Cual yegua al potrillo (1)

Desenfrenada, ya sin control alguno. Me encamo con el mejor amigo de mi hijo.

Si bien se trata de una historia real, los nombres han transmutado de la mano de la autora. Y tampoco hay garantía alguna de que la autora sea la protagonista. Por ello; recomiendo leer la historia en su contexto y olvidarse de lo demás. Aparte, esta historia se escribe, en algunas partes, en simultáneo mientras acontecen los hechos. Como lo sé... hmmm... seré omnisciente. Ahora, tan solo tengo esta terrible y adictiva necesidad de escribir.

Abandonada por mi marido hacía ya 3 años, madre separada (o mejor; abandonada) con dos chicos para criar, alimentar, educar y demás. Agradezco quizás que ya fueran grandes, mi hija de 24 años, por casarse y mi nene, el benjamín malcriado de la mamá: 16. O viéndolo mejor, quizás no.

Y quizás sí, nunca disfruté del sexo de joven. Era otra cultura, otra concepción y crianza, otra moral. A los 20 era Santa Pura: lo que el marido quiera, cuando el quiera y como quiera. Por fortuna, nunca me pude quejar. Un hombre amoroso, compañero... y mi placer era que él lo obtuviera... tanto le amaba, tanto le amaba. Sincerándome con la terapeuta, años después solo puedo ahondar en mí y confesarle que en realidad no tenía orgasmos. Uno que otro, claro, pero contado con los dedos de la mano, y tan distantes entre si que en realidad no importaban, no contaba esa carencia, no la notaba!

A los 43, a 3 años de abandonada por una mujer joven, inculta, irresponsable y detestable desde mis agallas, infierno de mi vida... Sola y con resposabilidades como toda madre; cambié. Si, cambié progresivamente, y lo que parecían sensaciones raras y aisladas se volvieron parte de mi, cada vez más intensas. Mi ginecóloga dice que se debe al cambio hormonal y a la terapia que seguimos, y en voz baja, se sonríe. "Búsquese un novio Graciela! así no está tan sola!!! (sonrisitas...)"

Sensaciones: Muchas cosas me afectaban... mi cuerpo parecía ya menos controlado y los calores me mataban. Reaccionaba de forma condenable, asquerosa. Me imagino la cara de la Abuela, cinto en mano, mientras esto se desencadenaba. Me agitaba. Me agitaba mucho.

Desde hacerme la interesante con el hijo del carnicero, con el arrugado albañil que arreglaba mi casa. Desde mirar la espalda del muchachito hijo de mi empleada que se ofrecía a cortarme el césped en casa... No era yo. No soy yo, era otra... una mujer desauciada, sola, abandonada y que desesperadamente necesitaba la adulación, el cortejo y la complicidad de esos hombres. Y que ahora... se excitaba. Me ratoneaba sola, solita. Vieja sucia! dedicate a tejer y cocinar tartas! pensaba para adentro mío, y me excitaba más, y peor!

Ya era inútil. Sí.

No admirar la espalda ancha y marcada de ese infernal morochito mientras trabajaba en mi patio. No deleitarme en cómo día a día se volvían hombrecitos los amigos de mi hijo; algunos, incluso que he visto prendidos a la teta de sus madres, mis amigas. Y ser más osada.. ser más perversa. Siendo que había descubierto cómo tocarme yo sola recién hacía poco, se me volvía adictivo, y ya no me controlaba.

Y fue vergonzoso para mí propia moral un día que recuerdo fotográficamente... Cuando cuatro adolescentes de 16 años me llegaron a casa, a despertarme de la siesta. Entre dormida y despierta me voy a la cocina. Habiendo vuelto de un partido de fútbol, de esos en que el cielo sabe porqué se embarran así y se pelean, me venían a asaltar la heladera. No hice más que acercarme para retarlos por despertarme, en plena siesta, que de pronto me empezaron a temblar las rodillas. Y ese hedor masculino, que no me esperaba, tan parecido al de mi marido, al de un hombre adulto, me embriagaba, me poseía!

Sentía asco cuando se me acercaban... si, pero mi vagina se humedecía! Tan mal, tan depravada me sentía que los mandé a mudar de casa como loca. Y aún así, como posesa, me fui a bañarme yo, con agua fría. Y a jugar con el rociador manual de la ducha en los labios de mi vulva, como algunas de ustedes, saben a que me refiero...

Mientras me saciaba sola, o intentaba, frenéticamente, pensaba... y... que me pudieron unos pendejos imberbes, que mi cuerpo se comportó como el de un animal, y mi mente, turbiada y avergonzada, se había erotizado de sobremanera con esos ejemplares masculinos aún sin estrenar... y que vieja sucia! tu propio hijo también apestaba a macho y como cualquier hijo de vecina él también te calentaba! Asquerosa! me masoqueaba mentalmente y con el rociador manual físicamente la vulva a la vez, hasta morderme el labio para no gemir, para no gritar. Sucia...

Y de entre todos, de entre tanta locura tenía que tratar de olvidarme del montón y concentrarme en uno. Al menos para salvarme un poco... porque de vieja calentona a puta hay un trecho y mis costumbres me pesaban. Y ahí estaba Martín, el mejor amigo de mi hijo Santi. Su padre, abogado y hombre codiciado en el pueblo por condición económica y buen parecer... su madre: mi amiga, y en algunos aspectos confidente y apoyo en esta etapa. Pero el crío era más hermoso que su padre. Alto, de cabello oscuro rapado y ojitos chiquitos azules, en los que te perdías de ternura... o de morbo! Verlo bañarse en la pileta de casa era un hobby, ese cuerpo absolutamente firme, esas piernas largas y las cejas que se le mojaban haciéndolo aún más hermoso, más deseable...

Y si. ya vencida por fuerzas internas que me pervertían de sobremanera, y con mi ser indefenso y sin argumento contra ellas... pasa.

Y es Enero del 2006, y Santi, para no perder la costumbre invita a Martín, a quedarse el viernes a la noche en casa. Esto pasaba desde siempre, muy seguido y no sería distinto esta vez. Pero yo estaba distinta. Me sentía vencida... inconsciente, perdida!

Para no variar el esquema, Martín dormía en la pieza de Natalia, mi hija. No habiendo olvidado las horas de madrugada que habían pasado los dos en la pieza de Santi hablando de hembras y conchas, de sus miembros y agitándose mutuamente viendo porno en la computadora de mi hijo. Claro... y después creen que yo no oía, que yo no sabía... já: ciega y sorda, si claro...

Y me deleitaba haciéndome la que veía tv mientras oía las barbaridades que hablaban. Con esas vozarrones de adolescentes sobre las cosas que veían y que hacían en la computadora. Y ahí lo escuché, lo que me fantaseaba desde hacía rato... que Santiago gastando a Martín por su dotación masculina, que le mandara la foto de su miembro.. a no se quién... que gruesa... que si sos virgen... que si es enorme... que la banana de acá que la garcha de allá.....

Me tocaba... solita, y no ayudaba. Me ponía peor, más insana.

Y esperé despierta, con los ojos colorados de tanta ansia. Y pasó, si pasó.

A media madrugada, me desnudé entera. Y me vestí cual ninfa con la única bata de seda que tenía. Inconsciente, perdida en deseo caminaba como podía... temblequeando. Y me metí en la pieza de Nati, donde Martín dormía profundamente, como buen adolescente.

En plena oscuridad me metí en esa cama, la de mi hija. Con cuidado, y el aún dormidito, me apoyaba contra el frente de su cuerpo. Su frente inferior eso es... Y mirándolo entre el oscuro me deleitaba. Porque sí, el miembro le crecía, se le hinchaba. Y yo perdida como animal de corral me resfregaba...

Hmmm.... es cierto! Santi desgraciado! que este crío la tiene enorme, incluso para su corta edad. Y que rico huele ese cuellito terso, que mi nariz explora deshinibidamente... parecido pero a la vez distinto a mi marido. Me vienen recuerdos... Y entre tanta estimulación me volví ansiosa de más, y empecé a usar las manos. Que le bajaban ese boxer apretado. Y se lo toqué... ay... si hacía años de esto! Sí! no podía parar no me contenía ya! Que me habla medio dormido - medio despierto y con el miembro durísimo e hirviendo de calor: me posiciono rápido y me ensarto la cabeza, la descapullo en segundos, y la tengo... hmmmmmm sí! la tengo adentro.

Se despierta. Pegando un estirón, rápido y con miedo, prende la luz y me mira. Está congelado. No se qué vá a hacer. Puro terror en esos ojazos azules. Me mira...

Muda, a medio ensartar no le digo nada. Solo me empujo un poco más... y entra... y entra... Se queda quieto, y en lo que parece una eternidad... empuja su cuarto trasero para atrás y de un golpe... todo adentro! Hmmmm.... cierro los ojos. Y perdiendo toda inhibición me toma los pechos con las manos y se me monta encima!

Ay! hacía tanto ya... Me olvidé de su edad, me olvidé de quién diablos era y le dije susurrando: "Dame todo, dame... dame..." No faltó más. El muchachito bailaba encima... y no tardó mucho en regarme las entrañas. Pero me sorprendió lo que hacía. Mi marido acababa con su orgasmo y me soltaba, su erección se perdía. Pero Martín me regaba la vagina y no sé si el útero también con una erupción increíble... e igual... permanecía erecto como si nada y me bombeaba, me penetraba una y otra vez con el ruido de los líquidos inmundos que me insertaba, y seguía bombeando.

Me deleitaba sobremanera. Su grosor, mayor que el de mi marido, me expandía mis órganos genitales. Y mi clítoris se estimulaba con la base gruesa de su miembro. No me había pasado sino en contadas excepciones! Deliraba... y si bien gemía como perra que recién aprende los placeres, me contenía con todas mis fuerzas.

Y me vine. Me vine poco después de su primera acabada. Su pene era una manguera insaciable que seguía en la faena mecánica y adorable de mi vagina, que siempre erecto, me regaba de a golpes mis adentros y seguía dura cual fierrro... faenándome mas... hmmmmm... Yo, extasiada.

Después de algo menos de una hora volví a mi pieza. Vencida, desfondada, con moretones de sus embates poderosos en mi pelvis y mis caderas. Con los pezones mordidos... mis piernas; chorreando esperma adolescente...

Inteligentísimo crío Martín, que al otro día no daba 5 centavos por darme la hora, pero que mientras mi Santi no miraba, se agarraba el bulto de su entrepierna con una mirada perversa y lasciva. Tamaño morbo!! si YO, la madre de su mejor amigo lo había estrenado en el sexo desenfrenado! Y me gustaba, y yo aún así, a escondidas de mi hijo, me le insinuaba.

Pero no habría de quedar así... Como hablábamos con mi psiquiatra, mi vulva, mi vagina, mi útero no se conformarían así como así. Ahora estaban desatadas, enviciadas del sexo que nunca había disfrutado con mi marido. Saciadas sólo los viernes a la madrugada... a escondidas...

No.

Ahora no podía controlarme.

No podía detenerme por nada...