Cruzando guantes - Capítulo 20
El ardiente y venenoso combate entre La Pantera y La Leona se acerca a su fin.
-Salí de encima mío, hija de puta! -protestó Mercedes retorciéndose, mientras tironeaba del cabello de su oponente haciéndola arquear hacia atrás.
-Soltáme o te dejo pelada, yegua! -gritó Analía devolviéndole el tirón mientras rodaban nuevamente sobre el ring, sudorosas y pegoteadas, debilitadas por el desgaste de los asaltos y los orgasmos que se habían arrancado.
Poco quedaba ya de las dos deportistas que habían comenzado. Ahora, había dos fieras dejándolo todo por la humillación definitiva.
Cuando la campana marcó el final del asalto, ambas estaban con las piernas trabadas, de costado, sin que ninguna lograra imponerse, con una mano en el cabello rival y la otra estrujando la cintura enemiga.
Se miraron con odio, jadeantes, pero ninguna mostró signos de querer aflojar su presa. Al contrario, como obedeciendo a un impulso visceral, Analía metió su mano entre ellas y comenzó a masajearle la entrepierna, sintiendo su humedad y robándola un sonoro gemido que la hizo estremecer.
Mercedes se revolvió furiosa y ultrajada y, al no poder quitarse a su odiada enemiga de encima, optó por devolver el favor. La Pantera arqueó la espalda y gimió sonoramente al sentir los invasores dedos de su némesis.
Ambas pudieron sentir la humedad y calor en el sexo enemigo y comenzaron a acariciar los labios con diferentes técnicas. Analía buscaba atrapar el clit de Mercedes y esta deslizaba la yema de sus dedos corazón e índice como si quisiera hacerlo emerger de su capucha.
Los ojos de la una se mantenían clavados en los de la otra mientras los dedos no daban respiro a sus rajas. Los jadeos parecían competir por ellas en busca de quién provocaba el más sonoro y prolongado.
Los movimientos se hicieron más acelerados y de las caricias pasaron a meterse los dedos. Primero una, luego la otra, en respuesta mientras se estremecían con las oleadas de placer que invadían sus cuerpos. Ninguna hablaba, cada una se mordía el labio inferior, concentrada en resistir y no ser la primera en correrse.
Hasta que... pasó lo inevitable.
El solitario gimnasio y el sol que se filtraba por una ventana fueron los únicos testigos de los gritos de placer que hallaron eco en las paredes.
Una, derrotada y humillada, se corría en la mano de su rival, quien gemía extasiada por la victoria y la inminencia de un volcánico orgasmo.