Cruzando guantes - Capítulo 14

La Pantera y La Leona continúan su despiadado combate

El peso del combate las estaba agotando y los movimientos se iban ralentizando, al igual que los golpes.

Entre gruñidos, puñetazos y tirones de cabello, comenzaron a intentar derribarse mutuamente. La que comenzó a probar zancadillas fue Analía pero, Mercedes advirtió su movimiento y logró evitarlo, contraatacando sin éxito.

Entonces, La Pantera tuvo otra sorpresa y tironeó del elástico de la tanga de su oponente, quien aulló de dolor cuando la íntima prenda se clavó en su entrepierna y pareció lacerarla.

Por supuesto que la réplica no se hizo esperar y ambas abrieron un nuevo frente de batalla sin aflojar la presa en el cuello de la otra mientras tironeaban con todas sus fuerzas hasta que uno y otro se rompieron y ambas, campeona y retadora, quedaron con las minúsculas prendas en la mano y tambalearon hacia las cuerdas para, luego, caer al suelo y rodar enmarañadas mientras luchaban por la posición superior.

Poco quedaba ya de las dos hábiles boxeadoras. Se habían convertido en dos fieras abandonadas a su instinto. Rodaban por el suelo mientras alternaban la posición superior y algunas trompadas en el rostro enemigo.

Una mano atenazaba el cuello de su némesis y la otra golpeaba. Sus firmes muslos se habían trabado y eran parte de la lucha mientras sus velludas matas se cruzaban en un involuntario y estremecedor roce.

Mercedes sentía que su entrepierna comenzaba a latir, húmeda, y sintió odio hacia sí misma que iba en aumento cada vez que sentía los vellos de Analía contra los suyos.

Analía logró quedar encima y, temblando con una sensación desconocida, la escupió. Mercedes se retorció con asco para cambiar posiciones y devolver el esputo.

La Pantera se retorció, asqueada y arqueó la espalda en un intento por desmontar a su rival, que mantenía la férrea presa en su cuello y no parecía dar muestras de querer soltarla. La mano libre de ambas guerreras estaba trabada en cruento forcejeo, que evitaba recibir nuevos golpes.

La campana sonó pero, ninguna de las dos dejó de forcejear y estremecerse con el contacto entre sus entrepiernas.

-Sonó la campana, yegua. Dejá de frotarme tu concha y soltame. -protestó Analía, desde la posición inferior.

-Dejá de frotarte vos, cerda. ¿O te gusta? -se burló Mercedes con la voz entrecortada por la excitación.