Cruising entre camiones
Doce hombres con los que follaría sin piedad (7 de 8)
Si por mi mente paseó levemente la idea de intentar ver si se podía cazar algo, esta murió de inmediato pues la puerta se volvió a abrir de nuevo. El recién llegado era otro de los camioneros, concretamente el polaco más atractivo, aquel a quien yo había bautizado con el nombre de Bernard. Para mi sorpresa, en vez de ponerse en el primer meadero, se colocó en el tercero. Justo en el que estaba al lado de Borja. Como soy muy bueno en matemáticas y sé sumar dos y dos, me di cuenta de que tres eran multitud para ciertas cosas y que estaba sobrando allí, por lo que paré de interpretar mi papel de meón, me lavé las manos y les dejé el campo libre a los dos rubiales, pues tampoco se puede ir por el mundo con complejo de Perro del Hortelano.
Al salir al comedor del bar, me encontré con Mariano echado sobre la pared y pegándose una siesta como a nadie le importa. Me dio un poquito de lastimita y no quise despertarlo, máxime con la cara de satisfacción que tenía el pobre. Miré disimuladamente a la mesa donde estaban los tres vascos, Alain parecía que, dado por finiquitado su momento “vamosaecharunbuenpolvomañanero”, se había olvidado por completo de mí y se limitaba a conversar con sus amigos como si tal cosa. Lo busqué disimuladamente en un par de ocasiones, pero me ignoró del modo más sutil.
No me había dado tiempo de dar por clausurada la “Temporada de caza del macho camionero”, cuando vi salir a Bernard de los baños, fue a la barra a cuchichearle algo a sus compañeros de trabajo y abandonó seguidamente el local. Por su forma tan sigilosa de hacerlo, me dio que pensar que allí había tomate, ¡y del bueno!
Al poco fue Borja el que salió del servicio (¡Qué meada más larga tuvo que echar el chaval, ni las vacas de mi pueblo tardan tanto!), pagó y se fue directamente para la calle. Se hizo dueña de mis actos la vieja cotilla que tiene un “loft” en mi corazoncito, con lo que no pude reprimir mi malsana curiosidad por saber que se cocía entre aquellos dos y abandoné el bar con una cautela similar a ellos.
Es curioso lo que evolucionamos las personas a lo largo de nuestra vida. De pequeño recuerdo que me encantaba espiar como mis primos gemelos “jugaban a los médicos”. En mi adolescencia en el internado, cada vez que tuve ocasión, observé los furtivos polvos que allí se echaban. Ahora de mayor, he cambiado un montón (¡Por los cojones!) y no desaprovecho ninguna ocasión en la que pueda dar canchas a mis ansias de voyerismo. ¡Hasta el día que me pillen y me dejen sin un diente en la boca!
Con la experiencia que dan muchos años de meter el ojo en las cochinerías ajenas, hice como que hablaba por el móvil y aproveché para espiar sutilmente donde se dirigían el polaco y el valenciano.
Bernard se introdujo por un hueco apenas perceptible que había entre los camiones que estaban aparcados a unos escasos metros de la estación de servicio. Borja, quien me pareció que era tan lanzado como yo o más, lo siguió sin recato alguno. Esperé los minutos que consideré pertinentes y me fui detrás de ello. Sabía que me exponía a que me partieran la cara, pero solo de elucubrar la posibilidad de poder tener sexo con ellos, aceleraba mi pulso de una manera desmedida y concluí que merecía la pena correr el riesgo.
Me pareció curioso cómo estaban aparcados tres de los camiones que componían la flota, en una forma casi triangular, dejando una especie de pasillos entre ellos que no era visible desde fuera y a donde había que entrar a propósito para ver lo que ocurría en el interior. Aunque sopesé de nuevo los pro y los contra, el cerebro de mi entrepierna ya había decidido por mí y me interné en lo que me dio la sensación que era una especie de jaula de metal, hábilmente posicionada para construir un escondite perfecto y a la vista de todos.
Suponía lo que podía encontrarme, pero no por ello dejó de sorprenderme menos. Recostado sobre una de las cabezas tractoras estaba el polaco y agachado ante él, mamándole la polla de un modo bestial estaba el bombón trajeado. El pobrecito parecía que después de desayunar se habría quedado con mucha hambre, pues se estaba comiendo el nabo del polaco con unas ganas tremendas. Lo metía y sacaba de su boca con una celeridad casi compulsiva.
Mentiría si dijera que la imagen de aquellos dos atractivos tipos sumidos en el sexo oral no me puso a tope. Al principio mi sigiloso comportamiento no los sacó de su ensimismamiento y seguían comportándose con la naturalidad que da el no sentirse vigilados. Los apagados jadeos que daba el polaco cada vez que la cabeza del valenciano se hundía en su pelvis para tragarse su palpitante virilidad me parecían de lo más morboso. Tenía puesta una cara que me encanto, me recordó a la de un niño travieso después de comerse el chocolate, como si lo que hacía le gustara mucho aunque en el fondo pensara que no era lo correcto y podían terminar recriminándoselo.
No sé porque me lo imaginé casado con una rubia delgada y alta, con dos retoños de ojos azules y de piel tan blanca como sus padres Una familia perfecta propia de un anuncio de huevos de chocolate. Una familia perfecta que lo hacía aún más deseable. Estaba loco porque supiera de mi presencia y me invitara a comerle su rosado “ quindersorpresa ”.
No tardé en ser descubierto por Bernard, que, sin decirle nada a Borja, me dedicó una mirada de lo más seductora. Me disponía a meterme insinuantemente mano al paquete, cuando noté que alguien me agarraba por la cintura y pegaba su pelvis a mis nalgas. Sobresaltado volví la cabeza para atrás y me encontré con una de las descaradas sonrisas de Alain.
—¿ Chiqui, te gusta lo que ves?
—Por supuesto, sino no estaría aquí —Le dije con una familiaridad y descaro que hizo que frunciera el ceño desconcertado.
—¡ Ahivaláostia !¡ No te cortas un pelo pues!
—Me vas a dar algo si me corto, porque entonces lo hago —Respondí en un tono casi insolente.
—Me gusta la gente que se deja de “burocracias” y va directo al grano.
—¿Para qué perder el tiempo? —Le respondí volviéndome y metiéndole mano a la prominencia de su entrepierna.
Nuestras miradas se cruzaron durante un momento, estuve tentado de darle un beso, pero me limité a suplicárselo con mi actitud y que fuera él quien rompiera el hielo. Sin pensárselo, agarró mi cabeza fuertemente entre sus manos y me metió un salvaje muerdo. Cuando desfogamos la pasión rozándonos el uno contra el otro enredados en un estrepitoso abrazo, volvió a atrapar mi cabeza, la empujó a través de su pecho y me obligó a que me agachara hasta colocar mi cara frente a su entrepierna.
Dominado por el fuerte olor a macho que desprendía su cuerpo, me puse a morrear su polla sobre la tela de su bragueta. Fui marcando morbosamente con un reguero de babas la protuberancia que se marcaba como una barra sobre el bolsillo izquierdo de su pantalón. Levanté la mirada en pos de la necesaria complicidad por parte de Alain y me encontré con que tenía los ojos fijos en el polaco y el valenciano.
Me detuve un momento y con un gesto le indique que si quería que nos uniéramos a ellos, el asintió, me ayudó a levantarme y encaminamos nuestros pasos hacia los dos atractivos rubios.
Era más que obvio que Borja no estaba dispuesto a renunciar a su ración del rico nabo polaco, ni cuando nos sintió al vasco y a mí junto a ellos dos, redujo el ritmo de su mamada. El tío estaba dando muestra de ser un buen comedor de nabos, pues a Bernard lo tenía con una cara de gozo que no cabía en sí.
Una vez llegamos a ellos, Alain se colocó casi codo con codo con su compañero de trabajo, dejó que en su cara se pintara una bravucona sonrisa y me invitó a que siguiera con lo que estaba haciendo. Seducido por la chulería del atractivo madurito, me arrodillé ante él y, sin dejar de mirar la espectacular mamada que realizaban a escasos centímetros de mí, volví a pasear mis labios por el caliente cilindro que se destacaba bajo el uniforme de trabajo.
Al principio, creo que mi jueguecito tenía cierto morbo, pero no tardó en hacerse algo cansino. Por lo que Alain, con ese descaro suyo tan característico, descorrió la hebilla de su cinturón, apartó mi cabeza con cierta brusquedad, se desabotonó la bragueta de un modo casi violento y sacó su herramienta sexual.
Me quedé como absorto al ver cómo aquel majestuoso pollón invadía el corto espacio que quedaba entre mi rostro y su bragueta. No solo tenía un ancho y largo más que respetable, sino que sobre un erecto tronco de lo más esplendoroso, reinaba una cabeza de flecha que parecía grita: «¡Cómeme, cómeme!» ¿Quién era yo para negarle nada a una criaturita tan hermosa?
Me disponía a tragarme aquel oscuro esparrago cuando, con cierta arrogancia, Alain me preguntó:
—¿Te gusta mi cipote?
Adopté la pose sumisa que sus ojos pardos me imploraba y me limité a asentir con la cabeza.
—¡Mámamela pues! —Al decir esto, empujó mi nuca hasta que me tragué el grueso rabo hasta la base.
Si no hubiera tenido la experiencia que tengo y no conociera los trucos para evitar atragantarme con una polla, aquel burdo gesto por su parte me hubiera producido una pequeña arcada. No obstante, la respuesta que obtuvo de mí fue en pequeño mar de babas que comenzó a bajar por el caliente tallo hasta regar por completo su vello púbico.
Volví a mirar de reojo a Borja y, como si estuviera en un universo paralelo o fuera un muñeco a quien le hubieran dado toda la cuerda, seguía chupando impasiblemente la polla de Bernard. El guapo polaco sostenía su cabeza con una mano, mientras con la otra se metía mano bajo la camisa y jugueteaba con una de sus tetillas. Ver el rizado pelo rubio que se escapaba por el pico del cuello de su prenda de trabajo, fue como gasolina para mis ganas de polla y devoré con más ímpetu si cabe el nabo de Alain.
Durante un momento el único sonido que reinaba en aquel pequeño espacio fueron los jadeos del vasco y el polaco junto con el chasquear de la boca de Borja y la mía contra sus potentes vergas. Sé que puede sonar a cursilada, pero durante un momento me olvidé de todo y mi mundo se limitó en dar placer al palpitante falo que entraba y salía exultante de mi boca.
La gratificante banda sonora fue rota por la voz del vasco:
—¡La hostia, como la maman estos cabritos!
—De putissima madre —Respondió Bernard con un acento español casi perfecto.
—¿Te gustaría cambiar pues?
—¡Venga va!
Estaba claro que en sus noches fuera de casa aquellos dos se podían haber ido de putas muchas veces, pero también estaba claro que se la habían comido algunos tíos y me aventuraría a pensar que se habían follado algún culo peludo. Si el hecho de que se pusieran a hacerlo a plena luz del día (por mucho que el sitio estuviera lejos de fisgones) me dejaba claro que no era la primera vez ni la segunda que hacían alguna cosa así, la confianza con la que habían intercambiado nuestras bocas, sin pedir nuestra opinión siquiera, confirmaba más aún que lo del mariconeo entre aquellos tipos no era una rara avis, sino algo habitual, frecuente como mínimo.
Con un gesto casi imperativo nos pidieron al valenciano y a mí que cambiáramos de posición. El rubio del pelazo y yo nos miramos un pelín sorprendidos, pero metidos en el papel de perras mamonas como estábamos nos limitamos a obedecer y no pusimos ninguna objeción a lo que nos ordenaban nuestros “amos”.
Antes de meterme la rosada tranca del polaco en la boca, alcé la mirada y busqué sus hermosos ojos azules. Pese a que en ellos solo se dejaba ver un intenso brillo de lujuria y no había espacio ni para un pequeño atisbo de afecto, no dejaban de ser dos ventanas a las que me podía asomar para ver lo mucho que disfrutaba con lo que me disponía a hacerle.
Metido en el rol de sumiso esclavo mamón, le rogué con un gesto que me dejara comerme aquel rosado falo. La respuesta de mi ocasional amo fue empujar mi nuca hasta que me tragué el rígido pollón hasta la base. Una vez mis labios chocaron con su pelvis y su capullo rosó mi campanilla, aflojó la presión de su mano y permitió que yo fuera quien marcara el ritmo.
El sabor de aquel cipote era bastante diferente al de Alain, menos agrio y más suave al paladar. Tras degustar enérgicamente su glande, paseando efusivamente la lengua por los pliegues de su prepucio, procedí a tragármela de nuevo por completo, como comprobé que aquello lo hacía jadear, terminé engulléndola con mayor ímpetu. El ritmo de mi cabeza contra su pelvis acrecentó sus suspiros que dejaron de ser ahogados y se volvieron un pelín escandaloso. Por un momento volví a la realidad y temí que alguien nos oyera.
Sin embargo, mi degustación del rico carajo polaco duró poco tiempo, por lo que se veía ni el vasco ni el valenciano habían podido congeniar y Borja me pidió con cara de pocos amigos que le cediera su puesto. Me dieron ganas de como una leona salida, pelearme por el rabo de mi semental, pero miré el hermoso cipote del vasco y concluí que no merecía la pena discutir, porque yo salía ganando.
Arrastrando levemente las rodillas por el suelo del aparcamiento, regresé a la casilla de salida. Levanté la mirada buscando los astutos ojos de Alain y este me respondió dando un lengüetazo al aire de lo más morboso.
Antes de volver a mamar el nabo de “mi” macho dirigí una leve mirada a los dos rubios de al lado. Lo que me encontré no es que me sorprendiera, es que me pareció un poco apresurado: Borja se tragaba la verga del polaco con una efusividad y ritmo fuera de lo común, Bernard con la cabeza ligeramente echada para atrás, no paraba de jadear y se dejaba hacer de un modo bestial.
Un reguero de caliente baba resbalaba por los cojones del polaco, quien contraía su rostro en muecas de doloroso placer. Era más que obvio que estaba a punto de correrse y el valenciano no retiraba la boca de su polla, por lo que no había que ser un Seneca para intuir lo que allí iba a terminar sucediendo. Seguramente Borja sería de aquellos que después del desayuno le gusta un vasito de leche polaca recién ordeñada y a Bernard me daba la sensación que no le importaba mucho darle el gusto.
Durante unos segundos me olvidé de Alain y centré mi atención en los dos rubios. De buenas a primera el camionero del este apretó la cabeza del mamón trajeado y gritó:
—¡Biegne!
Aunque los idiomas que mejor manejo son el francés, el griego y un poco la disciplina inglesa, no me hicieron falta de otros conocimientos lingüísticos para deducir que aquello debía ser algo parecido un “me corro” en la lengua de Chopin.
Miré de reojo a mi vasco favorito y tampoco se perdía un detalle. Cuando vio al valenciano sacar la lengua para enseñar la espesa corrida que le habían echado en la boca, observé que hizo un gesto de repugnancia. La verdad es que el Brad Pitt de Castellón estaba demostrando ser un guarro de tomo y lomo. ¡Habrase visto! Mucho traje, mucho rollo pijo y termina haciendo las mismas cerdadas de los canis de los videos “bareback”.
Sorprendentemente de la punta del rosado cipote siguió manando esperma que fue a parar a sus ojos, a su cara y a una de las solapas de la chaqueta. Aunque en principio aquello pareció dar morbo a Borja, cuando se dio cuenta que le habían manchado la ropa puso cara de fastidio. Dijo algo entre dientes y se marchó con cara de cabreado.
Miré a mis dos acompañantes y no pudimos reprimir una sonora carcajada.
Concluirá dentro de dos viernes en: Un camión cargado de nabos.
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