Cualquier día pudo ser mejor que éste.

Volviste

Cualquier día pudo ser mejor que éste.

Amanecí como tantos otros y me vestí para mis obligaciones como tantos otros.

Confieso que me gustó subir al colectivo y sufrir las agresiones a mi culo.

Siempre, o al menos casi siempre me gustaba: sentir algunas vergas empujándome ya yertas, morcillonas o erectas.

Nunca pensé que justo tú te ibas a poner a mis espaldas y me ibas a empujar como lo hiciste.

Jamás imaginé que el tiempo nos reuniría en un bus, tu vela alerta ante mi traste; mi traste dispuesto ante tu cirio.

Pedazo de puto mi amigo, pedazo de amigo mi puto.

Tu “hola” en mi oído erizó los pelitos de mi nuca. Salías del país del nunca más pisando los años, renaciendo desde el pretérito. ¿Será como antes?

Me pasé de destino, total todo es nuevo, tu mano en mi culo es nueva en esta nueva vida.

Me siento tan nueva en el nuevo día que espero que el precio del reencuentro no sea amargo.

En una millonésima de segundo pasó por mi memoria el recuerdo de todos nuestros momentos en aquellos tiempos y volvieron emociones olvidadas.

¿Eres tú? Pregunté incrédula tras el hola de tu voz.

Sí, dijiste, ni un solo día dejé de pensarte e imaginarte cómo debías ser hoy. Estás parecida a lo que imaginé.

-No te vi y no te imaginé, solo oí tu voz, contesté.

-Puedes darte la vuelta y verme, tocarme, saber si soy yo.

-Te siento, puedes ser vos.

-Bajamos en la esquina, dijiste mientras tu mano caliente se posaba en mis carnes frías de la cintura.

Al bajar, venciendo mis más profundos temores, te miré y en tus ojos encontré algo de aquel que amé y que me amó haciéndome ser uno con el otro.

Bajaste y te abalanzaste sobre mí para besarme.

-Lo siento por tanto tiempo, fue imposible comunicarme contigo, dormí en la cárcel, pagué. Y al fin te localicé.

-Fueron muchos años, dije

-Después hubo que trabajar en todo hasta poder volver. Hoy fue una hermosa casualidad. Vamos, y si no quieres, vuélvete.

A nuestro alrededor los viejos bancos de cemento, sucios de tiempo y lluvia, el espacio parquizado del viejo rosedal, las veredas cementeras rotas por tantas bicicletas y triciclos, el viejo amanecer reiterado.

-Eres el mismo, dije.

-No, más viejo, y más sediento.

Acosté mi cabeza contra su cuerpo y caminamos como la pareja que alguna vez fuimos hasta lo que quedaba de su casa; una construcción señorial derruida por el tiempo.

Montamos las escalinatas hasta que, en un desván, una cama se presentó ante nosotros.

Nos fuimos de bruces, como antes

Mi cara frente a la suya, de costado, su mano en mi trasero, como cuando jóvenes, su calor irrepetible palpándome, ¿será verdad?

Paré el dulce agravio y le miré de frente, era el increíble él después de tantos años.

-Recuerdo que en este lugar fuiste mía por primera vez, o al menos así lo dijiste cuando te entraba. No, decías, y al segundo pedías más. ¿Quieres que lo saque? Preguntaba yo; no, respondías, y tu culo se clavaba mi verga más, ¿te gusta?, preguntaba, nada respondías, ¿la saco? No, largaste, me encanta. Y te la metí con todo. Tus nalgas se aplanaron ante el peso de mi ingle; mis bolas besaron tu perineo y fue el acabose: sin tocarte llenaste de leche estas sábanas; dijiste te amo, te quiero, soy toda tuya, Y dije, Sos mía para siempre.

Luego volvimos dos, tres, cuatro y cinco veces por semana y tu culo estaba tan caliente que solo era necesario un poco de saliva en mi verga para hacerte llegar sin que te toques.

Y luego de regocijarnos en tu culo te abrazabas a mí llorando de felicidad.

Lo separé de mi cuerpo, diciéndole: -Ha pasado el tiempo, un día te fuiste no sé dónde y vinieron tus amigos a gozarme, y lo hicieron: todos cayeron arrodillados a mis piernas pidiendo alivio, y fui de cada uno de ellos mientras pensaba en vos. Tú me has perdido, ellos me han ganado por tu ausencia.

-Mis padres me llevaron, luego conocí a una que capturó mi imaginación y fuimos pareja. Jugábamos a decirnos qué hacíamos con las parejas que ambos habíamos tenido, nos excitábamos hasta que una vez ella me dijo que se había reencontrado con una expareja y que debía irse. Se me fueron las manos y fui a parar con mis huesos a la gayola.

Y allí fuí contenido con los jefes de mi pabellón hasta que logré salir. Estoy acá.

Ella me miró con una mirada indescifrable, me abrazó, me chupó el culo y me hizo llegar con una paja de maravilla.

Si quieres volver conmigo, serás mi hembra, dije, y el agachó la cabeza.