Cuando las chicas no vinieron

A veces las cosas que salen mal, pueden desembocar en algo muy bello e inesperado.

CUANDO LAS CHICAS NO VINIERON

No hay mal que por bien no venga, dice un adagio muy popular.

Las estrellas suspendidas en el cielo de un carbón profundo relucían y daban al acto un acento muy romántico y sublime. La brisa suave y fresca colaboraban con la estampa, y lo más graciado era que la luna llena ofrecía su máximo esplendor. Se veía tan grande que daba la sensación de poderse tomar con las manos.

Ese paisaje me lo había imaginado semanas antes como escenario para hacerle el amor a Elena con su piel blanca y suave. Pero irónicamente el disfrute en ese momento era diferente. No era Elena y su delicadeza quien me aompañaba, sino alguien agreste; no eran los gemidos suaves y delicados de ella los que silenciaban a las chicharras que invadían la grama espesa, sino unos gruñidos fuertes. No era la piel suave y clara la que brillaba bajo la luz argentina, sino una piel oscura y áspera. No eran unos labios delgados con olor a fresa de pintalabio caro los que se posaban sobre mis boca sedienta, sino unos gruesos y desudos con sabor a sudor de viril.

Era como la décima vez que David me hacía el amor desde hacía cuatro días cuando lo consumamos por vez primera. Su pene grueso y largo, herencia de su filum africano exigía al máximo mi músculo anal que se explayaba con cada embestida suya. Su piel azabache y brillante que forraba un cuerpo atlético de rasgos finos brillaba con sutileza de arte bajo la luna. Se esforzaba dulcemente por penetrarme con cariño. A veces se reclinaba para darme un beso y mi pene erecto qeudaba aptrabado entre su barriga y la mia. Cuando nuevamente levantantaba su cuerpo y me tomaba las piernas como apoyo para penetrarme yo me masturbaba con excitación para corrernos juntos. El placer era doblemente eficaz. Su sudor recorría su pecho que apenas era visible en la penumbra de esa noche plateada. Sus gruesos y carnudos labios de negro hacían mil muecas como reacción al placer que el sentía al hundir su verga en lo mas profundo  de mi ser. Apresuró sus embestidas y tensionó sus manos agarrándome mas fuerte por mis piernas. Yo acostado sobre la grama y el sentado de rodillas se reclinó como síntoma de que estaba por tener un orgasmo mas con migo, de entre tantos que seguirían. Yo aceleré mis caricias en mi pene para correrme con el y casi lo logramos. El me la sacó y su semen abundante fue a dar en mi pecho, luego en mi barriga cayeron hilillos en mi verga que a los pocos segundos explotó brotando leche caliente hacia el cielo que luego éste devolvía a mi barriga.

Nos quedamos acosotados disfrutando del placer de nuestros cuerpos exhaustos de tanto hacernos el amor el uno al otro. Nos besamos y cuando recuperamos energías bajamos por la colina suave ayudados por un foco de mano que emitía una luz amarilla y tenua que apenas si alumbraba el camino. Llegamos a la quebrada y desnudos sin dejar de acariciarnos nos bañamos bajo la corriente fría y suave del agua que en el día es tan transparente. El sonido de los grillos y las luces fugaces de las luciérnagas nos acompañaron durante el baño prolongado. Luego llegamos a la cabaña de madera pintada de blanco en donde nos hospedabamos y sobre el colchón ancho del camastro rústico protegido con toldo para los zancudos nos dormimos desnudos y felices como un par de angelitos hasta el otro día.

Cinco días atras a la misma hora yo estaba molesto por que durante tres meses habíamos planeado Elena, Carolina, novia de David y yo vacacionar en esta cabaña y a ultima hora por razones tontas las chicas no vinieron dejándonos en ascuas a los dos. Pero todo resultó de otra manera tan linda para nuestras vidas que damos gracias a que ellas nunca llegaron.

La amistad entre David y yo durante dos años de conocernos era de un cariño tal que rayaba en la adoración, luego eso fue ciementando un respeto y una admiración que  poco a pco  se convirtió en amor. Aunque ambos lo sentíamos no nos habíamos dado la oportunidad de darle rienda suelta. Ninguno se había atrevido a romper el hielo a pesar de que hubo algunos momentos en que nos insinuamos cosas. En una ocación mirábamos una película conmovedora en el cine y silenciosamente el me tomaba de la mano en las escenas mas dramáticas o me reclinaba su cabeza en mi hombro aprovechando la oscuridad absoluta de la sala vacía los lunes, cuando acostumbrábamos a ir. Pero esas leves caricias no pasaban mayores a pesar de que yo le correspondia amigablemente. La verdad fue que esos instantes removían recuerdos escondidos bajo capas de tiempo de la época en que mi primo Edgardo y yo hicimos algunas cositas de jovencitos con deseos de experimentar. Desde ese entonces los deseos hacia David se me convirtieron en una fantasía algo recurrente solo los pensamientos hacia Elena lograban apaciguar.

Fue él quien rompió el hielo la segunda noche que dormimos solos en la cabaña resignados ya a que las chicas no vendrían. Destapó una de las botellas de whisky y tomamos algunas copas a lo seco por ausencia de hielo conversando sobre muchas cosas. Creo que la botella iba por la mitad y la noche ya se había asentado cuando de repente me dijo que me quería mucho, que yo era una persona especial para él. Yo estaba medio adormilado por el alcohol y le expresé lo mismo. El tenía puesto un mocho de blue jean con flecos hasta la altura de sus muslos potentes y su pecho bien fornido estaba desnudo. Lucía muy sexy al decir verdad Estabamos iluminados por un candelabro ancestral con dos velas, pues carecíamos de energía eléctrica. Yo solo tenía puesto un pantalón flojo a manera de piyama. Estábamos sentados en el piso de tablas pulidas con algunos cojines con las ventanas de par en par rodeados de la noche inmensa del monte. No sé porqué ni como pero cuando fui un poco consciente después de unos segundos de letargo David ya no estaba a dos metros mirándome, sino justo detrás de mi arruyándome con sus brazos y sus piernas besándome el cuello con sus labios gruesos tal como lo hacíoa con Carolina. No pude contenerme, no pensé siquiera en poner resistencia. El alcohol había ayudado a adobar mi cuerpo y nuestros espíritus se liberaron. Me dejé envolver por sus caricias y su gemidos profundos al besarme el cuello y luego la espalda. Me sentí tan seducido por su hombría delicada como un pequeñin tras una golosina. Giré mi rostro y nunestras bocas sellaron un beso largo y amoroso que duró todo el tiempo sufieciente para acompañar nuestra seductora desnudez. Sin parar de juntar nuestras húmedas lenguas el me quitó con parsimonia mi piyama y mi calzón al tiempo que yo le desbrochaba su botó metálico y le bajaba la bragueta. Su miembro crecido y provocador se notaba a modo de carpa de circo sobre el algodón de su calzoncillo blanco ajustado a su intimidad. Entonces me tomó de la mano para ayudarme a levantar del piso y nos fuimos entre besitos hasta la cama donde se suponía el dormiría con Carolina.

Allí me senté al borde desnudo y erecto con mi corazón dando tumbos de emoción y de miedo al mismo tiempo. El quedó de pie justo frente a mi con su mocho de blue jean a medio desvestir. Colocó con su cautela característica las dos velas sobre el candelabro de la alcoba y éste se iluminó con la luz tenue amarilla que creaba una atmosfera sujestiva para la ocasión. Continuó a bajar el pantalón y el calzón claro de algodón estaba inflado como por su erección consumada  escondiendo su maravilla allí debajito. Esa imagen fue tan sugestiva y excitante que acentuó mis ganas de sexo. Se lo bajó con cierta parsimonia teatral sin dejar de mirarme y con elegancia me ofreció su pene bien dimensionado acercandolo con cierto erotismo a mi rostro.  Su cuerpo escultural brillaba con la luz como si estuviera embalsamado. Los brazos musculosos los trianguló apoyándo sus   manos en sus caderas. Habían pasado muchos años desde que yo había estado en esa situación. Su verga gruesa y larga salía disparada como cohete hacia mi boca sedienta con una ligera curva   hacia abajo seguramente por del efecto de flexión de su propio peso. Me excitó mucho verlo desnudo y ansioso. La cabeza de su miembro era cónica y de un color mas claro que el tronco principal que que apenas se distinguía en la pobre luz de la alcoba. Ese hombre desnudo era toda una obra de Dios. Entonces cerré mis ojos y lo que era fantasía se convirtió en realidad. El músculo cilíndrico inundó mi boca con sus sabores de hombre viril. No supe al principio como hacerlo y durante los primeros segundos fui torpe. El susurro “aasii”, de David me fue indicando cómo acomodarlo dentro de mi boca hecha agua. Le tomé dos tercios del cilindro con mi mano derecha y el último tercio lo metí en mi boca saboreando con mi lengua la cabeza cálida que palpitaba. Las venas infladas parecían ríos dibujados en los mapas escolares. Puso su mano izquierda sobre mi cabeza recién peluqueada asiéndomela para que yo iniciara el mete y saca y así lo hice. Complací a mi negro bello como tantas veces lo haría chupándole su verga con ternura, suavidad y sobre todo con amor apasionante. Parecía que eso lo hubiera hecho toda la vida pues me sentí natural engullendo su palo negro una y otra vez hasta las posibilidades de mi boca exigida.

Eso me transportó de inmediato a las casi olvidadas tardes decembrinas en las que chupaba el pipí juvenil de mi primo Edgardo  blanco y grueso hasta hacerlo eyacular sobre mi pecho o sobre papel higiénico previamente tomado del baño y que él mantenía en sus manos siempre alerta para no derramar en la cama o en el piso. Recuerdo que una vez no me avisó y me tragué buena parte de su leche y fue cuando descubrí que eso me agradaba. De allí en adelante no hubo necesidad de tomar papel del baño. El me decía entonces: “quieres tomar biberón de lechita?” y yo le asentía con la cabeza con la verga en mi boca hasta que la lache inundaba  y poco a poco me tragaba sus chorros blancos.

Volví al presente y los gemidos de placer de David eran tan profundos como lo era la chupada que le propinaba yo en su picha chocolate que mi culo desearía tanto y tanto en días postreros. De pronto la sacó con cierta brusquedad, la masturbó por unos segundos y su crema salió lanzada con fuerza como hilos que se veían amarillos por la luz tenue. Derramó sobre mi mentón,  pecho, mis piernas, mis pies plantados sobre el piso de tablas acompañados de un “ahhhhh” profundo que con el pasar de los tiempos mi oido asociaría con el orgásmo profundo de él.

Disfrutó su orgasmo de pié sin dejar de menear su potranca escurriéndo hilillos de semen que caían lentamente como miel derramada sobre el suelo. Se incorporó sonriente sin decir palabras y luego se arrodilló apoyándo sus manos sobre mis piernas y sin más preámbulos me inició la chupada mas excitante que me habían regalado en mi vida. Mi verga escasa de longitud, pero si algo gruesa se introdujo casi toda en su boca grande de labios gruesos como buen negro. Supo donde chupar, como y cuando apretar y dónde presionar con su lengua jueguetona que tan entrenada estaba de tanto lamer la concha lampiña de Carolina como él mismo me lo contaría después. Todo se sentía tan húmedo y caliente alli dentro de esa boca. Le tomé su cabeza con cariño entre mis manos para ayudarlo que chupara a mi ritmo. Lo hacía con resolución y confiaza lo cual me hizo pensar que debía tener experiemcia como chupador de pollas. Se detenía a veces para que yo le diera un beso breve y retomaba mi miembro ensalivado para darme placer. Parecía embelesado saboreando mi verga, pero mi orgasmo no tardó mucho. A pesar de mi aviso previo segundos antes de correrme él mismo deseó que mi semen terminara afuera en sus labios ensusiando su barba y sus mejillas. Lo disfrutó mucho porque hasta que la última gota no escurrió sobre su rostro él no alejó mi verga de sus mejillas.

Nos acostamos exhasutos no sin antes lavarnos con el agua de una ponchera plástica que estaba en la cocina.. Conversamos sobre lo rico que lo habíamos pasado y por primera vez dimos gracias a que la chicas no vinieron. Debimos quedarnos dormidos desnudos en algún momento.


Temprano al día siguiente cuando el sol apenas irrumpía ya yo no tenía sueño y fui afuera al patio a orinar sobre la tierra humeda desde la puerta que daba al acceso pesterior, pues me daba pereza caminar los diez metros que separaba nuestra cálida cabaña de la caseta que contenía el baño improvisado que consistía en una regadera cubículo de un metro cuadrado con espacio suficiente apenas  para  una taza rústica para hacer necesidades y un lugar para tirarse agua encima..

Sentí la voz del señor Alfonso, el residente permanente de la finca que vivía en otra cabaña parecida a la nuestra a unos doscientos metros de distancia con su mujer Alicia, su hijo Alfonsito que ya tenía 14 años y Juan, un ayudante negro y fuerte que ganaba por jornal cuando había trabajos que hacer. Iba camino al pueblo a provisionarse de algunas cosas y debía pasar por el camino obligado que discurría por la cabaña. Iba en su mula marrón y mas atrás en un burro gris y viejo iba Juan. Cerré la portezuela no sin antes escurrir bien el orin de mi verga y los vi pasar a unos 30 metros desde la ventanta medio cerrada de la alcoba en donde David roncaba como niño desnudo y boca abajo. Seguro volverían casi de noche porque así era usualmente cuando iban al pueblo.

Mi espíritu estaba exaltado y la naturaleza preciosa que me rodeaba me hacía sentir reafirmado y renovado. Amaba la vida sin duda alguna, y amaba a David. Preparé el desayuno no sin antes vestirme con la piyama que hallé tirada sobre el piso. El se lavantó, se acercó y me abrazó tomándome por la espalda. Me dió un beso en el cuello y su desnudez se posó sobre mi espalda. Su trozo colgante acarició mis nalgas. Se fué a orinar al patio desnudo y luego se sentó a ayudarme a preparar el desayuno.

Me preguntó con sus ojos aún adormilados si lo de anoche lo había disfrutado y yo le dije que sí sin dejar de contemplar su cuerpo desnudo que me excitaba. Se vistió y mas tarde nos fuimos a dar un paseo por la colina que dominaba el paisaje y por la cual discurrían varios arroyitos que originaban mas abajo la quebrada de aguas cristalinas que pasaba frente a la cabaña. La vegetación era variada. Había zonas de pastos y muchos matorrales. Debíamos estar como a 500 metros de la cabaña y a unos 90 mts de altura cuesta arriba cuando decidimos descansar. Nos adentramos sobre unos matorrales espesos alejándonos del camino natural. Desde arriba la vista era maravillosa. Se veían lejos las dos cabañas, la quebrada con sus meandros y los cultivos de maíz. El silencio era total. David se puso amoroso y supe de inmediato que algo entre los dos estaba a punto de ocurrir. Nos sentamos a contemplar el paisaje ocultándonos bajo unos matorrales. El sacó su verga y se puso de pie de espaldas a mi y orinó abundantemente. Yo me divertía mirando como el chorro amarillento hacía un pequeño pozo sobre la tierra blanda y luego fluia como riachuelo colina abajo. La esucrrió bien y se volvió a sentar justo a mi lado sin subirse la bragueta. No tenía calzoncillos puesto y yo le fisgonié los vellos púbicos que anoche por la luz escasa no se los había conocido. Eran escasos y formaban pequeños aros negros.

El silencio nos invadió. Ambos esperábamos que el otro rompiera el hielo. Esta vez fui yo quien lo hizo. Me incliné hacia él y lo besé con ternura. El me correspondió con firmeza y sin desesperarnos pues teníamos todo el tiempo del mundo. Mi corazón latía de emoción mientras saboreaba su boca. Me pidió que me acostara y lo hice. El me bajó mi pantalón flojo y mi verga salió disparada hacia el cielo. Me la contempló bien como buscándo detalles que en la euforia de la noche anterior no pudo mirar. Me la chupó con calma como si se estuviera comiendo un bombón de fresas. El cosquilleó me excitó mucho y luego me lamió las huevas cosa que nunca hizo ni la señora Crsitina una madura quien me inició en el sexo, ni Zuleima, una antigua novia. Se detuvo y me dijo que ahora era mi turno. Se bajó su pantalón largo hasta mas abajo de las rodillas y a horcajadas se posó sobre mí apoyándose de rodillas en el suelo cubierto de hojas secas y grama a lado y lado de mis hombros. Su camisa de cuadros y mangas largas de un azul claro cubrían su cuerpo y su verga salía grotescamente hacia mi cara. Pude verla bien por vez primera y era ciertamente muy estética. Gruesa, larga, ligermente curva hacia abajo y lo mas curioso era que la cabeza tenía un color rojizo profundo. Parecía entonces una barra de chocolate con una fresa en la punta. Su prepucio era abundante y tenía que replegarlo bien para que su glande pudiera apreciarse. Solo se retraía bien cuando se erectaba al máximo justo como le estaba en ese momento. Las venas gruesas que nacían en el pegue y luego se diludían al acercarse a la cabeza cónica le daban un aspecto salvaje. Era una verga bonita como las que buscan los productores de cintas pornográficas.

Saqué mi lengua juguetonamete para lamerle la cabeza crecida y palpitante. El me sonreia relajado. Luego me la metí un poco y pronto estaba pasivamente chupándola bajo los matorrales. El era quien ponía el ritmo embistiéndome con sumo cuidado un tercio de su vara en mi boca cálida y húmeda. La chupé sin cesar hasta que él quiso. Los pájaros cantaban rompiendo el silencio y aumentando el encando del momento. Me incorporé y el me terminó de bajar mis pantalones hasta las pantorrillas. Me pidió que me arrodillara como perrito. Lo hice con algo de temor que él notó, pues eso implicaba que quería algo con mi ano hasta ese día virgen. Lo complací sin quitarme la camisa por si había que vestirse de prisa. Mis nalgas velludas quedaron a su disposición mientras yo contemplaba varios pajaritos disputarse gusanitos sobre el suelo que colina abajo tenía florecillas amarillas. Su palo grueso se posó sobre mis nalgas como explorandolas. Lo frotó sobre mis caderas y luego bajaba por mi canal hasta toparse con mi culito tenso y apretado. Me puenteaba en mis bolas colgantes y luego volvía a subir. Su juego era morboso y exasperante, pero provocador. De pronto detuvo su verga justo en mi huequito haciendo un poco de presión. Yo no dejaba de contemplar los pajaritos y de pronto ya no lo sentí. David me regaló entonces el descubrimeinto de uno de los placeres sexuales mas preciados por mi. Sorpresivamente su lengua discurrió sobre mi canal y con la misma habilidad que minutos antes lamía mi verga, lo hizo con mi agujero. Se concentró tanto en chupar en mi culo que pensé que mi orgasmo era inevitable de no ser porque se detuvo. La sensación electrizante me puso la piel de gallina cada vez que él me lamía con rapidez. Consiguió que mi esfinter anal se relajara y luego su dedo índice con notable delicadeza irrumpió en mí hasta meterse poco a poco en mi culo que varias veces sin exito mi primo Edgardo una década atras intentó comerse con su gusano. Me sentí extraño con un cuerpo ajeno introducido en mi ano. Percibí cierta incomodidad pasajera que luego las terminales nerviosas que irrigan el culo traducían en un delicioso placer. David fue paciente y dejó que yo me tomara mi tiempo acostumbrándome a su dedo metido. Lo dejaba quieto y luego lo metía y lo sacaba con una lentitud de tortuga. Luego nuevamente me elevaba a los cielos sacándo su dedo y regalándome unas caricias húmedas con su lengua serpentina.

Me di cuenta que él todo lo había planeado porque del bolsillo de su camisa sacó un cajilla plástica de la que extrajo una crema lubricante que untó a lo largo de su pene hinchado y venudo. Supe entonces que los juegos orales se habían acabado como único recurso sexual entre él y yo.. Pronto se enfiló con ternura y yo solo sentí que mi ano se explayó mucho mas que hacía minutos. Esta vez no fué su dedo índice el que estaba en la entrada de mi culito, sino su gusano mayor. Su cabeza se abrió camino y una molestia me indicó que ya había entrado un poco. Me susurró jadeante y excitado decía que me calmara, que lo rico estaba por venir. Embistió con resolución viril y un cuarto de su verga había ya explorado los primeros centímetros de mi recto. Sentí un ardor un tanto incómodo a pesar del lubricante que suavizaba la entrada. Se quedó quieto para que mi ano se acostumbrara al diámetro de su animal carnudo. Luego de unos segundos eternos en los que ambos estuvimos a la espera sudorosos y jadeantes ; mientras yo miraba pajaritos jugueteando sobre la grama de la colina suave, y la brisa movía las florecillas amarillas el embistió con sutileza metiéndo su preciado trozo  hasta la mitad. Yo había dejado ya de ser virgen y no volví desde ese instante a ser el mismo nunca mas.

Fuí completamente suyo esa mañana fresca y soleada sobre una colina silvestre bajo unos matorrales cómplices. Que forma linda de perder la virgindad. Con esa paciencia de serpiente que lo caracteriza esperó a que yo me repusiera de mis reacciones y luego metió todo su miembro viril embalsamado de lubricante que se suponía gastaría con Carolina, en mi culo exigido. Yo sentí que los músculos internos iban a colapsar y no era cómodo para mí tener esa sensación, pero curiosamente ese ardor se convirtió en un placer delicioso. David se tomó confianza y me tomó con firmeza por las caderas para ayudarse a apoyar. El mete y saca empezó entonces. Su vergota la extraía hasta mas de la mitda y luego la volvía a clavar profundo gimiento un placer tal que me preguntaba si así disfrutaba con su novia. Debió ser muy placentero porque creo que no duramos ni cuatro minutos cuando se quedó quieto y yo sentí que su palo palpitó dentro de mi. Su semen lo vomitó en las profundidades de mi culo. Yo me había estado masturbando y no tardé en correme. Lo hice sobre las hojas secas que tenía bajo de mí. David no sacó su vara hasta que la última gota no escurrió en mi ano. Me acarició la espalda mientras yo tuve mi orgasmo y me dijo que me amaba. Cuando sacó su verga ésta ya estaba casi dormida. Nos setamos a contemplarnos y nos dimos un beso largo de agradecimiento. Nos vestimos y caminamos hacia la quebrada. Ambos deseábamos un baño en esa agua fresca. Noté cuando caminaba que mi culó me ardía y entendí que todo era cuestión de tiempo y costumbre.

Era ya el tercer día de paseo en la finca de los siete planeados y volví a agradecer con el alma que las chichas no vinieron. Fué una experiencia maravillosa para los dos que daría inicio a un amor verdadero y prolongado cargado de sexo abundante y exquisito.


Tuvimos un día agitado pues nos dedicamos a recoger maíz ayudando a la señora Alicia y luego bañamos los cabaños no sin antes asear bien la cabaña hasta que finalmente llegó la penunbra de la noche.

A la luz de una velas jugamos a los naipes en la cabaña del señor Alfonso. Estábamos todos concentrados en el juego y nos divertimos mucho hasta que se hicieron casi las nueve de la noche y todos debían ir a dormir para tener energías la jornada siguiente.

David y yo llegamos a la cabaña un tanto exhaustos y decidimos bañarnos juntos en la quebrada. Caminamos la distancia breve hasta la quebrada y desnudos con sendos pedacitos de jabón de olor en las manos nos metimos al agua que curiosamente es se sentía cálida en las noches. Me sentí relajado bajo el agua que parecía devolverme fuerzas vitales. Salimos arropados con las toallas y la ropa sucia en la mano camino a la cabaña. Cerramos todas las puertas y ventanas encendimos los velas nos metimos desnudos en nuestro nicho de amor. Ambos ya sabíamos que ibamos a hacernos cositas y antes de meternos en la cabaña nos dimos un besito de frente. Su pene ya estaba crecido y el mio también.

Se sentó en la cama y me pidió que le prestara mi picha. Se la puse cerca de su rostro permaneciendo yo de pié. La engulló sin mas preambulos propinándome una cálida chupada. Me lamía la bolas y luego arrastraba su lengua hasta la punta de mi glande para luego bajar otra vez. Después la engullía y me daba unos chupones firmes y deliciosos. De pronto paró, sacó mi verga de su boca y miró hacia arriba buscando mi mirada. Con una voz susurrante me dijo: “culeame tu”.

Se acostó en el colchón boca arriba con su vara inflada que no dejaba de acariciar y subió las piernas bien abiertas apoyándolas en los rieles que sostenían el toldo anti zancudo. Su culo quedaba a todo dar. En un principio me sentí extraño, puesto que ya me había hecho a la idea de que él era cien por ciento activo y que no era de los que le agradaba que le hicieran cositas, pero me dí cuenta de que estaba muy equivocado. Yo me quedé quieto unos segundos decantando mis pensamientos con mi palo bien duro y mojado de su saliva. Me dijo que tomara de su camisa un poco de lubricante y lo frotara en mi verga. Así lo hice. El bálsamo era cálido y suave y no tenía olor. Me arrodillé en las tablas del piso y me di cuenta de que su ano quedaba a la altura precisa de mi pene. Ni siquiera tenía que acomodarlo con la mano, el solito apuntaba al agujero. Como si la cama hubiera sido diseñada para hacer el amor de esa manera. Me preguntaba si él como yo también era virgen o no. Pero la respuesta vino pronto como si hubiera leído mi mente: “puedes meterla con confianza, ya me han culiado y bastante”. Me sorprendí de esa respuesta así que puse mi palo justo en la entrada de su ano y me acordé de los tiempos de Cristina cuando la clavaba por el culo. Hundí lentamente mi palo palpitante y fue facil su introducción. David suspiró cuando mi vello púbico abundante se topó con sus bolas negras y frescas del baño reciente. El calor de su ano era algo indescriptible y la humedad era perfecta aunque fuera generada artificialmente por el lubricante. El mete y saca fue lento mientras me tomé confianza y luego lo tomé por los muslos y lo embestí salvajemente arremetiendo contra su cuerpo en un “plap plap plap” audible a varios metros de la cabaña cada vez que mis muslos golpeaban contra sus nalgas abultadas como buen africano que era al fin de cuentas. No en vano las dos hermanas de David son tan culonas como unas avispas y ni se diga de su mamá Carlota.

El placer que sentía concentrado en mi pene enculando se extendió de pronto sobre todo mi cuerpo y el orgasmo fue inevitable pese a que me quedé quieto para demorar más, pero el cosquilleó irreversible hizo descargar buena leche dentro de su tunel. Fue también mi primera vez en coger a otro hombre y fue una experiencia deliciosa.

Relajé mi cuerpo a tal punto que mis suspiros se hicieron sentir. No saqué mi pene de su recto hasta que hube vomitado la última gota de semen. Lo saqué casi blando y David estaba como volando en las nubes de placer recordando los días del profesor de flauta quien lo inicio en el homosexualismo como después me contaría. Su verga estaba dura como si fuera a estallar y apuntaba como proyectil inclinado hacia la pared donde se apoyaba la cabecera de nuestra cama de amores prohibidos. Me pidio que me encimara y lo hice abrazándome a su cuerpo fornido y atlético de nadador olimpico que era. Nos dimos por primera vez en el día un beso pasional con amor profundo. Mi pecho se apretó contra el suyo,  mi barriga se topó con su vergota negra que quedó atrapada entre las dos panzas. Mi hizo deslizarme un poco mas hacia arriba hasta que su rostro quedó a la altura de mi garganta y su verga apuntaba justo en mi culito. Ya se había lubricado la verga cuando me la estaba chupando. Me ensartó con suavidad. Así que yo cabalgué sogre un hombre como ni por asomo me había imaginado que lo hiciera alguna vez. A horcajadas encima de él como jinete sobre su azabache negro yo mismo manejé el ritmo de la cogida. El quedó pasivo y yo me enterraba y me desenterraba solito su verga culiándo con lujuria desbordada. Mi culo se había adiestrado al diámetro de su miembro viril, pues era la segunda cogida que me daban en menos de 13 horas. Me tomó por las caderas y me asía para imponer su ritmo fogoso hasta que su palo mojó mi recto de su nectar blanco.

Exhasutos después del amor con nuestros cuerpos desnudos bajo el toldo, con nuestros culos destilando semen ajeno que y sin sueño nos pusimos a conversar largo hasta que el sueño nos cobijó. Yo le conté mis tímidas experiencia con mi primo Edgardo diez años atrás y  David me contó cómo cinco años atrás cuando él contaba con 17 años siendo un estudiante particular de flauta con el profesor Antonio encontró su experiencia prohibida.

El profe, mayor que él 12 años, lo sedujo poco a poco ofreciéndole trago. “Y una a vez después de tocar la flauta de plástico por una hora, toqué una la flauta de carne del profe por un rato jajaj”, decía David mirando hacía arriba como recordando buenos tiempos. Lo sedujo con su pene largo y blanco. Antonio, el flautista, era y sigue siendo un tipo simpático de rasgos turcos con sus cejas gruesas y velludo. Al principio todo se limitaba a una chupada de verga de David a él, pero después fue el profe quien se obsesionó con la generosidad del trozo largo y grueso del negro a tal punto que las clases de tres veces por semana terminaban siempre en unas sesiones bien exigentes de sexo intenso. “Al principio me cogía, después se volvió pasivo. Luego de chuparmela se bajaba su pantalón y se arrodillaba de espalda apoyándose en el sofá para que yo lo clavara”, contaba David, “Claro, que cuando me cansaba yo le pedía que me clavara el a mí también. Aprendí a tocar flauta y a tocar verga jajaj. La verdad es que Antonio me cogía rico.”.

Después del relato revelador de David nos quedamos en silencio y el sueño nos fue atrapando. nos dormimos. Fue un lindo cuarto día.

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