Cuando imaginé que te desnudabas

Él llega a casa de ella y la ve cambiarse reflejada en las sombras. Ella lo sabe, y no se corta bailando y quitandose la ropa.

Me abrió la puerta casi a medio arreglar, sonriendo. Me hizo pasar hasta su cuarto mientras ella me hablaba desde el cuarto de baño. Yo miraba las fotos de la pared cuando la oí decir que había preparado algo especial para los dos. Me picó la curiosidad, pero antes de que me diera tiempo a preguntar ella entró y apagó la luz. La persiana estaba bajada, y apenas podía ver a más de medio metro de mi, pero ella sin apenas dudar encendió algunas velas repartidas por el cuarto. Fue entonces cuando me di la vuelta y la miré. Estaba agachada encendiendo la última vela, llevaba un vestido de playa negro demasiado corto y yo podía ver perfectamente sus piernas asomándose por debajo. Rara vez lleva ella faldas tan cortas, así que me entretuve observándola atentamente mientras colocaba las velas en su lugar. Luego se volvió hacia mí, sonriente. Sus ojos negros parecían dos soles brillantes debajo de todo aquel maquillaje. Se acercó hacia mí y me besó durante largo rato, muuy despacio, jugando con su lengua en mi boca, mordiendo mis labios. Creía que iba a empezar a subir el ritmo cuando se apartó, muy inocentemente y recordó que no había puesto música..

Con una eterna sonrisa dibujando sus labios, se puso de puntillas para besarme brevemente y decirme que aún no se había vestido, que si me importaba esperarla. Yo le contesté que no, de echo, estaba encantado con poder ver cómo se cambiaba de ropa. Mi gozo en un pozo cuando me pidió que me diera la vuelta. Al principio pensé que era de broma, pero ella lo repitió tan seria que no tuve más remedio que acceder descontento. La oía canturrear a mi espalda y la sentía moverse. La verdad es que en el fondo me gustaba saber que estaba cambiándose de ropa, aunque no la viera. Recordé las curvas que dibujaba su cuerpo sobre mi cama, vestida únicamente con un conjunto de ropa interior que yo mismo le regalé. Aquel momento constituía una de las imágenes más eróticas que tenía de ella.

En estos pensamientos estaba yo cuando me di cuenta de que, a la tenue luz de las velas, se dibujaba su sombra casi frente a mí, en la pared. Me costó en un principio definir su contorno, pero después puede distinguir cada centímetro de su cuerpo, al que conocía tan bien. Se agachó y se quitó las bragas. Las dejó en algún lugar que no me importaba y se acercó al armario a coger otras, que se puso acto seguido. Yo estaba muriéndome por darme la vuelta y quitarle aquel vestidito, para poder verla cambiarse, desnuda frente a mí. Estaba apunto de hacerlo cuando me repitió que mirara a la pared. Se recogió el pelo y vi su pecho en la sombra alzarse, para bajar de nuevo cuando bajó los brazos. Quería girarme y mirarla, verla desnudarse. Me giré débilmente intentando que no lo notara, y me di cuenta de repente de que el cristal de la ventana reflejaba todo aquello que mis ojos no veían. Se sacó el vestido por la cabeza, levantando sus brazos y su pecho al hacerlo. _No llevaba sujetador, y en la sobra su silueta era como un dibujo en la pared. El cristal me revelaba sus más profundos secretos y yo empezaba a notar que me gustaba estar en aquella situación. Mi novia desnuda a mi espalda, y yo espiando su cuerpo desnudo por el cristal. Imaginaba que me daba la vuelta, la miraba atentamente y luego la abrazaba contra mí para besarla. El tiempo que tardó en quitarse el vestido se hizo eterno, como a cámara lenta, como yo siempre había soñado. Alcanzó un sujetador y se lo puso, retorciendo sus brazos en su espalda. Yo deseaba más que nada arrancárselo de las manos, impedir que se acercara a ella, pero el misterio que envolvía su piel en la penumbra era mayor. Recordé cuando era yo el que la desnudaba, cuando podía besar su escote, mientras oía su respiración aumentar, sentada sobre mí rodeándome con sus piernas. Deseaba más que nada abrazar su cuerpo, besar toda su piel, despojarla de todo aquello que la cubría. Mi cuerpo lo deseaba. Pero me retenía inmóvil el efecto de lo excitante que era la situación. Sentir que la espiaba, que la observaba desnudarse me provocó un escalofrío.

Después de toda la preparación estaba nerviosa, muy nerviosa. Quería hacer algo diferente, algo que se saliera del margen de la lujuria desenfrenada. Quería estimular su imaginación, quería excitarle de una forma distinta a la que cualquiera pudiera hacerlo, que se derritiera antes de apenas tocarle. Recordaba su mirada en algunas secuencias de nuestra vida sexual, cuando yo me olvidaba de mis vergüenzas y le permitía mirarme abiertamente desnuda, o jugando conmigo, o quitándome algo de ropa. Estaba nervioso, lo notaba por su forma de moverse. Yo me intentaba mostrar segura, sabía que me veía en la sombra, pero mis gestos tenían que ser muy exagerados para que él pudiera apreciarlos. Me quité el vestido por la cabeza, muy despacio, me sentía como una bailarina de striptease, pero sabía que le estaba gustando. Mientras buscaba algo de ropa que ponerme me movía ligeramente al ritmo de la música, pero muy despacio. Mi cadera seguía de lado a lado cada compás, con un movimiento muy leve. Miré mi propia sombra y acentué el movimiento para que se notara bien. Calzada en mis tacones más altos y sólo vestida con la ropa interior me dejé llevar por la música levantando los brazos poco a poco y colocando las manos a los lados de mi cabeza, mientras esta se movía de un lado a otro. Dos círculos con la cadera, y mis brazos subieron a lo más alto, apuntando al techo, adonde miraban mis ojos cerrados. El pelo me caía sobre la espalda y me cosquilleaba la nuca. Empecé a bajar los brazos, despacito, siguiendo las curvas que hacía mi cuerpo, hasta caer a los lados de mi pecho, resbalar por la cintura e ir a parar a la cara interna de mis muslos. Como si fuera un baile espontáneo me giré para buscar mi ropa, completamente de espaldas a él.

Aquello me estaba volviendo loco. Sus caderas acompasando el ritmo de la música daban la sensación de ser algún tipo de danza erótica, pensada para hacerme estallar. Los movimientos tan sutiles de su cuerpo, casi inapreciables en la silueta de la pared, eran sencillamente deliciosos en el reflejo de la ventana. Ahí podía ver el contorno de sus braquitas y la forma que le daba el sujetador. Si entrecerraba los ojos podía ver las sombras que hacía la luz sobre su pecho cuando estaba en frente mío, cuando podía acercar mis labios a su piel. Ella buscaba inocentemente algo por la habitación, y no lo encontraba, su cuerpo no paraba de moverse muy despacio al ritmo de la música de aquí para allá y mi mirada lo seguía allá a donde fuera. Aproveché el segundo en que no me veía para darme la vuelta por fin y poder mirarla. Su imagen me devoró por completo, casi desnuda, la luz dibujaba en la oscuridad su cuerpo de guitarra. Me moría por recorrer con mi lengua toda su espalda, por desabrocharla el sujetador, por darla la vuelta y besarla en la boca de esa forma que a ella tanto le gusta. Quería abrazar su cintura y dejarme capturar por sus manos, pero no podía. Como un mirón en el vestuario de las chicas me di la vuelta rápidamente cuando ella volvió a mirar hacia mí. Mi espionaje clandestino de su cuerpo no debía ser descubierto. La silueta de la pared seguí moviéndose despacio, desatando en mi toda la locura. Sus hombros desnudos parecían una escultura, yo me moría por besarla el cuello, por hacer que dejara caer la cabeza hacia atrás de placer. Para ella algunos besos adecuados podían constituir la mayor excitación del mundo, y yo lo sabía, y quería llevarlo a cabo, quería comérmela a besos. Recordaba el ritmo de su respiración al acariciarla, su pecho subiendo y bajando debajo del mío, sus ojos cerrados y sus labios recorriendo mi piel. Deseaba tenerla entre mis brazos como tantas veces...

La danza suave estaba dejándome sin recursos, no sabía si estaba funcionando y ya no podía más. Le veía en la penumbra, de espaldas a m. Tenía las manos en los bolsillos, y en su espalda se reflejaba la luz de las velas, dibujando su contorno en la oscuridad. Me moría por apartarle en el pelo del cuello y comenzárselo a besar muy despacio, por abrazarle desde detrás y dejar que mis manos explorasen por debajo de su camiseta, acariciar su ombligo y trazar la línea de su piel que quedaba sobre los pantalones. Recordé la forma de su espalda, suave, y deseé quitarle la camiseta para poder verla de nuevo, para acariciar sus músculos fuertes y recorrer con mis labios la forma que hacía su columna vertebral. Quería extender mis manos en su estómago, tensando los dedos y acercándole a mí. Recorrer su pecho y su tripa, rozar sus ingles sobre los pantalones. Si él se diera la vuelta... si me abrazara fuerte contra él y me besara... Si me acercara a la cama y me dejara caer suavemente sobre ella, si después se tumbase él sobre mí, sin dejar de besarme y de acariciar mis mejillas y mi cuello...

Sentía su mirada posarse fuertemente sobre mí, se acercaba poco a poco, muy despacio. Yo estaba inmóvil, reposando las imágenes que acababa de ver. Hasta verla vestirse me había resultado excitante. Sus movimientos lentos y correctos, poniéndose la falda, su baile tal leve como sensual, cuando levantaba los brazos para ponerse la camiseta. Fue más fuerte el hechizo de inmovilización que había lanzado sobre mí que el deseo de desnudarla despacio en la penumbra. No puede apenas pestañear cuando sólo quería girarme y quitarle la camiseta, colar mis manos por las rajas laterales de su falda, besar sus labios, su cuello y su escote, abrazarla hasta sentir el latido de su corazón. No había hecho nada de eso, y ahora ella se acercaba cruzando las piernas al andar, dejando entrever sus muslos, mordiendo el labio inferior. Cada vez estaba más claro su reflejo, y ya estaba aquí.

Por fin le tenía tan cerca, podía tocarle, podía besarle y perderme en sus sueños. Me apoyé en su espalda, de puntillas para poder rozar con mis labios sus hombros. Le rodeé con mis brazos y acaricié los suyos, desde el codo, para acabar en sus hombros. Sentía su pecho subir y bajar al respirar, sus músculos tensos, estaba tan cerca que podía recordar perfectamente el sabor de su boca, y deseé poder probarlo otra vez.

Estaba tan cerca... sentía su pecho en mi espalda y sus manos acariciarme lentamente. Sus labios besaban mis hombros tan suavemente que parecía un sueño. Tan pronto como empecé a notar que no podía resistir el impulso de darme la vuelta, ella coló sus dedos ágiles bajo mi camiseta y comenzó a acariciar mi estómago, y a bajar muy dulcemente. Pronto las yemas de sus dedos hacían círculos en mi ombligo, para terminar rozando la línea en donde acababan mis calzoncillos. Un movimiento preciso hizo falta para que esos dedos quedaran bajo la goma, sin entrar ni salir, solo acariciando la frontera entre lo que se puede y lo que no se puede ver. Para ese momento yo estaba en una nube, sus labios y sus manos me excitaban cada vez más, ella ya me rozaba sin siquiera haber metido la mano bajo los pantalones. Yo no sabía si quería que lo hiciera o que la sacara para poder darme la vuelta y hacer algo yo también. No podía decidirme, mi respiración era más pesada y no `podía pensar, tenía que elegir algo. Entonces ella acercó los labios a mi oreja, me mordisqueó suavemente el lóbulo y me susurró al oído "ya puedes darte la vuelta".