Cuando descubrí a mi familia

Una joven observa que en su familia las relaciones son un poco peculiares, y tiene que llegar hasta el fondo para entenderlas.

Mi vida era bastante normal, vivía en casa con mis padres, y mi abuelo. Un hermano algo mayor que yo, ya se había casado y se había ido a vivir a otra casa. Cuando yo terminara mis estudios haría lo mismo, estaba aburrida de vivir con papá, mamá, y un viejo que no hacía más que contar batallitas.

Esto era lo que planeaba, hasta que un día una imagen altero mi existencia. Mi padre aún no había regresado del trabajo y yo hacía como que estudiaba, oí unos ruidos como de ahogo que me alarmaron. Pensé que a mi abuelo le habría dado un ataque o algo similar, provenían del cuarto de mis padres y ya iba a entrar decididamente cuando por la puerta descuidadamente entreabierta pude ver el origen de los ruidos. No eran ahogos sino mas bien los resoplidos que estaba dando mi abuelo al montar a mi madre, su hija.

Allí estaba ella como una perra, desnuda y el culo en pompa, no la veía muy bien, el cuerpo del anciano le tapaba, este arremetía con ganas contra el amplio culo de mi progenitora, las fofas y blancas nalgas del viejo temblaban por el esfuerzo. Entre carraspeos y toses, mi madre callaba, el viejo parecía que iba a correrse, al final como triunfante saco la polla y apoyándose en el lomo de mi madre con una mano huesuda, estaba a punto de caerse de cansancio, eyaculó al tiempo que tiraba un gargajo, pude apreciar que tenía unos cojones oscuros, casi sin pelos y muy colgantes, la polla era pellejona. Mi madre se dio la vuelta y quedando boca arriba se masturbo, restregándose por la cama, delante de su decrépito y baboso follador.

Aquella experiencia me dio mucho que pensar. Mi madre es una mujer ya cercana a los cincuenta pero se conserva bastante bien, no le niego la capacidad de despertar pasiones, pero de ahí a hacérselo con ese carcamal chocho….. . El detalle de que mi madre se masturbara voluptuosamente al final, me confundía aún más. Tal vez esta relación viniera desde la pubertad o incluso desde la infancia. He visto fotos, de esas en blanco y negro, en que mi madre era bastante monilla, y el abuelo no estaba mal, seguro que el muy cabrón se acercaba con la polla tiesa al cuarto de su niña por las noches, a escondidas de la abuela. Me imaginé en una situación similar, pero mi propio padre siempre había sido muy correcto, y desde mi adolescencia guardaba muy bien las formas, lo cual siempre era de agradecer, de todas maneras mi padre era un poco mojigato, aunque se le hubiera ocurrido no se habría atrevido.

Paso el tiempo, todos tan contentos el abuelo, mi madre y el cornudo de mi padre, todo seguía igual, mi madre seguía regañándonos a todos como buena madre, buena esposa y buena hija, solo que ahora sabía que mi abuelo se la tiraba.

Mi hermano, el cual ya comente que se había casado, tuvo una niña, y yo fui unos días a ayudarles. Su mujer con todo lo del parto había quedado hecha unos zorros, y con atender a la criatura ya tenía suficiente. Me sentía útil, cocinaba, limpiaba, planchaba y todo ello de forma desinteresada, me sentía a gusto en medio de una familia limpia, el recuerdo de los cojones de mi abuelo encima del cuerpo de mi madre me atormentaba. Una tarde, mi cuñada estaba dormida, el bebé le agotaba, mi hermano y yo mientras tomábamos un café, hablamos de trivialidades, él me preguntaba si tenía ya novio, y que si tal y cual, nunca nos hemos cortado al hablar de esos temas, cuando vivía en casa nos contábamos nuestros respectivos ligues y nos reíamos mutuamente. Me comento que estaba desesperado pues su mujer prácticamente desde que se enteró que estaba embarazada no había querido follar, y eso que por lo visto hasta ese momento ella siempre había sido muy activa en cuestiones de sexo, ahora lógicamente en el postparto inmediato, el horno no estaba para bollos. Me burlé sanamente de él, y no se como, me sorprendí a mi misma narrándole, sin muchos detalles escabrosos, cuando descubrí al abuelito y a nuestra madre fornicando.

El no se inmutó, me reveló que ya intuía algo de eso, que nuestra madre también se había aprovechado de él. Desde pequeño con mimos y caricias que habían pasado a ser cada vez más sugerentes. Durante su pubertad nuestra madre le había enseñado a masturbarse, como quien le enseña a multiplicar y dividir. Cuando fue creciendo, nuestra atenta progenitora le había amamantado asiduamente la polla, y posteriormente ya le había hecho ser más activo, obligándole a follarla, y a comerle la entrepierna. El había intentado zafarse, pero una mezcla de repulsión y deseo le hacían siempre acabar siendo el esclavo sexual de mi madre. Se había dado el caso de haber estado con una chica y al volver a casa tener que emplearse a fondo de nuevo para cumplir con su insaciable maestra.

Quede estupefacta, estaba rodeada de incestuosos parientes, le recriminé su actitud. Mi hermano me comento que las cosas son como te vienen dadas, y que de hecho el intentaba olvidar el asunto, rehuía ir al hogar paterno para evitar ocasiones pues nuestra madre cuando le veía, le seguía acosando. Miré a mi hermano con pena, pero el me devolvió la mirada, le había cambiado la cara, en sus ojos se veían la ansiedad y la lujuria. Intuí lo que iba a suceder ahora, me puso la mano delicadamente sobre la espalda, un escalofrío me recorrió desde el culo hasta la nuca, los hermanos no tocaban así, con tanta delicadeza. Decidí seguir el consejo fraterno y aceptar las cosas tal como vinieran.

Me empujo bruscamente sobre el sofá, quede con las piernas en alto, mi hermano estaba furioso, jadeante, me levanto el vestido. Temí que me rompiera las bragas y me las quite rápidamente, él mientras tanto se bajo el pantalón y el calzoncillo, y se abalanzó sobre mi. No hubo mucho juego, me metió sin preámbulos el pene en mi coño, aún no suficientemente preparado, yo gemí de dolor, pero el insistió, hacia tiempo que no mojaba, y estaba fuera de sí. Se corrió con cuatro golpes de cadera, y se retiró de mi cuerpo. Estaba avergonzado por su brutalidad, quería disculparse, empezó a recorrer mi cuerpo con sus dedos con maravillosa habilidad, me tocó como ninguno con los que había yo follado lo habían hecho, exploró el interior de mi vagina, y repasó cada lugar potencialmente excitable. Las enseñanzas de la zorrita de su mujer, ahorra inactivada, o lo más seguro las lecciones impartidas por mi madre habían sido útiles, logró que me corriera de una forma obscena mientras su lengua naufragaba en mi encharcada vulva, me sentía como una puta feliz.

Su polla había vuelto a recuperarse, y quería volver a participar, me indicó en voz queda, que me quería dar por el culo, me hice un poco la estrecha, pero la brusquedad volvió a aparecer y de unos empellones me hizo ponerme a cuatro patas. Cuando ya su glande empezaba a presionar mi esfínter, la recién nacida empezó a llorar. Mi hermano se subió los pantalones como pudo, el paquete se le notaba desde lejos, y fue a acercar a la criatura a su adormilada madre para que le diera el pecho. Cuando volvió aun estaba con el calentón, pero no era cuestión de volver a reanudar la tarea de romperme el culo, mi cuñada podía levantarse. Le desabroché el pantalón, le bajé la cremallera y me encontré cara a cara con una hermosa verga, la aferré con mis dos manos, y empecé a tirar para adelante y atrás. El me empujaba la cabeza para que se la chupara, pero me resistí, solo cuando note que estaba a punto de correrse, introduje rápidamente su glande, solo su glande, entre mis labios y succione, una ráfaga de caliente crema inundo mi boca, mientras mi hermano se doblaba de placer.

La vida continúo, no tuvimos más oportunidades para estar solos, y únicamente pequeños roces lascivos, casuales e inocentes nos hacían recordar nuestra especial relación. Volví a casa cuando la mujer de mi hermano se sintió mejor, todo seguía su curso normal, lo único anómalo eran mis sueños. En ellos me veía envuelta en una orgía con mi familia, solo mi padre se mantenía en un rincón; en mi fantasía onírica mi madre se sentaba encima de mi boca para que yo le chupara el culo y el coño, mientras tanto me masajeaba las tetas hasta ponerme los pezones de punta, mi abuelo y mi hermano se turnaban en abrirme las piernas, y joderme así como mordiscos a mi pubis, hasta notaba cuando la desdentada boca de mi abuelo rozaba mi monte de Venus. Siempre era igual, solo variaba en que mi padre en algunas ocasiones permanecía en un rincón dedicándose al vicio solitario y en otras se acercaba hasta nosotros y se orinaba encima de la bacanal.

Me despertaba sudorosa y agitada, temiendo que aquello fuera más que una pesadilla, comprobaba que no había nadie más en mi cuarto y trataba de dormirme, pero hasta que no me masturbaba no me relajaba lo suficiente para conciliar de nuevo el sueño.

Paso un tiempo y con motivo de una fiesta decidimos comer todos en casa de mi hermano, excepto mi abuelo que alegó que tenia una importante partida de dominó, seguro que se fue de putas a gastarse la pensión.

Tras una pesada comida familiar, en la que todos fuimos amables y corteses, nos dedicamos a charlar y ver la tele. En un momento dado mi hermano se fue a preparar un biberón, mi cuñada no tenía suficiente leche en sus tetas, y había que complementar su alimentación. Mi madre enseguida se levanto y se fue con él a la cocina con el pretexto de que quería ayudar. La charla de mi cuñada y mi padre era insoportable, el programa soporífero,, me arriesgue a ir que estaban haciendo los otros dos. Hallé a mi hermano como arrinconado en una esquina, y mi madre de rodillas intentando bajarle el pantalón, iba a echarle una plática sobre su indecencia cuando mi hermano me agarró e inmisericorde me hizo ponerme de rodillas junto a mi madre. En la habitación de a lado nuera y suegro seguían monótonamente platicando, acompañados por el ruido de los anuncios.

No me resistí, la polla que tenia a la altura de mi boca era demasiado tentadora. Las dos lenguas, la de madre e hija se disputaban aquella carne. El hombre tomó las riendas, nos tenia pilladas por el pelo, y él era el que violentamente iba marcando el ritmo. Mi madre se metía toda la polla con fruición y cuando se retiraba la dejaba llena de su saliva, chorreando, yo me encargaba de secarla, chupándola ávidamente. Estaba ansiosa porque se corriera entre mis dientes, y que su lefa y la saliva materna se mezclaran en mi. Mi madre, más experimentada que yo, y buena conocedora de las pajas filiales, supo cuando su hijo se iba a correr, me empujó y abriéndose el escote de la blusa logró que la descarga cayera entre sus tetas. Después libidinosamente se esparció el semen por debajo de las copas de su sostén. Nos levantamos jadeantes sin decir palabra, terminamos de preparar el biberón para la nena y volvimos al salón.

Aquella noche me acosté temprano, desde la felación, casi no había dicho ni palabra y menos con mi madre. No me podía dormir cuando sigilosamente entro ella y cerró la puerta tras de sí. No me dio tiempo a realizar hipócritas comentarios, explicó que ella le gustaba practicar el sexo con gente de la familia, quién le había iniciado en estas lides no mi abuelo, como yo había creído, sino que la abuela, ya fallecida, era la que le había servido de tutora en estos menesteres. Inicialmente habían sido solo las dos las que se habían dado mutuamente placer, luego habían metido el elemento masculino y formado un trío. Me quede helada, lesbiana e incestuosa ¿Cuántas más aberraciones?¿Yo acabaría igual? La respuesta no se hizo esperar, mi madre colocó su mano entre mis muslos, inconscientemente abrí las piernas, a través de la suave tela del pijama sus dedos recorrieron mi pubis, una extraña oleada de placer me invadió. Me quite el pijama, ella se desvistió también, no distinguía sus formas en la penumbra de la habitación, pero sus caricias eran expresivas, en verdad mi hermano había tenido una excelente profesora, y yo tanto tiempo sin disfrutar de ello. Nuestras vulvas se frotaron, entrelazamos los cuerpos, me senti lamida, desde mis ojos hasta los tobillos, mi ano fue suavemente excitado, pasamos de la calma a una ansiedad febril. El orgasmo llegó, creciendo poco a poco, y prolongándose de una forma inaudita. Las dos agotadas nos dormimos inocentemente juntas.

Ha pasado el tiempo, la vida continua, mi madre y yo redescubrimos juntas nuevos usos de algunos útiles domésticos, y hemos realizado abundantes prácticas, nuestras vaginas lo han agradecido. La niña casi tiene un año, ya anda, voy bastante a casa de mi hermano, él me somete a sus embates sexuales, pero yo los aguantó por una buena causa, la educación de mi sobrina, quiero que no se pierda nada, y las cosas que se aprenden de pequeña no se olvidan. A mi me ha costado mucho aprenderlas.