Cuando mi nabo se bambolea... (1)

Un nabo grande y poderoso, ejerce una gran atracción para todo el mundo. Incluso para los otros muchachos...

Cuando mi nabo se bambolea... (1) por Inclinación Gay 04

Inclinaciongay04@hotmail.com

Capítulo 1. Los muchachos también me tenían afecto...

También jugué con algunos chicos. Algunos, en el vestuario, se me quedaban mirando, sin poder creer lo que estaban viendo. Entonces tenía yo la iniciativa. Mientras me duchaba le daba al candidato un buen espectáculo, dejándolo encandilado con mi miembro al palo, que yo acariciaba como al descuido. Mi tremenda erección los dejaba sin habla. Cuando se habían ido todos, el candidato aún permanecía, como no pudiendo irse. Y yo continuaba con mi exhibición, hasta que veía que había demolido toda posible resistencia o pudor moral. –Carlos, ¿no querés chuparme un poco la poronga?- y se la plantaba frente a la cara, mi polla erguida, se balanceaba y emanaba un olor que debía resultarles irresistible. La vacilación, si la había, era de apenas segundos. Y Carlos, siguiendo con el caso, abrió la boca como para pronunciar una enorme "o" y comenzó a chuparme la cabeza. Carlos era el novio de Teresita, que la noche anterior había sucumbido a mis frotadas durante el baile. Pero a mi se me había metido entre ceja y ceja, o mejor sería decir, entre huevo y huevo, cogerme a Carlos. Era una delicia hacerme chupar por otro varón, más cuando sabía que era su primera vez.

Carlos había perdido toda compostura. Sacándole el chipote de la boca, lo acosté panza arriba en el suelo. Me acuclillé sobre su cara. –Chupame las bolas- y puse mis peludas pelotas al alcance de su boca. La lengua de Carlos no se hizo esperar. Mientras yo podía ver su polla parada a más no poder. Me fui corriendo hasta que mis peludas nalgas cubrieron su cara. Su lengua comenzó a lamerme el ojete. Su respiración se escuchaba agitada allá abajo. Y su pija se balanceaba locamente en el aire. –Lubricame bien el orto, que quiero sentir tu pija adentro- le ordené. Y su lengua obediente se metía cada vez más profundamente en mi ojete. Entonces me levanté y sentándome sobre su poronga me la fui enterrándo poco a poco. Mi enorme miembro se revoleaba ante sus apasionados ojos. -¡la querés! ¿verdad?, ahora cuando me largues tu lechita te la voy a poner- y lo iba ordeñando con mi ojete. Pronto sentí que su polla se hinchaba y comenzaba a llenarme el culo de leche. Cuando me levanté, Carlitos yacía derrengado a mis pies. Y mi polla seguía al máximo. –Ahora me toca a mí... - le dije con una sonrisa malévola, mirándole a los ojos. Podían verse el temor y el deseo en ellos.

Lo volteé culo arriba, y tomando el pomo de vaselina que siempre tengo a mano para esos casos, le inyecté una copiosa carga en el ojete. Bien envaselinado, sus posibilidades de aguantar me tremenda poronga eran mejores. Pero aún debía trabajarlo mucho. Así que le metí un dedo en el orto. Entró con facilidad, y Carlitos gimió de placer. Y sus gemidos continuaron cuando comencé a revolverle el dedo, dilatando su agujero. Y le metí un segundo dedo, y le fui cogiendo el culo con los dos dedos. Carlos se dejaba ortear y se veía que con placer. Cuando le metí el tercer dedo su orto estaba bien ensanchado, y Carlitos levantaba sus hermosas nalgas, como ofreciéndolo. Entonces lo puse en cuatro patas y comencé a entrarle. Cuando sintió mi glande adentro, lanzó un gran suspiro y empujó un poquitito. La lubricación me permitió meterle otro centímetro. Y me quedé entrando y saliendo en ese tramo de seis o siete centímetros, Carlos balanceaba el culo acompañando. Entonces le entraron tres o cuatro centímetros más y me quedé cogiéndolo hasta ahí, sin forzar. Carlos gemía de placer. Y pronto acompañó mis suaves embestidas con las suyas. Su ojete estaba portentosamente abierto, y no le dolía. Y así, paso a paso, se le metí hasta el fondo. En ese momento se corrió, cayendo sobre su vientre. Y ahí comencé a cogérmelo, con vaivenes adentro-afuera que lo llenaban por completo. Su culo estaba abierto a mi lujuria y yo aprovechaba su devoción. Mis embestidas y vaivenes fueron volviéndose más rápidos y más violentos. Y sus gemidos de placer los acompañaban. Finalmente llegué, y le llené su ano con chorros y chorros de espeso semen, metiéndosela hasta el fondo del fondo. Carlitos se corrió nuevamente. Permanecí un rato con mi nabo metido en su horadado orto, y él continuaba gimiendo. Cuando se la saqué pude ver el enorme agujero que le había hecho. Parecía una flor abierta, y continuaba estremeciéndose.

A partir de ahí no dejaba de buscarme para repetir la experiencia. Y, claro que la repetimos.

Capítulo 2. A la familia no hay que negarle nada...

Con Miguel, otro primo, hice algo distinto, pero igualmente divertido. Lo invité a comparar pijas, y él, hasta ese momento orgulloso de la suya, aceptó. Estábamos en su dormitorio y no había nadie en casa. Cuando le exhibí mi poronga en estado de reposo, se le paró la suya. Y aún así era la mitad de la mía. Se acercó y comenzó a manoseármela. Un placer. Y lo dejé hacer, y cuando mi monstruo alcanzó todo su esplendor, lo puse al lado de su miembro erguido, y apretándolos con ambas manos, tronco contra tronco, iniciamos una frotación enervante, que pronto produjo una eyaculación de Miguel que enchastró mis pendejos, y enseguida una mía, mucho más abundante, que le dejó el bajo vientre, los pendejos y parte de los muslos enchastrados de mi semen. Quedó tan loco que se empeñó en chupármela con devoción. Repetimos el encuentro, y a la segunda vez se ve que le había trabajado la cabeza, y me pidió que se la metiera. Fueron buenos encuentros familiares.

Capitulo 3. No hay que encerrarse en la familia.

Los gays, en las playas, se volvían locos conmigo. Y me hacian todo tipo de proposiciones, que yo solía aceptar a cambio e un pago. Pero eso también quedará para mi siguiente relato.

Si te ha gustado este relato, y tienes ganas de hacerlo, escríbeme a inclinaciongay04@hotmail.com

Hasta la próxima.