Cuaderno de bitácora

Una misión espacial es enviada a un lejano planeta en busca de respuestas a extraños acontecimientos ocurridos en misiones anteriores, pero su único componente se enfrentará a algo totalmente inesperado...

Cuaderno de bitácora. Nave de exploración USS Hermes.

Fecha terrestre: 14 de Agosto de 2472.

“En todas las frecuencias y a quien pueda recibir esta trasmisión:

Soy el Capitán Robert W. Clayton, de las Fuerzas Terrestres de Defensa. O mejor dicho, era, ahora ya no sé con exactitud quién o qué soy, lo único que sé es que algo ha salido rematadamente mal, todo se ha ido al traste y estoy escribiendo esto en los breves momentos de lucidez, cada vez más escasos, que aún puedo tener. Si alguien encuentra esta sonda será mejor que no se acerque al planeta cuya ubicación adjunto a este mensaje, a no ser que estén dispuestos a asumir lo que pueda ocurrir.

Repito: No se acerquen a este planeta, no es seguro”.

Última trasmisión de la U.S.S. Hermes.


Esa trasmisión que habéis podido leer jamás fue enviada, aunque faltó muy poco. Y no lo hice por los hechos que tuvieron lugar y que ahora paso a contar. Espero que disfrutéis con su lectura…


Hace tres años fui enviado en misión de exploración al cuadrante Lambda-Sigma (llamado así por su sistema estelar binario) ante la posibilidad de que uno de los planetas que orbitan una de las estrellas de dicho sector, concretamente el denominado LS-4568, pudiera estar habitado. Para ello tuve que permanecer en estado de hibernación hasta que los sistemas de la Hermes indicaron que había llegado a mi destino, momento en el cual pasé a tomar el control de la misión. Todo parecía ir bien, así que tras recibir las lecturas del escáner que me indicaban una atmósfera similar a la terrestre me dispuse a aterrizar en una pradera que me recordó vagamente a las de mi Tierra natal. Ninguno de los sensores indicaba alguna forma de vida que pudiera ser responsable de las señales que nuestras estaciones de vigilancia habían captado, por lo que decidí que sería mejor actuar con cautela ante la posibilidad de que, probablemente, existiese alguna forma de vida animal que pudiera suponer una amenaza. Así, tras dar un par de vueltas alrededor de la zona elegida, activé la secuencia de descenso y las patas del tren de aterrizaje se extendieron suavemente hasta que tocaron el suelo con una leve sacudida.

Permanecí unos minutos en la cabina, revisando que las lecturas fuesen correctas y el nivel de oxígeno me permitiese respirar, a pesar de lo cual me enfundé el traje de exploración y el casco activando la válvula del depósito de aire, tras lo que me colgué la mochila, enfundé mi pistola y me colgué al hombro uno de los dos rifles de pulso de dotación. Cuando descendí por la rampa me sentí como Colón cuando puso el pie por primera vez en el Nuevo Continente observando la vasta llanura que se extendía ante mis ojos. Me acordé también de Armstrong cuando bajó del módulo Águila en la Luna, y no pude evitar sentir cierta excitación por el papel que mi presencia en aquel planeta representaba en la historia de la Tierra. Disponía de un pequeño Rover eléctrico en la bodega de la Hermes, pero preferí caminar por el suave terreno. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que sentí mis piernas un poco agarrotadas, aunque la sensación desapareció poco después, así que decidí que sólo usaría el Rover si la distancia a recorrer lo hacía estrictamente necesario.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue la vegetación del planeta, similar a la terrestre aunque con leves diferencias en tamaño y color, quizá debido a la luz de la estrella a la que orbitaba que parecía de un tono levemente anaranjado, lo que me hizo pensar que era más antigua que nuestro Sol. Así, sin darme cuenta, me encontré sobre una leve colina a los pies de la cual pude ver un río que serpenteaba formando meandros. “Al menos hay agua”, pensé para mis adentros, aunque no sabía si sería potable o no. Mis dudas quedaron resueltas cuando analicé una muestra en mi escáner portátil, por lo que no necesitaría utilizar las reservas ni el procesador de mi nave. Ahora sólo me quedaba averiguar si habría alguna especie de la que me pudiese alimentar, sobre todo para no acabar con las raciones de las que disponía, así que pensé que estaba en una buena zona por si aparecía algún animal que fuese a beber y que pudiese cazar. Sin pensármelo mucho extraje la tienda de campaña de mi mochila y la desplegué no muy lejos del cauce. La tienda era capaz de mimetizarse sin problema con el entorno gracias al tejido del que estaba hecha, una especie de camuflaje óptico, y me ofrecía un escondite perfecto para observar sin ser visto. Así permanecí durante unas horas, esperando, hasta que ante el inminente anochecer decidí volver a la Hermes, en la que podría descansar con cierta seguridad ante cualquier imprevisto.

Otro hecho que me sorprendió fue que aunque su estrella pareciese del mismo tamaño que la nuestra (salvo lo dicho antes acerca de su tonalidad) el período de rotación parecía ser más corto que el de la Tierra. Cuando anocheció miré mi reloj y vi que éste marcaba las tres de la tarde, todavía con la hora terrestre, por lo que cuando volví a la nave realicé los cálculos necesarios para ajustarlo a mi nuevo entorno, resultando que sus días eran tres horas más cortos. Tendría que acostumbrarme al nuevo horario, no cabía duda, por lo que decidí dormir un poco tras programar los sensores de a bordo para que la alarma me despertase cuando empezase a amanecer, no sin antes establecer un pequeño perímetro de seguridad alrededor para prevenir cualquier posible amenaza.

Una vez tumbado en mi litera tras pasar por la ducha de ozono (una especie de ducha “seca” para no derrochar agua) no pude evitar pensar en todo lo que había dejado atrás cuando empecé mi viaje aunque, la verdad, era bastante poco. A mis 32 años no es que tuviese familia a la que echar de menos, ya que soy hijo único y mis padres habían muerto hacía años y, en lo referente a lo sentimental, me había divorciado de mi esposa dos años antes de iniciar mi viaje, ocupándose ésta de dejarme prácticamente con lo puesto. Todo había sido a causa de sus frecuentes infidelidades durante los períodos en los que me encontraba fuera de casa en alguna misión, momentos en los que no dudó en liarse indistintamente con hombres o mujeres e, incluso, con algunos de mis mejores amigos, lo que me dejó realmente hecho polvo. No podía permitirme ningún escándalo que pudiese perjudicar mi carrera, así que como no teníamos hijos pensé que lo mejor era que nos divorciásemos y cada cual siguiese su camino. Los problemas vinieron cuando decidí presentarme como candidato para la nueva misión de exploración que se había proyectado y resulté elegido para la misma, momento que aprovechó para presentar una demanda de reclamación de diversos bienes que por el convenio anterior me correspondían, quizá previendo que no regresase (como así ha sido finalmente). Desde la separación no había vuelto a tener ninguna relación estable, salvo algún escarceo ocasional, y me centré en mi preparación para el inminente viaje.

Eso no quiere decir que no tuviese mis necesidades sexuales como cualquier persona, por lo que no era raro que ocupase algunos ratos de ocio en buscar contenidos pornográficos en la HighNet (la evolución de la primitiva Internet del ya lejano siglo XX), donde era posible encontrar todo aquello que se desease, bien fuesen imágenes, videos o relatos de cualquier temática que se pudiese imaginar, y descargaba muchos de ellos en dispositivos de almacenamiento para poder volver a visionarlos cuando me apeteciese y acompañar mis solitarias masturbaciones hasta conseguir deliciosos orgasmos. Ahora todos aquellos dispositivos me acompañaban en un compartimento de la nave junto a algo totalmente desconocido para la población: un variado surtido de artilugios sexuales, tales como masturbadores, dildos, vibradores, etc., cuya utilidad estaba más que reconocida por la Agencia Espacial dada la larga duración de muchos de aquellos viajes, sobre todo en aquellos que se hacían en solitario. La joya de la corona, sin embargo, era la cápsula biomecánica que se encontraba ubicada en un compartimento junto a la ducha química, una cápsula capaz de variar mediante nanotecnología la apariencia y el sexo de quien lo utilizase durante un período de tiempo, programable a voluntad en su duración, para lograr la mayor satisfacción posible. Se tenía tan en cuenta la psique humana que todos aquellos aspectos se cuidaban al detalle.

Se había dado un caso, el del Comandante Sanders y el Capitán Ortega, enviados durante 2 años a la órbita de Neptuno a bordo de la Aries I en un viaje de revisión y mantenimiento de los dispositivos de terraformación que estaban modificando la atmósfera del lejano planeta para hacerla respirable, y cuya nave había sido dotada de la citada cápsula. A pesar de que ninguno de ellos manifestaba tendencias homosexuales (lo que de todas formas no hubiese supuesto ningún problema, dado que la homosexualidad estaba totalmente aceptada en nuestra sociedad), la sorpresa fue mayúscula a su regreso cuando quienes descendieron de la nave en lugar de ambos hombres fueron dos hermosas mujeres, una rubia de cabello lacio y una morena de cabello rizado enfundadas en ajustados trajes sintéticos que se ceñían a sus voluptuosas curvas, que no dejaban de besarse y hacerse apasionadas carantoñas lésbicas a la menor ocasión. Lo más llamativo, además, fue descubrir que la morena no era una mujer biológica, sino una hermosa transexual con un pene que, sin dudas, había debido hacer las delicias de la rubia durante el viaje.

Tal descubrimiento hizo que se dudase de la conveniencia de dichas cápsulas aunque, como ninguna de las dos mostró trastorno mental alguno y la misión fue un éxito total, finalmente se decidió seguir manteniéndolas en las sucesivas misiones de larga duración que se lanzaron después, tanto individuales como colectivas, por todo el Sistema Solar y Espacio Profundo cercano. Nadie pareció darle importancia al hecho de que dicho comportamiento volvió a repetirse en casi todas ellas. En la Sol Naciente (encargada de observar el nacimiento de nuevas estrellas), por ejemplo, sus tres componentes parecieron regresar con total normalidad aunque, poco después, dos de ellos se declararon abiertamente homosexuales y el tercero no dudó en someterse a una reasignación de sexo; en la Zeus, a su vez, aunque su tripulación mixta estaba compuesta de cinco hombres y cuatro mujeres, las mujeres se tornaron lesbianas convencidas, aunque mostrando un cierto comportamiento heterosexual… siempre y cuando la polla que las penetrase fuese la de sus compañeros, convertidos en transexuales eso sí.

Pero el caso más extraño fue el de la Ítaca, nave militar de transporte que viajaba hacia la estación espacial Belerofonte, ubicada fuera del Sistema Solar, con 500 Marines Coloniales y 200 tripulantes a bordo. La última trasmisión conocida de dicha misión fue un escueto “Hemos establecido contacto”, lo que aparentemente indicaba que habían llegado a la estación. Cuando se perdió definitivamente el contacto con ambas se decidió enviar una nueva misión, aunque no tripulada. Las imágenes recogidas mostraban a la nave atracada con aparente normalidad a la estación, pero cuando se pudo acceder de manera remota a las imágenes del circuito cerrado de vigilancia se optó por guardarlas bajo el más absoluto secreto. Los pocos que han podido verlas y que se han atrevido a hablar de ellas cuentan que la inmensa bodega de la Belerofonte parecía albergar una permanente orgía. Cientos de mujeres, unas biológicas y otras transexuales, se entregaban a un permanente y apasionado festín sexual lésbico entre ellas o con sus “compañeras” transexuales, siendo penetradas, a veces de manera múltiple, por todos sus orificios naturales por estas últimas que, a su vez, también se dedicaban a penetrar a los únicos hombres que aún parecían mostrar su aspecto natural, aunque todos completamente desnudos y sumisos ante aquellas exuberantes hembras.

Porque eso era algo que parecía haber pasado desapercibido, el aspecto de aquellas mujeres. Fuese cual fuese su apariencia anterior, ahora lucían exuberantes, voluptuosas, incitando el deseo en quien las observase aunque su comportamiento fuese sáfico y más bien dominante. En cambio, en los hombres que habían mostrado cierta tendencia homosexual ésta parecía haberse acentuado, mostrando un comportamiento totalmente afeminado integrados plenamente en la comunidad gay e, incluso, muchos de ellos habían terminado sometiéndose a operaciones de reasignación de sexo para poder mostrarse tal y como se sentían en realidad mientras que otras, en cambio, preferían mantener sus atributos masculinos en su lugar aunque el resto de su apariencia fuese totalmente femenina. Huelga decir que muchos (perdón, muchas) terminaron como bailarinas exóticas en clubes nocturnos o dedicándose a la prostitución, bien fuese en locales de alterne u ofreciendo sus servicios en la red. Según contaban aquellos que habían tenido la ocasión de probarlas, el sexo con ellas era mucho más placentero que con mujeres biológicas al cien por cien, quizá por su carácter un tanto sumiso y su deseo de complacer a su eventual pareja.

De todas formas, todo aquello era algo que sólo sabía de oídas por habérselo escuchado a terceros que aseguraban haber visto aquellas grabaciones o probado a alguna de aquellas chicas, así que no podía asegurar que fuese verdad. No era algo que me preocupase especialmente, ya digo que no es que tuviese una vida sexual especialmente intensa y no solía recurrir a aquellos servicios, así que mientras veía como caía la noche a mi alrededor preferí echar un vistazo a algunos de aquellos videos que tenía descargados, no pudiendo evitar tener que masturbarme hasta que me corrí deliciosamente, quedándome placenteramenete dormido hasta la mañana siguiente...

(Continuará...)