Cuando los sueños se cumplen
A veces los días cambian de forma inesperada y la rutina se convierte en la mayor de tus pesadillas...o de tus más oscuras fantasías.
La ventana estaba atrancada, de eso no había duda, pero debían encontrar alguna forma de salir de allí, ya que empezaba a ser una experiencia claustrofóbica. No había transcurrido mucho tiempo desde que Harry, en un alarde de valentía, había decidido aventurarse por aquellos pasillos para descubrir cómo salir de ellos. Pero la puerta estaba cerrada, y aquella ventana parecía la única forma de escapar.
María seguía dando vueltas a cómo una mañana normal de instituto, si se puede llamar normal a que una de sus amigas hubiera aparecido después de 3 meses con un bebé entre sus brazos, había podido acabar escondida en una lúgubre habitación con una puerta atrancada y un compañero que había conocido ese mismo día. Pero el intento de encontrar un atajo para no llegar tarde a su siguiente clase les había llevado a unos pasillos misteriosos y a tratar de esconderse tras oír cómo alguien se acercaba.
Con un pequeño sobresalto reaccionó al oír el crujido de un cristal acompañado de un grito de satisfacción, Ron lo había conseguido, estaba fuera de aquella habitación de mala muerte. Oyó como la llamaba, para ayudarla a salir lo antes posible, pero necesitaba impulso para trepar hasta allí. En el momento en el que agarró la mano de su compañero se escuchó un golpe seco proveniente de la puerta de madera de la habitación, que dio lugar a su apertura de forma completa, y a la aparición de una figura cubierta de una vestimenta oscura. Cuando comenzó a acercarse, pudo distinguir los rasgos de un hombre moreno de pelo corto, más alto que ella y con una mascarilla negra que tapaba el resto de su cara. Un pellizco en su mano la hizo darse cuenta de que se había quedado paralizada por su presencia y Ron tiraba de su mano para salir de allí cuanto antes. Profirió un pequeño grito mientras usaba todas sus fuerzas para salir de allí cuando notó como la sujetaron del brazo izquierdo. Se revolvió ante las garras de aquel extraño, pero escuchó un susurro:
- ¿No te creerás que esto ha terminado María? - y todo se volvió negro.
Antes de abrir sus ojos pudo notar que aquel suelo era frío, muy frío, pero no tenía piedrecillas como el de la habitación en la que había estado encerrada. El olor demostraba cierta humedad mezclada con un toque de carbón y reinaba un silencio sepulcral roto por el sonido de unas lejanas goteras que caían en intervalos irregulares. Al abrirlos lentamente lo primero que pudo observar fueron una serie de barrotes metálicos que la rodeaban, su altura llegaba hasta el techo, fundiéndose con una oscura pared que daba a aquel habitáculo el aspecto de mazmorra. Existía una puerta, también metálica, con una enorme cerradura exterior y, ante la inexistencia de ventanas, iluminaban la estancia un par de bombillas. Desde aquella celda se observaba un largo pasillo que se sumía en las tinieblas, parecía muy diferente a los que había recorrido antes con sus dos acompañantes.
Desde el suelo se incorporó para quedar sentada e intentó identificar si seguía igual a como estaba antes de perder el conocimiento. Su pelo negro caía suelto por su espalda algo enmarañado, sucio gracias a la poca limpieza de aquel sitio. Tanto su blusa blanca como su falda de cuadros seguían en su sitio arrugadas, complementando su uniforme del colegio con unas medias granates y unos náuticos negros. Todo estaba en su sitio, pero seguía teniendo una ligera presión en el cuello que, no era molesta, pero sí que era imposible de obviar. Su mano subió desde sus hombros hasta topar con un material de cuero que rodeaba su cuello. Su tacto era frío pero suave, con un grosor fino y un cierre en la parte posterior al que no podía acceder. Contaba con una argolla en la parte frontal desde la que se podía agarrar cualquier cosa. Había despertado en un lugar desconocido con un collar que no se podía quitar.
El miedo sucedió al impacto inicial, se levantó y trató de abrir la puerta con cierta desesperación mientras profería una serie de gritos para quienquiera que la pudiera oír y sacar de allí. El eco le devolvía sus palabras y cayó al suelo con lágrimas en los ojos pensando en su familia y si habría alguien que la pudiera estar buscando. Pasaron las horas y no hubo novedad alguna, lo había intentado todo, pero no había forma de salir de allí. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente y el hambre y la sed empezaban a hacer mella en su cuerpo.
Se encontraba acurrucada con una pared con los ojos cerrados cuando escuchó el sonido de una puerta lejana junto a los pasos de zapatos bajando una escalera. Saltó rápido a agarrarse de los barrotes para tratar de llamar la atención de aquel que se acercaba, pero sus palabras quedaron enmudecidas cuando reconoció una figura masculina lo lejos, la misma que había visto justo antes de perder el conocimiento. Sin mascarilla pudo distinguir la figura de un hombre, bueno, un chico más bien, de complexión media, ligera barba y mandíbula marcada. Sus ojos marrones se escondían bajo unas gafas de montura fina, azulada, dando paso a una nariz discreta y a una boca inexpresiva. Su camisa blanca caía suelta demostrando un torso firme y la completaban unos vaqueros y unos zapatos negros. Conforme se acercó ella dió un par de pasos hacia atrás, dejando los brazos extendidos como en búsqueda de algo de donde agarrarse. Al llegar a la puerta se apoyó en uno de los barrotes y emitió una ligera sonrisa junto a un leve alzamiento de cejas.
- Hola María, ¿has descansado bien? - fue lo primero que le dijo.
- ¿Quién coño eres y por qué cojones me has encerrado aquí? ¡Voy a llamar a la puta policía!
- Vaya...Hablando así no vas a llegar a ningún lado. Además de que no te veo con opciones de avisar a nadie - volvió con aquella sonrisa socarrona.
- Joder, ¿qué quieres de mí? No sé qué hago aquí, por favor, no he hecho nada malo.
- María, María, María… Yo no quiero nada, solo he venido a ayudarte.
- ¡Cómo que ayudarme! ¡Me has secuestrado cabrón! ¡Estoy en una celda metida en quién sabe qué lugar con un collar puesto!
- Bueno...Solo puedo decirte que a veces los sueños se cumplen.
- ¿Sueños? ¿Cómo que sueños? Ojalá este fuera uno…
La risa de aquel extraño sonó por toda la estancia - No sabes lo que dices, pero debes estar sedienta.
María se fijó en lo que portaba en cada una de sus manos, en la derecha lo que parecía una cuerda alargada, con un enganche en uno de sus extremos y en la izquierda un cuenco lleno de agua. Dejó el segundo en el suelo y sacó una llave enorme de uno de sus bolsillos con la que se dispuso a abrir la cerradura. María se alejó hasta que su espalda rozó contra la pared mientras que él se acercó muy lentamente hacia ella, como un cazador acechando a su presa.
- Tranquila - susurraba - solo estoy aquí para ayudarte, pronto lo entenderás .
Con su mano libre la sujetó firmemente de su hombro mientras que acercó el enganche de aquella cuerda a la argolla de su cuello.
- ¡Qué cojones hac…! - pudo gritar hasta colocó la mano que estaba en su hombro sobre su boca acallando todos sus reclamos. Consiguió cerrar el enganche y ató la cuerda en el barrote más cercano, procediendo a separarse a una distancia suficiente desde la que ella no pudiera tocarle.
- Te lo he dicho antes María, solo estoy aquí para ayudarte...a sacar la perra que llevas dentro.
Ella trató de revolverse, haciendo que el collar tirase de su cuello sin parar de insultarle.
- Te vas a hacer daño - dijo con voz firme, a lo que ella sin darse cuenta respondió dando un paso hacia atrás - Si quieres esto que hay aquí - señalando el agua - vas a tener que portarte bien .
María tragó sintiendo su garganta reseca y volvió a retroceder. La sed hacía mella en ella, tenía que conseguir salir de allí, y a poder ser viva, para vengarse de ese cabrón. Observó cómo él volvió a la puerta y cogió el cuenco para colocarlo solo a un metro de distancia de donde se encontraba atada.
- Ahora que tienes tu collar y tu correa, tienes aquí tu bebedero. Y ya es hora de que empieces a comportarte María. Es la única manera que tienes de salir de aquí.
Quedó congelada ante sus palabras, su mirada quedó fija en aquel bebedero plateado, donde el agua se ondulaba ligeramente debido a su reciente cambio de ubicación. Su cuerpo se fue dejando llevar y se fue agachando hasta quedar en cuclillas. Estiró los brazos para coger aquel bebedero y llevárselo a la boca.
- Tsss no no - Siseó su captor - si quieres beber vas a tener que hacerlo sin utilizar las manos.
Acercó su pie al cuenco, dando a entender que podía retirarlo en tan solo un momento, a lo que María reaccionó poco a poco echándose hacia delante. Colocó ambas manos separadas en los lados del bebedero y separó sus rodillas. Agachó la cabeza al suelo y empezó a intentar tragar. Movía el cuello para tratar de conseguir más agua, lo cual no era fácil en aquella posición, colocada a 4 patas como una...perra. Una vez pasada la intensidad inicial levantó ligeramente la cabeza para mirarle y lo que vio provocó en ella una reacción inesperada. Tenía la mirada fija en la suya, con un rostro serio y una intensidad palpable en el brillo de sus ojos. No era una mirada severa ni negativa, sino que daba sensación de aprobación, de estar complacido de ver cómo obedecía a sus reclamos. María levantó la cabeza sin cambiar de posición, le atraía esa expresión e incluso se sentía bien por haber influido en ella. Quizá estuviera perdiendo toda la cordura y olvidando donde estaba metida, pero estaba como...hipnotizada.
- Muy bien - habló con voz grave - ahora que has podido beber es hora de que vayamos a un sitio mejor que este, no voy a hacerte daño, pero vas a tener que cooperar, ¿de acuerdo?
María asintió y le persiguió con la mirada mientras él vaciaba el cuenco con el agua restante y deshacía el nudo de la correa. Con esta en la mano se dirigió hacia la puerta y tiró ligeramente de ella, invitándola a seguirle. Reaccionó intentando ponerse de pie, a lo que él se giró de inmediato.
- Sabes que así no va la cosa, debes tomarte muy en serio tu papel.
- Sí...señor - respondió sorprendida de ella misma, esforzándose por moverse a gatas tras él con sus rodillas sólo cubiertas por unas finas medias.
Avanzaron lentamente por el pasillo hacia las escaleras sin mediar palabra, él iba delante, mirando al frente, pero a un ritmo lento evitando tensar la correa. Y ella le seguía, con la cabeza gacha y haciendo un gran esfuerzo para que aquello terminara lo antes posible, pero sin quejarse en ningún momento. A los pies de la escalera alzó su mirada buscando algún rastro de compasión, pero lo hacía en vano, e inició una lenta subida que terminó con las medias rotas y las rodillas algo magulladas.
Lo que encontró tras superar el último escalón la sorprendió, delante tenía una sala de estar, espaciosa, cuya decoración contrastaba notablemente con lo que había bajo aquellas escaleras. En medio de la sala había un gran sofá color crema, orientado hacia una televisión colocada sobre un pequeño mueble. La rodeaban varias estanterías llenas de libros de todo tipo, tamaño y grosor. A la izquierda había un par de puertas que anunciaban la existencia de más estancias, todas rodeando aquel salón. Y al fondo había un ventanal, adornado con unas cortinas azules, entre las que se podía apreciar una terraza exterior sumida por la oscuridad de la noche. Mientras trataba de fijarse en cada detalle, María siguió a su captor que se dirigió al sofá directamente. Tras sentarse, la ordenó acercarse a la altura de sus pies.
- Te vas a quedar aquí quieta, ¿de acuerdo? Más te vale no moverte o te atendrás a las consecuencias.
Bajó la cabeza en respuesta y percibió cómo se descalzaba y colocaba los pies sobre su espalda, encendiendo la televisión durante el proceso. Incapaz de emitir palabra alguna y con alguna lágrima de impotencia, pensaba en cómo estaba siendo usada a su antojo y era incapaz de negarle nada. Era una chica con carácter, que no se callaba ante lo que no consideraba justo pero, en ese contexto, le salía natural obedecer, y no sabía por qué.
Podía escuchar los diálogos de una serie que reconocía, de esas con cientos de capítulos que echaban a cualquier hora del día. Pero la espalda comenzaba a incomodarla, fruto de su inexperiencia de aquella posición. La arqueó muy lentamente, buscando que él no lo notase, para intentar cambiar de postura, pero percibió que no había sido demasiado discreta, una mano grande se colocó sobre su espalda, recorriéndola longitudinalmente tras haber quitado los pies de aquella zona. Repitió la secuencia buscando tener un efecto reconfortante, que poco a poco hizo a María abandonar la tensión y relajarse ante las caricias. Parecía que ahora él se centraba exclusivamente en ella, y las caricias por su espalda habían dado paso a una vertiginosa carrera sobre su cuello, sus piernas y su trasero que se mostraba sugerente frente a él. Notaba como trataba de explorarla sobre la ropa, deteniéndose ligeramente al llegar a la altura de su piel.
La mano volvió a bajar por tus piernas, pero al subir se introdujo suavemente bajo la falda, que cubría uno de sus mayores atributos. Al notar esas yemas acariciando sus nalgas sintió un leve cosquilleo y trató de encontrarle con la mirada. Parecía que él se había adelantado y la observaba de forma intensa, con una ligera curva en los labios que demostraba sus intenciones. Esa mano no se había detenido, y buscaba cada vez abarcar más de aquel redondo culo, al que la falda había dejado de ocultar. Cerró sus garras sobre él y se escuchó un suspiro por parte de María, cuya boca entreabierta y sus ojos marrones solo observaban todo lo que la estaban haciendo. La otra mano de aquel hombre no tardó en sumarse a la cara libre de aquel trasero, e igualó la conducta de su gemela tratando de agarrarlo y abarcarlo por completo.
- Por...por favor… - emitió con un hilillo de voz María.
ZAS, sonó en toda la habitación, fruto de un azote inesperado que la hizo saltar ligeramente.
- Mmmmm sigue… - fue todo lo que respondió a aquella declaración de intenciones, por lo que su tanga negro tardó un suspiro en desaparecer por la habitación, dando pleno acceso a que la tocase como quisiera. Al rozar su coño pudo sentir toda la humedad que lo impregnaba.
- Vaya vaya, veo que empiezas a entenderlo - dijo acercando el dedo manchado a la comisura de su boca. Ella se abalanzó sobre él, engulléndolo con fuerza e incluso llegando a morderlo. El sabor era raro, desconocido para ella, pero no paró de chuparlo hasta que sintió haberlo dejado completamente limpio.
Vio como él volvía a sentarse en el sillón, apoyando la espalda en el respaldo y abriendo ligeramente las piernas.
- Creo que ya hemos solucionado lo de la sed María, pero ahora es momento de que solucionemos lo del hambre.
Abrió su pantalón dando paso una polla morcillona, de longitud y grosor notable con algo de líquido brillando sobre ella. Ante su falta de iniciativa tiró de su correa para acercarla todo lo posible a ella, quedando a solo un par de centímetros de su cara.
- Es la hora de comer perra - fue todo lo que tuvo que decir, María se pegó a aquel sofá y comenzó a acariciarla con sus manos tratando de estimularla. Tragaba saliva mientras la pajeaba lentamente y con su mano libre acariciaba sus testículos cubiertos de vello. Escupió de forma instintiva para lubricarla, poco a poco notando como crecía entre sus manos. Acercó la lengua para saborearla, moviéndola en círculos y buscando chuparla desde el glande hasta la base. Se notaba que no era primeriza, pero también que buscaba causar buena impresión en su secuestrador. Sus labios rosados absorbieron aquel glande hinchado y fueron cada vez abarcando de forma más profunda aquella polla. Empezó a devorarla de forma continuada, sintiendo como insuficiente el no poder tragársela por completo.
Percibió como la tiraban de la correa, y levantó la vista mientras veía como él se levantaba y la rodeaba para terminar dejándola apresada entre su cuerpo y el sofá.
- De rodillas, ahora - ordenó. A lo que ella obedeció instantáneamente, abriendo la boca en el proceso.
Sosteniendo la correa sobre ella y obligándola a tener la cabeza erguida apoyó su pierna derecha sobre el sofá y dirigió su ya duro rabo hasta aquella boca hambrienta. María se dejó hacer mientras aquel cabrón empezó a follársela hasta la garganta, alternando intensos momentos de embestidas con ligeras paradas para dejarla respirar. María lo recibía con los brazos abiertos y boca babeante que no podía evitar emitir alguna arcada en los pocos momentos en los que se la permitía respirar. Él se movía de forma implacable, emitiendo ligeros suspiros cada vez que debía frenarse. La blusa de aquella chica estaba quedando llena de saliva y líquido, pero a ninguno de los dos parecía importarle.
De manera abrupta notó como aquella polla abandonaba su boca, dejándola respirando de forma entrecortada intentando adivinar cuál sería el siguiente movimiento de su captor. Este se pajeaba lentamente mientras la devoraba con la mirada.
- Ya es hora de que te folles a tu perra, ¿no crees? - comentó de repente María de forma impulsiva, sabía que lo que habían hecho hasta ahora no había sido suficiente. Esto provocó una risa en él, que la empujó para que volviera a su posición a 4 patas y la azotó con fuerza.
- Ahora te vas a enterar.
Colocó la polla en la entrada de su coño, frotando en círculos sus labios vaginales con su glande, resistiéndose a culminar todo ese juego. A María eso la estaba torturando, pero a cada movimiento hacia atrás que realizaba para incrustársela por sí misma, recibía por su parte un sonoro azote al que solo podía gemir en respuesta. Se había abandonado a todo juicio y solo podía seguir pensando en todo el placer que la proporcionaba comportarse así. Su carcelero se aseguró con la correa y los azotes de que estuviera inmovilizada y así, en el momento que menos se lo esperaba, clavársela de forma salvaje quedándose quieto en su interior.
-Joder - fue todo lo que ella pudo decir, mientras sentía como aquel rabo salía lentamente de su interior y volvía a intentar taladrarla. Los gemidos de María llenaron la estancia mientras el ritmo de las embestidas fueron aumentando, complementándose con sonoros azotes que seguro dejarían rastro en su delicioso trasero. Estaban siendo demasiadas sensaciones acumuladas, su voz al gemir empezó a temblar viéndose muy cerca del orgasmo. Su acompañante se percató de aquello y reforzó la presión de la correa mientras la reventaba buscando que explotase allí en el suelo. Su aguante cedió ante esas arremetidas y terminó corriéndose de forma sonora, apoyando su cabeza en el suelo al sentir como la correa era soltada por su señor.
Este se decidió a contemplarla otra vez desde el sofá, la falda se había roto y a su blusa le faltaba más de un botón, pero cuando levantó su cabeza hacía él supo que estaba más viva que nunca.
- Te has ganado el derecho a subir al sofá perra .
Vio como se mordió el labio y se levantó, andando por primera vez en un buen. Al llegar al sofá, sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre él dándole la espalda y se clavó la polla sin dudarlo. Mientras él ahora se dejaba hacer, María empezó a cabalgarle a su ritmo, tratando de ir de menos a más y disfrutando de que, momentáneamente, ella tenía algo de control. Combinaba movimientos verticales con otros en círculo cuando estaba completamente empalada, intentando demostrar cómo era capaz de moverse mientras él la agarraba del pelo desde atrás. Podían haber estado así horas, él viendo la tele y ella cabalgándole a su antojo, pero su segundo orgasmo se acercaba peligrosamente y su cuerpo buscaba follarse a esa polla cada vez más y más rápido. Estando a punto notó como era levantada ligeramente y como él volvía a tener el control, embistiéndola sin tregua hasta caer sobre él tras haberse vuelto a correr.
La apartó delicadamente para levantarse y volvió a pajearse frente a ella.
- ¿No pensarás irte sin el postre verdad?
No le faltaba mucho para terminar después de esa follada, acercó su polla a la boca entreabierta de María mientras su mano se movía con fuerza sobre su miembro. Ella se encargaba de escupir sobre este y de masajear sus huevos llenos de leche. Sus movimientos se acortaron en vísperas de alcanzar su corrida, pero en el último momento se apartó de ella para acabar corriéndose abundantemente sobre el bebedero que había olvidado en el suelo, junto al sofá.
Sin decir nada ella bajo del sofá y acercó a este gateando, tratando de demostrar todo lo que había aprendido aquella tarde.
- No necesito las manos, al fin y al cabo, soy toda una perra.
Fue lo que dijo antes de agachar su cabeza y empezar a lamer la corrida mientras no perdía de vista a quién había sido el culpable de todo aquello. Cerró los ojos para degustarlo cuando de repente escuchó un sonido agudo muy cercano a ella.
Al abrir los ojos para tratar de averiguar de dónde provenía, María se encontró en su cama con la alarma de su móvil sonando a su lado. Pestañeó confusa para tratar de situarse cuando la hora del teléfono la alertó de que volvía a llegar tarde a clase otra vez. Sus sábanas estaban arremolinadas y bajo la camiseta que solía utilizar para dormir, notó que no había sido un sueño cualquiera, había despertado completamente empapada. Iba a ser duro aguantar todo el día, pensó, pero siempre podía recurrir a él, ya lo sabía y no dudaría en hacerlo.