Cuaderno de bitácora (5)

El plan del Capitán Clayton ha fracasado, nada ha salido según lo previsto y, por tanto, es castigado. Pero el castigo tendrá un resultado inesperado para nuestro protagonista... ¿Logrará asimilarlo su mente...?

Desconozco el tiempo que permanecí inconsciente, tan sólo que cuando me desperté tenía la cabeza totalmente embotada y me dolía horrores, aunque poco a poco me fui despejando. Mi vista borrosa empezó a aclararse y pude ver que estaba acostada en la cama de una habitación normal, nada que ver con las salas en las que había estado antes, y que no tenía ningún tipo de sujeción o atadura. ¿Cuánto rato habría estado inconsciente? No podía precisarlo, así que intenté levantarme para desentumecerme un poco e ir al baño. Pero lo que me extrañó fue sentir en mis hombros una caricia extraña, como el roce de un cabello largo. Cuando pasé mi mano por mi cabeza me extraño no notar mi cabello corto, como era habitual en mí, sino que me había crecido una larga melena castaña, lacia, que me llegaba por debajo de los hombros. Pero lo que me hizo abrir los ojos como platos fue cuando al incorporar un poco mi cabeza pude ver los dos montes en los que se habían convertido mis pechos, de un tamaño tal que me ocultaban totalmente la visión de mis propios pies.

Tenía que ver, comprobar en qué me habían convertido, por lo que me levanté de la cama, un poco mareado (bueno, perdón, mareada), y me pude ver en el espejo que había en una pared. No me podía creer lo que veían mis ojos, no me reconocía. La imagen que me devolvía el espejo era la de una voluptuosa y espectacular morena, de cabello largo y rizado, con un rostro casi perfecto, labios carnosos de un intenso color rojo cereza, nariz un poco respingona, ojos profundos y levemente rasgados (lo que les daba una mirada felina), y un leve maquillaje que resaltaba cada detalle de mis facciones (sin duda tatuado de alguna manera). Mis brazos eran delicados y mis manos delgadas, y mis pechos eran maravillosos, con forma de gota perfecta, que se mantenían firmes y turgentes, desafiando a la gravedad, con unos erectos y oscuros, desafiantes. Mi cintura era mínima (lo que indicaba que me habrían debido someter a algún tipo de cirugía para afinar mi figura), dando paso a unas caderas anchas, de nalgas perfectas y redondas.

No pude evitar excitarme viendo el reflejo de la espectacular mujer en que me había convertido, sobre todo porque lo que veía entre mis piernas no era mi pene “normal”, sino una espectacular POLLA (así, en mayúsculas, tal era su magnitud) que, así a simple vista, mediría unos 25 centímetros de largo y 5 de grosor, pudiéndose notar perfectamente las venas que la recorrían. Tan absorta estaba en mi propio reflejo que no me percaté cuando se abrió la puerta y Miss Tania entró en la habitación hasta que escuché su voz en mi oído, mientras sus manos rodeaban mi cintura en un cariñoso y cálido abrazo.

  • Estás preciosa, cariño – me susurró suavemente, dándome a continuación un suave beso en el cuello.

  • ¿Tú crees, Miss?

  • Te lo aseguro, cielo. Eres una obra de arte, quizá mi mejor obra hasta el momento.

  • De verdad, me cuesta pensar que esa hembra hace poco era yo.

  • Pues créelo.

  • Gracias, Miss.

  • Tania, cariño, puedes llamarme Tania simplemente. Por cierto… Ahora no sé cómo llamarte. Con este cuerpo no creo que Robert sea demasiado adecuado…

  • Tienes razón, Miss… perdón, Tania.

  • ¿Has pensado en cuál? ¿Te gusta alguno en especial?

  • Pues… No, la verdad, aunque quizá… – me quedé pensativa un instante – Sí, creo que ya tengo uno…

  • ¿Cuál, cariño…?

  • Me gusta Sharlene, me gusta como suena… ¿Y a ti?

  • Pues la verdad es que sí. Así te llamarás, cielo, Sharlene.

  • Me alegra que te guste…

  • Me gusta mucho, cariño. Tengo interesantes planes para ti y quiero que la confianza entre nosotras sea total.

  • ¿Por qué me dices eso, Tania?

  • Por que no eres como esas anodinas chicas de las que estoy rodeada, siempre sumisas y sin iniciativa propia. Tú eres diferente, tienes un punto de rebeldía que me encanta. Por eso me gustas…

  • Me siento halagada…

  • Te lo aseguro, amor.

Eso me lo dijo mientras se apretaba más contra mí, dándome cuenta de que estaba desnuda cuando sentí entre mis nalgas el roce de su polla erecta. Sin darme cuenta moví mis caderas, buscando más el roce, mientras sus besos continuaban en mi cuello hasta que giré mi cabeza para ofrecerle mis labios, y sus manos subieron por mi cintura hasta coger mis enormes tetas desde atrás, levantándolas, y acariciando mis duros pezones, erectos por la excitación. Las expertas caricias de sus manos y el roce entre mis nalgas hicieron que empezara a gemir suavemente, disfrutando del roce como no lo había hecho en mi aburrida vida anterior. Poco a poco me fui girando hasta quedar enfrentada a ella, momento en el que volvimos a besarnos y a acariciarnos apasionadamente, notando como nuestras pollas se rozaban, bajando mis manos por su cuerpo hasta que las rodeé las dos con mi mano y empecé una lenta masturbación que hizo que el volumen de nuestros gemidos aumentase y nuestras lenguas se buscasen con desesperación para no romper aquel beso.

En un momento dado rompí el beso y me quedé mirándola a los ojos, como pidiéndole permiso. “Hazlo, cariño”, susurró mientras acariciaba el sedoso cabello de mi nuca hasta que, poco a poco, me fui agachando ante ella mientras mis labios recorrían su cuerpo. Me detuve en sus pezones, besándolos y lamiéndolos, rodeándolos con mi lengua, para seguir bajando con mi lengua por su vientre hasta que su polla quedó ante mis ojos, sujetándola con mi mano para empezar a lamerla despacio, recorriéndola en toda su longitud y rodeando su glande con mi lengua, hasta que empecé a metérmela lentamente en la boca, mientras notaba como empezaban a salir gotas de presemen de mi polla a causa de la inmensa excitación que sentía. Poco a poco pude metérmela entera, notándola en mi garganta, y empecé a mover mi cabeza en una deliciosa mamada que la hizo gemir, mientras la miraba a los ojos como muestra de mi total sumisión a ella, y sus manos acariciaron mi cabeza, acompasando el ritmo al de sus caderas.

Así estuve un buen rato, sintiendo como me follaba la boca, hasta que la sacó de mi boca. Pensé que se iba a correr, por lo que permanecí arrodillada ante ella esperando los chorros de leche en mi boca, pero mi sorpresa que lo que salió de sus labios fue “Levántate, cariño. Vamos a la cama”, lo que obedecí gustosa. Estaba disfrutando como una loca de mi primer polvo como mujer, pero más lo hice cuando abrazadas las dos en la cama besándonos, esta vez fue su boca la que recorrió todo mi cuerpo. Sentir sus labios y su lengua en mis tetas, en mis pezones, hizo que mis gemidos fuesen cada vez más fuertes, pero lo que me hizo gritar de placer fue sentir como sus labios rodeaban mi polla, metiéndosela en la boca para devolverme la mamada que le había hecho yo anteriormente, mientras poco a poco se iba girando sobre mí para quedar enzarzadas las dos en un furioso y placentero 69 hasta que, moviendo descontroladamente nuestras caderas, empecé a sentir su semen en mi boca mientras yo me derramaba en la suya, tragándonos ambas nuestras respectivas corridas. Quedamos desmadejadas por el placer una encima de la otra hasta que pudimos recuperar el aliento, momento en el que volvimos a besarnos sintiendo el sabor en nuestras bocas.

Sin embargo, a pesar del reciente orgasmo, nuestras pollas seguían terriblemente duras. “Fóllame, amor. Necesito que me folles”, le susurré, por lo que me puse a cuatro patas en la cama con mi culo totalmente ofrecido. No necesitó nada más y, casi al instante, pude sentir como su glande rozaba mi agujero trasero, sintiendo como iba entrando en mi interior. Lo hizo despacio, permaneciendo quieta un instante dentro de mí hasta que mi culo se acostumbró a aquella deliciosa barra de carne, momento en el que empezó a mover sus caderas cada vez más deprisa, bombeando mi culo de manera salvaje que hizo que moviese mis caderas para que no saliese de mí, jadeando como una loca, hasta que sentí como su polla se hinchaba en el interior de mi recto hasta que sentí como me llenaba con su caliente leche lo que hizo que, con un grito de placer que debió de oírse en toda la instalación, me corriese yo también otra vez, llenando las sábanas de la cama de mi leche. No pude evitar caer derrumbada sobre la cama, con ella aún sobre mí y su polla en mi culo, sintiendo con los ojos cerrados el roce de sus tetas en mi espalda y sus besos en mi cuello y en mis mejillas.

  • Te quiero, Tania.

  • Te quiero, Sharlene.

Eso nos lo susurramos una a otra antes de quedarnos dormidas abrazadas, sintiendo cada una el calor de la otra, aunque cuando nos despertamos volvimos a mamarnos y a follarnos una a la otra incontables veces, sintiendo por primera vez mi polla lo acogedor que también podía resultar su culo, con nuestros cuerpos cubiertos de leche y sudor. Jamás lo hubiese pensado, pero…

Adoro ser y sentirme mujer, aunque sea transexual…


Habían pasado meses desde mi conversión en la caliente hembra que era ahora y ya había quedado claro para las demás chicas quién era la “Reina Consorte” de Tania. No dudábamos en pasear por las instalaciones cogidas de la mano o abrazadas por la cintura, demostrándonos nuestro mutuo amor, sin cortarnos un pelo a la hora de besarnos dónde y ante quien fuera mientras, poco a poco, iba asimilando cada vez más su placentero modo de vida. Incluso aprendí a disfrutar de las multitudinarias orgías que organizaba Tania, viéndome inmersa en deliciosas sesiones de sexo en las que no dudaba en dar y recibir placer, penetrando (ya fuesen coños o culos, tanto masculinos como femeninos) y siendo penetrada, y mamando o sintiendo aquellas cálidas bocas en mi polla, aunque en ningún momento ningún hombre que aún mantuviese su aspecto fue digno de recibir los placeres de mi boca o de mi culo, usándolos únicamente como agujeros en los que vaciarme.

Sin embargo, un día recorríamos las diferentes salas comprobando que todo estuviese en orden con respecto a los nuevos “invitados” que habían llegado. Poco antes había aparecido una nave tripulada por veinticinco personas, dieciocho hombres y siete mujeres, que casi inmediatamente recibieron nuestras atenciones. Los hombres fueron “reeducados” casi inmediatamente, terminando muchos de ellos convertidos en sumisas y complacientes putas perras transexuales, aunque los que mostraron su tendencia homosexual sin tapujos pudieron mantener su apariencia, siendo sus mentes orientadas hacia un papel totalmente sumiso. Las mujeres, sin embargo, no dudaron en adoptar un rol más activo, hartas sin duda del papel secundario que tenían en la expedición y, sobre todo, en la lejana Tierra, lo que me hizo comprender que aquella sociedad no sería capaz de evolucionar como era de esperar.

Allí estábamos las dos, contemplando las cápsulas en el interior de las cuales estaban siendo transformados aquellos otrora “machitos” con nuestros brazos rodeando nuestras cinturas, vestidas con ajustados trajes sintéticos (aunque con los colores invertidos, el suyo era negro con detalles rojos mientras que el mío era al contrario) que se ceñían como una segunda piel a nuestros cuerpos, especialmente a nuestros culos y tetas, pudiéndose vislumbrar parcialmente parte de éstas por los profundos escotes en V que llegaban casi hasta el ombligo, marcándose en el tejido del mío las anillas de oro que me había puesto en los pezones, un detalle que la había vuelto loca y que hizo que se volviese una auténtica adicta a lamérmelos a la mínima ocasión. En ese momento Tania me habló, invitándome a acompañarla hasta la sala de control. Allí, en la sala, además de otras chicas se encontraba la oficial Trixie (sí, la que había sido golpeada por mí en mi loco intento de fuga), que sonrió cuando nos vio entrar y nos lanzó un suave beso. Nos habíamos hecho muy amigas, la verdad, aunque el motivo de nuestra presencia allí fue mucho más serio, como demostró Tania cuando empezó a hablar.

  • Chicas, lo siento, pero no aguanto más…

  • ¿A qué te refieres, Miss? – preguntó Trixie, visiblemente intrigada.

  • Pues a que me he dado cuenta de que la Humanidad no tiene arreglo…

  • La verdad es que no parecen aprender – dijo Thesa, una espectacular pelirroja con rasgos asiáticos y grandes tetas, enfundada en un vestido color celeste – Cada misión que han enviado termina igual que las anteriores, pero no parecen darse por enterados…

  • Lo malo no es eso – continuó Tania –, sino el afán belicoso y autodestructivo que demuestran las señales que recibimos y que encontramos en los bancos de memoria de sus naves...

  • ¿Y qué has pensado? – intervine.

  • Pues… Es una idea algo loca, pero creo que podría dar resultado…

  • Explícate… – repuso Trixie.

  • La única manera de que parezcan un poco… “aplacados” es a través del sexo, y creo que es la mejor manera de que desistan de su actitud y nos dejen en paz.

  • ¿Estás pensando mandar a algunas de nuestras chicas? – le pregunté.

  • No… Sólo a una…

  • ¿A quién…?

  • A ti, Sharlene. Creo que eres la más adecuada…

  • ¿A mí…? ¿Por qué, cielo?

  • Verás… Eres la que más abierta parece y que mejor comprende lo que ocurre para intentar mejorar la situación…

  • ¿Y cómo quieres que lo haga?

  • Mira, te explicaré una cosa, algo que todavía no sabes… – hizo una pausa mirándome antes de seguir hablando - Desde hace milenios nuestra raza ha sido capaz de “guardar” el orden cósmico. Intentamos mediar cuando era posible, llegando a soluciones negociadas, pero cuando eso no era posible no nos temblaba el pulso a la hora de erradicar a aquellas razas que fuese necesario y que pudiesen poner en peligro ese orden, aunque desde hace tiempo nos está costando más, en parte debido a que cada vez quedamos menos...

  • ¿Y qué tendría que hacer?

  • Pues… Muy sencillo… Viajarás a la Tierra, estableciéndote en ella para empezar esos pequeños cambios. También podrás viajar a la época que consideres oportuna para hacer mejor tu labor, aunque te centrarás en el siglo XX, y deberás tener cuidado de que esos cambios sean tan sutiles que el orden temporal no se vea perturbado de golpe, sino poco a poco, hasta que el tiempo demuestre que han hecho efecto…

  • ¿Y cómo lo haré?

  • Pues de la manera que mejor sabes… – enarqué una ceja ante su comentario, esperando que continuase – Siendo la mejor puta que jamás haya pisado la Tierra y convenciéndolos con tus encantos…

  • Ummm – murmuré – No sé, cielo, pero… ¿crees que dará resultado?

  • Estoy segura de que sí, amor…

  • Me lo pens…

  • No, cariño, no hay nada que pensar… Es una orden, la primera que te doy en mucho tiempo, aunque para mí también sea difícil.

  • ¿Estarías dispuesta a arriesgarte a perderme…? – contesté, mirándola en una especie de mudo desafío.

  • No te perderé, cariño. Eso es otra cosa: podrás volver aquí cuando quieras, a este momento y…

  • ¿Y qué?

  • Que te estaré esperando. Aquí tienes tu hogar y… a mí…

  • En ese caso de acuerdo – contesté antes de besarla apasionadamente, convencida totalmente y sin dudas ante el cometido que se me presentaba.

  • Prepárate, cielo, saldrás mañana. Pero antes… te espero en nuestra habitación – dijo mientras me guiñaba un ojo pícaramente.

Cuando salimos de la sala dediqué lo que quedaba del día a preparar el largo viaje que me esperaba. Eran muchas cosas, tales como “programar” mi mente con la información de la época a la que iba, mi identidad, etc., hasta que estuvo todo listo. Cuando por fin acabé me dirigí a la habitación, aunque en vez de a Tania lo que encontré fue un vestido rojo, largo, con una larga abertura en uno de los laterales y escote palabra de honor, acompañado de unas joyas que no había visto. Una nota de su puño y letra me decía que me pusiese todo aquello y que me dirigiese a la sala principal, donde me estaba esperando Tania. Cuando llegué la vi de pie, ante una especie de atril en el que se encontraba Yolene, considerada una especie de consejera espiritual de la comunidad, pero la sorpresa fue mayúscula cuando me di cuenta de que iba a participar en un rito que no había contemplado nunca: nuestra propia boda. Estaba tan emocionada que no pude evitar romper a llorar cuando le di el “Sí, quiero”, momento en el que Yolene nos consagró como matrimonio y ambas nos besamos tras intercambiar los anillos.

Cuando volví a la habitación (ya que me entretuve un momento recibiendo las felicitaciones y obsequios de algunas chicas) pude ver a Tania esperándome, totalmente desnuda en la cama. No lo dudé y me quité el vestido, quedando desnuda también, y arrojándome a sus brazos para besarla apasionadamente en el que iba a ser nuestro primer encuentro como pareja formal y el último en bastante tiempo. Apenas dormimos esa noche (lo que no me preocupaba ya que tendría tiempo durante mi viaje), pasándola follándonos como posesas, sorprendiéndome lo complacientemente cariñosa y pasiva que estuvo esa noche, corriéndonos ambas una vez tras otra y terminando llenas de leche.

Cuando me desperté a la mañana siguiente abrazada a ella volvimos a hacer el amor, follándonos otra vez la una a la otra, hasta que me levanté y me di una ducha antes de vestirme para emprender mi viaje. Cuando salí al exterior la besé por última vez antes de subirme a la nave que me llevaría a mi destino, no sin antes decirle unas últimas palabras.

  • Volveré, cariño.

  • Claro que volverás, mi amor. Recuerda que aquí te espera tu mujer…

  • Sí, mi amor.

Volvimos a besarnos y subí, acomodándome en la cápsula de criosueño y ajustándome las correas que me sujetarían. Mi último recuerdo de aquel momento, antes de que se cerrasen la cápsula y la compuerta de la nave fue que rompí a llorar, ya que no sabía cuando la volvería a ver. Así me quedé sumida en el frío sueño, con las lágrimas surcando mis mejillas.