cuando sus manos recorrían mis nalgas, mi vientre, mis muslos y mis pechos, y sobre todo cuando se corrían en mi boca o en mi culo, yo tenía unos orgasmos como nunca había imaginado que pudiera sentir, auténticas corrientes eléctricas que me recorrían el cuerpo y me hacían vibrar, estremecerme y gemir.

Tenía ya 28 años, pero de tanto decirme los tíos que estaba "buenísima" y que parecía una jovencita, empecé a verme yo mismo con otros ojos. Me veía realmente atractiva, con mis nalgas redondas y respingonas, mis piernas femeninas, especialmente los muslos, y mis pechos más crecidos y apuntados de lo normal en un chico. Me encantaba ver mi cuerpo totalmente depilado que tanto les excitaba, ahora más atractivo por el moreno del sol y la marca provocativa del tanga en el bronceado. Una tarde, yo estaba boca arriba en la cama, muy abierto de piernas y gimiendo mientras un tío bien dotado me penetraba con fuerza. El hombre interrumpió un momento su acelerado ritmo de meter y sacar la polla en mi culo y me miró sonriente, estrujándome los pechos y excitado por mis gemidos. "Mira que eres puta", me dijo. Luego siguió penetrándome hasta correrse. Me di cuenta que yo notaba me había excitado mucho cuando me llamó puta, que me gustaba sentirme como una puta que le daba placer.

Estuve pensando en ello, más aún cuando, horas después, me sucedió de nuevo con otro tío. Me mandó ponerme a cuatro patas con el culo en pompa, y lo hizo con rudeza: "Venga puta guarra, date la vuelta, ponte a cuatro patas como una perra y levanta bien el culo". Lo hice, mientras latigazos de placer recorrían mi cuerpo. Noté que me excitaba al máximo que me usaran como una puta, exhibirme y someterme a cada capricho del que me follaba.

El día que tenía previsto volver a Madrid seguía haciendo un tiempo espléndido, impropio de las fechas. Pese a todos los polvos que me habían echado yo seguía con el calentón de sentirme puta y poco a poco había decidido que tenía que probar a hacer de verdad de puta y ver lo que sentía. Llamé al trabajo, di una excusa y en lugar de volver, cogí mi pequeño coche y decidí ir hacia Torremolinos, donde sabía que había una calle, que bajaba hacia la playa y donde por la noche se ponían chicos, chulitos y nenazas, y pasaban coches con tíos en busca de compañía sexual.

Nada más llegar a Torremolinos cogí sin problemas habitación en un hotel muy cercano a la playa. En esa época estaban medio vacíos y por un momento temí que mi excursión resultase inútil y que no hubiera movimiento en la calle. Me duché, me perfumé exageradamente con una fragancia muy femenina, me puse un tanga, unos shorts blancos, muy cortos y tan ajustados que la costura se clavaba entre mis nalgas y un top elástico rosa muy escotado, sin mangas y muy corto, dejando desnudo el cuerpo bronceado como cuatro dedos por encima y debajo del ombligo, me calcé unas zapatillas rosadas y me fui a tomar una copa a un bar de ambiente de la zona. Aunque no había mucha gente, enseguida tuve varios conatos de ligue, alguno de ellos apetecible, pero esa noche quería probar otra cosa. La verdad es que quería sentirme como una verdadera puta. Así que poco antes de medianoche fui a la calle de marras y me puse muy contento al ver que no estaba solo. En lo que yo alcanzaba a ver otros seis o siete chicos estaban por las aceras, unos paseando despacio, otros apoyados en algún árbol o en las vallas de las casas.

Enseguida me di cuenta de que no tenía competencia, porque todos ellos eran "chulitos", chicos que se ofrecían para follar a sus clientes, muy machotes, vestidos con vaqueros ajustados y marcando bien los "paquetes". Yo era la única "nenaza" en oferta y temí que a ese lugar sólo fueran buscando chulitos. Bajé por la calle medio centenar de metros y me coloqué apoyado en un árbol, frente a una farola que me iluminaba mucho.y procuré poner una pose femenina, sacando mucho el trasero y marcando las caderas, mientras mis pezones erectos se marcaban bien en el elástico del top. Los coches pasaban muy despacio, de vez en cuando alguno se detenía junto a un chico, que se acercaba, hablaba con el conductor y unas veces el coche seguía sin más su camino, y otras el chico subía y se marchaban. Al poco rato sólo quedábamos dos chulitos y yo.

Un coche negro paró a mi altura y el conductor, un tipo flaco y de facciones duras, bajo la ventanilla y me hizo un gesto con la mano para que me acercase. Fui hacia él con un movimiento de caderas que subía y bajaba alternativamente mis nalgas. Me incliné junto a la ventanilla y el hombre sacó una mano y me cogió y apretó las nalgas. La otra mano subió hacia mi pecho, se introdujo bajo el top y estrujó uno de mis pezones. "Joder, estás muy buena y debes ser más puta que las gallinas", me dijo. El aliento le olía a whisky, se notaba que iba muy cargado. "¿Cuánto cobras por hacerme primero una mamada y echarte luego un buen polvo? A pelo, yo no quiero condones", me dijo. De pronto me di cuenta que no había previsto el precio y no tenía ni idea de cómo estaba por allí, pero sin precio no podría sentirme completamente como una puta. Improvisé: "Lo que tu quieras. Tu valoras mi servicio después de usarme y lo que me des está bien". "Anda, sube". Pasé por delante del coche y subí al asiento junto al conductor. "Quítate todo, quiero verte en cueros", me dijo el cliente, mientras arrancaba suavemente el coche.

Sentía vibrar todo mi cuerpo de excitación mientras me quitaba el top, el short y el tanga y los echaba al asiento de atrás. Era mi primera vez de puta y deseaba como nada que el cliente quedará satisfecho de mi servicio. Me quedé sentado con pose de mujer, desnudo, con los muslos juntos y apretados, mi pene y mis huevos desaparecidos entre los muslos, las piernas separadas desde las rodillas, el vientre muy hundido y exhibiendo mis pechos carnosos y los pezones duros. El tipo me miró de reojo y esbozó una sonrisa. Sin dejar de conducir muy despacio se desabrochó el pantalón, bajo la cremallera y se saco el pene y los huevos. Tenía un pene grueso y largo, sin exageración, y se le estaba poniendo duro. "¡Chúpamela!", me ordenó. Obediente, me incliné, con la cabeza por debajo del volante y tras lamerle un poco con la lengua, introduje el pene en mi boca y empecé a mamársela. Se puso completamente duro en el acto. Con una mano apretó mi cabeza, aplastándome la cara contra su velludo pubis y noté que el glande penetraba en mi garganta.

El coche se detuvo en una zona junto a la playa. Había más coches aparcados con gente dentro. Inclinó su asiento hacia atrás y seguí recorriendo su pena con mi lengua y mis labios, mientras sus manos sobajeaban mi cuerpo. De pronto me echó la cabeza hacia atrás y sacó la polla de mi boca. "¡Para golfa, que quiero correrme en tu culo!¡Sal del coche!". Le obedecí y salí desnudo del coche. Me hizo apoyar el pecho sobre el capo y metiendo una mano entre mis inglés tiró hacia arriba para levantarme bien el culo, mientras con los pies me hacía separar las piernas. Quedé así, anhelante, con el culo en pompa, exhibiendo mi agujero. El hombre, tras menearse un poco la polla, empapada de mi saliva, me separó bien las nalgas y puso la cabeza del pene sobre mi agujero. Me agarró entonces las caderas y embistió, penetrándome de un solo empujón hasta aplastar sus huevos contra mis nalgas. Me di cuenta que otros tíos se habían acercado alrededor nuestro y contemplaban cómo me follaba. Estaba bien caliente, porque apenas estuvo dos o tres minutos follándome cuando noté los espasmos del pene y los chorros de semen que entraban en mi interior. Tras una pausa se dejó caer sobre mi espalda y luego, poco a poco, fue sacando su pene. Cuando terminé de salir noté la humedad gelatinosa en mi esfínter y los hilillos de semen que escurrían entre mis nalgas y por la cara interior de mis muslos.

El hombre abrió una puerta trasera del coche, sacó mis ropas y me las tendió, diciéndome: "Eres una puta cojonuda, sabes hacerlo, se ve que tienes una larga carrera, golfa". Luego, sacó la cartera del bolsillo del pantalón y me dio un billete de dos mil pesetas. "Toma, te lo has ganado. Si estás por el mismo sitio te cogeré más veces". Subió al coche y se marchó. Me sentí estallando de placer cuando me quedaba allí, con las ropas y las dos mil pesetas en la mano, rodeado de hombres que me habían visto haciendo de puta de verdad. Uno de ellos, que estaba apoyado en un coche próximo, se acercó: "Oye, no te vistas, que tengo ganas de echar un buen polvo". Miró hacia mi mano: "¿Qué cobras? ¿Dos billetes?", me preguntó. Asentí con la cabeza. "Vale, ven conmigo", y echó a andar hacia su coche. Le seguí, sintiendo otra vez el agradable calor entre mis nalgas y la excitación en mi vientre y mis pechos. De nuevo un cliente, de nuevo me sentía puta, era fantástico. Aquella noche aún me entregué a otros tres clientes, sin moverme de aquel morboso aparcamiento junto a la playa.

A la mañana siguiente, cuando tomaba el sol en tanga en la piscina del hotel escuché unas risas y al mirar vi a uno de mis clientes nocturnos, con un grupo de amigos. Les contaba algo y todos miraban divertidos hacia mi. Me puse boca abajo en la tumbona, para sentir la caricia del sol en mis nalgas y para que todos las pudieran ver a gusto. Noté que me excitaba pensando en lo que haría por la noche, ya había aprendido a comportarme como una puta. En eso que mi cliente nocturno se levantó y vino hacia mi. Me puso una mano sobre las nalgas desnudas. "¿Qué, golfa? ¿Te pone cachonda el sol en el culo, eh?". Hice una risita y levanté mis nalgas contra su mano, para demostrarle que me gustaba que me las tocase en público. Apartó la cinta del tanga y sus dedos hurgaron en mi agujero. "Tengo el apartamento ahí mismo", me dijo señalando una torre junto a la playa, "¿Cuánto me cobras por hacérnoslo todos contigo un buen rato?". "¿Ahora?" "Claro, mis amigos quieren echarte unos buenos polvos". Miré hacia el grupo, eran siete tíos, además del que estaba contratándome. Noté que la idea de entregarme a ocho tíos me ponía a mil. Se dio cuenta de mi calentón: "¿Te gusta, eh, golfa? Te va a salir la leche por las orejas. Venga, que quiero invitar a mis amigos a una buena puta. Vamos y te doy diez mil pelas".

Acepté, nos reunimos con el alegre y excitado grupo y subimos todos a un amplio apartamento en la planta 15 de la torre. Ya en el ascensor, mi cliente de la noche anterior me hizo quitarme el tanga y quedarme completamente desnudo. Fue una auténtica orgía, cada uno me folló varias veces y me penetraron en todas las posiciones, por la boca y por el culo. Yo no daba abasto a chupar pollas, a abrirme las nalgas, unas veces estaba boca arriba y otras boca abajo, incluso dos de ellos me follaron de pie contra la pared, unas veces se corrían dentro y otras veces fuera, echándome el semen en el pecho, el vientre y las nalgas. Dos se empeñaron en penetrarme el culo al mismo tiempo y al final lo consiguieron mientras yo casi me mareaba del dolor en el esfínter. Como diversión final me hicieron meterme de rodillas en una gran bañera redonda de jacuzzi que tenía el apartamento, se pusieron todos fuera, alrededor de la bañera, y empezaron a mear hacia mi cara. Los chorros de orina de tantos tíos caían sobre mi cara como una ducha dorada y resbalaban por todo mi cuerpo, mientras reían divertidos.

Quedé echado exhausto en la bañera, mientras los tíos se duchaban uno tras otro. Yo me duché el último. El dueño del apartamento me dio el tanga, me lo puse, y delante de todos me dio las diez mil pesetas. "Toma, golfa, que te lo has ganado bien. Esta noche a lo mejor te recogemos en El Bajoncillo para darnos otra fiesta". Mientras cogía el dinero me sentí completamente una puta callejera, comprada para desahogarse y echarme polvos, y volví a sentir la gran excitación que me producía, el ardor entre las nalgas y en las caras internas de los muslos, el estremecimiento en el vientre y los pezones duros y erectos. Yo tenía un buen trabajo y no necesitaba el dinero, pero era recibir el pago de mis servicios, y que me llamasen puta y me tratasen como tal, lo que me daba ese calentón y esa excitación especial y esos increíbles orgasmos que nunca había sentido antes y que arrancaban entre mis nalgas y se extendían como latigazos por todo mi cuerpo. ¡Menuda escapada! En pocos días, ya con 28 años, es decir, no era ya precisamente un crío, primero había descubierto que yo era totalmente un marica pasivo, que me gustaba ser dominado y follado y sentirme como una hembra, y luego que lo que más me calentaba era ofrecerme a desconocidos y que me alquilaran y usaran como una puta. Tenía que volver a Madrid y al trabajo normal, pero al día siguiente, en la carretera, ya de regreso, pensaba que mi vida iba a cambiar mucho a partir de entonces.