Cuando mis melones apuntan... (2)
Las mujeres también se vuelven locas por mis melones. Mis andanzas como niñera...
Cuando mis melones apuntan... 2
(Susana y las mujeres)
por Mujer Dominante 4 ( mujerdominante4@hotmail.com )
Para Tami.
Capítulo 1. Me acuclillé sobre su cara... Las niñas son algo delicioso...
Me acuclillé sobre su cara como si fuera a hacer pis.
El mapamundi de mi escultural culazo pendía como un sol sobre su rostro y sus ojos fascinados con la vista.
Y le hice pis.
Marita se retorcía de placer y se tocaba frenéticamente.
Yo tenía mis dudas acerca de mearle la cara a una niña, pero ella parecía muy contenta y abría la boca para tragar lo que podía. Y, al fin de cuentas, a sus trece años otras niñas son madres.
Y si pueden ser madres, también pueden tragarse mi pis. Especialmente si les gusta tanto ser meadas. Así que seguí.
Con niñas más pequeñas había hecho muchos juegos, pero principalmente de tocamientos. Nada violatorio, jamás. Por otra parte nunca me hizo falta. Si una las va acariciando, comenzando primero por los lugares más inocuos, como las manos, los bracitos y la carita, las nenas se dejan encantadas. Y una puede ir pasando a lugares un poco más tentadores, como el cuellito, el pechito, la cinturita o las piernitas... Todas son caricias inocentes, pero la nena se va calentando. Cuando llegaste a los muslitos la criatura no se extraña de que sigas subiendo. Yo suelo acariciarles la colita en esa etapa, con una caricia insistente, cada vez más insinuante. Es lindísimo ver como sus caritas van tomando cada vez más color, y sus ojitos más brillo...
Entonces comienzo a darles besitos en la carita y en el cuello. Y voy subiendo por el interior de los muslos con mi mano suave y acariciante. A esta altura la nena ya está caliente y anhelosa de cualquier cosa que yo quiera seguir haciéndole. Así que yo sigo.
Una de las cosas que más me gusta es cuando empiezo a acariciarle la conchita. Puedo sentir la humedad a través de las braguitas, y esa humedad va creciendo de instante en instante. La respiración de la criatura se va agitando. Yo continúo con los besos, cálidos, lentos, húmedos..., en las mejillas, cerca de la boca. No es raro ahí que algunas nenas me ofrezcan la boca, como si tuvieran un saber instintivo. Yo las beso, con la boca abierta, y pronto nuestras salivas se mezclan cuando yo acaricio el interior de sus bocas y su lengua con mi lengua. Las nenas se prenden apasionadamente al juego. Y se ponen a mil. Y yo también... Y ya, perdida toda prudencia les acaricio la conchita por debajo de la bombacha. La suavidad de mi dedo, su calor y la insistencia de la caricia, no tardan en llevar a la nena a un climax en el que se corre, en medio de estremecimientos deleitosos. Yo quedo muy caliente, pero me encanta hacerles el bien a las criaturas.
Por lo general no juego con nenas de menos de cuatro años, a menos que el crecimiento de sus cuerpitos me de la idea.
Las nenas suelen quedar muy agradecidas y mimosas. Ahí es cuando les explico amorosa y tiernamente, que no tienen que comentarle nada a sus mamás o a nadie, por que si lo hacen no me van a llamar más para cuidarlas. Y no vamos a poder repetir el juego. Las nenas entienden perfectamente.
En las siguientes sesiones, vamos avanzando en confianza. Y a las nenas les encantan los besos en el interior de sus muslitos. Y también en la colita. Si veo que se entusiasma con los besos en la colita, entonces continúo por ahí. Le doy besos lentos y carnosos, con mi boca abierta y húmeda, y le voy lamiendo en cada beso. Voy abriéndole las nalguitas, y lamiéndole el interior, llegando hasta el agujerito. Algunas nenas están volando de placer y calentura en ese momento, y comienzan a gemir. Acentuando la frecuencia y profundidad de la caricia he hecho correrse a muchas nenas.
Y besándoles la conchita también, claro. Con mi lengua caliente y gruesa, le voy dando toquecitos en el pequeño clítoris y les lamo el interior de las vaginitas. Y las nenas gimen y gimen, y me piden que siga, y yo voy aumentando la frecuencia, hasta que la criaturita se corre, tensando el cuerpo y sacudiéndose.
Yo quedo muy caliente, pero no me preocupo, tal es el placer de hacer felices a esas criaturas, que quedan tendidas, mirándome con agradecimiento.
Entonces, mientras me miran, me siento frente a sus caritas, con las rodillas levantadas y las piernas abiertas, mostrándoles bien mi peluda concha y mi gran culo, y me voy acariciando y metiéndome los dedos hasta que me corro, casi en sus caritas cercanas.
Las nenas se quedan fascinadas por mi coño. Y, si no es a la primera vez, a la segunda me piden permiso para jugar con él. Yo las dejo y, aunque me muero por una buena paja o por una buena chupada, no les doy indicaciones, para dejar que ellas jueguen como se les ocurra. Y la nena me toca los pelitos, o me besa el clítoris, o me mete el bracito adentro de la concha y empieza a sacarlo y entrarlo, o me mete un dedito en el ojete, o le da besitos y lamiditas. Y el sentir a esa nena jugando a su antojo, agarrándome los labios, o rascándome el clítoris, o dándole chupaditas, al no saber qué seguirá me va produciendo una desesperación enervante y deliciosa. Si continúan mucho rato, termino corriéndome, de pura expectativa caliente.
Pero las nenas pronto se dan cuenta, por mi reacciones, del efecto que producen en mí sus jueguitos. Y comienzan a insistir con las caricias que producen mayor respuesta mía. Que puedes imaginarte cuales son. Y me llevan decididas e insistentes a mis mayores orgasmos.
No sabes lo que es, sentir sus caritas en mi vagina, lamiendo y lamiendo...
Con las nenas mayores, como Marina, la de trece que te estaba contando, la inocencia juega un papel menor, ya que estas nenas saben bien lo que es un orgasmo y buscan producírtelo, casi maliciosamente. E insisten, orgasmo tras orgasmo hasta dejarte agotada. Y te obligan a corresponderles, con esa exigencia tiránica de las niñas que te saben dominada.
Capítulo 2. La cuestión de las madres...
Una vez, la mamá de una de las nenas pareció entrar en sospechas porque, a su retorno de la calle y mientras conversábamos, su nena se había abrazado a mi muslo, agarrada a mi culazo, y se me refregaba evidenciando la calentura residual que le había quedado de nuestros jueguitos. Las nenas de tres años no saben guardar la compostura. Y la mamá miraba extrañada semejante muestra de afecto. "Es que no hizo la siestita" le dije "ahora la voy a hacer dormir, así se queda tranquilita" y me llevé la nena a su dormitorio, le hice una rápida pajita mientras la tenía en mis brazos, contra mis tetones, con mi mano por debajo de las braguitas, haciéndole alcanzar un intenso orgasmito, luego del cual la deposité en su camita, dormida de agotamiento y satisfacción. Y volví con su mamá.
"Se quedó planchadita", le dije, "estaba muy cansada".
La mamá pareció tranquilizarse, aunque no pude dejar de observar el interés que le despertaban mis grandes melones. "Pero es un poco temprano, ¿no se despertará a medianoche con hambre?" "Quedate tranquila, porque le di su merienda. Esta va a seguir planchada toda la noche."
Marina, la mamá de Marinita, era una mujer de menos de treinta años, fresca y atractiva, aunque en ese momento parecía un poco cansada.
"¿Mucho ajetreo el día de hoy?" le pregunté agradablemente, mientras sus ojos trataban de desviarse de mis dos monstruosidades.
"Muchísimo, quedé muy estresada, tengo el cuello completamente duro y tenso..." comentó con angustia.
"Yo te puedo sacar esa tensión. Si querés te doy un masaje que te va a dejar de cama." Ella pareció dudar, "No sé..., yo tengo un masajista varón, no estoy acostumbrada al contacto corporal con mujeres..." Yo me reí, agitando mis enormes tetas sin sujetador al hacerlo.
"¡Pero eso no tiene nada que ver... ¡" "¡Yo te puedo relajar tan bien como el mejor de los masajistas hombres... ¡" Y la empujé suavemente hasta el sofá. Ella se dejó hacer. Y mientras le hablaba miraba de reojo mis tetones. Creo que eso la pudo. Yo comencé acariciándole la espalda, con un masaje ablandante. Marina suspiró, "Ahh..., que bien... " "Eso es, vos dejame a mí, tonta, entregate... " Y me puse a sus espaldas, con cada una de mis fuertes manos a cada costado de su cuello. Qué piel suave tenía esa mujer...
En esa posición su cabeza quedó entre mis tetas, quiso retirarla, pero se la tomé con ambas manos y se la metí bien en mi tetería. "¡Usted apóyese y descanse!" le ordené y agregué con picardía "las mujeres masajistas ofrecemos algunas ventajas con las que los hombres no pueden competir..." Y le moví un poco mis tetas para que las sintiera bien. Suspiró, entregada. Ya la tenía. Ahora era sólo cuestión de ir avanzando en mis juegos.
Así que continué masajeando sus hombros, y a cada movimiento le refregaba mis densos globos contra su cabeza. Desde arriba pude ver que sus pezones se habían endurecido.
Me le puse adelante. Ahora tenía una visión panorámica de mi pechamen, y sus ojos quedaron prendidos de mis voluptuosos melones, que se mecían oscilantes. La pobre estaba perdida.
"Vení" la levanté, "vamos a tu dormitorio, allí podré trabajarte mejor." Mientras la llevaba la iba rozando con mis tetones, de un modo un poco descarado.
La acosté en la cama, le saqué los zapatos y le levanté la falda. Sus muslos concluían en unas diminutas braguitas negras, a cuyos costados sobresalían sus ensortijados pelitos. Le agarré un pié y comencé a masajearle la planta. "Esto es reflexología" le dije, mientras me aplicaba a los puntos erógenos, "en la planta del pié hay muchas zonas que se corresponden con partes del cuerpo" proseguí, observando a través de las braguitas semitransparentes como su clítoris se había erguido, separando los labios. Estos puntos realmente funcionaban.
Le tomé el otro pié, ella suspiró. Los muslos estaban rotados hacia fuera, como ofreciendo su pubis. ¡Estaba linda la guacha... !" Seguí masajeándole las zonas erógenas del pié. Marina volvió a suspirar, mientras arrellanaba su concha con un pequeño giro de su culo.
"¿Hace mucho que estás separada?", pregunté, dando un matiz insinuante a mi voz. Ahora mis manos se estaban ocupando de sus piernas. El masaje se parecía mucho a una caricia. "...Ocho me...ses..." consiguió articular con dificultad. La voz se le había enronquecido. Mis manos avanzaban por el interior de sus muslos con movimientos circulares. Las braguitas estaban ahora completamente humedecidas, y su respiración se había vuelto pesada. Dejé los movimientos circulares y fui aproximando mis suaves manos a las inmediaciones de su coño. Y me mantuve acariciando su casi intimidad de modo insinuante. Sus secreciones crecieron escandalosamente. Y yo seguí con el exasperante contacto. Pronto eso fue demasiado para ella y se corrió. Pudorosa trató de disimularlo, pero sus estremecimientos y la rigidez de sus piernas la delataban.
"Veo que ya te estás relajando..." le dije con voz sugerente. Su respiración no se normalizaba, señal de que seguía caliente y esperando más. "S-sí... es... toy... muy... re...la...ja...di...ta..." El diminutivo final era claramente erótico y desenfadado. Eso produjo un interesante efecto en mi propio clítoris, que se extendió por toda mi zona púbica. Mis propios jugos se estaban desbordando. Decidí que era un buen momento para hacer más explícita la dominación. "Bueno", le dije, "entonces ya podemos dar por terminado el masaje..." "Noo..." me apresó ambas manos con las suyas, apretándolas contra sus muslos "...seguí... por favor... quiero que me relajes más..." Su voz había encontrado un tono voluptuoso difícil de ignorar. "Bueno" puse algo de firmeza dominante en mi tono, "Vamos a continuar, ya que me lo estás rogando..." Y con mis pulgares presioné suavemente en las inmediaciones de su concha, que estaban completamente empapadas. "Porque me lo estás rogando... ¿no...?" y acerqué mis dedos un poco más a su zona inguinal. "¡Síii... te...lo...ruego... por... fa...vor... ! ¡Da-me... más... "
Entonces le metí mano en la concha. "¡Ahhh... !" Fue un suave rugido ardoroso. Comencé a darle apretones a través de las braguitas, con la palma de mi mano. Después de un minuto de tales apretones, se corrió de nuevo. "¡Que caliente que estás, nenita!" me acosté a su lado, dejando mis tentadores melones al costado de su cara. Los saqué de su encierro. Y acomodé su cabeza dejando su boca contra mi pezón derecho. Se prendió con hambre y comenzó a succionarlo y lamerlo con pasión, entre gemidos. Mientras la dejaba hacer, yo masajeaba sus tetas. Las tenía bastante grandes, aunque, claro, al lado de las mías parecían de juguetería. Estaba enloquecida con mis tetas. Parecía que seguiría chupándolas hasta el fin de sus días. Se trepó arriba mío y pasaba de un pezón al otro con frenesí. "¡Nunca imaginé que habría pezones tan grandes y tan gordos y tan sabrosos...!" me decía en medio de su pasión. Me dejé llevar hasta un hermoso orgasmo, por sólo la estimulación de mis gigantescas glándulas mamarias. Ella seguía, y tuve que sacármela de encima con un manotón. Sus jadeos apasionados eran música para mis oídos. Descansé unos momentos. "Si lo que querés es chupar, Marinita, te voy a dar otra cosa..." y le puse mi culo, de costado, frente a su rostro. Entendió la idea enseguida. Con su boquita me cubrió de besos y lamidas las nalgas, y separando mis glúteos hundió su cara en el interior. ¡Qué lamida de orto me dio la hija de puta... ! Y no paró hasta no hacerme correr nuevamente. Era una esclava embriagada de pasión. "¡Ahora me vas chupar la concha, cretina!" la insulté sabiendo la exaltación que eso le produciría. Y le puse mi concha a horcajadas de su rostro. Ella se agarró con ambas manos de mi gran culo, para que no se le escapara mi vagina, y se enterró en ella, lamiendo y chupando con ardor. Yo le refregaba mi concha por la cara, pasándole mi clítoris por todas partes, y lavándosela con mis jugos. La sentía resollar allá abajo, y la sentí alcanzar varios orgasmos. Finalmente llegó el mío, cataclísmico, apretando su rostro dentro mío durante todo el larguísimo momento de mi tremenda acabada. Cuando le saqué la concha de la cara, boqueó en un intento desesperado de tomar aire. Y mientras lo continuaba aspirando a bocanadas, pude ver por los temblores de su vientre que se estaba corriendo de nuevo.
Finalmente me vestí. "Debo irme, Marina, me espera otra nena para que la cuide." "Espero que ahora te encuentres más relajada." Pero no sé si me entendió. La dejé despatarrada en la cama revuelta, con una expresión extraviada en los ojos.
Capítulo 3. Las mujeres en general.
Con muchas de las madres de las nenas pasaban cosas. Creo que por causa de mis melones, que las trastornaban, y también porque vivían calientes. Muchas tenían sus maridos, pero igual se dejaban tentar y sucumbían. Usé mucho mis enormes pechos para seducirlas, y también mi gran culazo.
Las mujeres siempre están listas para ser seducidas por un gran par de tetas como las mías. No se si por envidia de no tenerlas tan enormes, o por el recuerdo de su época de lactancia (al fin de cuentas todos chupamos tetas cuando bebés) O tal vez es que no les dejaba otra alternativa. Les ponía mis pechos ante las narices, y se los contorneaba con desfachatez. Y siempre encontraba el modo de rozarlas con ellos y de apretárselos contra alguna parte de sus anatomías. Con diversas artimañas apreté mis melones contra sus culos, contra sus muslos, contra sus caras, contra sus pubis, contra sus propias tetas, o me los hice agarrar con sus manos. Imaginación no me faltaba para conseguirlo. Que tenía que medirles la cintura para una pollera, qué quería sentir la firmeza de sus pechos con los míos, ...en fin, cualquier excusa era buena, especialmente si contaba con la complicidad implícita de las candidatas, que fingían no darse cuenta de mis artimañas, tentadas por la posibilidad de sentir mis tetonas en directo contra sus cuerpos. Y cuando esto se producía, siempre sucumbían. Casadas, solteras, separadas y viudas.
Como tu sabes, he dominado a muchos hombres con mis melones. Los apunto con ellos y zas- caen, por decirlo de una manera graciosa. Pero resulta que con las mujeres también da resultado.
Las adolescentes, en particular, son "presa fácil". Las chicas, como sabemos, viven calientes. De modo que con cualquier cosa las enciendes. Y una vez que las enciendes son una llamarada.
Las flaquitas "pecho plano" son las más calentonas. Quizá porque tienen dudas sobre su propia sexualidad... pero, a qué andar especulando, se prenden como locas de mis melones. Cuando veo que se están entusiasmando, comienzo a azotar sus caras con mis tetazas, moviéndolas a izquierda y derecha, una y otra vez, y pegándole dos melonazos de nocaut en cada giro. He aprendido a cuidarme cuando hago esto, porque al principio mis melones son muy pesados- solía noquearlas. Claro que cuando se despertaban se sentían como entre nubes, y me miraban con adoración.
A veces comenzaba mi seducción poniendo mis brazos a ambos lados de sus cuellos, de modo que mi tetamen, aún tapado por algún pulóver, quedaba a la altura de su pecho, y les hablaba, como dándoles consejos, pero observando los estragos que iban produciendo mis tetones contra los suyos. Pequeñas rotaciones a derecha e izquierda les refregaban mis pezones, mientras continuaba con mis amistosos consejos. Si seguía un rato con este tratamiento, podía percibir como sus piernas vacilaban, o sus rodillas se aflojaban y entonces, con la excusa de sostenerlas para que no se cayeran, las apretaba contra mis tetones. Y las mantenía así, dándole apretones contra ellos hasta que estaban listas para cualquier cosa. Aunque en algunos casos se me corrieron ahí mismo, mientras las sostenía y les daba apretones.
Pero aquí me detengo. Hay muchísimo más para contarte, pero no sé si no te estoy aburriendo.
Si tienes ganas dime que te ha parecido hasta aquí mi relato, escribiéndome a mujerdominante4@hotmail.com
¡Hasta la próxima!