Cuando no te lo esperas

Carla y Elena

Miro a Elena.

Está cabreada, lo sé. Lo siento en cada fibra de mi ser. Casi como si su ira emanase de ella, golpeándome sin miramientos.

  • ¡Joder! -susurra, levantándose sin previo aviso, asustando a los que están a su alrededor y que no se han dado cuenta de lo que ocurre.

  • ¿Qué le pasa? -pregunta Jorge.

Nadie responde.

Nadie lo sabe.

Nadie, menos yo.

Tras un suspiro, me levanto y la sigo, encontrándola en la terraza. El pelo suelto, meciéndose al viento, y la luna reflejada en su piel.

  • Es gilipollas -la oigo murmurar.

Sonrío, acercándome a ella, apoyándome en la barandilla, junto a ella.

Me mira, en silencio, con los labios tan apretados que apenas parece tener.

Del bolsillo trasero de mi pantalón saco mi pitillera, acercándosela por si le apetece uno, y ella coge dos. Con una media sonrisa en mis labios, cojo uno y saco el mechero, encendiendo nuestros respectivos tubitos de nicotina.

  • Es gilipollas -repite.

  • Eso ya lo has dicho.

Si las miradas matasen, ahora estaría a dos metros bajo tierra.

  • ¡Es que es gilipollas!

Intento no reírme.

  • ¿El mensaje era suyo? -pregunto, guardando pitillera y mechero.

Asiente.

  • ¿Quién coño se cree que es? -salta por fin- ¿Le pillo con otra, me piro y, encima, se cree con derecho a exigirme que le diga dónde estoy y con quién? ¿Este tío es tonto o gilipollas?

Me callo, aprovechando para dar una calada.

  • Pasa de él -digo, con la mirada fija en el suelo, sintiendo como la suya se clava en mí.

Y ambas callamos, escuchando ese silencio roto por las risas de los demás dentro de casa.

  • Corté con él -susurra.

Y me sorprendo por esas tres palabras que acaba de pronunciar.

  • ¿Cuando? -pregunto, descubriéndome nerviosa.

  • Antes de venir.

Suspiro. No, no suspiro. Más bien libero el aire que he retenido durante el tiempo que ha tardado en responderme.

  • No quiero volver a verle -murmura, dando una calada a su cigarrillo.

  • No lo hagas.

  • Tengo mis cosas en su piso.

Otra calada.

  • Iré yo a por ellas.

  • ¿Tú? -se sorprende, mirándome.

Se le ha caído el cigarrillo al suelo.

  • Sí, yo.

  • No -me corta.

  • Sí -repito.

  • ¡Que no, joder! -me grita.

La última calada y apago mi cigarrillo, apagando el suyo por si acaso.

Me yergo, quedando cara cara con ella, seria.

  • ¿De qué tienes miedo? -pregunto.

Duda, lo veo en sus ojos.

  • Es un bestia y...a veces se pone violento -responde.

  • Iré con Raúl.

  • En serio, hace pesas.

  • Pues iré también con Jorge, y con Carlos. Y si tengo que llamar a los GEOS para que me acompañen, lo hago. Pero iré yo a por tus cosas -digo, tajante.

En esto no admito discusiones.

  • ¿Y adónde voy? -me pregunta- Dejé el piso compartido.

  • Te vienes a mi casa.

Me mira, con un "ni de coña" pintado en la mirada.

  • Carla -dice.

  • ¿Qué?

  • Sólo tienes una habitación.

Es cierto, mi piso es bastante pequeño, de una sola habitación.

  • Pero tengo un maravilloso sofá cama -sonrío.

Pone los ojos en blanco.

  • ¿Qué?

  • Carla, no.

  • Elena, sí.

  • No, en serio. Es demasiado.

Ahora soy yo quien pone los ojos en blanco.

  • No es demasiado -le digo-. Si yo estuviese en tu situación, ¿no harías lo mismo?

Suspira.

Sí que haría lo mismo.

  • Tú ganas -se rinde-. Pero con una condición. Me quedo contigo hasta que encuentre otra cosa , nos turnaremos para dormir en el sofá cama y, mientras esté allí, pago la mitad de los gastos.

Abro la boca.

  • Y no acepto un no por respuesta -me amenaza con el dedo.

Me callo.

No me gusta la idea de que pague la mitad, aunque no niego que me vendría muy bien el dinero.

  • Esta bien -asiento, tendiéndole la mano.

Ella la acepta, tirando de mí hasta abrazarme, susurrando:

  • Gracias. Muchísimas gracias.

Sonrío.

  • Tranquila, no es nada -le respondo.

Y miento, porque lo es todo.

Muerta de cansancio, apoyo la frente en el espejo del ascensor.

Dios, que ganas de llegar a casa y tirarme en el sofá.

Salgo al rellano y un olor a pollo asado invade mi estómago hasta conseguir hacerlo rugir.

  • Dios, que bien huele -susurro, sonriendo al descubrir que proviene de mi puerta.

Abro y veo a Elena sentada en el sofá, tapada con la mantita rosa y corazones morados que traje de casa de su ex.

  • Hola -saludo.

  • ¡Hola! -me responde, con una sonrisa de oreja a oreja, observándome tirar la mochila al suelo y sentarme a su lado-. Tienes cara de cansancio.

  • La que tengo -me río, y ella me da en el hombro.

  • ¿Mucho curro? -pregunta, sentándose de lado y poder mirarme.

  • Mucho imbécil -respondo, masajeándome el cuello.

  • Pobrecilla -susurra, moviéndose en el sofá y, por consiguiente, obligándome a cambiar de postura hasta que queda detrás de mí.

Algo que me encanta de que se haya venido a vivir conmigo: sus masajes. Agradezco de veras que, aparte de estudiar ciencias políticas, dé clases de masaje, en las que se maneja casi como una profesional.

  • Tienes unas manos... -digo, con los ojos cerrados, intentando no ponerme a hacer ruiditos raros.

  • Te gusta, ¿eh? -me susurra al oído.

Y la sensación de su aliento en mi cuello me pone la piel de gallina.

  • Pues estas manitas han hecho un pollo asado rico, rico -me informa, parando el masaje y alejándose de mí-. No te muevas -me pide, levantándose del sofá y dirigiéndose a la cocina.

Aprovecho para suspirar.

Últimamente me pasa mucho. Empiezo a pensar que no fue buena idea meterla en mi casa.

A ver, no penséis mal, volvería a hacerlo. Jamás la dejaría en la calle; pero...en este último mes, los momentos en los que me sorprendo pensando en dejarme llevar, en abrazarla por detrás y besarla. O, cuando me da un masaje, parar sus manos y girarme; clavar mi mirada en sus labios, delicados y suaves, acercarme poco a poco a ella hasta llegar a mi meta...

Vamos, soñando fantasías irrealizables.

¡Pero si es hetero! Le gustan más los tíos que a los tontos, un lápiz.

Vuelvo a suspirar, justo cuando aparece por la puerta de la cocina, con una bandeja con un plato de pollo, pan, una coca cola, cubiertos y una servilleta.

  • ¡Tu cena! -anuncia, con otra de sus sonrisas de oreja a oreja.

  • Hey, gracias. No hacía falta -le agradezco, acomodándome para recibir ese pollo que huele taaaaaaaaaaan bien.

Me lo deja sobre las piernas, con cuidado, sentándose de nuevo como antes.

Dios, que buena pinta tiene.

Corto un trozo y me lo llevo a la boca.

  • ¿Qué tal? -pregunta.

  • De vicio. Tenía mucha hambre.

Sonríe, robando un trozo de pan.

  • Me alegro.

Y sigue observándome comer, algo que me pone nerviosa.

  • ¿Vas a mirarme todo el rato? -medio pregunto, medio me quejo.

Asiente.

  • Pues cuéntame algo, anda.

  • ¿Qué quieres que te cuente?

  • Lo que sea -respondo, con un trozo de pollo en la boca.

Así que Elena me mira, fijamente, con el entrecejo fruncido.

  • Vale, ya sé -dice por fin.

Me río.

  • He conocido a alguien -me suelta.

Espera, ¿qué?

  • ¿Has conocido a alguien? -pregunto, ignorando ese escalofrío que me recorre de arriba a abajo, intentando parecer calmada.

Y ella asiente, completamente ignorante de la tormenta que está comenzando a desatarse en mi interior.

  • Sí. Un chico de la facultad -sigue contándome-. Es alto, guapo, moreno, con unos ojos que te mueres...

Fantasea, echando la cabeza hacia atrás, y eso me duele.

Se la ve feliz. Feliz por la posibilidad de conocer más a ese chico. Feliz ante la posible idea de tener algo con una persona que no soy yo.

  • ¿Te ocurre algo? -me pregunta, sacándome de mi ensoñación.

No respondo, no de momento.

Las náuseas no me dejan hablar.

  • Yo...vuelvo ahora -consigo decir, dejando a un lado la bandeja y corriendo al baño a abrazarme al señor Roca.

Y ahí va de nuevo el pollo.

  • ¡Hey! Tranquila -oigo a Elena decir, antes de sentir como me pone una mano en la frente, como me sujeta el pelo.

Otra arcada.

Bien, Carla, estás dando una imagen genial ante tu amiga.

Y otra mas para la colección.

  • Venga, tranquila.

Está nerviosa, lo noto en su voz.

Ya, por fin.

  • ¿Mejor? -pregunta, ayudándome a levantarme.

  • Algo -le contesto, mojándome la cara.

  • Ven, te llevo a tumbarte en la cama -me dice, volviendo a ayudarme a caminar.

  • Esta semana me toca sofá -me quejo, con un repentino dolor de cabeza.

  • Sí, pero yo no soy la que ha decidido que mi pollo no es lo suficientemente bueno como para digerirlo.

Me río, o al menos lo intento, agradeciendo el sentir el mullido colchón en mi espalda.

  • Te voy a traer un vaso de aquarius, ¿vale?

Asiento, más cansada de lo que estaba antes.

Me estoy durmiendo y, de hecho, cierro los ojos un momento. Pero, cuando los abro, las luces de la casa están apagadas, y noto un cuerpo tumbado a mi lado.

Apenas tengo que ladear la cabeza para verla ahí, junto a mí, con los ojos abiertos.

  • ¿Qué tal estás? -susurra, adelantando una mano que me quita un mechón de la cara.

  • Muerta de sed.

Se incorpora, cogiendo un vaso de la mesita de noche.

  • Toma -me da, ayudándome a que me incorpore yo también.

Se lo devuelvo y me tumbo de nuevo mientras lo deja de nuevo en la mesita, sentándose agarrada a una almohada.

Silencio, y mis ojos empiezan a cerrarse de nuevo.

Cuando vuelvo a abrirlos de nuevo, ella sigue ahí, sentada, mirándome.

  • ¿Qué hora es? -pregunto, con la voz enronquecida.

  • Tarde. Espera -dice, levantándose, saliendo de la habitación.

Oigo sus pasos por el piso, adivinando su paso por el baño antes de volver a sentarse a mi lado, tendiéndome un termómetro.

  • Póntelo.

Me incorporo y me pongo el termómetro.

  • Mañana no vas al trabajo -anuncia-. Llamaré mañana por la mañana para avisarles, antes de irme a la facultad.

Asiento, volviendo a suspirar, apoyando la cabeza en el cabecero de la cama.

Y así nos quedamos durante un rato, en silencio, sentadas en la cama, a la luz de la farola de enfrente. Quietas hasta que el termómetro decide pitar e interrumpir nuestra meditación.

Me lo quito y se lo doy para que lo mire ella, ya que está cerca de la ventana.

  • Treinta y ocho -me informa-. Te traigo algo para la fiebre, ¿tienes mejor el estómago?

  • No he vomitado el aquarius -medio sonrío.

Me devuelve la sonrisa y tarda unos segundos antes de volver a salir de la habitación y pasearse por el piso.

Esto de que me cuide está bien. Se han cambiado los papeles en menos de un mes.

Cuando llegó a mi piso, era yo la que le cuidaba, mirando porque estuviera cómoda, para que olvidara pronto al energúmeno con el que salía e hiciera vida nueva pronto.

Vuelve y me tiende una pastillita y el vaso de aquarius de antes, de los que hago uso antes de devolverle de nuevo el vaso, esta vez vacío.

  • Gracias -le digo, observándola dejar de nuevo el vaso en la mesilla de noche y tumbándose a mi lado.

La imito y me tumbo, clavando la mirada en el techo segundos antes de empezar a luchar por no quedarme dormida.

  • No te importa si duermo contigo hoy, ¿verdad? -oigo que pregunta- Quiero vigilarte, por si acaso.

Sonrío.

-No voy a atracar ningún banco, no hace falta que me vigiles.

Oigo como se ríe.

  • Tonta. Sabes por qué lo digo.

  • Sí, y no, no me importa. La cama es grande y cabemos las dos de sobra.

La oigo suspirar justo antes de volver a caer rendida ante los pies de Morfeo.

Y cuando vuelvo a abrir los ojos... No, antes incluso de abrir los ojos. Cuando vuelvo a despertarme, la confusión se adueña momentáneamente de mí. ¿Tal vez por la fiebre? ¿Tal vez por ese peso sobre mí al que no estoy acostumbrada? Porque resulta que Elena está sobre mí, abrazada a mí.

Su olor invade mis sentidos y me hace sonreír.

Extrañamente, estoy cómoda. A ver, podría estar mejor si no me doliera todo el cuerpo; pero me gusta estar así.

Ladeo la cabeza en busca del despertador, más que nada para saber qué hora es.

  • Joder -susurro, antes de intentar despertarla-. Elena, hey, despierta. Llegas tarde. Elena.

Se abraza un poco mas fuerte antes de empezar a moverse, murmurando palabras ininteligibles hasta despertarse poco a poco.

  • Cinco minutos más.

  • Son las diez y media, llegas tarde -sigo.

Y, por fin, se despierta, de un salto y al grito de "¡Joder!".

Es entonces cuando empieza una carrera por toda la casa, quitándose ropa, poniéndosela, buscando su bandolera.

Sonrío cuando la veo entrar en busca de sus zapatos, con el cepillo de dientes en la boca, media camiseta puesta y el pantalón a medio abrochar, antes de volver a desaparecer por la puerta para, segundos después, volver completamente vestida, directa a ponerme la mano en la frente.

  • Sigues teniendo algo de fiebre. Quédate en la cama y llámame si necesitas algo, ¿vale?

Asiento.

  • ¿Me llamarás? ¿Seguro? Nada de hacerse la valiente, ¿eh? Que te conozco.

  • Que sí -respondo-. Vete que no llegas.

  • Vale.

Y se queda parada, mirándome, con la preocupación tiñendo sus rasgos.

  • ¿Qué? -pregunto.

  • Nada. Llamaré a tu trabajo de camino a la facultad, ¿vale? -informa, antes de medio tirarse sobre mí y dejarme un beso en la frente e irse, finalmente, de casa.

Sonrío, escuchando el silencio de la casa durante unos minutos, antes de decidir que no me apetece seguir durmiendo. Así que decido mover campamento hasta el salón, donde me sitúo en el sofá tras hacerme con el mando a distancia. Y cuando llego a la conclusión de que lo único bueno que echan es una serie de Disney Channel, la puerta del piso se abre y Elena se me queda mirando como si yo fuese un skinhead en una biblioteca.

  • ¿No se supone que deberías estar en la cama? -pregunta, cerrando la puerta.

  • ¿Y no se supone que tú te ibas a la facultad?

Sonríe y levanta la mano en son de paz.

  • He decidido tomarme el día libre -dice, acercándose al sofá.

  • ¿Un día libre? ¿Tú? ¿La responsable Elena?

Se ríe.

  • Anda, levántate un momento -me pide, abriendo el sofá cama y trayendo las almohadas de la cama para tener más donde apoyarse-. Ale, túmbate.

Y me tumbo, mientras la veo irse al baño y traerme el termómetro del botiquín.

  • Toma, a ver que tal vas -me dice, antes de irse a la cocina.

Así que, termómetro bajo el brazo, me acomodo con varios cojines y una almohada, esperando a que mi enfermera particular se venga al sofá. Y lo hace, con una caja de galletas, un café y un plato con lo que parece jamón de York.

  • ¿Estás viendo Disney Channel? -pregunta, cambiando de sitio algunos cojines.

  • Sí, ¿algún problema? -le contesto, medio chula, medio riéndome.

  • No, por dios -se ríe.

El termómetro pita y, antes de que pueda ver mi temperatura, Elena me lo arrebata y sonríe.

  • Treinta y siete y medio. Vas mejorando.

  • ¿Me he ganado una galleta? -le sonrío, provocando sus carcajadas.

  • No, lo siento, te toca dieta blanda.

  • ¡Jo! -me quejo.

  • Te jodes, no haber vomitado mi pollo -se ríe, pasándome el plato con el jamón de York.

Lo cojo, mirando de reojo las galletas antes de mirar, con asco, el jamón de York.

Y ahí estamos las dos, calladas, mirando una serie de dibujos animados de un conejo y una perrita perdidos en el amazonas (siempre me preguntaré de dónde sacan las ideas los de Disney). Ella con su café y sus galletas, yo con mi insípido jamón.

Tras un rato, la comodidad y relajación que flota en el ambiente empieza a ponerme nerviosa, y, vete tú a saber por qué, recuerdo la conversación del día anterior.

Y se lo hago saber.

  • Me aburro. Cuéntate algo.

  • ¿Qué quieres que te cuente? -pregunta, con la mirada fija en la caja tonta.

  • No sé, algo.

  • ¿Algo? ¿Lo que sea?

  • Sí, lo que sea.

Y nos quedamos en silencio. No si... al final este juego de intentarlo sin que se note no va a ser lo mejor. Voy a tener que ir a matar.

  • No se me ocurre nada -dice por fin.

En serio, ¿alguna pared cerca para que pueda dar de cabezazos?

  • Pues... -empiezo, sin saber cómo- cuéntame, por ejemplo...que sé yo... algo más de ese chico que has conocido.

Y empieza a descojonarse, sin venir a cuento.

  • Que cotilla -me acusa, con dedo amenazador.

  • No, joder, cotilla no. Me preocupo por tí. A ver si ese chico no es lo que crees, o crees que es lo mejor para tí, pero no.

  • Oooooh, que monaaaa, que se preocupa por míiiii -se ríe, dejando el café y las galletas de lado para abrazarme.

Intento zafarme de ese abrazo, pero no me deja. Así que,me resigno y me dejo abrazar, metiéndome en la boca otro trozo de jamón.

  • Entonces, que, ¿vas a empezar a contarme más sobre ese chico o no? -me quejo.

Se vuelve a reír.

No si... al final no cuenta nada.

  • Es que ya te conté todo ayer -me contesta.

  • No, no todo. ¿Cómo le conociste?

Suspira y se vuelve a sentar, agarrándose a una almohada.

  • Pues, fue en la cafetería. Me tiró el café y me invitó a otro.

Y se calla.

¿En serio se piensa que eso me vale? ¡Detalles, detalles! ¿Quién cojones es ese tío? ¿Elena le puede dar alguna oportunidad para salir?

No me mola. No, no me mola nada.

¿Qué?

Esperad, ¿estamos a estas alturas de la historia y no os habéis dado cuenta? O eso o queréis que os lo confirme.

Está bieeeen.

Elena me gusta. Y mucho.

No diría que desde el día en que la conocí, si lo dijera mentiría. Es, más bien, que me he ido pillando con el tiempo.

  • Muy romántico -digo, seria.

Muy chorra.

  • La verdad es que fue un encuentro un poco chorra; pero fue ver sus ojazos y... ¡uff!

  • ¿De qué color los tiene?

  • Azul verdoso. Y de un profundo.

Azul verdoso... ¡uy, mirame! ¡Tengo los ojos azul verdoso!

La madre que lo parió. Está consiguiendo lo que nadie ha conseguido hasta ahora, ponerme celosa.

  • ¿Y cómo es físicamente? -me oigo preguntar.

Pero, ¿cómo se me ocurre preguntar eso?

  • Pues... alto, con melenita... -empieza a responder.

Con melenita, con melenita. Es pijo de fijo... pijo imbécil.

  • ...una espalda que, ufff... musculado, pero no en plan culturista...

Una polla que no le cabe en un vaso de tubo... No, si... va a ser el hombre perfecto.

Se le cae la baba.

  • Es...perfecto.

Si me lo presenta, lo mato. No, que coño, ¡le corto el pelo! Seguro que eso le jode más.

Se tumba, sonriendo, y yo me tumbo a su lado, pasando de la tele encendida, intentando remitir ese malestar que me ha invadido de repente.

Y así permanecemos unos minutos, en silencio. No se ella; pero, por mi parte, aprovechando el estar tan cómoda, como siempre que estamos en esta postura.

  • Carla -me llama de repente.

  • Dime.

  • ¿Te puedo hacer una pregunta?

  • Dispara.

Tarda unos segundos antes de soltar lo que le ronda.

  • Cómo... ¿cómo es... cómo es besar a una chica?

Y un escalofrío de arriba a abajo más para la colección.

Me giro, mirándola, alucinada por lo que me acaba de preguntar.

  • ¿Perdona? -es lo único que me sale.

  • Perdonada -responde, antes de clavar sus ojos en los míos durante un momento y volver al techo.

Sí, no he oído mal.

  • Pues...no sé...depende de la chica. No todas somos iguales. ¿Acaso besar a los tíos siempre es igual?

  • No.

  • Pues eso. Además, si lo que quieres es saber la diferencia entre besar a un tío que a una tía, lo siento, no te puedo ayudar. Sabes que no he probado el género masculino.

Me vuelve a mirar, con una sonrisilla en los labios

  • Sí, lo sé.

Por un momento, tan pequeño que dudo que haya sido real, creo que me ha mirado los labios.

Pero no puede ser. Como ya he dicho, será mi imaginación.

Vuelve a tumbarse.

  • ¿Cómo fue tu primer beso? -oigo que pregunta.

Suspiro, haciendo memoria.

  • Pues... nervioso, rápido... era el primero para las dos.

  • ¿Con quién fue?

  • Con una compañera del colegio, no la conoces.

Ambas nos callamos, y me invade la curiosidad por saber qué está pensando.

  • ¿El tuyo como fue?

  • Un completo desastre, él casi me ahoga con la lengua. Me dio tanto asco que no intenté repetir hasta casi un año después. Y llegué a la conclusión de que era el chico, porque el segundo fue...

Vuelvo a suspirar, esta vez preguntándome que se sentirá al besarla. Con esos labios que parecen tan suaves, tan carnosos.

Un teléfono suena y ella se aparta de mí para contestar. Aunque debe ser un mensaje, porque, tras quedarse un rato mirando la pantalla, se pone a teclear como una loca.

  • ¿Se puede preguntar quién era? -pregunto, al ver una sonrisa tonta en la cara.

  • Es Claudia -una amiga suya de la facultad-. Al parecer se ha encontrado con el chico este en la cafetería y le ha preguntado si hoy no iba -me responde, tumbándose a mi lado.

Me acomodo, observando, sin mirar, la pantalla del televisor.

Pues vale, pues me alegro de que el chaval se interese por aquí la amiga.

Elena se tumba de nuevo a mi lado. Sin embargo, por primera vez, no me siento cómoda con ella a mi lado.

  • Me voy de nuevo a la cama -anuncio, levantándome de repente.

  • ¿Estás bien? -pregunta, con un marcad tono de preocupación.

  • Necesito dormir algo más -pongo como excusa.

Y me voy del salón, metiéndome entre las sábanas, acurrucándome de espaldas a la puerta, intentando dejar de pensar en todo lo concerniente a mis sentimientos para con mi compañera y amiga.

  • ¿Seguro que estás bien? -oigo que pregunta desde la puerta.

Me callo.

  • Carla, ¿estás bien? -vuelve a preguntar.

Sigo callada.

  • Carla -me llama.

  • Elena -contesto, medio girándome-, por favor, me gustaría dormir un poco más.

Me mira, y me invade la extraña certeza de que no se cree mi excusa para estar sola un rato.

La oigo y veo suspirar, y yo decido volver a girarme.

Pasan los segundos y no la oigo. No sé si me ha dejado sola, o si sigue ahí, de pie; aunque supongo que es la segunda opción, cuando la siento tumbarse a mi lado, abrazándome.

  • ¿Es por algo que he dicho? -pregunta.

Vuelvo a callarme las posibles respuestas.

  • ¿Es por lo del mensaje? -sigue.

Sí, en parte.

Es por el mensaje, por lo que siento por ella, por la absoluta certeza de que se quedara en algo platónico y que tendré que acostumbrarme a este sentimiento. Es porque debería alegrarme de que esté feliz, sea quien sea la persona elegida para estar a su lado. Es porque, pese a todo, no quiero dejar de sentirme celosa por todo aquél que tenga la suerte de tenerla como pareja. Es por tantas cosas que no me apetece hablar de ello con ella, que me tengo que morder la lengua para no gritarselo y que me deje en paz.

No sé por qué me he venido abajo de repente; pero quiero que se vaya al salón, a la maldita fcultad a ligarse a ese morenazo alto con melenita que tanto le gusta.

De repente, y sin venir a cuento, me encuentro con su móvil frente a mi cara.

Pero, ¿qué...?

  • Lee -me ordena.

Y leo.

"De: Claudia

Wapisima!!! Dnde tas? Al final se lo confsaste a Carla? Ya m cntaras!!! Bss"

No entiendo.

Pero, ¿no le había enviado lo del chico ese?

¿Confesarme el qué?

No entiendo absolutamente nada.

  • El chico de la cafetería no existe -me suelta, de repente.

Espera, espera. Para, rebobina y dale al play.

¿Cómo que...?

  • ¿Cómo que no existe? -pregunto, incorporándome.

  • Pues, que no existe.

Sigo sin entender una mierda.

  • Verás -empieza a explicar-, yo... no sabía cómo decírtelo -¿decirme el qué?-. Para mí es difícil, ¿sabes? Ha sido un mes muy difícil, con demasiados cambios -¿cambios?-. Claudia me ha apoyado, es la única que lo sabe todo y... ayer quería decírtelo, pero no sabía cómo. Se me ocurrió lo del chico, para ver cómo reaccionabas, pero... -suspira- reaccionaste tan bien que no tuve valor para nada más.

Se calla, dejándome con la incertidumbre de lo que realmente quiero saber: ¿qué es lo que me tiene que decir?

  • ¿Te inventaste a ese chico? -pregunto, aún sin creerme nada.

Se incorpora, asintiendo.

  • ¿Por qué?

Me mira, con su típica mirada de "por dios, no me hagas esto".

  • Porque -empieza, bajando la mirada-, porque yo...

Me impaciento.

Y estoy a punto de abrir la boca de nuevo cuando, en apenas un segundo, yergue la cabeza, clava su mirada en mis labios y se adelanta, haciendo desaparecer esa distancia entre nosotras.

No puedo pensar. No puedo ni reaccionar ante ese beso que me pilla totalmente desprevenida.

De hecho, aún cuando se separa de mí, volviendo a mirar la colcha, mi mente sigue en blanco.

  • ¿No vas a decir nada? -pregunta ella.

Yo sólo levanto un dedo, pidiendo tiempo, y frunzo el ceño para intentar asimilar todo lo ocurrido.

A ver.

¿Qué coño acaba de pasar?

  • ¿Carla? -pregunta, mirándome con el ceño fruncido también

  • Espera.

Me ha besado, ¿verdad? ¿O no será que me ha subido la fiebre otra vez y estoy delirando?

Me pongo una mano en la frente.

Yo me noto normal.

  • ¿Te ha vuelto a subir la fiebre? -pregunta Elena, quitando mi mano de mi frente para poner la suya-. No, no tienes. Es más, creo que sigues teniendo sólo unas décimas.

La miro.

Me mira.

Nos miramos.

  • Me has besado -digo.

Asiente.

  • ¿Por qué me has besado? -suelto.

Ella suspira, poniendo los ojos en blanco.

  • Carla, por dios. La fiebre te ha afectado más de lo normal.

  • No, a ver. Es que si no tienes cojones para decírmelo a la cara y prefieres los besitos, a mi no me importa. Pero no te creas que te vas a librar tan fácilmente de decirme que te gusto.

Me vuelve a mirar.

  • Es más -añado, ladeando la cabeza y poniendo cara de haber descubierto una verdad acojonante-, yo diría que estás pilladísima por mí.

Intenta no reírse y me pega un golpe amistoso, que me tumba en mi cama.

  • Eres idiota -susurra, abrazándose a mí.

  • Dímelo -contesto.

  • No me da la gana.

  • Dímelo.

  • Que no quiero.

  • Dímelo.

Silencio.

Sonrío. Un empujoncito más y obtengo lo que quiero.

  • Lo que yo te diga, eres una acoj...

Pero no puedo seguir hablando, una mano me tapa la boca antes de sentir como se incorpora, sentándose sobre mí, pegando su frente a la mía.

  • Me gustas -susurra, apartando su mano de mi boca en una suave caricia que empieza en mis labios y termina en mi cuello-. Me gustas mucho, Carla, y me gustaría intentar algo contigo.

Y remata esas palabras en un nuevo beso que se alarga un poco más de la cuenta.

  • Tú también me gustas -necesito decir en un pequeño parón para coger aire.

Y sonríe, contagiándome sin miramientos.

Nos acurrucamos en la cama, mirándonos, notando sus dedos acaricar mi cara.

  • ¿Sabes? -susurra, rompiendo el suave y dulce silencio que nos envuelve- Me han gustado mucho.

  • ¿El qué?

  • Nuestros primeros besos.

Sonrío, porque es monísima y me la comería aquí mismo.

  • Pues espero que te gusten aún más los que vendrán -respondo, volviendo a unir nuestros labios.

¿Qué? Yo también puedo ser monísima cuando quiero, ¿no?