Cualquier día a cualquier hora

La auténtica hazaña consiste en descubrir que necesita la otra persona aunque no lo sepa ni ella misma.

La conocí por Internet (menuda novedad), a veces me da la impresión que no soy capaz ni de recordar la última vez que conocí a una sumisa fuera del mundo de la virtualidad. Fue ella quien contactó conmigo (eso no es ninguna novedad), parecía una mujer inteligente y posteriores conversaciones demostraron que lo era, se dedicaba a escribir -como yo- quizás por eso conectamos rápidamente supongo que porque ambos pensábamos igual y eso nos hacia imaginar que sentiríamos igual. Además ella quería saber lo que significaba ser sumisa y yo sé lo que significa ser amo. Algunas personas quieren probar la sumisión como parte de algún tipo de crecimiento (o cambio) en su fuero interno que nunca cuestiono, sobre todo si puedo ganar una sumisa en ese proceso. Ser sumisa significa conocerse mejor a si misma o como mínimo saber que tu fantasía puede ser una realidad (magnifica o decepcionante). Ser sumisa por primera vez es como desnudarte por primera vez delante de alguien.

Nos encontramos un viernes en un bar cerca de mi casa, era una mujer que no llegaba a los cuarenta (soy tan bueno acertando la edad como conduciendo cohetes interestelares), tenía el pelo corto, unos increíbles ojos verdes, delgada, con aspecto algo duro. Iba vestida con unos ajustados pantalones de un material que no supe identificar, también llevaba una camisa negra a juego con un gran escote que invitaba a asomarte dentro. Una mujer realmente atractiva que resultó además tener una conversación divertida e inteligente. Durante la conversación también descubrí (asomándome) que no llevaba ropa interior y que sus pezones eran pequeños pero deseables. Supongo que era divertida e inteligente, vamos… confieso que lo único que me preocupaba era vez sus pezones.

Paradójicamente, dos horas más tarde tenía esos pezones entre mis dedos, apretando yo con fuerza mientras ella se retorcía de dolor aunque poco podía hacer porque tenía las manos inmovilizadas con unos grilletes en la espalda. No es que yo apretase demasiado fuerte pero la excitación hace que algunas mujeres sientan ese mínimo dolor como una sensación que les atraviesa el pecho y sale por su espalda. El umbral del dolor es diferente cuando la excitación supera la razón. La tenía allí, completamente desnuda y atada, lista para ser usada. Hay muchas sumisas a las que les molesta la palabra “ser usada” sin darse cuenta que al ser usadas por el amo están consiguiendo lo que ellas realmente desean. Utilizar según que verbos con según que acciones a veces es más complejo de asumir que de hacer. Bueno, al fin y al cabo, el miedo es un proceso cerebral, no físico.

La usé, vaya si la usé. Aunque a ella no le gustaba esa palabra. La azoté, me follé su boca con fuerza hasta casi ahogarla, vertí cera en sus cuerpo, puse pinzas en sus pezones, la penetré vaginal y analmente… hice todo cuanto quise (y ella quería en silencio) y finalmente eyaculé en su cara, mientras ella me miraba con una gagball fijada entre sus labios. Mi semen se deslizaba por su nariz, sus mejillas y sus labios, la bola también estaba manchada. No dije nada. Su mirada era desafiante. Conozco esa mirada, un examen que dice “estás satisfecho ¿eh perro?”. Le quité la bola de la boca pero no permití que se limpiase mi semen de su cara que era lo que iba a hacer de manera casi inconsciente. Le aparte la mano de un golpe.

-¿Cómo estás? –pregunté

-¿Tu qué crees, perro?

Le di una bofetada, mi mano quedó manchada de mi semen. Ella no lo esperaba, su expresión de rabia se convirtió en una mezcla de sorpresa e impotencia.

-¿Cómo estás sumisa? –volví a preguntar alzando tanto la voz que posiblemente todos los vecinos hubiesen podido contestar.

Todos menos ella. La mujer no contestó sino que se limitó a recoger mi semen de su cara con los dedos y a metérselos en la boca, limpió toda su cara.

Suficiente respuesta.

-Gracias amo… -dijo finalmente bajando la mirada.

Nunca sabemos lo que realmente queremos hasta que sucede y todo cuanto suceda estará bien siempre que las dos personas lo necesiten. Aquella mujer quería realmente eso aunque no sabía cómo pedirlo. Otras mujeres quieren todo lo contrario. Lo importante no es saber lo que queremos, el tiempo pone en su lugar lo que realmente queremos (porque es lo que necesitamos), la auténtica hazaña consiste en descubrir que necesita la otra persona aunque no lo sepa ni ella misma.