Cuando papá necesitó de ayuda, yo estuve ahí
Un padre de mediana edad, viudo y triste es auxiliado sexualmente por su joven hija.
Cuando papá necesitó de ayuda urgente, yo estuve ahí
Mi padre siempre ha sido una persona maravillosa conmigo: comprensivo, cariñoso, atento, sacrificado, preocupado de hasta el último detalle, si había que corregirme en algo o por algo, no dudaba en hacerlo, pero lo hacía con una justicia templada por el amor.
Desgraciadamente desde que mi madre adorada muy tempranamente enfermó de cáncer y, finalmente, falleció, mi padre ha caído en un estado del que no ha podido salir.
Mi padre trabaja como profesional independiente o autónomo desde hace muchos años y no sabe estructurar sus jornadas de trabajo, separar el curro del tiempo libre. Funciona con horarios imposibles e impredecibles. En más de dos años no ha encontrado una mujer que soporte tal estilo de vida. Las relaciones que ha tenido después de la muerte de mi madre han sido esporádicas y efímeras.
Yo sé que mi padre está sufriendo muchísimo porque mi madre siempre me confidenciaba que él era de sexo diario, habitualmente en la mañana y en la noche. Entonces no poder desfogarse apropiadamente en más de dos años tenía que ser terrible para él.
De hecho los signos que mostraba apuntaban a que sí estaba siendo muy dificultoso para él esta etapa de su vida prácticamente privado de sexo. Se había vuelto arisco, difícil de tratar; su chispa y alegría que siempre lo caracterizó se había apagado casi por completo. En sus ojos se percibía desazón, disgusto, pesadumbre, insipidez por las cosas que antes lo hacían disfrutar. Carecía de la satisfacción de una necesidad básica y no podía o no sabía cómo remediarlo.
Entonces decidí tomar cartas en el asunto porque no iba a permitir que mi padre se apagara sin que yo hiciera algo por él. Sabía cuál era su necesidad: sexo; sabía también cuál era el impedimento que existía: su modo de vida incompatible con una relación de pareja normal, común. Modificar el estilo de vida de mi padre, enraizado por años, era una labor de largo aliento. Entregarle sexo era algo que estaba en mi mano hacer en el corto plazo.
No tenía ni tengo impedimentos morales ni de otro tipo con el tema del incesto, siempre que no haya embarazos ni menos hijos. Yo he follado con primos, tíos y otra parentela diversa sin ningún problema. Mi padre más de una vez y más de dos se folló a las hermanas de mi madre, a alguna prima mayor, a cuñadas y siempre mi madre lo supo, lo consintió e, incluso, hasta lo alentó, cuando deseaba tomarse un descanso del continuo asedio sexual de mi padre.
Tomé la decisión de ir a vivir un tiempo a la casa de mi padre con la excusa de que el reciente rompimiento con quien fuera mi último novio me había dejado mal (no era cierto porque la relación se había desgastado mucho y, a decir verdad, me había quitado un peso de encima). A pesar de que sabía perfectamente que no era necesario, fui a hablar de mi intención de trasladarme a su casa con mi papi. Aprovechando el clima caluroso de la época y en pos de atisbar cuán difícil pudiera resultar la meta auto impuesta, me embellecí todo lo que pude, me puse un vestido de tela ligera, bien escotado y corto, solamente con una tanguita minúscula color carne abajo. Quería provocar, intentar seducir a mi padre, tentarlo.
Al llegar al hogar paterno saludé efusivamente a mi padre, lo abracé y besé en los labios —como hacía siempre, pero esta vez con sensualidad y erotismo— y aproveché de pegar muy mucho mi cuerpo al suyo, haciendo que mi entrepierna acariciara sutilmente su sexo y mis tetas, su pecho. Breves instantes después noté cómo la polla de mi padre salía de su letargo y se erguía a toda prisa. Eso me dio la señal que buscaba: mi padre me deseaba y solamente requería de un estímulo apropiado para hacer clic, para enganchar. Si yo no lo excitara o estimulara sexualmente, su pene no habría reaccionado con tanta celeridad y entusiasmo. Algo que ayudaba mucho era que yo me parecía mucho a mamá, tenía el mismo tipo físico y similares cualidades y modo de ser; contextura media, cabello negro, largo, liso y brillante, tetas voluptuosas, culo grande y respingón, piernas bien torneadas, carnosas y firmes, además de un rostro atractivo.
Almorcé con él y durante la charla de la sobremesa le planteé mi deseo de irme a vivir con él por una temporada. Mi padre no titubeó un segundo para decirme que su casa era mi casa y que no necesitaba preguntar nada, únicamente debía llegar cuando yo lo deseara.
Durante la comida y en la posterior conversación antes aludida, noté que los ojos de mi padre se clavaban por largos momentos en mi escote generoso. Mis pechos voluminosos, tersos y naturales, como los de mamá, lo tenían como hipnotizado. Aprovechando aquella favorable circunstancia le propuse que viéramos en su cuarto una película erótica que yo había llevado por si se daba la oportunidad.
Nos fuimos a la habitación de papá y yo pasé antes al cuarto de vestir de mamá para ver si encontraba algo más cómodo que ponerme. Hallé una camisola de dormir muy sensual, provocativa, casi completamente transparente, de una tela muy fina y suave al tacto. Si pensarlo dos veces me la puse sin ropa interior.
Aparecí en el cuarto paterno con fingida naturalidad; noté cómo prácticamente de inmediato la polla de papá se izó. Él se puso nervioso, incómodo, colocó un cojín en la entrepierna para ocultar su excitación.
—Papá es que tengo mucho calor y por eso me puse este camisón de mamá, ¿te molesta?
—No, no hija, al contrario, te ves preciosa, guapísima, Has tenido una linda idea.
—¿por qué no te pones un short y una camiseta tú también y vemos la película bien confortablemente?
—Sí, sí, eso haré. Espérame un poco.
Como dejó la puerta de su cuarto de vestir entornada, logré ver que se quitaba toda la ropa y se ponía unos pantaloncillos cortos, de tela delgada, sin calzoncillos, y una camiseta holgada.
Nos dispusimos a ver el vídeo recostados en la cama matrimonial del cuarto de papá. De a poco me fui acercando a él hasta colocarme en una posición tal que él pudiese ver sin dificultad la desnudez de mi cuerpo a través de la fina tela transparente de mi atuendo. Ello, unido a lo caliente de las escenas de la película, causó que el pene de papá se pusiera enhiesto de nuevo. Pero esta vez papá no intentó ocultar su erección y dejó que se manifestara en todo su esplendor.
A medida que avanzaba el vídeo una mano de mi padre se posó sobre mis piernas acariciándolas suave y pícaramente, pero con disimulo. Yo hice como que no me enteraba de nada, pero a medida que la mano agarraba confianza y enfilaba lentamente hacia arriba, los sensibles pezones de mis tetas respondieron al estímulo y se endurecieron orgullosos.
Pasamos un buen rato así. Papá no se atrevía a ir a más y yo, además de que mis tetas habían puesto en evidencia mi calentura, que se incrementaba más minuto a minuto, sentía que mi coño rezumaba jugos que pronto saldrían al exterior y se harían visibles. Entonces decidí enfrentar resueltamente la situación y dar un paso más allá, uno determinante, categórico. Deslicé mi mano hasta la entrepierna de papá, le rocé sensualmente la polla, y al no haber reacción negativa de papá, se la empecé a acariciar por encima de la ropa con decisión.
—¡Hija! —musitó papá excitado y sorprendido a la vez.
—Sssshhhh…no digas nada papi, solamente déjate llevar.
A continuación di el paso decisivo: le abrí el short, saqué la polla en erección y se la comencé a chupar suavemente y con fruición palmaria. Papá no hizo nada al principio, solo cerró los ojos y se dejó agasajar por mi juvenil lengua y boca.
Poco rato después mi padre se encendió y salió de su pasividad. Se puso de pie al costado de la cama, se sacó el short y la camiseta y me hizo acercarme al borde de la cama. Entonces me folló la boca con frenesí, sujetándome la cabeza con ambas manos para introducir su pene hasta el fondo de mi boca. Unos minutos después se corrió copiosamente dentro de mi boca. Traté de tragar a toda prisa tan abundante polución caliente, pero no logré impedir que algunos hilos de semen se salieran de la boca por las comisuras labiales y se deslizaran por mi mentón.
Papá me abrazó y besó con pasión desenfrenada, mientras sus manos hacían caer la camisola al suelo primero y recorrían mis nalgas, mi vagina y mis tetas con lujuria desatada, después. Para mi sorpresa su polla volvía a empinarse de nuevo tan gorda y grande como antes. Me colocó a cuatro patas sobre la cama y acercó su polla a la puerta de mi vagina, provocando un exquisito roce entre mi clítoris y la punta de su colosal tranca. Comencé a gemir de placer y, seguidamente, me la metió de golpe hasta el fondo de mi intimidad. Sentí un grado de excitación sublime, tuve ganas de gritarle que me follara de una vez porque ya no resistía más. Pero no fue necesario. Mi padre tomó con firmeza mis caderas con sus manos y empezó a follarme como poseso, con un mete y saca vertiginoso que denotaba voracidad, hambruna. Yo de los gemidos pasé a los jadeos y terminé gritando de júbilo, de gozo infinito. Me empecé a correr una y otra vez, cual chica multiorgásmica. Mis líquidos vaginales corrían por mis muslos, bañaban mis piernas y humedecían las sábanas de la cama. Mi papá seguía y seguía en su mete y saca acelerado sin dar tregua, muestras de agotamiento ni de aproximarse a su clímax.
Repentinamente se detuvo, sacó su polla empapada de mi chocho, se hincó en el suelo y comenzó a masajear mi ano con su lengua. Yo no dije nada, únicamente intenté relajarme y aprontarme para lo que se venía con inminencia. Pero no ocurrió aquello, no con la perentoriedad que yo imaginaba. Mi padre se tomó todo el tiempo que estimó necesario para dilatar bien mi canal rectal y su esfínter. Lo hizo con la lengua al comienzo, introduciéndola y sacándola de mi culo repetidamente. Luego empleó sus dedos untados en mis fluidos vaginales para apurar la dilatación del, hasta entonces, casto orificio anal.
Todo aquel largo proceso no hizo otra cosa que ponerme al borde del súmmum de la excitación. Ya no solo gemía, jadeaba, resollaba y chillaba sin medida, sino que había empezado a suplicar que me la metiera de una buena vez. Por fin llegó el momento, la tranca cárnea de mi progenitor se posicionó a la entrada dilatada de mi recto. En ese instante crucial me preguntó:
—¿de verdad que estás ansiosa por que te la meta por el culo, cariño? —susurró mi padre en mi oído.
—Sí papito, por favor no me hagas esperar más. Métemela toda, enterita. —respondí con un hilo de voz.
Con obediencia militar me la fue metiendo poco a poco por el vestal agujero anal hasta que sus huevos tocaron mis nalgas. Mis sensaciones eran extrañas, de dolor y placer entremezclados, combinados. Papá mantuvo su polla adentro por un tiempo lo que hizo que, de a poco, la sensación de malestar fuera remitiendo y mi canal rectal se adaptara al tamaño y forma del pene de mi padre, como un guante a una mano.
Entonces mi padre empezó a follarme el culo despacio, con cuidado y suavidad. A medida que transcurría la acción mi excitación se acrecentaba y los deseos de ser follada más duramente aumentaban exponencialmente. Los gritos de gusto así se lo hacían saber a mi progenitor. Papá, aún inseguro, preguntó:
—¿de verdad quieres que te folle el culo más duro hija?
—Sí papi, sí; dame duro —respondí suplicante.
Entonces mi padre comenzó a acelerar el ritmo hasta lograr que mi fruición lujuriosa se desatara como nunca antes. Chillé, grité y pedí más y más. A mi padre aquello lo encendía enormemente, me follaba cada vez más rápido, con más vicio y ganas. El vaivén de su polla era incesante y veloz, casi infernal, pero exquisito. Tras largos minutos su peno explotó al interior de mi culo y bañó mis cavidades rectales con deliciosa leche tibia. Yo quedé en éxtasis, embelesada, fascinada. En cuanto pude me giré para terminar de succionar del pene de papá hasta la última gota de fluido seminal.
Rendidos, extenuados, descansamos un ratito acurrucados, acariciándonos, besándonos, mimándonos.
—¿te gustó hija mía? ¿lo pasaste bien? —me preguntó papá con voz tenue.
—Sí papito, me encantó. Nadie me había hecho sentir lo que tú. Tu fogosidad es exquisita.
Follamos el resto de la tarde y toda la noche hasta pasadas las cinco de la madrugada, solo con pequeños intervalos para coger fuerzas y comer o beber algo.
Amanecimos el día siguiente alrededor del mediodía, desnudo, juntitos padre e hija como mujer y hombre, él detrás de mí, con su polla dura pujando por reanudar la acción, por adentrarse de nuevo en mis cavidades íntimas y rebosarlas de semen. Finalmente lo hizo varias veces antes de levantarnos, ducharnos juntos y vestirnos.
Por la tarde me acompañó a mi piso para coger algunas cosas imprescindibles para concretar mi mudanza antes del anochecer, antes de nuestra segunda sesión nocturna de sexo y lascivia paternofilial.