Cuando Maxi conocio a Ale

¿Te conozco, o no te conozco? Encontrarse en la vida, en un chat, en una cama. El raro misterio del sexo y del amor entre dos adolescentes cachondos.

Antes de salir, leí el horóscopo: los signos del Zodíaco me decían que había llegado la hora de dejar de sufrir por amores imposibles. Para mí, ese consejo no servía. Yo no tenía amores imposibles, porque tampoco tenía amores y además, después de todo, esos horóscopos estaban hechos para la población heterosexual. Las Mirthas que menstruan hasta que les llega la menopausia y los Gerardos que cogen con todas las mujeres conocidas., incluída la propia, mientras se les pare.la pija. Los Albertos que están cansados de ponerla y ponerla a cuanta mina se les abre de piernas, o eso dicen, y las Juanitas cuya mayor aspiración en la vida además de una TV de plasma de 42´´, y una foto autografiada de Luis Miguel, es tener un marido, hijos y casita con jardín.

Yo desconocía que hubiera horóscopos para chicos mariquitas como yo, chicos que gustan de otros chicos, que se enamoran de otros varones, y que sufren por sentirse diferentes, incomprendidos, solos. Para chicos como yo, encerrados, todavía, a los 18 años en el mundo de la familia, conviviendo con madre viuda, hermanas casadas, cuñados, sobrinos, primos que embarazan novias, amigos que salen con chicas que conocen en discos los fines de semana, y toda la locura de la sociedad reproductiva , heterosexual, occidental y a veces, cristiana.

Para sobrevivir todo eso, a mi me ayudaban la música: mi guitarra, mis bandas y cantantes favoritos, bajar temas para mi MP3, ver películas por DVD, y hacerme la paja tres veces por semana, antes de bañarme. Aclaro que me baño a diario, pero pajas, lo que se dice pajas, sólo los lunes, jueves y domingos. Bueno a veces, más frecuentemente, como en la época en que iba al gym de la avenida, con tantos machitos desnudos mostrando "las partes" a quien quisiera ver. Me asombraba la despreocupación con que pasaban, posaban y paseaban con el culo al aire y la pija y huevos bamboleándose. Tipos que, sin problemas, se bañaban en duchas abiertas y dejaban caer la espuma del jabón por sus pectorales y abdominales perfectos, sus brazos, piernas y sus pijas, enormes pijas, enormes porongas ganchudas y gruesas, garchas de tamaño XXL, culos redondos y varoniles, partidos por una raya de pelos, escondida entre dos redondeces. Tipos llenos de hormonas, tetosternona, endorfinas, leche, llenos de deseos, en fin, tipos que no me miraban nunca.

Un dia me cansé de tanta indiferencia, de tanta leche derramada inútilmente, de tantas fantasías incumplidas. Vivíamos en Rosario y estábamos por mudarnos una vez más, en poco tiempo. Lo pensé y me borré del gym, y justo el último día, conoci a un chico que me gustó de inmediato y que me dió conversación apenas me vió. Esa era mi suerte. Siempre me tenía que ir, en el mejor momento. El chico dijo llamarse Alejandro. Le decían Ale y tenía una sonrisa blanca enorme y dientes desparejos. Más alto que yo, de cabeza grande, cara redonda, ojos verdes muy grandes y cabellos color trigo, hablaba mucho y gesticulaba a cada rato. Me dijo que me había visto muchas veces antes, pero que nunca se había dado la oportunidad de hablar. Eso fue todo. Ni llegué a decirle mi nombre. No se si lo averiguó y tampoco recuerdo si nos dimos la mano al despedirnos.

Mi padre era representante de ventas de una compañía de artículos de limpieza y cada dos o tres años, cambiaba de destino: lo mandaban al Norte, al Sur, al Oeste. Y con el mi madre y hermanas. De mudanza en mudanza, yo siempre era el nuevo en el colegio. Aparte de las bromas iniciales, "Maximiliano agarramela con la mano", bromas y apodos crueles como suelen ser las chanzas de los niños, yo era el solitario, el que pasaba los recreos comiendo un sandwich preparado por mi vieja cada mañana. Casi no hablaba con nadie. Esa vida itinerante me impedía tener sentido de peretenencia a algún sitio, o amigos estables: cuando me acostumbraba con alguno, venía la mudanza, el cambio de casa, de ciudad, a veces de vida (de una ciudad grande a un pueblo pequeño y alejado), y por supuesto un colegio nuevo.

Mi debut sexual fue con el hijo de una familia que nos alquilaba una casa en una playa cerca de Necochea, un lugar ventoso y solitario fuera de temporada de verano, en la costa atlántica argentina.

El tenía 17 años y yo iba a cumplir 14. Eramos bastante amigos. No voy a negar que me gustaba , que me calentaba. Era muy varonil y peludo. El estudiaba en un Liceo Militar y un verano, estando de vacaciones, .me llevó hasta un lugar inhóspito y, sin ningún preámbulo: ahí me cogió, una y otra vez, hasta que le pedí que me dejara, que me dolía, que no daba más. El luego me lavó y me limpió, después me abrazó casi por compromiso. Me dijo también que nadie debía enterarse de lo que habíamos hecho y que me amaba No le creí y nunca pude comprobar si eso fue una táctica de batalla o si aquel ataque fue algo más que la liberación de la líbido reprimida de un adolescente morboso candidato a general de brigada.

Días después partimos con mi familia a una provincia distante. Y de aquella "escapada" sexual solo me quedaron , una sensación de suciedad que ningún jabón lavaría, un dolor fuerte en el culo y unas ladillas persistentes que tardaron más de un mes en desaparecer. Mucho Liceo Militar pero aquel chico era un sucio, un antigiénico o mejor dicho un piojoso, con perdón de la palabra.

En esa provincia distante conocí a un curita libidinoso, panzón y pelado, el padre Trotta, ("chanchito" en la intimidad) que me introdujo paulatinamente en los placeres de la "fellatio" dominguera, luego de la misa de once y antes del almuerzo que siempre le preparaba una vieja viuda (tallarines verdes "al dente " con salsa bolognesa, bien regados por vino espumante). El cura tenía una pija gruesa, muy gorda y dura, pija cabezona y resistente, y dos enormes huevos llenos de leche merengada y quizás diabólica.

Un día, el cura desapareció de la parroquia llevándose el dinero de la limosna, y me cuentan que nunca más lo encontraron. Jamás retorné a la iglesia, ni volví a sentir su aliento dulce a hostia y a vino pascual, ni la suavidad de la piel consagrada de su prepucio.

Se dice que ahora vive en una granja comunitaria, con una mujer y cinco hijos. Se hizo agnóstico me cuentan.

"Padre Trotta que te irás al infiermo, bendecidos sean tus huevos inolvidables…".

Cuando mi viejo se mató en un accidente automovilístico con una vaca: si se le cruzó a su auto, un ejemplar de la raza Shortorn, en una ruta oscura, dejamos de peregrinar por los cinco cantos del país. Y nos ubicamos en Buenos Aires, con mi vieja y mis hermanas. Mi viejo, pienso, debe seguir viajando por todas las nubes del firmamento. A veces de noche, solía buscar inútilmente su imagen con su valija entre las estrellas.

Me anoté en un colegio secundario vespertino para terminar el Bachillerato: quedaba a siete cuadras de mi casa, y prometía que en dos años conseguiría mi diploma. Cuando me fui a anotar, vi salir a un grupo de muchachos que festejaban su graduación, disfrazados y con mucho ruido. Uno llevaba toda su cabellera manchada con engrudo que seguramente le habían echado sus compañeros para celebrar la graduación.. Me pareció que por sus facciones era cara conocida, aunque no me miró, pues iba del brazo de una chica de grandes tetas y muy contenta. Parecía que la tetona era su novia. Cuando salieron del colegio con enorme algarabía, me di cuenta que el chico del engrudo era Alejandro, aquel que había conocido en el gym de Rosario. Me entristecí, el chico era hetero Las vueltas de la vida: lo vuelvo a ver y resulta que lo encuentro abrazándose con una mujer. Estoy meado por los perros, pensé. .

En el instituto conocí a un preceptor que se llamaba Hugo del Carmen Sarlanga, era de una provincia del Norte, moreno y de facciones aindiadas. Un día coincidimos en el bar de la esquina y estuvimos hablando El tenía 21 años y un hijo de un año que había tenido con una novia. Pero era más puto que yo. Quedamos en ir a un concierto de una banda de rock juntos: me pidió que lo pasara a buscar por el departamento que compartía con un comprovinciano que estaba de viaje. Se largó a llover apenas llegué y decidimos no ir al concierto. El se sacó la ropa "de salir" que llevaba puesta y me dijo que estaba en mi casa, que me pusiera cómodo.

Se quedó en un slip blanco chiquitito que casi no podía amparar su pija enorme y sus huevos y que contrataba con su piel cobriza y brillante, lampiña y suave como después comprobé. Me quité los zapatos y me senté en la punta de la cama, y el empezó a jugar con sus pies y mi culito. Yo trataba de alejarme, separarme de su juego que me atraía, de su calentura y de la mía. Pero el deseo pudo más y terminamos abrazados en su cama de soltero. El llevó mi cabeza hasta su vientre y ahí estába su pija dura y flaca, tentadora e hirviente. La besé y el comenzó a gemir como una puta escandalosa, pero de verdad, y seguí besando aquella pija que buscaba caricias, y lamí su glande despacito provocando sus gritos y por fin me la llevé a la boca donde la comencé a mamar con ganas. - Dale putito , me decia, comete mi garcha, no pares, segui…… Y en el medio de aquella mamada ruidosa, terminó acabando en mi cara, en mis orejas, en mi cuello, haste en mi pelo. El tipo estaba mas que caliente. Tenía un atraso de casi un año por la cantidad de leche que largó. Me lavé y me fui. Yo no era mejor ni peor que nadie pero el sexo tal como ese, me parecía que no era para mí. O por lo menos no era lo que buscaba.

Mi cuñado me pasó su PC vieja de regalo y apenas me conecté a Internet empecé a buscar chats gays: lugares donde pudiera conectarme con chicos como yo: de alrededor de 18 años casi vírgenes o mas o menos, con poca experiencia, buenas ondas.

No conocía a nadie y habia un grupito en esa sala del chat que hablaba y reía entre ellos, sin permitirme el menor diálogo con nadie

Eso me frustraba y me hacía recordar mis épocas de colegio, donde siempre era el nuevo, el tipo desconocido que vivía silenciosamente

Un dia me abrieron un privado, y la posibilidad de hablar con uno solo de los que chateaban me resultó apasionante. De ahí en más indicaba en mi perfil oficial que no teníaa inconvenientes en charlar en privado.

En pocos meses fui conociendo, aclaro que sólo virtualmente, a muchos chicos de mi edad y mayores. Pude rescatar a algunos de ellos pero no como futuras parejas sino como amigos. Un chico que nunca había cogido con nadie y estaba desesperado por hacerlo, y que se hacía la paja cuatro veces por día. A veces conmigo virtualmente. Un hombre casado que vivía a 500 kilómetros y que tenía fantasías con hombres que nunca va a concretar, pues dice amar a su mujer y sus hijos. Un gordo, nacido en un país sudamericano que vive en Canadá, y que hace un par de años prepara su viaje a Buenos Aires, asegurándo sin ningún inconveniente, que antes de viajar se hará una lipoaspiración en el vientre y las caderas para parecer más delgado. Un chico de mi edad pero absolutamente pasivo que busca un macho muy dotado, según dice en su perfil, pero que teme que le rompan el orto. Algunas locas de boliche, que solo viven para planificar su salida a bailar a una disco los sábados por la noche., o los viernes o cuándo sea.

No recuerdo cuánto tiempo hacía que chateaba cuando conoci a Janeiro, (ese era su nick), pero mi vida cambió en ese instante. Yo que no creía en esas amistades superficiales que no se miran a la cara ni se escuchan la voz, de pronto me encontré con alguien un poco mayor que yo, con quien podía hablar de todo lo que me pasaba y lo que no me pasaba.

Nuestras vidas eran parecidas. Y también nuestra timidez. No nos mandamos fotos durante un par de meses, y mientras tanto nuestra historia seguían su curso. Los mariquitas somos románticos y enamoradizos: yo leía las cosas que me decía y me emocionaba, y me lo imaginaba a mi lado, claro que no se lo comentaba.

Imaginaba su cuerpo desnudo acariciando el mío, sus brazos fuertes abrazándome, sus piernas desnudada entrelazadas con las mías declarándome su amor, pero de eso no hablaba.

En esos dos meses no surgió o por lo menos no se expresó, la idea de encontrarnos, y tampoco la de darnos el verdadero nombre. Eramos Janeiro y Bebito. Dos solitarios perdidos en el mundo digital ancho y ajeno. Había posiblemente un terror a la desilución : a que ese otro que imáginabamos fuera totalmente distinto, que todo fuera mentira.

Los diálogos cada vez se hacían más profundos, más íntimos, más personales. Hubo noches en las que la calentura que ambos teníamos nos llevaba a conversaciones mas osadas y fuimos teniendo la confianza y el coraje suficientes como para decirnos el uno al otro lo caliente que estábamos. Varias veces tuvimos sexo virtual, excitándonos hasta el momento del orgasmo, la explosión y la necesidad de salir corriendo a lavarse. La primera vez que pasó fue como una explosión de la naturaleza y nos dejó profundamente avergonzados. Habíamos encontrado las palabras justas, los tiempos exactos, para convertir al otro en una fiera enardecida, un macho cabrío erecto, desnudo en la oscuridad silenciosa de la noche, todo ello sin atrevernos a tocarnos de verdad, o mirarnos a los ojos, sin el calor de los cuerpos vivos, en la cruel circunstancia de un diálogo digital sin más matices que los que marcaba la necesidad de pajearnos.

Su imagen, las palabras intercambiadas cada noche me perseguían durante el día, y varias veces me sorprendía caliente, recordando alguna frase o palabra intercambiada la noche anterior. Me excitaba la pasión de otro hombre, y la forma en que ese fuego iba cambiando sus palabras, haciéndolas más arriesgadas, mas punzantes y desvergonzadas. Y yo venciendo mi timidez y acariciándome sin delicadeza mi pija dura y mis huevos, devolviendo esa provocación con la mía, diciéndole cosas que nunca me hubiera atrevido a decir en persona.

Un día, recuerdo que hacía frío y mis manos se enfriaban en el teclado, cuando alguno de los dos habló de amor. Se atrevió a pronunciar la palabra mas alejada posible de esa realidad virtual y anónima. El otro río, una risa de esas de chat donde el muñequito se arrastra por el suelo como si estuviera cagándose a carcajadas..

Nos citamos un 20 de Junio, y la ciudad estaba embanderada de celeste y blanco con los colores de la Bandera Nacional, y quedamos en la puerta de un multicine de esos modernos con gran cantidad de salas y muchos espectadores. Uno de esos templos modernos de las palomitas de maiz y gaseosas en vaso de cartón. Ya ni recuerdo que película infantil daban pero en la puerta y en los corredores habia decenas de niños gritando, corriendo, llorando, pidiendo cosas.

Yo llevaría mi vieja campera de combate verde oliva, y mi cabello recién cortado casi al ras.. El vestiría un equipo de gimnasia color gris azulado, y en la mano un teléfono movil. No lo vi llegar. Yo estaba observando a un viejo que caminaba con alguna dificultad. El viejo parecia pedir permiso a cada pie para seguir.

Ale me tocó el hombro tímidamente y cuando lo vi creo que me morí de la sorpresa.

El también sonrió: ya no eramos Janeiro y Bebito del chat, sino Maxi y Ale: y lejos de ser nuestros personajes, nos conocíamos de antes. Ale era el chico del gym, el graduado del Instituto del brazo de la tetona (una prima supe después). El destino, o el chat, o la suerte, o la pequeñez del planteta, nos ponía por tercera vez casi frente a frente, y los dos reímos de esa casualidad.

Asi que vos eras Janeiro, le dije, no sin mirar sus ojos verdes, su cabeza grande, sus cabellos rubios, el equipo de gimnasia gris azulado, sus zapatillas (nuevas). Me miró y sus ojos me parecieron extrañamente limpios, como si nunca antes hubieran visto nada malo o nada cruel. O como si al mirarme toda su vida pasada dejara de existir

¿Adónde vamos? Preguntó y yo no atiné a contestar. Era evidente que no ibamos a ir al cine.

Caminemos, dije. Y su figura más grande que la mía, su calor, su sola presencia me hacía pensar que por primera vez en la vida, yo no estaba solo.

Caminamos muchas cuadras, cruzamos calles, avenidas, un parque. El se detuvo de pronto y me volvió a mirar con esos ojos verdes nuevos que estaba estrenando conmigo.

Habíamos estado cerca por mucho tiempo, manteniendo el uno el paso del otro, conversando de tantas cosas como nos dio la imaginación del momento y también habíamos compartido el silencio. En un momento el se adelantó , y pude ver sus espaldas anchas, su culo masculino y fuerte enfundado en su equipo de gimnasia, sus piernas gruesas, sus pies grandes navegando dentro de sus zapatillas nuevas

Yo estaba tan caliente, tan excitado, tan necesitado de otra piel, de su piel, de otro cuerpo, de su cuerpo. Olía su suave perfume, que no era parecido a ningún otro, presentía su calor, su tibieza, la suavidad casi lampiña de su piel. Pero no me atrevía a indicar un lugar adonde ir, un destino, una dirección. Hablamos y hablamos y por algun instante su mano, sin querer tocó la mía y sentí como una descarga de electricidad caliente y desconcertante.

En una calle relativamente oscura, había un albergue transitorio, un hotel por horas, un lugar de refugio para amantes clandestinos. Nadie lo propuso, pero los dos entramos como atraídos por un imán de sexo. ¿Querés? Me preguntó su silencio. Si quiero , le contestaron mis ganas.

En el ascensor, casi en penumbras nos miramos, reflejados en el espejo, el mas alto y corpulento , yo más bajo pero fornido. Y su mano por primera vez apretó la mía y su cuerpo se acercó hasta rozar el mío. No me moví por temor a que se fuera. El ascensor se detuvo en el piso.

Al abrir la puerta del cuarto, se encendieron las luces y él conectó el aire acondicionado o la música y cuando volvió me miró a los ojos, como si me reconociera en ese instante. Yo hice lo mismo, sin ningún disimulo, y como impulsados por la misma fuerza, nos besamos. Su beso tuvo lengua, saliva, dientes, sangre, y el mio fue una réplica.identica. Lo besé como quien clava una cruz en nombre de un rey en un territorio a descubrir. Como quien sella con los labios un testimonio , un testamento, un documento valioso..

Acaricié su pija y el hizo lo mismo con la mía. Su mano subía y bajaba por la bragueta de mi pantalón, por el tronco de mi garcha, por mis huevos. Yo hice lo mismo, adivinando su dureza, la plenitud de sus huevos, la fuerza de su sexualidad. El pasó sus manos grandes por mi culo, y nunca me sentí mas tocado, penetrado, acariciado en mi vida. Era como un acto posesorio, la confirmación de un derecho. Sus dedos recorrieren una y otra vez la raya de mi orto, si , una y otra vez como si fuera una tarjeta digital que buscara abrir la cerradura de la puerta de un hotel.

Tiró el equipo de gimnasia gris azulado contra una silla y me desnudó sin mayores preámbulos casi en silencio. Respiraba agitado como yo, y en el silencio del cuarto su respiración parecía ya un jadeo que me asustaba. Me alejé unos pasos y sus manos grandes me acercaron hacia el , y por primera vez en la vida me setní como una posesión valiosa que alguien temía perder.

Bebito. mi bebito, gritaba mientras mi cuerpo se le rebelaba en toda su desnudez cachonda, muerto de deseo, mi culo dilatado y húmedo, mi pija dura, húmeda y desafiante, mis huevos alzados, mi pecho brillante de sudor . Levantó mi cabeza y acaricio ambos lados de mi cabeza, alisando mi pelo como queriendo descubir por primera vez la forma de mi cara. Y sus manos grandes me calentaron tremendamente. Sobaba y sobaba mis nalgas paradas y duras, como no creyendo aún que yo fuera realidad.

Su pija era un portento de dureza y grosor, la cabecita completamente salida, era un hongo hermoso, húmedo y tentador que se acercaba a mi y me desafiaba con su pasión arrolladora.

Me tiré, arrodillado al piso y desesperado besé y lamí aquella pija erecta dura y gruesa, repasando una y otra vez el agujerito húmedo de su cabecita soberbia, sorprendiendome con su néctar de agridulce de macho cabrío La metió bien adentro de mi boca golosa, y me agarró con mucha fuerza las orejas para que no cesara de mamar, de chupar aquella poronga gorda y dulce que me ofrecía centímetro a centímetro. En un momento, para mi desesperación, sacó su enorma polla de mi boca y la pasó suavemente por mi cara, primero una mejilla después por la otra, dejando un fino trazo de su leche primeriza como un apertitivo de lo que iba a venir. Su pija pasó una y otra vez por mis labios, por la derecha, por el costado, en línea oblicua, y en cada pasaje mi lengua enloquecida pincelaba la piel estirada y ardiente de su sexo. Yo quería su pija en mi boca, queria chuparla, hacerla mía, darle un placer desconocido que lo atara a mi para siempre. Y el la sacaba y la ponía, con fuerza, gruesa, dura, húmeda y espléndida.

  • Ahora me conocés, me gritaba, ahora si me conocés…. Nuestros cuerpos se movieron hasta lograr la posición perfecta para un 69 calentísimo: mi pija hundiéndose entre sus labios y su lengua y la suya penetrando mi garganta entumecida. Ahora si lo conocía, y el conocerlo me quitaba el aliento, secaba mi boca, confundía mi cerebro.

Su boca me hacía el amor, mientras sus manos recorríán salvajemente mis nalgas, mis piernas, la raya de mi culo, mi espalda. Sus manos eran tan calientes como su pija, que up me estaba comiendo con deleite y como su boca que reventaba de placer mi pija desesperada..

Luego lamió mi culo como quien degusta el mejor manjar de la tierra, como quien abre camino delicada pero insistentemente en una selva de seda que se distiende húmedamente ante su avance conquistador. Y yo creía ver el cielo con su lengua en mi orto, con la insistencia, con que aquel pincel de carne, y dejaba que su boca primero y sus dedos después abrían mis entrañas, invadían mis tripas.

Me senté en su pija gorda y erecta cuando ya no soporté aquella provocación de su lengua, y aunque sabía que me iba a doler, doler muchísimo, me abrí a su avance certero, era imposible de detener. Cuando ya nuestras piernas parecían acambrarse me dio vuelta y montándose en mi cuerpo, comenzó a cogerme como nunca me habían cogido, con un claveteado intermitente que hundia su cuerpo en el mío, y entonces comencé a jadear, a gritar, a insultar, a putear a todos los que no me habían dado amor, y mientras su leche hirviente me invadía inagotable, creí encontrar por primera vez un lugar en el mundo.

galansoy. A quienes me siguen y me estimulan, a quienes lo hacen saber desde todos los rincones de Iberoamérica, con un gran abrazo, g.