Cuando el amor toma el mando (2): Public fucked
Ingrid nunca había echado un polvo semejante... delante de tanta gente.
Una luna crecida gobernaba el estrellado firmamento, contemplando la animada pulsión nocturna de la gran ciudad. Una fresca brisa acariciaba las calles, hacia bolar las bolsas de plástico y despeinaba cabellos milimétricamente establecidos para aquella ocasión. A Ingrid, un mechón le caía sobre la frente y sobre los ojos, interfiriendo en su campo visual, que ella corregía, en un ademán presto pero disimulado, coqueta. Después de recuperar un breve trayecto, apenas un par de calles, llego al piso, situado en la bocacalle opuesta al restaurante Avellino´s.
Un segundo con ascensor, amplio y espacioso, para entrar a vivir, como se anunciaba en un clasificado del diario. Las estancias aun permanecían incompletas, solo se habían pintado las paredes: ocupaba el comedor una única mesa y la televisión de plasma, que reposaba sobre su caja de cartón, al lado de la consola, que Ingrid detestaba; en el dormitorio, la cama de matrimonio abarcaba casi toda la habitación, acompañada de una mesita de noche y un rudimentario armario que no era de su gusto. Todos estos muebles eran provisionales. Al revolver en el cajón de sus prendas, sostuvo unas braguitas en la mano pero después dudó; aun quedaba mucha noche por delante, no había motivo para vestir dicha prenda a riesgo de perderla, como ocurrió con la anterior. La desechó con las demás. Pero antes de salir y entregarse de lleno en los tentadores placeres que le ofrecía la aun palpitante noche, reparó en un objeto que descansaba inerte en la superficie de la mesita, seguramente olvidado en el momento en que fue dejado allí. El objeto en si no tenía mucha utilidad allí dentro, estaba fuera de lugar, compartiendo espacio con prendas y escasa bisutería. Pero aquel objeto, a pesar de ser menudo e insignificante en tamaño, daba poder a quien lo poseía y concedía el acceso y disfrute a un apéndice mayor. Antes de salir por la puerta y cerrarla cuidadosamente para respetar el descanso de los vecinos, o mejor omitir su presencia allí, Ingrid tomo las llaves del Mini Cooper que le esperaba en su correspondiente plaza de garaje. A ella le agradaba su línea linda y joven, y le llamaba la atención el detalle de la Union Jack en el techo, detalle que solo se podía distinguir desde una posición elevada.
“Buenas noches, señoras y señores, les damos la bienvenida nuevamente a la sala Kabul, referente en espectáculos pornográficos en todo el país. Después de la actuación de nuestra querida y voluptuosa Kathy, recién llegada de las selvas de África, acompañada de su libidinosa serpiente Eve, es un orgullo presentar nuestro siguiente espectáculo. Es un chico aplicado y voluntarioso que opositó para bombero pero para su desgracia y nuestro albedrio, no le admitieron (el público emite un sonoro “OOOOOOOOOOOHHHH” entre lastimoso y divertido). El chico, en lugar de apagar incendios… ¡Los provocaba! (se oyen algunas risas). Ahora, en el escenario, para su deleite visual, nuestro Adonis en la tierra, el Antinoo de nuestros días, el bombero más ardiente. Les presentamos a: ¡PETER Y SU ENOOOORME MANGUERA! (aplausos y ovación).
Las luces de la sala aminoraron su fulgor, al contrario de las del escenario, que aumentaron su irradiación, creando un oasis solar, dando a Peter, el bombero, un aura de estrella. Un anfiteatro dispuesto a rendir pleitesía y atención a la escena, estaba dispuesto por la mayor parte de la sala. Los parroquianos que miraban curiosos, expectantes y excitados era una mezcolanza de individuos dispares; las primeras filas estaban ocupadas por gente joven, muy activa y sonora en sus reacciones, seguramente celebrando una despedida, aunque ahora se mostraban más discretos en una evidente moderación heterosexual. Más atrasadas de la platea, preservadas en las butacas meridianas, había otra aparente despedida, esta vez de féminas. Ahora les tocaba a ellas jalear, arengar y aullar, en clara competencia las unas con las otras, en demostrar de la forma más estentórea su devoción hacia el falso apagafuegos. En el ala contraria, varios caballeros de elegantes atuendos, entrados en años, observan las actuaciones como de una exposición biológica se tratara: austeridad en gestos, ademanes y respuestas ante los estímulos, generosidad milimétricamente comedida al ofrecer aprobación y aplausos; hombres de negocios, de visita por la ciudad, relajándose antes de tomar una decisión laboral. El resto de público lo conformaban parejas esporádicas en busca de la antigua chispa que inflamaba su alcoba y clientes solitarios, asiduos y esporádicos que disfrutaban de la exhibición estoicos o inquietos.
Peter, el bombero apareció exultante envuelto en su recurrente atuendo, luciendo casco de pega y altanería supuesta, otorgado por las entregadas damas de honor, conformando una alfombra roja de chillidos y suspiros. El chico inició una coreografía, moderada pero eficaz, dando vueltas sobre sí mismo, brincando elegante como una gacela, luciendo flexibilidad, en su danza lograba alzar sus piernas poniendo sus rodillas a la altura del pecho. A continuación de un golpe se libró de sus prendas, despojándose del falso uniforme con ayuda de escondidas cintas de velcro. Destapó sus encantos de piel bronceada artificialmente por rayos uva. Aun con el casco sobre su cabeza, sostenida por un ancho cuello, decorado por un poderoso trapecio. Anchos e hipertrofiados hombros, a juego con el resto de su musculatura, inflada a base de horas de gimnasio y anabolizantes ilegales. De pecho depilado, dividido en dos protuberancias de tremendo volumen, coronadas por pezones picudos y apetecibles. Brazos fuertes y definidos también libres de vello, con bíceps abultados. Un vientre cuadriculado en relieve, de abdominales ordenadas y definidas, agiles, que se encogían y estiraban al compás de la música, adorno para el ritual exhibidor y seductor dedicado a su público diario. Las piernas eran como dos troncos curtidos, estilizadas y fibradas por los rigores del baile, de ensayos y entreno. Y en todo este envoltorio extraordinario y cautivador, el lazo del regalo estaba oculto en un minúsculo tanga de color amarillo fosforescente, que asomaba un presente rígido y abultado ya, debido a un pinchazo intravenoso directamente en los cuerpos cavernosas para crear de una forma mágica, una impresionante erección, enorme y sólida, serpiente en guardia que no necesitaba de melodía hipnotizante ni estímulo o excitación, para alcanzar aquel excelso grado de dureza y tamaño. Sin dejar de bailar, Peter, en un movimiento harto ensayado que ya parecía usual y nada artificioso, desabrochó un clip lateral y dejó a mecer de la gravedad la mínima prenda, que la meció hasta el suelo. El miembro brotaba glorioso desde el pubis. Circuncidado para sobredimensionar las medidas, coronada por un espacioso glande rosado, con un tallo barroco lleno de rebosantes venas, Peter jugaba con sus dedos, acariciando, agitando, agarrándolo con el puño cerrado, bajándolo como una palanca palpitante y viva, liberándolo después para que, como un resorte, volviera yerto a su tiesa posición inicial, una gloriosa erección dura y recia, que apuntaba hacia el cielo. Con un salto cosaco, la música cesó y la actuación cambió de tercio, como se esperaba. La voz en off del invisible maestro de ceremonias volvió a la carga:
“Señoras y señores, para continuar con nuestro espectáculo porno en vivo, necesitamos una voluntaria lo bastante osada para mantener relaciones sexuales, aquí y ahora, con Peter”
Las atrevidas damas de honor y su ruidosa comparsa, enmudeció ante la propuesta, desviando la mirada disimuladamente hacia otro punto de la sala o a ellas mismas, reprimiendo risas nerviosas o iniciando temas banales de conversación para desvincularse de lo que allí ocurría . Los señores trajeados miraban de reojo, barriendo el palco en busca de alguna desinhibida voluntaria que se prestara a tal evento, para regocijo propio: cuando mejor era el espectáculo, a mayores acuerdos llegaban después.
“¿Quién será la afortunada de catar el instinto y el buen hacer de nuestro Peter? ¿Alguna mujer necesita apagar su furor interno? Peter dispone de una buena manguera para el caso” El invisible anfitrión insistía en los dobles sentidos, recurso facilón para mostrar accesible y cercana aquella proposición. Si nadie se atrevía, tenían preparada entre bambalinas a una mujer que trabajaba para la casa, que, en caso de quedar la plaza vacante, surgía del público y ayudaba a la consecución del show. Pero aquella noche no fue necesario. Una mujer se levantó de su butaca y se dirigió con paso firme hacia el escenario. Al llegar allí, divisó una cama sobre una plataforma que daba vueltas sobre sí misma, amparada por la pared del fondo, cubierta de espejos. Todo el mundo la vería, no perderían detalle, como ella quería.
“Ya tenemos a la valiente. Un aplauso para ella (aplausos entre curiosidad y amparo). Gracias por confiar en nuestra sala y en Peter. Le aseguro que no saldrá defraudada. Ni nuestro querido público tampoco”
“Eso ya lo veremos” pensó Ingrid.
-Hola, me llamo Manolo-le dijo Peter-. Vamos a mantener sexo seguro, utilizaré preservativo. Después de la actuación puedes pedir a la dirección mi expediente médico y…
Ingrid apenas escuchaba sus palabras, estaba distraída con el tema musical que ahora sonaba, una balada para crear ambiente. Torció el gesto al comprobar que Peter (Manolo para los amigos) tenía un pequeño tatuaje en la pelvis: una circunferencia con dos cruces hacia afuera, idéntico al que lucía su amigo gay Jean en el omoplato, al cual hacia semanas que no veía, por evitar contestar a la funcional pregunta “¿Cómo te va?”.
-Escucha guapo, solo quiero que me folles como nunca lo has hecho en la vida, como si esta noche se fuera a acabar el mundo. ¿Hay alguna parte de lo que te he dicho que no hayas entendido?-dijo agarrando fuerte su polla. Estaba realmente dura, como una roca caliente al tacto. El respetable masculino agradeció el gesto, jaleándola. Las chicas de la despedida, observaban en silencio, entre atónitas y expectantes.
Tanto Peter como Manolo no se esperaban aquella reacción, así que, sin palabras, se dirigieron los dos al lecho dispuesto en el escenario. Ingrid tomó la iniciativa levantándose la falda y luciendo su rasurado pubis y su boca vertical sedienta. El público se venía arriba. Fue una buena idea desprenderse de las bragas. Apoyó las dos manos en la cama y, dándole la espalda a él y al público, ofreciéndoles el culo y algo más, ordenó sin darse la vuelta:
-Vamos nene, ¡fóllame!
Peter titubeó un momento pero después volvió a la tierra, dispuesto a cumplir con su trabajo de una forma eficiente. Se acercó a ella y, sosteniendo su polla enguantada, la introdujo lentamente, con tiento, dentro de la ranura que ella le ofrecía. Entraba poco a poco, pero pudo comprobar que ella estaba lo suficientemente lubricada para moverse con bastante holgura. Ingrid notó como la barra de carne, a pesar de una rigidez propia de un objeto inerte, desprendía una caliente temperatura, que aclimató sus paredes vaginales, a medida que se introducía. Al notarla dentro, irguió su cuerpo y cruzó su propia mirada con el reflejo del espejo. Con la luz apuntando a las tablas, no podía distinguir las caras de la gente, pero podía oír su murmullo amortiguada por la música forzadamente romántica. Peter decidió iniciar el movimiento hacia afuera. Ingrid gemía de impaciencia:
-¿Es esto todo lo que sabes hacer? ¡Vamos!
Él volvió a penetrarla más profundo, sus testículos chocaron contra el perineo, el culo de ella rebotaba en su pared abdominal. Arremetió otra vez con más fuerza y ella profirió un aullido y dobló su cuerpo, su tronco perpendicular a sus extremidades que la apoyaban: su público aplaudió la postura del perrito. Él aprovechó para seguir ensartándola nuevamente, en cada embate, el cuerpo de ella se estremecía; se comportaba de una forma inquieta, moviéndose a los lados con él dentro, lo que le obligaba a mantenerla en línea con él, bloqueando sus meneos con la dureza de su polla. Agarrándola de la nuca y conformándola como base, la embistió hasta las cachas, traspasando el límite anterior de profundidad, la estaca de carne se abrió paso de una forma implacable. Parecía que el chico se había picado por las palabras que la dama le profirió, creyéndose en evidencia ante su público. Ingrid dejó el peso en su trasero, que reposaba sobre el abdomen de él, para sentir toda la dureza de fuego que parecía partirla en su interior. Se contrajo y atrapó aquel miembro con sus paredes vaginales, sosteniéndolo, estrangulándolo, atrapándolo dentro y evitando que saliera. Peter retrocedió con dificultad; cada centímetro tenía que ser luchado para liberarlo de aquella presión que parecían unas fauces hambrientas. Así que, decidió volver a entrar para clavársela a aquella mujer tan ávida y terca. Su miembro empezó a empujar las hechuras de aquel túnel, rozando las entrañas con sus venas hinchadas a punto de estallar: era como una barra incandescente que la obligaba a ensanchar sus carnes hasta límites que Ingrid desconocía. Empezó a bambolearse para notar como la dilataba a la fuerza, de una forma brusca y un tanto dolorosa, apartaba sus carnes a golpes que la longitud que aquel miembro le brindaba. La dureza con la potencia la hacían irresistible ante cualquier barrera, que destrozaba a empellones. Ingrid tomó aliento y dejó de apretar aquella polla que la destrozaba por dentro. Él comenzó a sacarla, dolorido, juntando las piernas, retrasándose para liberarla de aquella estrecha prisión. Pero ella le volvió a pillar por sorpresa, cuando retrocedió su cuerpo y volvió a atrapar la polla en su interior, dejando caer todo su peso sobre la pelvis de él, notando como el miembro en su interior resistía el embate, manteniendo su cuerpo a raya. Peter logró sacarla del todo y, volviendo a la carga, se introdujo por otro orificio, más estrecho pero igualmente sugerente: de una forma violenta, hizo diana en su recto. Ingrid notó como una llamarada sólida recorría el interior de su culo, detonando en el interior de sus nalgas, obligándola a dar un respingo de placer punzante. Ella intentó erguirse por completo, tratando de juntar su espalda con el pecho de él, pero éste lo evitó interponiendo sus brazos como obstáculo. Con los codos clavados en su espalda, la forzó a recuperar su antigua posición del perrito, sometiéndola por la fuerza, pero ella se resistía con pasión. Cada vez que la penetraba por el culo, ella respondía con un espasmo, recuperando un poco de terreno hacia él. Peter se esforzaba cada vez más por evitar el roce de la piel de su espalda, volviendo a doblar el cuerpo de ella. La agarró del pelo y, a base de tirones, recondujo la velocidad e intensidad de sus embestidas, obligándola a adoptar el mismo ritmo. Cuando la penetraba con fuerza, tiraba de la cola de caballo hacia abajo, emitiendo Ingrid un lascivo alarido de lujuria crecida. La penetraba hasta el fondo, resabiado. El trayecto era más accidentado, la piel no estaba lubricada y se notaba áspera y rugosa que laceraba todo el tallo de su pene, pero no podía parar: era ella o él. A pesar de notar arañazos y tropezones en la trayectoria del recto, arremetía con energía para allanar el camino barriendo lo que encontraba a su paso. Esta vez fue Ingrid la que se zafó de aquella posición, tumbando su espalda en la cama y abriéndose de piernas, invitando a volver a entrar a Peter. Cosa que él hizo.
Poniendo una pierna de ella sobre su hombro, abriendo más la lubricada brecha de su vagina, que goteaba profusamente, volvió a clavársela. Tiró del muslo para llegar más adentro. Con la otra pierna, apartó aun más la opuesta de ella, abriendo su entrepierna cada vez más. Aquella mujer era anchísima, su coño parecía abarcarlo todo, tragaba más de lo que aparentaba su capacidad y por su rostro, parecía querer aun más. Aquella tía se mostraba insaciable, imponiendo a Peter exprimirse en su trabajo más de lo habitual, para no fallar delante de la gente, que parecía pasárselo en grande.
Algunos focos reflejaban sobre una bola de discoteca que colgaba del techo. Esta desprendía destellos geométricos que pululaban brillando por toda la estancia. Escrutaba al público, iluminando sus rostros, mostrando sus reacciones entusiastas, sus ademanes ansiosos. Todas las caras alumbradas por segundos mostraban rasgos de jolgorio, histeria, lujuria… Excepto una: uno de los viejos adinerados señores de negocios miraba con los ojos como platos, paralizado en una pose de sorpresa y confusión.
Peter aceleró sus embestidas. Cada vez que se la metía, una onda expansiva recorría el vientre de Ingrid y después se deshacía en el resto de su cuerpo. Hasta la cama parecía vibrar en su trono giratorio. Ella aguantaba tumbada, apoyando el tobillo de la pierna que él sujetaba en su hombro para abrirse aun más y acoger aquel pedazo de carne de piedra que la machacaba. Con las rodillas clavadas en la cama, él contrajo la pelvis dándole más ángulo, para seguir penetrándola, elevándola con sus movimientos, separando por centímetros su aposentada espalda, que se estremecía en el aire a cada puntazo. Parecía clavarse desde su interior, para atravesarla y salir por su vientre. Esa sensación no la abandonó durante aquellas arremetidas. En un momento dado, se dejó caer para que, con el peso de su cuerpo aliándose con la gravedad, pudiera entrar hasta el fondo del fondo. Ingrid rehízo sus piernas y rodeo con ellas la cintura de su amante. Trató de apartarlo, porque la estaba fundiendo por dentro, pero él no daba tregua. De uno de sus pies, colgaba aun su zapato de tacón. Con un movimiento rápido y seco, logro introducir de golpe parte del tacón en el agujero del culo de Peter. Éste dio un respingo, poniendo su cuerpo rígido, penetrándola aun más. Descalza, dio un golpe al zapato que colgaba del culo del falso bombero, introduciendo el tacón, esta vez en su totalidad. Peter lanzó un gemido con pluma en su rúbrica, que logró imponerse sobre la ñoña melodía que invadía la sala. Peter salió de Ingrid y, aturdido, retrocedió unos pasos, cayendo del escenario al suelo. Descendió el metro y medio de altura, aterrizando de culo. El alarido volvió a imponerse sobre el pentagrama. La platea se venía abajo.
Ingrid quedo más o menos satisfecha, pero aun notaba dentro de sí un rincón, un hueco que aun esperaba ser saciado, completado, cubierto, rellenado. Pero aquella experiencia no había estado mal. Había tenido que azuzar a aquel fraude de chico: ni se llamaba Peter, ni era bombero, con un cuerpo trabajado artificialmente y utilizando una erección igual de fraudulenta y forzada, simulando una complaciente y falsa heterosexualidad, y no apagando por completo el fuego interior de Ingrid. Pero la experiencia, a pesar de esto, fue positiva. Sentir aquellas presencias que la jaleaban, que la magreaban con sus miradas, la hizo alcanzar el éxtasis. Comenzó a eyacular. Un chorro salió de su vagina. Parecía un surtidor descontrolado. Gracias al movimiento circular de la plataforma donde estaba la cama, Ingrid regó con su abundante lujuria a todo el respetable. El chorro empapó las asombradas caras de las antes animadas chicas de la despedida, duchó a cada uno de los chicos, salpico los trajes de los individuos de negocios, haciendo pleno en el rostro de aquel que mantenía el rictus estupefacto. Todos fueron mojados, anegados o salpicados con el fenomenal caudal de la eyaculación que manaba de la abierta entrepierna de Ingrid.
Parecía que la noche no podría deparar algo más excitante o salvaje. Pero a la madrugada aun le quedaban unas horas.
E Ingrid no tenía ni pizca de sueño.