Cuando la fe tambalea

Un cura devoto y ejemplar ve tambalear su fe ante una nueva feligresa que a llegado a su parroquia.

CUANDO LA FE TAMBALEA

Un cura devoto y ejemplar ve tambalear su fe ante una nueva feligresa que a llegado a su parroquia.

El padre Gonzalo era un cura joven, no llegaba a los 35 años, moreno, bien parecido, con un aire desenfadado y cierto tinte de cura revolucionario, como muchos de su generación. Se podía decir que su amor y apasionada identificación con los desposeídos más de alguna vez había sido interpretado como una inclinación izquierdista, lo cual le había sido causante de más de alguna amonestación por parte del Episcopado. Llevaba ya casi tres años en la parroquia de aquella comuna humilde ubicada en las afueras de la ciudad. Muchas chicas a las cuales hacía catequesis y pastoral lo miraban con ojos que no eran muy santos y también algunas señoras casadas.

El padre Gonzalo se percataba perfectamente de eso. Sabía también que las mujeres veían en él a un hombre distinto, educado, tierno y gentil, que no era muy común por esos lados. Se consideraba un hombre devoto a pesar de lo dicho anteriormente jamás había sucumbido a la tentación, lo cual era un mérito mayúsculo por el hecho de ser un hombre joven y que la sangre le hervía más de alguna vez. No muy seguido debía recurrir algunas veces a la masturbación como una válvula de escape a fin de disminuir la presión. Así su vida transcurría haciendo miles de cosas. Clases de religión en la escuelita, catequesis con los adolescentes, talleres de cultura y deportes, visitas a los enfermos, coro, bautizos, casamientos.

No le faltaba qué hacer. Pero de tantas actividades una que más lo agobiaba era los viernes en la tarde que lo dedicaba exclusivamente al Sacramento de la Confesión. Tantos problemas, miseria, promiscuidad lo dejaba agobiado, pero sacaba fuerzas para tener siempre el consuelo, la palabra justa y, por supuesto, el perdón divino. Todo esto había hecho que se granjeara rápidamente el cariño y afecto de sus feligreses. Tenía una pequeña casa en el patio al fondo de la iglesia. Una salita de estar, comedor, cocina, baño y dormitorio. Nada lujoso, pero discreto y digno. Era día viernes, tenía confesión. Sería aproximadamente las tres de la tarde cuando se dirigió a la iglesia. Seis personas esperaban por él. Las saludó. Fue a la sacristía, se colocó la estola, la besó y entró al confesionario, el único que había. Se acomodó en el asiento, abrió la ventanilla izquierda y comenzó con su santa labor. Cuando terminó con la última persona había pasado al menos unas tres horas. Ya no quedaba nadie. Cerró la ventanilla y se quedó un rato rezando y meditando. Le gustaba esa tranquilidad y soledad que le daba la oportunidad de estar algunos momentos consigo mismo, conversar un poco con su jefe máximo en el altísimo.

Estaba en eso cuando sintió unos golpecitos en la ventanilla derecha. La corrió. No pudo evitar un gesto de sorpresa ante ese bello rostro femenino. No lo había visto antes, eso lo sorprendió aún más. Tal vez se trataría de alguien de visita o de una nueva familia que se había mudado recientemente. Tenía unos grandes ojos, muy expresivos, un cabello brillante, ondulado hasta los hombros. Labios gruesos.

-"Ave María purísima" dijo.

-"Sin pecado concebida" – respondió la voz.

-"¿Cuánto hace de tu última confesión, hija mía?"

-"Más de tres años, padre"

-"Has estado muy alejada de los caminos del Señor, hija mia. ¿En qué has pecado?"

Hubo un momento de silencio. Aprovechó de observar mejor ese bello rostro. Parecía el de un ángel.

-"He pecado de lujuria, excesos en el sexo y de prostituirme, padre".

-"Son muchas cosas y muy seria para ser tan joven, hija.

Se produjo un silencio. En realidad el padre no sabía cómo tomar la situación. Se veía tan joven e inocente. Pero su confesión había sido como un puñetazo directo al mentón.

-"¿Estás realmente arrepentida de todo eso?"

-"Sí, padre"

-"¿Eres casada? ¿Tienes hijos?"

-"No padre. Soy soltera, además..."

-"¿Además qué...?

-"No soy mujer, padre... soy travesti..."

El pobre cura comenzó a sudar. Esto era algo insólito, insólito de verdad. Quedó dudando por algunos momentos.

-"Padre, ¿sucede algo? Dijo ella tímidamente.

-"¡Nada! ¡Nada!" dijo en tono algo exasperado. Se pasó las manos por el rostro. Se sentía impotente ante la situación, definitivamente no estaba preparado para algo así.

-"Hija, te haré una pregunta..."

-"Diga, padre."

-"¿Te das cuenta que estás transgrediendo la voluntad de nuestro Padre, siendo así? ¿Qué estás contra la naturaleza que el Santo Creador te otorgó? ¿Estás dispuesta, perdón... dispuesto a enmendar tu actitud para recibir el perdón y así salvar tu alma por la eternidad?"

-"No, padre. No puedo hacerlo. No es algo tan simple como querer o no querer. Yo no tengo la culpa que Dios me haya puesto en el cuerpo equivocado..."

Al oír esa respuesta fue como si toda la sangre se le hubiese agolpado a a la cabeza.

-"¡Sacrílega! ¡Cómo puedes decir una herejía así! ¡Arrepiéntete! ¡Arrepiéntete!

La chica que no esperaba esa reacción, algo confundida y temerosa le dijo:

-"Disculpe, padre. ¡Por favor! Mi intención no era ofenderlo."

-"¡Está bien! ¡Está bien! Pero no tienes el deseo de cambiar y alejarte de esa vida de pecado, por tanto no puedo absolverte. Te irás de aquí tal como llegaste. Lo siento mucho. Replicó el cura con todo el dolor que podía soportar su corazón.

-"Bueno, padre. Quiero que sepa que soy capaz de comprenderlo. Gracias por todo."

-"De nada, hija."

Cerró la ventanilla y se llevó una mano a la sien, cuando de pronto reaccionó, la abrió de nuevo y vio a la chica que se alejaba lentamente. Era preciosa, con unos jeans ajustados que realzaba su figura. Toda esta situación lo dejó alterado, quedándose con la imagen de ella grabada en su mente. Tenía un sabor amargo en la boca ya que sabía que fue incapaz de satisfacer las necesidades que buscaba solucionar. Ella se había acercado como creyente y él no había estado a la altura que el caso requería. Esa idea lo acompañó durante todo el resto del día. La semana transcurrió sin novedad y de a poco se le fue olvidando aquella situación. Llegó el domingo, tenía que oficiar la misa a las once de la mañana. Poco antes fue a la sacristía y se preparó con toda calma. Salió a la nave y comenzó con el sagrado sacramento.

Cuando comenzó a dar el sermón su vista quedó clavada en un lugar del púlpito. ¡Allí estaba ella! No pudo evitar que su mente la encontrara hermosa. Titubeó un poco, le costaba concentrarse y su vista terminaba inevitablemente en ella. Llegó el momento de la consagración de la hostia y por más esfuerzos que hacía no podía quitar la vista de ella. ¿Sería el demonio que lo estaba poniendo a prueba? Siempre había estado seguro de su fe y de sus votos. ¿Por qué le estaba sucediendo esto ahora? Tomó el cáliz, no pudo evitar cierto nerviosismo, sus manos tiritaban. Cogió el copón con las hostias y se acercó a la filas de las personas que iban a comulgar.

Fue en esos momentos que la perdió de vista. Comenzó a dar la comunión. –"El cuerpo de Cristo" y los fieles le contestaban –"Amén". Así fueron pasando uno a uno. Señoras, señores, jóvenes, niños, estaba tan embebido en su quehacer que ya no pensaba otra cosa. Después de un señor alto, sacó la hostia del copón y al entregarle se dio cuenta. ¡Era ella!. Tan hermosa, de cerca lo era muchísimo más. Con esos enormes ojos tan expresivos y su figura tan deliciosamente femenina. No pudo evitarlo y sintió la dureza de su sexo. Era algo que iba más allá de sus posibilidades. En un momento tan sacro como ese no podía concebir que le sucediera algo así. Ella lo miraba fijamente esperando recibir la hostia. Se fijó en sus labios. Gruesos, sensuales como para perderse en ellos. Por una fracción de segundo dudó sobre qué hacer. ¿Debía darle comunión o no? Finalmente decidió hacerlo, habría sido muy desagradable no hacerlo, además que la iba a dejar expuesta a toda la maledicencia. Se rindió ante la hermosura y fragilidad de la chica. ¿De dónde habría salido? En todos los años que llevaba allí jamás la había visto.

Tragando saliva y aire, con un nudo en la garganta dijo: -"El cuerpo de Cristo" –Ella abrió la boca. Una dentadura blanca y perfecta. Sacó la lengua. El cura nunca supo bien si lo imaginó o fue verdad, pero sintió en su dedo el roce suave y tibio de la lengua incitante de la chica, antes de cerrarla con la hostia. –"Amen" – dijo y dándose media vuelta se dirigió a su puesto. Cuando teminó de dar la comunión se dirigió al altar. La dureza de su sexo no disminuía. Finalmente dio la bendición y terminó el oficio. Salió rápidamente de la sacristía para dirigirse a la salida y saludar a los feligreses, aunque en realidad le interesaba una sola. Grande fue su disgusto cuando al llegar vio que ella ya iba cruzando la calle. Quedó saludando a sus fieles sin pensar, por inercia. Su mente estaba al otro lado de la calle. No podía encontrar la manera de poder averiguar algo más sobre ella. Cuando ya todos se retiraron guardó todo cuidadosamente y se dirigió a la oficina parroquial. Esos hermosos ojos lo perseguían a toda hora. Por la noche entró a su cuarto, se arrodilló ante la cruz que tenía en una pared y trató de orar, pero por más esfuerzos que hacía le resultaba imposible. Se quitó la ropa, quedando sólo en boxer. Abrió la cama, se introdujo en ella y lentamente se quedó dormido.

Se había quedado hasta tarde en la oficina. Tenía mucho trabajo administrativo atrasado y no había quien le pudiera ayudar en ello. Había sido un día muy agotador. Sintió unos golpes a la puerta. Se sobresaltó un poco, ya que era muy avanzada la noche y no era frecuente que lo buscaran a esas horas, salvo por algún enfermo grave. Con mucha cautela se acercó y preguntó desde adentro quién era. –"Soy yo, Marissa"- contesto una voz. Abrió la puerta. Era ella. Una verdadera tentación. Con una minifalda ajustada de jeans y unas tenis. Arriba un pequeño top que dejaba parte de su vientre a la vista. Era demasiado. Intuía que sus fuerzas no iban a ser suficientes y que probablemente iba a sucumbir. Esa visita a esa hora no podía indicar otra cosa. Ella lo miró de una manera que invitaba a gustar de sus placeres. No se dijeron nada.

Ella se acercó y se abrazó a su cuello. El la tomó de la cintura y se fundieron en un beso infinito. Sus manos ya no tuvieron freno ninguno y la recorrían por entero. El dique se había desbordado y ya no habría fuerzas que o pudiera detener. Sólo el deseo mandaba y era igual de intenso por ambas partes. Cuando se calmó un poco, la tomó de la mano y por una salida interior la llevó a su dormitorio. Atravesaron rápidamente el patio. Cuando estuvieron adentro se sintió seguro.

Miró la cruz, por un momento dudó. Pero la tomó con respeto, la quito de allí y la depositó en la mesa del comedor. Eso apaciguaba un poco su conciencia aunque sabía que no servía de nada. Allí estaban en la pieza que sería la muda testigo de su arrebato pasional. Ella tan hermosa como una virgen, anhelante de entregarse. Se acercó a ella y la atrajo hacia su cuerpo dulcemente. Comenzó a quitarle el top lentamente descubriendo de a poco la belleza de sus pequeños pero hermosos pechos, el nacimiento de sus pezones duros y erectos, la suavidad de su piel. Ambos tenía la respiración entrecortada por el deseo. Una vez que terminó de quitarle el top lo dejó caer al suelo. Ella le sonrió al quedar deliciosamente desnuda en su parte superior. Le correspondía el turno a ella y comenzó a desabotonar la camisa del padre, se extasiaba descubriendo ese pecho varonil y velludo de a poco.

Cuando terminó de quitársela la deslizó por detrás de sus hombres cayendo caprichosamente al suelo a una lado de sus pies. Sus labios comenzaron a recorrerlo con ansiedad, era un todo. El roce de sus labios, de su lengua, la suavidad de sus pechos y la delicadeza de sus manos recorriéndolo. El padre se dejaba llevar. No tenía voluntad más que para disfrutar plenamente de estos momentos mágicos. Él tomó los pechos de ella con delicadeza como temiendo que se fueran a quebrar. Los besó con placidez, con amor, con ternura. Cuando comenzó a besar su cuello ella se estremeció de placer, la piel se le erizó y se dejó llevar por las caricias.

No podía haber nada mejor que estar entre sus brazos. Lo había deseado desde que lo vio en el confesionario. Ahora estaba allí, con él a solas sintiendo su calor y su piel. Cuando la lengua del padre se introdujo en su oreja, ella exhaló un suspiro de placer. Sentir la respiración agitada y entrecortada de su hombre, la excitaba porque sabía que era por su causa. El ya no daba más, la tomó en sus brazos y la depositó en la cama. Le quitó los zapatos y la falda, dejándole solamente la tanga bvlanca que llevaba y que tan bien le venía en el color de su piel. Se desabrochó el cinturón, se quitó los zapatos y el jeans, quedando sólo en boxer. Se subió sobre ella cubriéndola totalmente con su cuerpo.

Sus respectivos miembros se rozaban cubiertos por su ropa interior. Entonces ambos, sin ponerse de acuerdo omenzaron a moverse rítmicamente, estimulándose el uno al otro mientras se besaban apasionadamente. Ella acariciaba la fuerte espalda del cura, mientras miraba al cielo ¿o ya estaba en él? Sus pequeñas garras se clavaban en la espalda de él quien parecía no sentir nada de tan excitado que estaba. Luego una de sus manos comenzó a descender para quitarle la tanga, pero finalmente para no tomarse la molestia le dio un solo tiró al elástico a fin de ganar tiempo dejando al descubierto su sexo. Su inmensa mano sagrada se apoyó en el sexo de ella presionándolo suavemente. Ella tiritó de placer. Sentía el calor en su sexo palpitante. La estimulaba de una manera exquisita enroscando su cuerpo de placer y exhalando gritos de gata en celo. Luego decidió pasar a la ofensiva, se incorporó y comenzó a descender hasta llegar a su sexo. Sacó su miembro del boxer, allí estaba el objeto del placer totalmente húmedo. Le dio varios lenguetazos que lo hicieron suspirar. Apenas alcanzó a ponerlo en la boca y el chorro de semen la inundó completamente. Para ella fue un momento maravilloso, sentir ese líquido espeso y tibio en su boca.

Se despertó algo confundido, en esa extraña combinación de no saber en qué mundo se está, si en el de los sueño o el de la realidad. Todo había sido tan real que le costaba creer que no fuera así. Miró para todos lados, pero allí estaba solo. Su boxer estaba completamente mojado por la tremenda cantidad de semen que había eyaculado. Miró la hora. Era apenas la una de la mañana. Miró la pared, la cruz estaba allí. Todo estaba como debía estar. De pronto sintió unos golpes en la puerta de la oficina parroquial, por la hora no se presagiaba nada bueno, pero también recordó su sueño, se vistió rápidamente para ir a ver, nunca se sabía quién podría estar al otro lado de la puerta. Antes de salir miró la cruz, mentalmente le pidió perdón, la quitó y al salir la dejó suavemente sobre la mesa...