Cruzando guantes - Capítulo 25
La calma tras la tormenta.
Tanto La Leona como La Pantera se entregaron al roce entre sus cuerpos y sintieron cómo sus pezones se endurecíany las manos acariciaron cada centímetro de sus espaldas.
Los labios permanecieron fundidos, atrapándose mutuamente, como jugando, mientras las lenguas se enredaban en un delicioso intercambio de saliva de una boca a la otra. Ambas tenían los ojos cerrados y se habían abandonado completamente al momento. Como movidas por un impulso, ambas restregaron sus matas y cuando separaron las bocas para recuperar el aliento, un hilo de saliva permaneció entre ellas. La Leona sonrió y Analía respondió de igual manera, mordiéndose el labio inferior. Ambas se estremecieron e intercambiaron un rápido beso en los labios antes de retomar el ardiente contacto, sin prisas ni odio... solo dos mujeres que lo había dado todo.
Mercedes sintió que el corazón se le aceleraba y golpeaba con ímpetu en su pecho. Sus manos se aferraron a las firmes y redondas nalgas de su rival y las estrujó con suavidad y firmeza, mientras el movimiento entre sus vientres se volvió más rítmico y levemente acelerado. La Pantera le devolvió la caricia y le mordió el labio inferior arrancándole un gemido. Ambas se miraron, con una sonrisa y Analía tironeó con suavidad del labio de su oponente, quien jadeó y le clavó las uñas en las nalgas. La retadora también gimió y le devolvió la atención y ambas intercambiaron caricias en sus firmes, redondos, y envidiados culos mientras se turnaban para morderse los labios y succionarse las lenguas.
Ninguna podía creer lo que les estaba ocurriendo y allí, bajo el agua caliente de la ducha, ninguna parecía querer que el momento terminara. Sus clítoris hinchados parecieron buscarse a través de sus matas y el vaivén de sus cuerpos y ambas parecieron ver las estrellas cuando se encontraron.
Tanto la una como la otra es estrujaron mutuamente y aumentaron la fricción entre sus delicados botoncillos iniciando un concierto de gemidos y jadeos que alcanzó su clímax cuando las rodillas de ambas se doblaron y se corrieron casi al mismo tiempo, sin importarles quién lo había hecho primero. Sus coños se saludaron y se bautizaron con su néctar y ambas guerreras se retorcieron de placer, arqueando la espalda e inclinando la cabeza hacia atrás, para abrazarse fuertemente y descansar la cabeza en el hombro rival, entregadas a un delicioso y liberador orgasmo que pareció prolongarse por horas.